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La agonía de la oración

"Estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lucas 22:44)

La oración no es algo difícil de entender, pero sí difícil de practicar. ¿Cuándo fue la última vez que tu corazón se afligió por aquellos por los que intercedías al punto que tu cuerpo entero agonizó, junto con tu mente y tu corazón (He. 5:7)?


Somos una generación que le gusta evitar el dolor a toda costa. Por eso hay tan pocos intercesores. La mayoría de los cristianos operan en los niveles más superficiales de la oración, pero Dios quiere llevarnos a los niveles más profundos de la oración de intercesión, los cuales solo unos pocos llegan a experimentar. La intercesión profunda y prolongada es dolorosa. Implica permanecer ante Dios cuando todos los demás se han ido o están durmiendo (Lc. 22:45). Implica experimentar quebrantamiento delante del Padre por aquellos que se rebelan continuamente contra Él. ¿Cuántos de nosotros experimentamos este tipo de ferviente intercesión?


Ansiamos un Pentecostés en nuestras vidas y en nuestras iglesias, pero no hay Pentecostés sin Getsemaní y sin la cruz. ¿Cómo podemos madurar en nuestra vida de oración? Orando. Cuando no tenemos ganas de orar, precisamente ese es el momento en que debemos hacerlo. No hay atajos para la oración. No hay libros que leer, seminarios a los que asistir o lemas inspiradores que memorizar para transformarnos en intercesores. Esto sólo se consigue cuando nos dedicamos a la oración.


¿Por qué no aceptar la invitación de Dios a convertirte en intercesor? No permitas conformarte con una oración superficial y centrada en ti mismo. Permanece con Dios en oración hasta que Él te lleve a orar al nivel que Él quiere.


HB.RB.


Traducido de https://juengerschaft.org/

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