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J. P. Svetlik

El Dador de la promesa


Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”. (Mateo 17:8)


La fe viva no solo se enfoca en las promesas de Dios, sino que tiene a Dios mismo ante sus ojos. No es simplemente cuestión de creer en las promesas bíblicas, sino de depositar nuestra confianza en el Dios vivo, el Autor de las Sagradas Escrituras. La fe confía en que él es digno de tal confianza. Confiar en Dios es el acto más racional, saludable y lógico que una persona puede realizar.


Jeremías refuerza este concepto al decir: "Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová" (Jer. 17:7). Para nosotros, esto significa que no solo confiamos en las palabras y promesas de Jesús, ¡sino que lo convertimos a él en el foco de nuestra confianza! Cuando nuestros ojos están fijos en Cristo, ¡nos llenamos de fuerza y valentía! La fuerza no se apoya en la fe, sino en Aquel que es el objeto de nuestra fe.


En distintas ocasiones, las Escrituras presentan a Abraham como un ejemplo de fe. Por eso es muy instructivo ver en qué se centraba su fe. Pablo escribió al respecto en su Epístola a los Romanos: él escribió que Abraham creyó en “Dios… el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (véase Ro. 4:17). A la edad de 99 años, el patriarca llegó a conocer a Dios como el Todopoderoso (Gn. 17:1). Este nuevo conocimiento de su Creador fortaleció su fe y lo hizo dejar de centrarse en sí mismo para fijar sus ojos en el gran El-Shaddai.


En Job vemos algo similar: después de haber recibido una profunda revelación de la grandeza y la gloria de Dios, él dijo: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). ¿A qué conclusión llegó Job? “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2).


¡Entre más fijemos la mirada en el Dador de las promesas, más grande será nuestra fe en lo que él ha prometido! Por lo tanto, debemos enfocarnos en la grandeza, el poder y la soberanía de Dios. Esto nos ayudará a crecer en la fe, a confiar más en Dios y a poner nuestra seguridad en él.

En el Antiguo Testamento, David fue el varón conforme al corazón de Dios. Tenía una profunda conciencia de la grandeza de Dios, por lo que pudo decir: “Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable” (Sal. 145:3). También anhelaba ver a Dios y contemplar su hermosura (véase Sal. 27:4). Él sabía que era crucial tener el enfoque correcto, por lo que escribió: “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados” (Sal. 34:5).


Si un hombre del Antiguo Testamento podía hablar así, ¡cuánto más deberíamos hacerlo nosotros! ¿Por qué? Porque sabemos que a la diestra de Dios hay un Hombre glorificado. Los ojos de nuestro corazón pueden contemplarlo desde ahora por la fe, como está escrito: «Vemos… a Jesús… coronado de gloria y honra” (He. 2:9). Por eso se nos anima expresamente a hacer justo eso: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien… se ha sentado a la diestra del trono Dios” (He. 12:2 NBLA).


El secreto de nuestro fracaso es que miramos a las personas en lugar de a Dios. La Iglesia romana tembló cuando Martín Lutero miró a Dios. El ‘Gran Avivamiento’ estalló cuando Jonathan Edwards miró a Dios. Escocia se conmovió cuando John Knox miró a Dios. El mundo se convirtió en la ‘Iglesia de un solo hombre’ cuando John Wesley miró a Dios. Grandes multitudes fueron salvas cuando George Whitefield miró a Dios. Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
(Der kniende Christ, Herold Verlag)

En el libro de Isaías, se resalta el hecho de que Dios es único e incomparable en contraste con los ídolos creados por el hombre. En la época de Elías, cuando el pueblo de Israel se desvió tras uno de estos ídolos (Baal, el dios de la lluvia), el Creador eterno demostró su supremacía sobre todos los dioses. ¿Cómo lo hizo? Enviando fuego desde el cielo y posteriormente abriendo los cielos para desatar una lluvia torrencial.


Watchman Nee protagonizó una experiencia singular mientras predicaba el evangelio en China en compañía de otros predicadores.


Durante las festividades en la localidad china de Mei-hua, las familias realizaban visitas ceremoniales y quemaban incienso a sus antepasados. Los hombres se reían y hacían apuestas mientras se organizaban grandes banquetes y se ofrecían tributos a las deidades locales. Por la noche, los fuegos artificiales iluminaban el cielo.


Watchman Nee, junto con otros seis jóvenes predicadores, intentaron compartir el evangelio con las bulliciosas multitudes en medio de este ambiente festivo. Se dispersaron por la ciudad y predicaron en las esquinas de las calles. Algunos aldeanos se detuvieron a escuchar, pero la mayoría apresuraba el paso y seguían de largo. Finalmente, en el noveno día, Li Kuo-ching, el predicador más joven y recién convertido, frustrado, le gritó a la multitud: «¿Qué les sucede? ¿Por qué no creen?»


Un aldeano encogió los hombros y respondió: «¿Por qué deberíamos? Tenemos nuestro propio dios, Ta-wang [Gran Rey]. Su festividad se celebra en dos días y, durante 286 años, Ta-wang ha hecho que el sol brille durante los días de su celebración sin falta. Es un dios en el que podemos confiar».


Li, elevando la voz, declaró: «¡Entonces, les prometo que nuestro Dios, que es el Dios verdadero, hará que llueva durante la festividad de Ta-wang!»


Inmediatamente, los aldeanos mostraron interés. Era como un juego, un concurso. «¡De acuerdo!», exclamaron. «Si llueve el día de la fiesta de Ta-wang, entonces tu Jesús realmente es el Dios verdadero, y estaremos dispuestos a escuchar acerca de él».


La noticia del desafío de Li se propagó rápidamente por todo el pueblo. Cuando Watchman Nee se enteró, se sintió horrorizado. Li era joven e inexperto. Había desafiado la honra de Dios imprudentemente. ¿Qué iba a suceder si la voluntad de Dios era que no lloviera durante el día de la festividad? Si no llovía, entonces nadie los escucharía predicar acerca de Jesús en el futuro.

Sin embargo, esa noche, mientras los jóvenes oraban, Watchman Nee sintió que Dios le decía: «¿Dónde está el Dios de Elías?». Watchman Nee recordó que en la Biblia, el profeta Elías había desafiado a los sacerdotes de Baal de forma similar. Tanto Elías como los sacerdotes paganos habían levantado un altar y ofrecido un animal en sacrificio. Elías incluso había derramado cántaros de agua sobre su sacrificio. Pero solo el Dios de Elías, el único Dios verdadero, envió fuego del cielo que consumió el sacrificio.


Los siete jóvenes se emocionaron. Estaban convencidos de que el Dios de Elías, acerca de quien predicaban, enviaría lluvia el día de la fiesta de Ta-wang.


Al amanecer el día de la festividad de Ta-wang, los rayos del sol penetraban por las ventanas. Watchman Nee se sintió tentado a orar: «¡Oh, Señor, por favor haz que llueva!», pero una voz suave y apacible le decía: «¿Dónde está el Dios de Elías?». Así que, en lugar de suplicarle a Dios, los jóvenes simplemente se sentaron a desayunar. Cuando inclinaron la cabeza para agradecer a Dios por los alimentos, la lluvia empezó a golpear las tejas del techo. Cuando terminaron su primer tazón de arroz, la lluvia era intensa. Mientras comían su segundo tazón de arroz, la lluvia se volvió torrencial.


Ante las primeras gotas de lluvia, algunos de los aldeanos exclamaron a viva voz: «¡Jesús es Dios! ¡No creeremos más en Ta-wang!» Sin embargo, los adoradores de Ta-wang insistieron en hacer una procesión con su ídolo. ¡Seguramente su dios detendría la lluvia en el día de su fiesta! Sin embargo, cuando lo intentaron, las calles ya estaban inundadas y los participantes de la procesión se tropezaban y resbalaban. El ídolo cayó al suelo, quebrándose en el acto su mandíbula y su brazo izquierdo.


Traducido del libro "Living by faith"

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1 Kommentar


Buenas noches, excelente lectura, hace tanto bien,leer estos artículos,

Trató de compartirlos a las personas que se le serán de bendición como lo es para mí.

Gracias.


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