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La corona perdida

Tiempo de lectura: 7 minutos

Traducción bíblica utilizada: Reina Valera 1960


Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Corintios 9:25)


Al comenzar mi carrera cristiana, tuve la ocasión de conocer a un joven celoso por honrar a Dios en la tierra y diligente en cuanto a la salvación de las almas. Sin embargo, posteriormente, los intereses de su joven familia y sus éxitos en el mundo como hombre de negocios desviaron gradualmente su atención de las cosas del Señor para enfocarse en sus intereses mundanos. A menudo, cuando aquellos con quienes solía reunirse disfrutaban de la comunión cristiana en la reunión o se juntaban para hablar sobre las cosas divinas, él permanecía en su casa ocupado en sus libros contables, reuniones de negocios o atendiendo las tareas del día siguiente. Esto continuó durante varios años, a pesar de las advertencias del Señor y las exhortaciones de sus hermanos.


Cuando cumplió 40 años, una enfermedad pulmonar lo afligió, pero estaba tan absorbido por sus negocios que solo se retiró cuando se sintió completamente agotado. Fue entonces cuando comenzó a reflexionar sobre sus pecados y errores. En más de una ocasión, estando con él en los últimos días de su vida, lo escuché lamentarse, diciendo:


«¡Qué imprudente y rebelde fui, descuidando las cosas de Dios y prefiriendo lo que consideraba mi deber hacia mi familia en lugar de la compañía y comunión con el pueblo de Dios! Aunque mi conducta ante los hombres fue irreprochable, todo ese período de mi vida fue tiempo perdido, completamente perdido. Hubiera sido mejor que esos años nunca me hubieran sido concedidos, ya que los empleé para mí mismo y no para el Señor. Tendré mucha vergüenza en su venida (1 Juan 2:28). Inclinaré la cabeza en su presencia porque le he privado del gozo que habría tenido al decirme: 'Bien, buen siervo y fiel'. ¿Cómo podría decirlo, ya que he sido tan infiel? Sé que Él me perdonó, pero ¡qué pérdida representará para mí en el reino, en la venida del Señor Jesús! (Lucas 19:15). En ese dichoso día, veré que otros se adelantarán y recibirán una corona como recompensa por el fiel servicio realizado mientras vivieron en este mundo. Sin embargo, yo... yo no recibiré ninguna, ya que he permitido que este presente siglo me la arrebate. Sin duda alguna, me regocijaré al ver a otros recibir lo que yo mismo perdí por mi infidelidad (Apocalipsis 3:11), pero yo no podré encontrar lo perdido».


«Agradezco saber que soy salvo por la muerte de Cristo y que formaré parte de esa privilegiada compañía que rodeará su trono en la gloria y cantará ese hermoso cántico: "Digno eres" (Apocalipsis 5:9). Sin embargo, ¿dónde estará la recompensa por mi fiel servicio al Señor en este mundo? (Juan 12:26). No tendré ninguna. He perdido mi corona. ¡Oh, qué insensato he sido al consentir tal intercambio, descuidando las cosas eternas por cuidar las que perecen, las del mundo que pronto abandonaré! He deshonrado al Señor Jesús, quien me compró al precio de su propia sangre. ¡Qué diferente ha sido mi conducta a la del apóstol Pablo, quien estimaba las cosas que le eran ganancia aquí abajo como pérdida, y decía: "Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo"! (Filipenses 3:8). ¡Ah!, ciertamente, mi vida no ha tenido nada en común con la de Pablo, por lo tanto, no tendré, en aquel día, una parte semejante a la suya. Cuando llegó el momento de abandonar este mundo, él pudo decir: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Timoteo 4:7-8). Pero yo, en lugar de haber peleado la buena batalla, he acumulado riquezas del mundo, he tratado de enriquecer a mi familia y de encontrar comodidad en este lugar donde mi Señor y Maestro fue crucificado. Por eso, en lugar de terminar mi carrera con gozo, soy cortado a mitad de mis días, lleno de pesar y melancolía. Al ser tan infiel, no he guardado la fe ni he obedecido la voz del Señor Jesús que dijo: "Si alguno me sirve, sígame". No he seguido a Cristo a través de este mundo; por lo tanto, no hay "corona de justicia" para mí. No he sido de aquellos que "aman su venida" (2 Timoteo 4:8). El tiempo para servirle, desde ahora, ha pasado para siempre. El Señor, en su gran misericordia, me llevará de esta tierra, porque sabe que cuanto más tiempo permanezca aquí, más me enfocaré en las cosas de este mundo. Reconozco su bondad y su amor en esto, y acepto su disciplina con gratitud, ya que proviene de su propia mano».


«¡Oh, querido hermano! Que mi pérdida sea una ganancia para ti, y permíteme exhortarte a utilizar fielmente cada momento que se te haya dado en este mundo, así como todos los recursos que posees, para Cristo y para sus santos. Seré feliz al verte recibir de sus manos una corona y un lugar de honor en la gloria, mientras yo me conformaré con una posición mucho más humilde, habiendo vivido para mí mismo en lugar de vivir para Aquel que murió y resucitó por mí».


No pude responder a esto, porque sabía que era la verdad. Los domingos, él apenas asistía a las reuniones de los hijos de Dios, y si iba era solo para mantener las apariencias, sin provecho para su alma ni utilidad para los demás. Me alegró escuchar esta completa y hermosa confesión antes de que él abandonara este mundo. No dejó de impactar mi propio corazón, ya que cuando me sentía tentado a faltar a las reuniones de aquellos que aman y siguen al Señor, o a ceder en cuanto a la separación del mundo, recordaba la corona perdida, y este pensamiento me ayudaba a evitar muchas trampas en las que podría caer.


La noche en que mi amigo falleció fue aún más solemne. En la habitación donde se encontraba, había dos o tres creyentes presentes cuando, momentos antes de partir, se sentó en su cama y, levantando las manos con un movimiento sorpresivo y lleno de gozo, les dijo:


«¡El Señor Jesús dejará el trono de su Padre y vendrá en las nubes para arrebatar a sus santos y encontrarse con ellos en el aire! ¡Permanezcan vigilantes! ¡Oh, no duerman!"».


Luego volvió a caer sobre su almohada y falleció


Este testimonio de un moribundo que pertenecía a Cristo es sumamente solemne, no solo en lo que respecta a la cercana venida del Señor Jesús para recoger a su Iglesia, sino también en relación a nuestra fidelidad hacia él durante su ausencia. También nos muestra el gran deseo que tenía este hermano de que nosotros no sigamos su ejemplo y que permanezcamos alertas y sobrios. Aunque sé que este no es un tiempo de nuevas revelaciones, sino de creer en la revelación escrita e inspirada por Dios, muchas veces, cuando me siento fatigado espiritualmente y tengo la sensación de adormecerme en mi vigilancia, recuerdo las palabras de aquel moribundo, las cuales me han sido útiles para liberar mis pies de la red y para continuar con paciencia la carrera que tengo por delante, mirando a Jesús (Hebreos 12:1). Sin duda, debemos valorar todo lo que nos pueda ayudar en un tiempo en el que todo está diseñado para agobiarnos o desalentarnos y para alejar de nuestra vista ese día de gloria. Muchos creyentes que saben que tienen vida eterna en Cristo, al igual que aquel hombre joven, se dejan engañar por las cosas de este mundo y se imaginan que pueden disfrutar de dos mundos: uno en el cielo y otro aquí en la tierra, como si en este último el Señor Jesús no hubiera sido rechazado y crucificado. Es cierto que nuestra salvación no depende de nuestras obras, sino de lo que el Hijo de Dios hizo por nosotros, ya que la Escritura deja claro que la salvación es por gracia, mediante la fe, y es un don de Dios (Efesios 2:8). Dios "nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (2 Timoteo 1:9-10). Sin embargo, la Escritura también nos muestra claramente que, debido a la negligencia en nuestra forma de vivir, los creyentes pueden llegar a ser ciegos y olvidar la purificación de sus antiguos pecados (2 Pedro 1:9), incapaces de mirar hacia atrás, a la cruz, y hacia adelante, a la plena realización de nuestros privilegios en Cristo. Estas almas experimentan una gran pérdida, tanto en este mundo como en la gloria (1 Corintios 3:13-15, etcétera).


En la Palabra de Dios se nos repite frecuentemente que el Señor Jesús, en ese día, dará a todos sus redimidos diversas posiciones en el reino, según sus obras. "El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará" (2 Corintios 9:6). También leemos que algunos verán sus obras destruidas y ellos mismos serán salvos como a través del fuego (1 Corintios 3:15), y que otros tendrán una "amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Pedro 1:11). La piedrecita blanca, el nombre nuevo, el maná escondido son señales de favor especial para aquellos que, en la tierra, han sido fieles al Señor Jesús durante el tiempo de su rechazo. ¡Oh, qué pensamiento doloroso es que aquellos que están unidos a un Cristo resucitado, en la gloria, a la diestra de Dios, puedan buscar agradarse a sí mismos en un mundo donde él fue despreciado y rechazado, y no esperen a Aquel que viene! "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá" (Hebreos 10:37), y veremos su rostro y estaremos con él para siempre. "Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano" (1 Corintios 15:58).


Amado lector, ¡no pierdas tu corona!


Texto transcrito y revisado de la revista En Esto Pensad año 1996.

Traducido originalmente de Le Messager Évangélique 1916.



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