El mal del individualismo — Esperarse unos a otros
- F. B. Hole
- 5 jun
- 12 Min. de lectura
“Espérense unos a otros” (1 Corintios 11:33)

Así como es necesario evitar el sectarismo si queremos andar en comunión conforme al modelo apostólico, también es necesario rechazar el individualismo, que en ciertos aspectos representa el extremo opuesto.
Para despejar posibles malentendidos, reafirmemos que aceptamos plenamente la declaración —tantas veces repetida— de que en días cuando la unidad visible y el orden exterior de la iglesia profesante se han quebrantado, el camino de la fe se vuelve individual. Esto significa que cada uno debe iniciar y mantener este camino con la fuerza de la fe personal. 2 Timoteo 2:19-22 lo demuestra claramente. Las responsabilidades y privilegios mencionados allí se aplican a "todo aquel" y a "alguno", y todo el pasaje está dirigido específicamente a Timoteo como creyente fiel, no a una iglesia. Por lo tanto, cuando se obedece el versículo 22, los que siguen así la justicia, la fe, el amor y la paz son simplemente miembros (individuales) del cuerpo de Cristo que caminan juntos en la verdad.
Todo eso lo reconocemos plenamente. Y, sin embargo, debe afirmarse con igual claridad que tales miembros del cuerpo de Cristo, que caminan juntos, solo caminarán en la verdad si se dejan gobernar por la verdad en su totalidad. No sirve de nada ignorar la verdad referente a la Iglesia de Dios.
Supongamos que tenemos ante nosotros una reunión de creyentes. Entonces deberíamos señalarles, en primer lugar, que no deben asumir ser lo que no son. No son la Iglesia, ni tampoco una iglesia en el sentido de ser un cuerpo colectivo independiente con su propia constitución. Son simplemente miembros del cuerpo de Cristo (que es la Iglesia) que procuran reunirse y andar conforme a su constitución original.
Pero, en segundo lugar, debemos señalar que el quebrantamiento y fracaso sobrevenido en la Iglesia profesante no nos exime de la responsabilidad de andar según todo lo que la Escritura indica como la voluntad del Señor para Su Iglesia. Si queremos obedecer y agradar al Señor, no tenemos libertad para imponer nuestra acción, juicio o ministerio individual por encima de la comunión práctica en estas cosas — ya sea como personas individuales o como congregación de creyentes.
El caso de los corintios
Los creyentes en Corinto, según escribió el apóstol Pablo, eran carnales y andaban como hombres, lo que los llevó a caer en el sectarismo al formar grupos alrededor de sus líderes favoritos. Además, era evidente que se estaban afirmando indebidamente su individualidad, y este individualismo estaba causando estragos en la congregación. A continuación, examinaremos las evidencias de este falso principio según las encontramos en la Primera Epístola a los Corintios.
En 1 Corintios 10 se aborda la cuestión de la asociación con los ídolos y la idolatría. El apóstol comienza con la historia de Israel como pueblo profesante de Dios, mostrando cuán catastróficas fueron estas asociaciones. Esto conduce a la exhortación del versículo 14. A partir del versículo 15, el apóstol desarrolla su argumento basándose en el significado de la Cena del Señor. La copa y el pan representan la sangre y el cuerpo de Cristo, siendo además los elementos de comunión con Su sangre y Su cuerpo. Todos participamos de un mismo pan como un solo cuerpo (véase 1 Co. 10:17), no como creyentes aislados o independientes. Así, la Cena del Señor se presenta en su significado esencial, donde el individualismo queda claramente excluido.
Diferencia entre "reuniones de iglesia" y la Iglesia
En 1 Corintios 11:17, el apóstol extiende su ministerio correctivo para abordar los errores y abusos presentes en sus reuniones de iglesia. Debemos distinguir, por supuesto, entre la iglesia en Corinto y sus reuniones específicas como iglesia. Los creyentes en Corinto se reunían ocasionalmente para ser ministrados por siervos del Señor —por ejemplo, para escuchar a Apolos y recibir su instrucción (véase Hch. 18:2). Tales reuniones no eran “reuniones de iglesia” (o “asamblea”) en el sentido en el que usamos esta expresión, es decir, convocatorias oficiales de la iglesia como tal, bajo la sujeción a su Cabeza resucitada, actuando por su Espíritu en medio de ellos. Los creyentes en Corinto podían reunirse “como iglesia” para diversos propósitos: para disciplina (véase 1 Co. 5), para partir el pan en la Cena del Señor (véase 1 Co. 11), para el ministerio de edificación, exhortación y consolación (véase 1 Co. 12 y 1 Co. 14:1-5), y para oración y adoración (véase 1 Co. 14:9-17).
Divisiones manifiestas en las reuniones de iglesia en Corinto
En primer lugar, con respecto a sus reuniones de iglesia, el apóstol aborda las divisiones existentes entre ellos, las cuales se manifestaban claramente cuando se reunían “como iglesia" (véase 1 Co. 11:18). Este sectarismo, que puede generar grupos selectos y exclusivos alrededor de un maestro o predicador preferido, está íntimamente relacionado con el individualismo, pues surge de una valoración exagerada de la importancia del individuo que se vuelve el centro del grupo. Como resultado, los santos terminan ‘asiéndose’ al líder del grupo en lugar de ‘asirse’ a la Cabeza, que es Cristo.
Individualismo en la Cena del Señor
En el versículo 20, el apóstol habla de las reuniones de iglesia para comer la Cena del Señor. Allí existían graves abusos, pero lo que nos interesa destacar es que, al participar de lo que decían ser la Cena del Señor, cada uno comía "su propia cena" (v. 21). Habían individualizado tanto este santo memorial que estas reuniones eran escena de desórdenes impropios, con cada persona comiendo por su cuenta. Por eso el apóstol exhorta en el versículo 33: "Así que, hermanos míos… espérense unos a otros".
Todo esto es extremo y escandaloso, y sería completamente inexcusable si ocurriera en la actualidad, pues tenemos la Palabra de Dios en nuestras manos de una manera que los corintios no tenían. No obstante, debemos estar atentos contra manifestaciones más sutiles del mismo mal. Es cierto que partimos el pan y bebemos la copa de manera individual, pero lo hacemos como miembros de un solo cuerpo, en conformidad con el único pan del cual participamos.
Los dones o manifestaciones del Espíritu
En 1 Corintios 12 se aborda el tema de los dones o manifestaciones del Espíritu. Estos se encontraban en distintos miembros del cuerpo, según el Señor en su sabiduría quiso ordenar, pero se daban a individuos en vista del conjunto: “A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común”, y este bien común ("provecho" en RVR60) es para todo el cuerpo, como muestran los versículos siguientes.
Ahora bien, para que un miembro dotado por el Señor se niegue a sí mismo —algo profundamente necesario, pues la posesión del don lo puede llevar a la soberbia, por poseer el don, o al deseo de complacerse a sí mismo en el ejercicio del mismo— es esencial que se deje gobernar completamente por el amor de Dios. Esta es la razón por la cual se incluye el magnífico capítulo 13 como un paréntesis.
Individualismo en las reuniones de edificación
1 Corintios 14 retoma el hilo del capítulo 12 y nos muestra las “reuniones de iglesia” de los corintios dedicadas al ministerio, la oración y la adoración. El individualista, al levantarse y hablar en lenguas desconocidas, solo se edificaba a sí mismo (v. 4), contrario al propósito divino de que la iglesia congregada fuese edificada.
El versículo 26 es muy revelador. En sus “reuniones de iglesia”, cada uno tenía salmo, enseñanza, lenguas, revelación e interpretación. Los versículos siguientes regulan el uso de estos dones, y el versículo 31 específicamente aclara que era apropiado que cada uno participara, pues todos podían profetizar uno por uno —no necesariamente en una sola ocasión, desde luego—, y había libertad para todos según el Señor los dirigiera en diferentes momentos. Sin embargo, el verdadero problema no era que tuvieran algo para compartir, sino su actitud individualista que ya había degradado la Cena del Señor a una comida personal. Transformaron lo que debía ser la iglesia del Señor, donde él gobierna y dirige por su Espíritu, en una simple reunión informal donde cada uno se consideraba a sí mismo, individualmente, con sus propias ideas y contribuciones, las cuales deseaban ansiosamente añadir al conjunto.
La diferencia entre el funcionamiento de las reuniones de iglesia guiadas por el Señor y las reuniones individualistas —al estilo de los corintios— es como la diferencia entre una colcha de lino finamente tejida y una hecha de retazos. La Biblia misma, aunque consta de 66 libros escritos en distintas épocas por diferentes autores, mantiene una unidad divina porque fue escrita bajo la inspiración del Espíritu de Dios. De manera similar, cuando la reunión “como iglesia” está bajo el control del Espíritu de Dios en sus actividades —ya sea en el ministerio, la oración o la adoración— esta misma unidad se hará manifiesta. Y cuanto más sometida esté al Espíritu, más evidente será esta unidad.
El Espíritu de Dios debía tener control absoluto en las reuniones de iglesia. Tanto así, que cuando un profeta estaba hablando —presumiblemente bajo el impulso del Espíritu— y otro profeta sentado recibía una revelación, el primero debía reconocerlo como señal para concluir su intervención, tomar asiento y ceder la palabra al segundo.
Individualismo en la actualidad
En las organizaciones religiosas de la cristiandad, donde predomina el ministerio de una sola persona junto con formas y costumbres litúrgicas, esta parte de la Escritura ha quedado reducida a letra muerta. Sin embargo, es lamentable que incluso en reuniones de creyentes que están libres de tales restricciones, con libertad para el ministerio, puedan degenerar en encuentros de tipo individualista como el de los corintios. De hecho, esto será inevitable mientras no nos comprometamos a mantener presente la verdad de la Iglesia en su comunión práctica y en su funcionamiento. Aunque ninguna congregación de creyentes hoy en día puede ser más que la reunión de algunos miembros del cuerpo de Cristo, estos, si desean ser obedientes, deben actuar según toda la verdad concerniente a la Iglesia cuando se congreguen.
Individualismo en la disciplina
Para concluir esta breve revisión de la epístola, observemos que la disciplina y exclusión mencionadas en 1 Corintios 5 requerían una acción colectiva de la iglesia en la localidad. Si bien la energía e intervención apostólicas son prominentes en los versículos 4 y 5 —pues la conciencia de los corintios aún estaba dormida—, la acción final prescrita en el versículo 13 reviste el carácter de toda la iglesia local.
La segunda epístola muestra que esta acción fue ejecutada, y que "la mayoría" —es decir, la mayoría de los creyentes en la iglesia— participó en ella (2 Co. 2:6). La primera epístola generó tal celo (véase 2 Co. 7:11) que la gran mayoría se reunió solemnemente para expulsar al ofensor de entre ellos. Hoy, lamentablemente, los creyentes suelen estar tan apáticos que solo unos pocos se reúnen cuando surge una situación tan triste, y el castigo termina siendo aplicado por ‘unos pocos’ en lugar de "la mayoría".
Todavía es posible reunirse sobre estos principios
Si ahora consideramos por un momento cómo se aplican hoy estas correcciones e instrucciones apostólicas, pronto nos daremos cuenta de cuánta necesidad hay de atender a las enseñanzas de 1 Corintios 14. Todavía es posible que unos pocos creyentes se reúnan sobre los principios de iglesia , aunque solo representen una fracción de los que componen la Iglesia en su localidad. Así reunidos, pueden partir el pan, orar o esperar en el Señor para recibir ministerio a través de dos o tres de sus siervos — lo que solemos llamar una ‘reunión abierta’. ¿Estamos libres del individualismo en tales ocasiones? De ningún modo.
Con cuánta frecuencia notamos acciones —acciones que individualmente consideradas pueden ser muy buenas— que, sin embargo, están claramente fuera de armonía con lo que ha precedido o con lo que sigue. Himnos de alabanza y oraciones de agradecimiento que, aunque hermosos en sí mismos, resultan evidentes desajustes si se los juzga desde el punto de vista de la dirección del Espíritu en la iglesia. O momentos de oración en los que la misma petición es repetida por varios hermanos, olvidando aparentemente que el primero en expresarla fue guiado por el Espíritu para hablar como portavoz de los presentes, y que todos deberían haberla hecho suya al decir "Amén" al final. Salvo en casos excepcionales, tales repeticiones son innecesarias. ¡Con cuánta frecuencia también se nota esa tendencia a llegar con 'su propio himno', 'su propia oración', 'su propia lectura' que deben compartir a toda costa!
Además, debemos tener cuidado también con una forma de individualismo que ha sido llamada 'independencia'. Puede manifestarse en un creyente que afirma su juicio o sus acciones por encima de la iglesia local a la que pertenece, o en una iglesia local que actúa con total indiferencia hacia otras iglesias locales que también procuran caminar en obediencia al mismo Señor.
Algunos podrían objetar que la Escritura habla poco sobre estos errores. Lo reconocemos. El caso de Diótrefes (3 Juan) es relevante, pero estos problemas son principalmente característicos de los últimos siglos de la historia de la Iglesia. En los comienzos, la autoridad apostólica servía como freno al individualismo. Hoy estamos más expuestos a esta tendencia, pues al procurar andar de nuevo conforme a la verdad, no tenemos entre nosotros autoridad apostólica presencial —solo sus escritos inspirados— ni ancianos designados apostólicamente como en el principio.
Nuestra situación es similar a la de los judíos que volvieron a Jerusalén bajo el liderazgo de Zorobabel, Nehemías y Esdras. Carecían de rey y tenían un sacerdocio incompleto. Hubiera sido insensato —incluso temerario— pretender una autoridad que no poseían al intentar nombrar un rey o designar sacerdotes por iniciativa propia. Sin embargo, la ausencia de estas estructuras externas no los eximía de su obligación de obedecer la Ley en su totalidad.
Hoy, por tanto, necesitamos una gracia y sabiduría especiales. No pretendemos obstaculizar a los siervos del Señor, pero estos deben recordar que son miembros del cuerpo de Cristo. Si profesan andar en obediencia a toda la verdad sobre la Iglesia, junto con todos los que estén disponibles para ello, deben tener presentes estas cosas. Lo que es correcto para el individuo también lo es para la iglesia local. Por ello, debemos evitar cuidadosamente caer en la posición independiente conocida como 'congregacionalismo'.
Es cierto que ha habido fracasos, tanto de creyentes individuales como de reuniones locales, respecto a estas cuestiones, y si el Señor aún tarda, habrá más. Entonces, ¿qué debemos hacer?
Nuestra responsabilidad es actuar bajo la autoridad del Señor, esto es, obedecer su Palabra. Los creyentes reunidos mantienen hoy la autoridad para ejercer disciplina, según indican Romanos 16:17-18; 1 Tesalonicenses 5:14; y 2 Tesalonicenses 3:6, 14-15. Incluso en el caso grave de Diótrefes, el apóstol no instruyó a Gayo ni a Demetrio que tomaran medidas severas, sino que él mismo se encargaría del asunto cuando llegara. El individualismo no debe combatirse con más individualismo, ni el espíritu de división puede corregirse, según Dios, con un espíritu de confrontación. Si actuamos con celo imprudente, arriesgamos que el remedio sea peor que la enfermedad: colar el mosquito y tragarnos el camello.
Al escribir estas líneas, reconocemos que puede llegar un momento en que la acción individual no solo está permitida, sino que es ordenada por la Escritura, como enseña 2 Timoteo 2:16-21. Ese momento llega cuando el mal ha entrado de tal manera que pone en peligro la fe al atacar los fundamentos. Si tal situación rebasa la capacidad de la iglesia local para actuar, entonces el creyente debe tomar posición por su cuenta, en fidelidad a su Señor.
En esa posición debemos actuar conforme a toda la verdad de la Iglesia y de la comunión apostólica, no con un espíritu de individualismo. Si esa posición se abandona o se corrompe por infidelidad, entonces una vez más recae sobre el creyente la responsabilidad de actuar individualmente, según 2 Timoteo 2, para ocupar un terreno aprobado por Dios y mantener su pureza personal.
Nuestra posición actual —si verdaderamente nos reunimos en el nombre del Señor— es fruto de una acción individual tomada en fidelidad al Señor. Desde esta posición, debemos actuar conforme a toda la verdad de la Iglesia y la comunión apostólica, no con espíritu individualista. Si por infidelidad esta posición se abandona o corrompe, entonces el creyente debe actuar individualmente de nuevo, según 2 Timoteo 2, para ocupar un lugar aprobado por Dios y mantener su pureza personal.
¿Círculos de comunión?
Una última aplicación de esta verdad. Durante los últimos quince años (el escritor vivió entre los años 1874 y 1964) esto, se ha debatido extensamente sobre el carácter no bíblico de los «círculos de comunión». Cuando estos círculos se basan en la premisa "Yo soy de Pablo" o se forman para defender ciertas verdades específicas, coincidimos en que son erróneos. Sin embargo, no debemos olvidar que en el día de Pentecostés existía un verdadero «círculo de comunión» en Jerusalén: comenzó con 120 personas por la mañana y creció a más de 3.000 por la noche. Este círculo constituía «la comunión apostólica».
Más tarde, en Corinto, este círculo formado por Dios fue amenazado por círculos sectarios —aún no separados externamente, pero sí ya partidos dentro de la iglesia— fruto de su carnalidad. En este sentido, 1 Corintios 11:18-19 es muy revelador: “Porque es necesario que entre ustedes haya bandos (divisiones en RVR60)”. No había tal necesidad entre los filipenses o los efesios, donde la frescura espiritual prevalecía. Pero si los creyentes andan en la carne, las manifestaciones carnales son inevitables. Sin embargo, estas solo sirven para resaltar a quienes permanecen fieles a lo que es divino, y que así son aprobados por Dios. Evidentemente, había algunos en Corinto que se negaban a alinearse bajo cualquiera de las banderas partidistas.
Es muy probable que cuando los bandos de "Pablo", "Apolos" y "Cefas" comenzaron a formarse, algunos creyentes más espirituales se negaran a unirse a estas divisiones. A los ojos de los más carnales, estos creyentes parecían simplemente formar otro partido más, aunque no fuera así. Aunque no pudieran demostrar lo contrario, ellos contaban con la aprobación de Dios y del apóstol. Esto debía bastarles.
Por tanto, aunque no deseamos formar un «círculo de comunión» más que de lo que deseamos formar «una iglesia», es necesario primero entender con precisión qué significa este término cuando alguien lo usa.
En segundo lugar, debemos asegurarnos de que el remedio propuesto contra los «círculos de comunión» no consista simplemente en permitir que cada individuo forme su propio círculo según le parezca. Si así fuera, estaríamos meramente reproduciendo el individualismo corintio bajo una nueva forma.
No deseamos «un círculo de comunión», pero sí anhelamos comunión. Es un tesoro precioso. Cuidémonos, entonces, de no hacer lo que dice un viejo refrán: «No hay que tirar el grano con la paja». A menudo, los ideales humanos se incrustan sobre la verdad; y al desechar la costra, corremos el peligro de perder también la verdad. Mejor sigamos el mandato: “Espérense unos a otros”.
Traducido de www.stempublishing.com Subtítulos añadidos por el traductor para ayudar a la lectura, énfasis también añadido
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