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El cristiano y el dinero

Tiempo de lectura: 8 minutos.

Traducción bíblica utilizada: RVR1960

En el Antiguo Testamento, la incredulidad del pueblo de Israel estuvo caracterizada por dos pecados: la idolatría y la fornicación. En el Nuevo Testamento, también se nos advierte fuertemente contra estas transgresiones, así como contra el amor al dinero, que es un peligro particularmente grande para los cristianos. En la segunda parte de la Palabra de Dios, encontramos muchas advertencias contra este peligro, así que haríamos bien en prestarles atención.


El amor al dinero en el Nuevo Testamento

Ningún escritor del Nuevo Testamento pasa por alto el tema del amor al dinero. Los escritores del Nuevo Testamento nos advierten repetidamente acerca del peligro de confiar en nuestros bienes materiales, ya que estos pueden desaparecer de la noche a la mañana. Nuestros ‘graneros’ pueden incendiarse y las indemnizaciones que nos entregan las aseguradoras no siempre son suficientes. Dios tiene muchos medios para recordarnos acerca de la transitoriedad de las riquezas. No siempre sucede a través de una baja dramática en el valor de nuestra cartera accionaria. Dios utiliza muchos medios y formas diferentes para alejarnos de la vana confianza en nuestros bienes (supuestamente) bien protegidos. Las personas que creen que la riqueza material puede brindarles seguridad están equivocadas. Hay muchos ejemplos en la historia de la Iglesia que lo demuestran.


Podemos aumentar nuestros bienes materiales enfocándonos en cuidar y aumentar nuestras posesiones, pero también podemos protegerla siendo indiferentes a las necesidades de otros. Esto último es condenado severamente por los escritores del Nuevo Testamento.


El Nuevo Testamento usa palabras clave para expresar la tendencia carnal del ser humano a enfocarse en lo material, lo que puede llevar a comportamientos egoístas como la avaricia, la codicia financiera, ser mezquinos con los pobres, o tener disputas por herencias. Esta actitud es peligrosa tanto para pobres como para ricos, y no debería ser justificada. A veces, los ricos quieren ser aún más ricos, incluso usando medios injustos, mientras que los pobres pueden envidiar a los ricos y esforzarse por volverse ricos también.


Algunos ejemplos de los escritores del Nuevo Testamento muestran cuán diverso es este tema:


Mateo: "Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones" (Mt. 19:21-22).


Marcos: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos… las avaricias" (Mr. 7:20-22).


Lucas: "Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Lc. 12:13-15).


Juan: "Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?" (1 Jn. 3:17).


Pablo: "Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas" (1 Ti. 6:10-11; véase también 1 Ti. 3:3, 2 Ti. 3:2, He. 13:5, etc.).


Santiago: "Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Stg. 2:15-17; véase también Stg. 5:1-5).


Pedro: "Tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición" (2 P. 2:14).


Judas:¡Ay de ellos! porque… se lanzaron por lucro en el error de Balaam" (Jud. 11)


Conocimiento y acción

Todo el mundo está de acuerdo con el siguiente mensaje del apóstol Pablo a Timoteo: "Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto" (1 Ti. 6:6-8). No necesitamos una revelación ‘especial’ para comprender que nacemos en este mundo sin ninguna posesión. Nacemos completamente desnudos. Lo mismo sucede al final de nuestra vida terrenal: no podemos llevar ni un solo centavo con nosotros al ‘más allá’.


Sin embargo, a menudo vivimos y actuamos como si nuestra riqueza material durará para siempre y dependemos de ella para ser felices y exitosos. ¡Qué visión tan limitada! Es un error pensar así. Si lees el libro del Eclesiastés en el Antiguo Testamento, entonces tendrás una visión correcta de este tema. Salomón tenía todo lo que alguien puede desear en términos terrenales, pero aún así, se sintió vacío por dentro.


El ejemplo de Alejandro Magno

Existe una leyenda sobre la muerte de Alejandro Magno que es muy instructiva. Especialmente si consideramos que este hombre llegó a una conclusión tan sabia a pesar de no ser creyente. Aunque debemos señalar que no podemos confirmar con certeza si esta anécdota sucedió tal como la hemos escuchado.


Alejandro era muy inteligente y había sido discípulo del gran filósofo y lógico Aristóteles. Aparentemente, Alejandro nunca olvidó las enseñanzas de su maestro. Este emperador macedonio llegó a ser el hombre más poderoso de su época. En muy poco tiempo, Alejandro conquistó y formó un imperio mundial. Dios ya lo había predicho a través de Daniel. Sin embargo, este hombre tan poderoso murió a la temprana edad de 33 años.


Antes de morir, se dice que le dijo a su comandante en jefe: «Este es mi último deseo, y debes cumplirlo». Consistía en que cuando fuera llevado a la tumba, sus manos debían colgar fuera del ataúd. Su comandante le respondió con asombro: «¿Qué clase de deseo es ese? Siempre se dejan las manos dentro del ataúd. ¿Quién ha oído alguna vez que se entierre a alguien con las manos hacia fuera?» Alejandro respondió: «Quiero mostrarle al mundo que me voy con las manos vacías. Esperaba volverme cada vez más grande y más rico, pero en realidad me volví cada vez más pobre. Cuando nací, tenía los puños cerrados, como si estuviera aferrándome a algo. Pero ante la muerte, no puedo irme con los puños cerrados. Los puños cerrados requieren vida, energía. Ninguna persona muere con los puños cerrados. ¿Quién puede cerrarlos ante la muerte?. Un muerto ha sido despojado de toda la fuerza y sus manos se abren por sí solas. Esto se debe a que un muerto no puede llevarse nada».

La experiencia de Alejandro Magno no es nuestro punto de referencia en la vida. Nosotros poseemos la Palabra de Dios. Dios mismo nos deja en claro que no podemos llevarnos ninguna de nuestras posesiones terrenales a la eternidad. Solo debemos estar dispuestos a escuchar a Dios. Sin embargo, la referencia de Alejandro Magno ilustra trágicamente lo que la Palabra de Dios nos enseña.


Riqueza celestial

Los cristianos poseen riquezas que superan con creces los bienes terrenales. Dios nos ha dado bendiciones espirituales en Cristo Jesús, bendiciones de naturaleza celestial, y que podremos disfrutar eternamente en el cielo. En cambio, el dinero y los bienes materiales quedarán en este mundo.


Entonces, ¿por qué nos aferramos tanto a ellos? ¿Por qué incluso entre los creyentes hay disputas por las herencias? En una ocasión, el Señor no quiso involucrarse en una disputa por una herencia (véase Lc. 12:14). A menudo, la herencia material nos resulta más importante que la herencia espiritual, la fe que vivieron nuestros antepasados. Ambicionamos riquezas terrenales en lugar de enfocar nuestro corazón en las riquezas celestiales.


Con qué facilidad confiamos en la riqueza material en lugar de confiar en nuestro Dios, quien nos preservará y nos ayudará en nuestros desafíos terrenales. A veces, Dios nos muestra lo efímero e inestable que son las posesiones terrenales. Sin embargo, en otras ocasiones, él permite que sigamos caminando con nuestro enfoque terrenal con el propósito de enseñarnos una lección mucho mayor. Tarde o temprano, o incluso cuando ya hayamos llegado al cielo, nos daremos cuenta de las pérdidas que ha significado seguir ese camino, y cómo Dios buscó enseñarnos una lección a través de esto.


¿Permanece el amor de Dios en nosotros?

Las palabras del apóstol Juan en su primera carta son especialmente conmovedoras: "Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?" (1 Jn. 3:17). Muchos cristianos poseen mucho más de lo necesario para vivir, pero a menudo les cuesta abrir sus manos cuando ven a sus hermanos y hermanas sufriendo necesidad. Dios nos prueba para ver si tenemos compasión por aquellos que necesitan ayuda y si estamos dispuestos a compartir nuestra abundancia con ellos. El amor es un concepto abstracto, pero siempre se muestra en acciones concretas. Dios nos ha mostrado su amor al entregarnos a su Hijo. Nosotros también mostramos nuestro amor hacia nuestros hermanos creyentes a través de acciones concretas. No podremos disfrutar del amor de Dios si no tratamos con amor las necesidades de nuestros hermanos y hermanas.


Pablo escribió: "Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo" (1 Ti. 5:8). Aunque este versículo se refiere específicamente a las viudas, podemos generalizarlo y aplicarlo a aquellos que han perdido su sostén financiero debido a las circunstancias de la vida. Los creyentes en nuestro entorno que están en esa situación necesitan especial cuidado de nuestra parte. Dios cuida de ellos, pero también desea que nosotros cuidemos de ellos.


Quienes se aferran al dinero y aman sus posesiones más que al Señor y a sus hermanos, tarde o temprano sufrirán las consecuencias de su codicia. Podemos hablar tan espiritualmente como queramos, pero si las buenas obras no adornan nuestras vidas, entonces nuestras palabras serán vacías y carecerán de valor. Dios no bendecirá tal actitud.


Quienes aman al Señor y, por lo tanto, aman a sus hermanos, lo demuestran con acciones concretas. Serán ricamente recompensados por ello. Por lo general, esa recompensa no será material. Sin embargo, también en este caso, el Señor no solo nos dará una recompensa en el futuro. Todo aquel que sea generoso y que sirva al Señor con sus bienes, recibirá "cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna" (Mr. 10:30). La recompensa del Señor siempre es abundante. La pregunta es: ¿Dónde buscamos nuestra recompensa?

Manuel Seibel


Traducido de: https://www.bibelpraxis.de/a3364.html

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