top of page

Los dones dados a la Iglesia

Traducción bíblica utilizada: NBLA

Las siguientes líneas son un extracto del libro "The Fellowship to which all christians are called" del autor A. J. Pollock

Este extracto trata acerca del tema de los dones, en un segundo extracto —que publicaremos luego— añadiremos el tema de los oficios locales de la iglesia.

Citando el Salmo 68:18, el apóstol Pablo escribió: "Cuando ascendió a lo alto, llevó cautivo un gran número de cautivos, y dio dones a los hombres... Y él dio a algunos... apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros" (Ef. 4:8, 11).


Por otro lado, también leemos en Efesios 2:20 que los creyentes han sido "edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular".


Cristo tiene el lugar supremo


Debemos defender con todas nuestras fuerzas el lugar supremo de Cristo. Él es quien le da el carácter a la iglesia y quien la edifica sobre la confesión de su Persona (véase Mt. 16:16-18). El apóstol Pedro, citando las Escrituras, escribió: "Yo, pongo en Sión una piedra escogida, una preciosa piedra angular" (1 P. 2:6) y luego añadió: "Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso" (1 P. 2:7 RV60). Cuando apartamos nuestros ojos de Cristo, perdemos de vista el centro fundamental de todas las cosas.


Si la tierra perdiera su relación correcta con el sol, inevitablemente resultaría en un desastre incalculable. Sucede lo mismo con Cristo y su Iglesia.


Esto se enfatiza aún más en la figura de la Iglesia como el cuerpo de Cristo. ¿De qué sirve un cuerpo sin cabeza? Claramente, la cabeza es vital para el funcionamiento del cuerpo. Del mismo modo, el remedio para los problemas de la iglesia en Colosas residía en asirse firmemente a la Cabeza, es decir, Cristo


Esto los libraría de los "filosofías y vanas sutilezas" —el modernismo— por un lado, y el estar ocupados en guardar ordenanzas tales como "no manipules, no gustes, no toques" —el ritualismo— por el otro (véase Col. 2:8,18-21). Asirse firmemente a la Cabeza significa mirar al Señor en gloria para sustento y dirección, manteniéndose en contacto con él.


El escritor oyó en una ocasión a un cristiano anciano decir con amable seriedad: «Hermanos, si nos asimos a la Cabeza, estaremos asidos los unos a los otros». Ciertamente, todo denominacionalismo y división son meramente los frutos de no asirse firmemente a la Cabeza.


Los apóstoles y profetas


Los apóstoles y profetas fueron el fundamento de la iglesia. Claramente ocuparon una posición importante y única. Su tarea consistió en introducir el cristianismo al mundo. Ellos debían cumplir ciertas cualificaciones para poder hacer esto.


Cuando el apóstol Pedro propuso elegir a un nuevo apóstol que ocupara el lugar vacante que había dejado Judas Iscariote, él enfatizó la importancia de elegir a alguien que hubiese acompañado a Jesús desde su bautismo en el Jordán hasta su ascensión, señalando claramente que el tal sería hecho "testigo con nosotros de su resurrección" (Hch. 1:22). Con el propósito de que la elección fuera de parte del Señor, los apóstoles echaron suertes.


La ordenación del apóstol Pablo fue excepcional y siguió un camino distinto. Su obra, vida y ministerio para el Señor fueron únicos y de vital importancia. En esto se manifiesta claramente la sabiduría de Dios.


Detenido por una luz más brillante que la luz del sol, él se convirtió por la visión que tuvo del Señor (véase Hch. 9:27) y por la propia voz del Señor desde el cielo. Entonces, Pablo pudo dar un testimonio poderoso de la resurrección del Señor. Más adelante, Pablo fue arrebatado al tercer cielo, en donde vio y oyó al Señor. ¿Existieron alguna vez credenciales apostólicas más extraordinarias que estas?


Una definición de don


La mejor definición para la palabra “don” que el escritor ha escuchado es la siguiente: «Es la expresión de una impresión». ¡Qué profunda impresión debió grabarse en las mentes de los apóstoles durante aquellos inolvidables tres años y medio junto al Señor! Presenciaron su maravillosa muerte expiatoria y, posteriormente, la verdad de la resurrección de Cristo se imprimió con fuerza en sus mentes, antes incrédulas.


Era la preparación del fuego, los carbones bien dispuestos, hasta que en el día de Pentecostés el Espíritu Santo encendió aquel fuego; y el testimonio apostólico ardió con fuerza.


¡Qué profunda impresión se grabó en Saulo de Tarso durante aquel inolvidable viaje a Damasco! Allí fue escogido para ser ministro y testigo "no solo de las cosas que[a]has visto, sino también de aquellas en que me apareceré a ti" (Hch. 26:16).


Además, se les otorgó la capacidad de expresar lo que había sido impreso en ellos, junto con la revelación completa del evangelio y la doctrina acerca de la iglesia de Dios en todos sus aspectos. El apóstol Pablo recibió una revelación más amplia que los demás. Cada uno fue dotado y equipado de manera única para la tarea específica que se les dio.


Los Hechos de los Apóstoles centran sus narraciones principalmente en los ministerios de los apóstoles Pedro y Pablo, con especial énfasis en este último. Las Epístolas, por su parte, exponen las doctrinas. De esta forma fue puesto el fundamento. Además, los profetas están asociados con los apóstoles en la colocación de este fundamento. Al leer 1 Corintios 14, deducimos cuál era la importante posición que ocupaban en las iglesias cristianas. Un profeta es aquel que revela la mente de Dios de una manera especial para un momento determinado. Aunque es común pensar que un profeta es aquel que predice eventos futuros, esto es solo una parte de su función y puede incluso estar ausente en algunos casos. La profecía del Nuevo Testamento se caracteriza por hablar "para edificación, exhortación y consolación" (1 Co.14:3). [1]


Debemos enfatizar dos puntos:


Primero, fueron ordenados divinamente, no humanamente. Pasar por un seminario teológico no imparte un don a un hombre. Los dones deben ser otorgados divinamente, "distribuyendo individualmente a cada uno según su voluntad" (1 Co. 12:11).


Segundo, creemos que en los primeros días de la iglesia hubo una poderosa acción del Espíritu de Dios, de tal modo que los creyentes caminaban con poder y gracia en tal plenitud, que los dones que les fueron otorgados operaban en su totalidad. En contraste con esto, hoy en día miles de creyentes ocupan posiciones en la iglesia profesante, siendo ordenados por hombres, y que poseen poca o ninguna cualificación para la labor que intentan realizar. En muchos casos, ni siquiera son convertidos.


La sucesión apostólica: una pretensión vacía


Las Escrituras no nos instruyen en ninguna parte a perpetuar el oficio apostólico de generación en generación, como era el caso del sumo sacerdocio en Israel. Por el contrario, se afirma que los apóstoles y profetas fueron usados para poner el fundamento. Un fundamento es algo que se coloca una sola vez. Hablar de sucesión apostólica es tan absurdo como pretender que el cimiento de un edificio se eleve piso por piso hasta el techo. Ni los apóstoles ni los profetas tuvieron sucesores –ellos mismos constituyeron el fundamento.


Es cierto que el apóstol Pablo delegó en Timoteo y Tito la tarea de nombrar ancianos en sus respectivas áreas de servicio. Sin embargo, no hay evidencia de que estos ancianos tuvieran autoridad para designar sucesores.


Quienes hoy afirman tener sucesión apostólica son herederos eclesiásticos de clérigos sedientos de poder. Estos buscan someter las mentes de las personas y sumergir al siglo 21 en la oscuridad de la Edad Media.


Las circunstancias del ministerio apostólico


En el día de Pentecostés, las únicas Escrituras disponibles eran las del Antiguo Testamento. Las copias manuscritas eran escasas y se encontraban principalmente en las sinagogas. Además, la capacidad de leer estaba limitada a unos pocos eruditos.


Imaginemos una ciudad con una sinagoga, donde los judíos se reunían, mientras que en sus corazones estaban unidos por un amargo rechazo hacia Jesús de Nazaret. Fuera de la sinagoga, reinaba la oscuridad pagana, con templos y sus horrendos ritos. A esta ciudad llegaron dos hombres: apóstoles de la fe cristiana.


La predicación de la cruz es tropiezo para los judíos y locura para los griegos, pues el hombre natural no puede discernir las cosas de Dios, pues estas se disciernen espiritualmente.


Estos apóstoles no contaban con un libro que recopilara la enseñanza cristiana tal como lo tenemos nosotros hoy en día en el Nuevo Testamento.


El mensaje apostólico era absolutamente revolucionario. "Esos que han trastornado al mundo han venido acá también" (Hch. 17:6), exclamaron los judíos fanáticos de Tesalónica. Este mensaje asestaba un golpe decisivo tanto al judaísmo anticristiano como al oscuro paganismo.


No es extraño entender que se necesitaba PODER —el poderoso poder de Dios, la fuerza del Espíritu Santo— para alcanzar, regenerar y salvar a los hombres, guiándolos hacia algo nuevo y contrario a todos los pensamientos humanos: la Iglesia de Dios.


Además, la única referencia que los nuevos conversos tenían sobre cómo el cristianismo transformaba vidas era la que observaban en quienes les traían el mensaje. Por eso, el apóstol Pablo podía decir: "Por tanto, los exhorto: sean imitadores míos" (1 Co. 4:16). Aunque hoy en día tal declaración podría parecer poco modesta para un siervo de Cristo, era apropiada viniendo de Pablo, quien la expresaba con una profunda conciencia de la gracia de Dios. Los creyentes en Corinto, ciudad famosa por su inmoralidad, dependían del ejemplo del apóstol para comprender el cristianismo práctico. De manera similar, Pablo le decía a Timoteo: "Pero tú has seguido mi enseñanza, mi conducta…" (2 Ti. 3:10).


Desde todas las perspectivas, los apóstoles y profetas desempeñaron un papel único y recibieron una gracia especial para ello. Su misión concluyó. El fundamento ha sido puesto.


Evangelistas


Un evangelista es, por definición, un mensajero de las buenas nuevas de Dios —el evangelio de su gracia. Las Escrituras ofrecen escasa información acerca del evangelista; Felipe es el único individuo específicamente llamado de esta manera.


Un evangelista no puede ser imitado; posee un don otorgado por el Señor ascendido, que lo conecta con las personas a través del evangelio. Se preocupa por las almas y se dedica a alcanzarlas con el evangelio. Es alguien caracterizado por su energía, iniciativa, dedicación a la oración y celo, todo ello motivado por una profunda compasión divina en su búsqueda por los perdidos.


El mundo entero es el campo de acción del evangelista. "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura" (Mr. 16:15) define tanto el alcance de su misión como la persistencia de su labor. Hombres de tal convicción han atravesado océanos y, entre pueblos paganos e incluso caníbales, han proclamado el evangelio transformador de la gracia de Dios.


Es llamativo que el evangelista no aparezca primero en la lista de dones, sino después de los apóstoles y profetas. Estos últimos fueron los instrumentos mediante los cuales, tras la formación inicial de la iglesia en Pentecostés, esta se expandió desde Jerusalén. Como resultado, se establecieron asambleas en diversos países, tal como se documenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles.


¿Por qué, entonces, el evangelista no ocupa el primer lugar en la lista? Se podría argumentar que su campo de acción es el mundo entero. ¿Acaso no son los nuevos convertidos la prioridad principal?


Ciertamente, el Señor mismo reunió a los primeros convertidos durante su ministerio terrenal, quienes luego formaron la iglesia primitiva en Pentecostés. Ese mismo día, el sermón de un apóstol fue el instrumento para la conversión de alrededor de 3.000 almas.


¿Por qué, entonces, el evangelista ocupa el tercer lugar? Sin duda, hay una razón para ello.


Permítanme utilizar una ilustración. Si alguien quisiera criar abejas, ¿cuál sería su primera acción? ¿Adquiriría primero un enjambre de abejas o una colmena? Si adquiriera un enjambre sin tener una colmena, ¿dónde pondría sus abejas? Su prioridad sería obtener una colmena y, una vez conseguidas las abejas, tendría un hogar apropiado para ellas.


Un evangelista fiel a la iglesia


Dios actúa de manera similar. Continuando con la ilustración anterior, los apóstoles y profetas construyeron la colmena —es decir, fueron utilizados para la formación de la iglesia de Dios en la tierra. De esta forma, ahora hay un lugar donde los convertidos pueden ser acogidos, cuidados y alimentados espiritualmente.


El autor presenció una vez una escena conmovedora en un parque en el extremo norte de Escocia, luego de que una helada y nevada intempestivas azotaron la región a finales de abril, devastando los brotes de los árboles frutales. Dos pequeños zorzales, más muertos que vivos, habiendo perdido el rumbo de su nido, estaban a punto de sucumbir ante el implacable frío.


De igual manera, un recién convertido es extremadamente vulnerable. Qué bendición es para el evangelista contar con una iglesia donde introducir a sus conversos, un lugar donde pueden ser nutridos en las cosas del Señor.


Se ha comparado al evangelista con un compás. Este instrumento consta de dos patas: una fija y otra móvil. La pata fija se mantiene inmóvil en el centro del círculo que se va a trazar, mientras que la móvil se extiende tanto como sea posible, abarcando un arco tan amplio como su longitud lo permita.


Por lo tanto, todo evangelista debería ser leal a la iglesia, otorgando a la verdad y los principios de esta su debido lugar. Teniendo esta base firme, debe salir al mundo guiado por el Señor para ejercer su don, y al ganar nuevos convertidos, su tarea es conducirlos de vuelta al centro desde el cual trabaja.


El evangelista responsable ante el Señor


El evangelista no está bajo el control o conducción de la iglesia, sino bajo la dirección y autoridad del Señor, y no debería depender vanamente de la comunión de sus hermanos.


Sin embargo, si el evangelista se desvía de la verdad de Dios en su labor, sus hermanos deberían intentar corregirlo y hacerlo volver de sus métodos o caminos erróneos. Si persiste en estas cosas, y estas son lo suficientemente graves, la iglesia tiene el deber de negarle su comunión en el trabajo que realiza. Hay amplio margen para el amor y la paciencia —"con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor" (Ef. 4:2). Si el espíritu de ese versículo caracterizara a los cristianos, estos no se equivocarían tanto como lo hacen.


Pastores y maestros


Las palabras escogidas para describir estos dones son muy claras. "Pastor" es el mismo término que en otros contextos bíblicos se traduce como "pastor de ovejas". "Maestro" evoca la imagen de un maestro de escuela o instructor.


El Pastor cuida de las ovejas: las protege de sus enemigos, busca pastos apropiados y las atiende cuando están enfermas o débiles. ¿No representa el carácter del Buen Pastor en Juan 10 un hermoso modelo del pastor en muchos aspectos? Ciertamente, el Buen Pastor dio su vida por las ovejas en su muerte expiatoria única, lo cual es único e inigualable. Sin embargo, en otros aspectos, el Señor se presenta como un modelo de pastor. De hecho, el apóstol Pedro se refiere al Señor como el Príncipe de los pastores (véase 1 P. 5:1-4), lo que sugiere que los demás pastores son, en efecto, sub-pastores que están bajo su autoridad.


El maestro, por su parte, se dedica a la instrucción. Su gozosa tarea es desplegar la Palabra de Dios al pueblo de Dios. ¡Cuán necesario es su trabajo! Necesitamos profundamente un conocimiento genuino de la Palabra: del evangelio, de la iglesia, de la historia de Israel, de las dispensaciones, del retorno del Señor y de la profecía. Además, requerimos comprender la influencia moral de la Palabra en nuestra vida diaria, la revelación de Dios como Padre, la persona del Señor, y toda la verdad que se relaciona íntimamente con la presencia y la morada del Espíritu Santo.


Los dones son para toda la iglesia


Un don no está limitado a un lugar específico. Un pastor o maestro puede ejercer su don dondequiera que se encuentre. De igual manera, un evangelista es un evangelista en cualquier lugar y tiene la libertad de usar su don donde el Señor lo guíe.


Los dones espirituales no se pueden fabricar mediante ordenación oficial. La única ordenación que realmente importa es «la ordenación dada por las manos traspasadas por los clavos».


[1] ¿Y qué hay de las cuatro hijas de Felipe, las cuales profetizaban (véase Hch. 21:9)?


Claramente, si el Espíritu Santo las impulsaba a realizar este servicio, este no podía estar en contradicción con la propia enseñanza del Espíritu Santo: "Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada" (1 Ti. 2:12). Podemos estar seguros de que las hijas de Felipe profetizaban entre mujeres y con modestia fraternal, lo cual está completamente alejado de la osadía que vemos en la actualidad en muchos lugares.

Comments


ARTICULOS RECIENTES

© 2020 Granos de Vida (Chile)

  • Facebook - Grey Circle
  • Twitter - Grey Circle
  • Instagram - Grey Circle
bottom of page