La disciplina por parte de la asamblea tiene un doble carácter: interno y externo. En nuestras familias, siempre corregimos en el interior de la casa a quien ha cometido una ofensa antes de recurrir a una medida extrema como expulsar a quien ha cometido un gran agravio. En la Palabra de Dios, encontramos establecido un orden similar en relación con los creyentes.
La disciplina interna
Consideremos el pasaje de 2 Tesalonicenses 3:6-15.
“Ahora bien, hermanos, les mandamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la doctrina que ustedes recibieron de nosotros. Pues ustedes mismos saben cómo deben seguir nuestro ejemplo, porque no obramos de manera indisciplinada entre ustedes, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que con dificultad y fatiga trabajamos día y noche a fin de no ser carga a ninguno de ustedes. No porque no tengamos derecho a ello, sino para ofrecernos como modelo a ustedes a fin de que sigan nuestro ejemplo. Porque aun cuando estábamos con ustedes les ordenábamos esto: Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque oímos que algunos entre ustedes andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo. A tales personas les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan. Pero ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien. Y si alguien no obedece nuestra enseñanza en esta carta, señalen al tal y no se asocien con él, para que se avergüence. Sin embargo, no lo tengan por enemigo, sino amonéstenlo como a un hermano.”
En estos versículos, el apóstol Pablo instruye a los hermanos a apartarse de aquellos creyentes que viven de manera desordenada, en contra de las enseñanzas recibidas. Esta instrucción no implica una exclusión total de la comunión de la iglesia, ya que su comportamiento descuidado aún no ha dado como resultado un pecado manifiesto. Sin embargo, este tipo de personas necesitan una forma de disciplina interna. El apóstol aconseja a los creyentes a no interactuar con tales personas para que se avergonzaran de su comportamiento; no debían tratarlos como a enemigos, sino que debían amonestarlos fraternalmente por el bien de sus almas.
Actuar correctamente en estos casos exige gran sabiduría y discernimiento espiritual. Debemos evitar usar lo sagrado y divino para justificar prejuicios personales, lo cual es una tendencia de la naturaleza humana. Al tratar con creyentes que se comportan desordenadamente, estamos actuando en nombre de Dios, no por interés propio. Toda acción debe realizarse de una forma que glorifique a Dios.
Si se comprendiera mejor este aspecto de la disciplina, practicándola con fe, probablemente se evitaría el dolor y la vergüenza asociados a la exclusión, la medida más extrema posible.
Romanos 16:17-18 y Tito 3:10-11 también abordan la disciplina interna, pero se enfocan en un tema diferente: la creación de divisiones entre los creyentes. El apóstol Pablo le ordenó a Tito que amonestara a tales personas hasta dos veces. Si no se arrepentían después de estas dos advertencias, Tito debía evitar a los tales. En conjunto, los hermanos debían reconocer a tales personas y también evitarlos. El principio que Pablo utiliza es el siguiente: sin seguidores no hay ‘líderes’. La adulación y la alabanza hacia ciertos ‘héroes’ es algo fatal para la comunión de la Iglesia de Dios. Tales cosas conducen a la exaltación indebida de ciertos siervos de Cristo y al menosprecio de otros, quienes de igual forma (o quizás más aún) son enviados por Dios. Pablo sufrió mucho por esto en sus días, y muchos fieles han lamentado el mismo mal desde entonces.
Prestemos mucha atención a las exhortaciones del apóstol en este asunto. Cuando sea evidente que el objetivo de alguien es crear su propio ‘grupo’ o ‘partido’, convirtiendo a uno o más siervos de Cristo en una especie de centro de reunión, debemos mostrar nuestra sincera desaprobación evitándolos por completo. Esto es beneficioso para sus almas, para los creyentes en general y para la gloria de Dios
La disciplina externa
En ocasiones, es necesario aplicar la disciplina externa. Un ejemplo solemne de esto lo hallamos en 1 Corintios 5. En este caso, había un fornicario en la iglesia, y los creyentes se encontraban en tan mala condición espiritual, que ni siquiera se lamentaban por ello.
El apóstol Pablo enfatizó la responsabilidad de la iglesia de actuar en nombre de Dios frente al mal. Él describió a la iglesia como una ‘masa sin levadura’ ante los ojos de Dios, siendo responsable de mantener este carácter en el mundo. La levadura debe ser quitada, sino afectará al conjunto, como leemos: “Un poco de levadura fermenta toda la masa”.
Si bien los creyentes no pueden evitar interactuar con los impíos que viven en el mundo, sí pueden evitar que los tales tengan su lugar dentro del santo círculo de la iglesia de Dios. Mientras Dios juzga a los que están fuera, la iglesia tiene la responsabilidad de juzgar a los que están dentro cuando el pecado se hace evidente.
La iglesia debe realizar este acto en unidad. Tal como Pablo lo expresó: "En el nombre de nuestro Señor Jesús, cuando estén reunidos" (v. 4). Por más sabios y espirituales que sean los hermanos conductores, ellos no deben actuar en nombre de todo el conjunto, por lo que es fundamental que todos los creyentes ejerciten sus conciencias y rechacen con aborrecimiento santo el pecado que se ha infiltrado entre ellos.
La exhortación es la siguiente: "Expulsen al malvado de entre ustedes" (v. 13). Esto va más allá de la exclusión a la Mesa del Señor –aunque ciertamente está incluido en ello. Este versículo implica la expulsión del círculo cristiano en todos los sentidos. Si una persona es excluida eclesiásticamente, pero admitida en el ámbito social, ¿qué valor tiene la disciplina y qué efecto tendrá sobre la conciencia del transgresor? Debemos ser rigurosos en todo lo que concierne al nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Hay otra acción mencionada en 1 Corintios 5, la cual parece requerir autoridad apostólica: "Entreguen a ese tal a Satanás para la destrucción de su carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús" (v. 5; véase también 1 Ti. 1:20.) Ante la ausencia de los apóstoles, ningún conjunto de cristianos puede pretender hacer esto, pero la responsabilidad de rechazar el mal siempre permanece, en consonancia con la santidad de Aquel cuyo nombre es invocado sobre la iglesia.
La forma de tratar con el mal doctrinal la leemos en 2 Juan y Apocalipsis 2:14, y su funcionamiento se nos describe en Gálatas 5:9. La Iglesia de Dios no solo debe guardar la santidad en todos sus miembros individualmente, sino que también debe velar por la gloria de la persona de Cristo y su obra, procurando que se mantengan inmaculadas. Aquel que es denominado engañador y anticristo no tiene lugar en la mesa de una señora cristiana y sus hijos, ¡cuánto menos en la Mesa del Señor! En las epístolas a las siete iglesias escuchamos la solemne reprensión del Señor a quienes toleraban en su seno a maestros falsos y corrompidos. ¡Qué poco se considera esto hoy en día! ¡Cuán pocos se preocupan comparativamente por el honor del Señor en este aspecto! El espíritu indiferente de Laodicea se está extendiendo a todas las direcciones y pronto atraerá sobre sí el solemne juicio del Señor. Que él nos dé la gracia de ser fieles a su nombre y a su palabra hasta el fin.
Traducido de la revista "The Believer's Monthly Magazine" Vol. 3, pág. 273
Muy buen artículo,una enseñanza que con el correr del tiempo se ha ido perdiendo, Muchas gracias por compartir este artículo y también el audio
P.A.R.
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