Motivarnos con los grandes hechos del cristianismo
- L. M. Grant
- hace 3 días
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En estos tiempos donde la sabiduría y filosofía humanas intentan alterar o complementar la verdad revelada en la Palabra de Dios, y cuando estas ideas resultan atractivas para la mente de muchas personas, deseo exhortar sinceramente a cada creyente a dedicar mucho tiempo a considerar los hechos más sencillos y esenciales del cristianismo. Cuando hemos crecido familiarizados con estas verdades, tendemos a darlas por sentadas, sin valorar profundamente ni apreciar el significado de cada aspecto que Dios ha revelado en la persona y obra de su amado Hijo. Existe un poder extraordinario en la correcta apreciación de estas verdades, un poder que solamente un hijo de Dios puede experimentar.
La maravilla de la encarnación
Detente a meditar en la maravilla de la encarnación del Dios vivo en la humilde persona del Señor Jesús. Aunque él es el Dios infinito, eterno, omnisciente, omnipotente y omnipresente del universo, en su gracia maravillosa, se hizo Hombre. Filipenses 2:5-7 dice: “Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”. Se convirtió en el Hombre de perfecta dependencia y fe, cuyas palabras, pensamientos y acciones fueron hermosos en su sencillez, con gracia y verdad entrelazadas maravillosamente en cada detalle de su vida personal y en su trato con los demás.
La obra del Señor Jesús en el Calvario
Piensa también en la asombrosa maravilla del sacrificio voluntario del Señor de gloria, quien fue como cordero “llevado al matadero” (Is. 53:7). Cada aspecto de aquella muerte única en el Calvario merece nuestra más profunda consideración meditación: tanto su digna humildad al someterse a la amarga enemistad humana, como —más importante aún— el solemne hecho de haber cargado con el juicio de Dios contra nuestros pecados (los detalles específicos de nuestra culpa: 1 Pedro 3:18) y contra el pecado mismo (el principio del mal personificado como enemigo de Dios: 2 Corintios 5:21). Meditamos en también en el hecho de que su sacrificio ha limpiado completamente a todo creyente de su culpa (véase 1 Jn. 1:7) y lo ha liberado de la esclavitud del pecado (véase Ro. 6:22). Aunque muchos cristianos no comprenden plenamente esta liberación, todos tienen derecho a ella, y ninguno de nosotros alcanza a entender completamente la grandeza de su significado.
Nuestra aceptación en el Amado
Otro asunto que merece nuestra atenta contemplación es que todos los creyentes son “aceptos en el Amado” (Ef. 1:6). Cristo es el Amado de Dios, resucitado de entre los muertos y exaltado a la diestra del Padre; y “en Cristo” todo creyente es aceptado y amado tan perfectamente como Él mismo lo es delante de Dios (véase Ef. 1:3-6). Dediquemos tiempo para meditar en su exaltación y nuestra aceptación en él. Sin embargo, debemos rechazar completamente la enseñanza actual sobre el amor propio, la autoestima alta o el valor propio. Esto no es más que confianza en la carne. “Los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:8). En cambio, “en Cristo” somos de gran valor para Dios, se trata de una posición de perfección absoluta.
El Espíritu Santo mora en nosotros
Relacionado con esto se encuentra el maravilloso hecho de que el Espíritu de Dios ha venido a hacer su morada en cada hijo de Dios durante esta presente dispensación de gracia, proporcionando entendimiento y poder (véase 1 Co 2:12 y Hch. 1:8) para vivir genuinamente como cristianos y dar un testimonio fiel. Este hecho, con todas sus implicaciones, merece nuestra más profunda consideración.
Cristo es nuestro Gran Sumo Sacerdote
Qué reconfortante es recordar que Cristo es nuestro gran Sumo Sacerdote a la diestra de Dios, quien nos cuida con perfecta gracia, protegiendo a los creyentes del peligro, la tribulación y el mal (véase He. 4:14-16). Además, actúa como nuestro Abogado ante el Padre, restaurándonos misericordiosamente cuando pecamos (véase 1 Jn. 2:1). Su obra de intercesión es vital para nosotros, aunque frecuentemente olvidemos su importancia.
La Iglesia, el cuerpo de Cristo
Gocémonos también en que Cristo no solo bendice abundantemente a los creyentes de forma individual, sino que él es “la cabeza del cuerpo que es la iglesia” (Col. 1:18). Cristo se interesa profundamente por cada miembro de su cuerpo, y nosotros deberíamos hacer lo mismo. Ha unido a los creyentes en una unidad inquebrantable y espera que vivamos conforme a esta verdad, amando genuinamente a su Iglesia y comprendiendo plenamente lo que significa su señorío como Cabeza del cuerpo.
La esperanza del regreso del Señor
¡Qué hermosa meditación podemos tener al contemplar la promesa del regreso del Señor Jesús: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:3)! Esta promesa debería ser tan real para nosotros como los hechos ya cumplidos, pues tiene la misma certeza. Su profundo significado y las circunstancias que lo rodean merecen nuestra meditación y gratitud. Si no sientes gozo al pensar en que estaremos con él en cualquier momento, entonces examina tu corazón delante el Señor y elimina todo obstáculo, para que puedas gloriarte “en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:2).
El poder transformador de la verdad
En todos estos sencillos hechos de la verdad viva —y en muchos otros no mencionados aquí— existe un poder que vivifica y estimula al creyente a seguir y servir al Señor Jesús con todo su corazón. Para esto es esencial la pura verdad de Dios. Pablo aconsejó a Timoteo, un joven creyente: “Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos” (1 Ti. 4:15).
Es evidente que disponemos de poco tiempo para servir genuinamente al Señor. Para ser testigos fieles de él, necesitamos conocer bien los hechos sobre aquello de lo que damos testimonio.
Traducido de la revista Grace and Truth, septiembre 2025
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