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Contar nuestros días — el Salmo 90

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"Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría" Salmo 90:12


Tomando como base este versículo, alguien preguntó: ¿Cómo podemos contar nuestros días con sabiduría para que cuenten eternamente?


Para responder a esta pregunta, consideremos el contexto del versículo.


  • El salmo 90 es el primero del cuarto libro de los Salmos.

  • Es el único escrito por Moisés, lo que lo convierte en el salmo más antiguo de los 150.

  • Como en toda la estructura de los salmos, los primeros de cada libro constituyen una introducción de lo que ha de tratar el libro.

  • Además, considerando que cada libro encuentra su contraparte en cada libro del Pentateuco, este cuarto libro nos posiciona en el libro de Números—el libro de la experiencia en el desierto.

  • El salmo 90, junto con los salmos 91 y 92, conforman una unidad que a su vez es la base introductoria del cuarto libro de los salmos.


Teniendo en cuenta estas consideraciones, notamos que Moisés escribe acerca de la experiencia de Israel en el desierto, especialmente después de la sentencia que el SEÑOR entregó sobre el pueblo tras el asunto de los doce espías (véase Nm. 13-14). Números es un libro lleno de juicio y muerte debido a la incredulidad y el pecado del pueblo de Israel. Sin embargo, el Espíritu Santo ha querido vincular este salmo con los dos siguientes, que nos presentan tanto al Mesías en su dependencia y confianza en el SEÑOR (Sal. 91) como la alabanza resultante de esta identificación (Sal. 92).


Desde la eternidad hasta la eternidad


El salmo 90 está lleno de menciones al tiempo (generación, milenios, años, días, noche, mañana, atardecer, etc.). Sin embargo, esto contrasta con la naturaleza misma de Dios, quien es "desde la eternidad y hasta la eternidad" (v. 2). ¡Cuánto nos humilla considerarnos a la luz de esta eternidad! "Contar nuestros días", por lo tanto, implica entender que estos siguen su curso dentro de un vasto universo llamado eternidad. El pensamiento de que Dios es "antes que los montes fueran engendrados, y nacieran la tierra y el mundo" (v. 2) nos lleva a considerar que sus pensamientos trascienden nuestra experiencia presente. En el Nuevo Testamento leemos de tres cosas que fueron desde "antes" de la fundación del mundo:


  1. La gloria del Hijo (véase Jn. 17:5)

  2. Nuestra elección en Cristo para ser santos y sin mancha delante de Él (véase Ef. 1:4)

  3. La preparación del Cordero inmaculado que había de ser manifestado en los últimos tiempos por amor a nosotros (véase 1 P. 1:19).


Aunque "contar nuestros días" habla principalmente de nuestros años sobre la tierra (en el caso del salmo, los años en el desierto), ¡tiene como base aquello que sucedió desde antes que todo lo que existe! Por lo tanto, debemos meditar en estas cosas para tener una perspectiva correcta de nosotros mismos y de Dios. ¿Meditamos en la gloria del Señor Jesús como el Hijo eterno en el seno del Padre? Para esto podemos leer constantemente pasajes como Juan 1, Colosenses 1 y Hebreos 1, y aprehender lo que en ellos leemos.


También podemos meditar en la gracia de Dios que, en su presciencia, nos escogió desde antes de la fundación del mundo. Esto elimina completamente el pensamiento del mérito propio y nos lleva a sumergirnos en el océano de la gracia de Dios. Podemos enumerar todas las "bendiciones espirituales" que leemos en Efesios 1, así como la obra de Dios en nosotros en Efesios 2. También podemos leer la Carta a los Romanos y meditar en las "misericordias de Dios" (Ro. 12:1), quien nos salvó "no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia" (Tit. 3:5).


Luego podemos meditar en Cristo como el Cordero de Dios, su preparación desde antes de la fundación del mundo y su manifestación. Juan el Bautista lo señaló dos veces (véase Jn. 1:29, 35-36): primero para salvación ("quita el pecado del mundo") y luego como ejemplo para nuestra vida de fe ("vio a Jesús que pasaba, y dijo: Ahí está el Cordero de Dios").


Pero también lo vemos como el Cordero en Apocalipsis, considerando las glorias futuras de Aquel que estuvo muerto, pero he aquí que vive por los siglos de los siglos.


La meditación de todas estas cosas ("desde la eternidad hasta la eternidad") forma parte de "contar nuestros días"—constituye la base sobre la cual medimos lo que somos sobre esta tierra.


La transitoriedad del hombre


En contraste con la eternidad de Dios, tenemos la transitoriedad del hombre. A partir del versículo 3 leemos acerca de esto. Debemos recordar el contexto de este salmo: los juicios de Dios en el desierto hacia su pueblo rebelde. En el polvo del desierto, muchos murieron por su incredulidad y no entraron en la tierra prometida (véase He. 3:19). La fragilidad del hombre queda patente en Números, donde "Dios no se agradó de la mayor parte de ellos, y por eso quedaron tendidos en el desierto" (1 Co. 10:5). En este sentido, también leemos en Eclesiastés 7:2: "Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón". Podemos meditar diariamente en la muerte, en los cientos de miles de almas que diariamente pasan a la eternidad, como "vuelven al polvo". Esto nos impulsará en dos direcciones: vivir para anunciar el evangelio a estas almas eternas y redimir el tiempo que nos queda en esta tierra, usándolo para su gloria. Verdaderamente, como cristianos, no esperamos la muerte, sino la venida del Señor a buscarnos. Sin embargo, la fragilidad de nuestra "tienda" debe llevarnos a vivir cada segundo para el Señor. La última exclamación de los salmos es: "Todo lo que respira alabe al SEÑOR" (Sal. 150:6). ¡Oh, que cada respiro lo usemos para su gloria!


Sin embargo, también podemos meditar en aquellos que, siendo verdaderos hijos de Dios y siervos de Cristo, han dejado esta escena para ir a la presencia del Señor. En Hebreos 11:38 se nos dice que el mundo no era digno de ellos. Pedro habla de que, mientras estuviera en su tienda, buscaba estimular a los creyentes recordándoles las palabras de Dios. ¡Cuánto aliento estas palabras debieron generar en los creyentes cuando Pedro fue martirizado por la causa de su Señor! Y en 1 Corintios 15:29 leemos de los que "se bautizan por los muertos", es decir, aquellos que entran en las filas del ejército de Cristo y llegan a ocupar el lugar que dejaron vacío aquellos que han partido a la presencia del Señor. En este aspecto, es importante tener en cuenta que una generación va reemplazando a la otra, y esto apela a nuestra responsabilidad. ¿Cómo usamos nuestros días para que no haya un "vacío" entre generaciones? Oh, queridos hijos de Dios, ¡acordémonos de nuestro Creador desde los días de nuestra juventud!


El juicio de Dios


Desde el versículo 7 al 11, Moisés sin duda está haciendo un recuento de los juicios de Dios y su ira desplegada hacia el pueblo debido a su incredulidad y transgresión. El cristiano puede descansar en el hecho de que Dios ha juzgado nuestros pecados en la persona de Jesucristo, de manera que "al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado" (2 Co. 5:21). La pregunta: "¿Quién conoce el poder de tu ira, y tu furor conforme al temor que se debe a ti?" (v. 11) nos debe llevar a las tinieblas del Gólgota, donde nuestro adorable Salvador cargó con el juicio de nuestros pecados. ¡Oh! ¿He de vivir mis días en pecado y transgresión, sabiendo que Jesús cargó con todo aquello durante las tres horas de tinieblas? Escúchalo decir, querido amigo creyente: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Haz que estas palabras calen hondo en tu corazón.


En Hebreos 12 somos exhortados a fijar nuestros ojos en Jesús mientras corremos la carrera. Al final del mismo capítulo se nos dice que no podemos fijar nuestros ojos en él si toleramos el pecado en nuestra vida: "Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He. 12:14). Con ese propósito, Dios nos disciplina "para que participemos de su santidad" (He. 12:10) y así nuestros ojos sean fijados en Jesús, sin el obstáculo del pecado.


En los versículos 10 y 11 del salmo 90 encontramos palabras que comúnmente son citadas para hacer referencia a cuánto vive el hombre. Si bien esta aplicación no está mal hacerla, el contexto del salmo nos dice que se refiere principalmente a los israelitas en el desierto. Debido a los juicios del desierto, todos los hombres de guerra mayores de 20 años murieron, de manera que, antes de entrar a la tierra prometida, muy pocos alcanzaban 70 años, y los más "robustos", como Caleb, llegaban a los 80 años (véase Josué 14:11).


También podemos "contar nuestros días" cuando honramos a nuestros "ancianos", interesándonos en su vida de fe y siguiendo el ejemplo que nos han dejado. Podemos ver en ellos la robustez de una vida de comunión con el Señor Jesús y un servicio hacia él. ¡Oh, Señor, danos más de estos hermanos, que son modelo para el rebaño!


En el versículo que estamos considerando, leemos que el corazón es el que ha de recibir sabiduría. No se trata de una aprehensión intelectual de todas estas cosas. Nuestro corazón debe ser afectado y nuestras motivaciones juzgadas y edificadas a la luz de todo lo que hemos estado diciendo. Salomón, cuando pidió sabiduría, oró diciendo: "Da, pues, a tu siervo un corazón con entendimiento (literalmente: que sepa escuchar)" (1 R. 3:9). Que sepamos escuchar los testimonios de Dios, y que, al contar nuestros días, crezcamos en sabiduría.


Petición final

Si bien todo el salmo es una oración, a partir del versículo 13 hasta el final se realiza una petición particular. Moisés ha meditado en la eternidad de Dios y la transitoriedad del hombre a la luz de la experiencia en el desierto. Ahora ruega por la misericordia del Señor, que sus corazones se dirijan a él en alabanza y canción, y que puedan recibir la alegría que proviene de Dios. Pide que la obra de Dios sea manifestada a sus "siervos" e "hijos", y que la gracia del Señor esté sobre ellos.


¡Oh, que contar "nuestros días" y meditar en ellos nos lleve a hacer la misma oración que Moisés! Que día a día adquiramos sabiduría y doblemos nuestras rodillas ante nuestro Señor Jesucristo, en gratitud y alabanza, pero también en petición por una vida más consagrada y cercana a él.


El Salmo 91 y 92


En el salmo 91 tenemos el ejemplo del Mesías y su inquebrantable confianza en Dios. Los ejercicios de corazón que hemos considerado en el salmo 90 nos deben llevar a meditar en la vida del Señor Jesús tal como está reflejada en los evangelios. Las "palabras de gracia" que salían de su boca, su "compasión" hacia las multitudes que eran como ovejas sin pastor, su paciencia hacia sus discípulos errantes, su misericordia hacia los pecadores... Además, sus huellas fijan el rumbo directo por el cual andar.


Es interesante que a Josué, quien caminó codo a codo con Moisés y fue quien continuó la obra en la tierra prometida, se le dice: "No te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas" (Jos. 1:7). Nosotros tenemos el ejemplo del Señor Jesús para seguir en sus pisadas y "andar como él anduvo", y así no apartarnos ni a derecha ni a izquierda.


El salmo 92 contiene una alabanza completa, sin hablar de los fracasos del desierto. Este es el objetivo de nuestro Dios para nuestros días: que meditando en estas cosas surja en nuestro corazón una adoración ininterrumpida hacia él, en espíritu, alma y cuerpo, y que florezcamos como la palma, crezcamos como cedros en el Líbano, dando fruto incluso en nuestra vejez, vigorosos y fuertes, para así anunciar la justicia del Señor, en quien no hay injusticia (véase Sal. 92:12-15).

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