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¡Era prestada!

Tiempo de lectura: 4 min.
Traducción bíblica utilizada: NBLA.

Los hijos de los profetas estaban construyendo una vivienda junto al río Jordán. Uno de ellos estaba talando una viga cuando el hierro del hacha que utilizaba cayó al agua. Con pesar y decepción, le dijo a Eliseo: "¡Ah, señor mío, era prestado!" (2 Reyes 6:1-5).


Las herramientas prestadas rara vez se logran utilizar con satisfacción. Si pueden evitarlo, los obreros más experimentados no las utilizan. La razón es que les son extrañas y poco manipulables para alguien que no las usado antes. Además, siempre existe la posibilidad de que se produzca un accidente, como el que le ocurrió al hacha que estaba usando este hombre. Obviamente, nadie va a querer perder una herramienta prestada.


A la gente le gusta utilizar sus propias herramientas. Un escritor siempre tiene consigo su propia pluma, y evitará utilizar una diferente si le es posible. Un labrador utilizará siempre su propio arado en lugar de otro. Un carpintero posee su propio equipo de herramientas y no le gusta prestarlas. Es comprensible, porque la gente se acostumbra a usar ciertas cosas y sabe, por experiencia, lo que puede hacer con ellas.


Aplicando esto al cristiano, le aconsejamos que, puesto que es un obrero de Dios, utilice siempre sus propias herramientas. Debes evitar en lo posible tomar prestadas cosas de otros (sermones, discursos, frases, dichos, palabras, etc.) Si alguien se acostumbra a tomar cosas prestadas, entonces fácilmente puede incurrir en el peligro de perder toda la originalidad y los recursos que posee en sí mismo. Quien tal hace puede convertirse en esclavo de la imitación de otra persona o en siervo dependiente de los recursos recolectados por alguien más.


Los jóvenes cristianos, quienes tienen su vida por delante, deben cultivar el hábito de estudiar las Escrituras por sí mismos. El conocimiento de Dios, a través de la comunión con él y el estudio de su Palabra, es el gran fundamento del carácter. Sobre este fundamento se puede edificar entonces la superestructura de la virtud y la utilidad en el servicio. "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra" (2 Ti. 3:16, 17).


Ahora bien, si la Escritura es capaz de hacer esto, ciertamente es deseable, por sobre todas las cosas, que esta sea la ocupación constante de nuestros pensamientos. Deberíamos aprender a pensar en las Escrituras, a meditar en ellas, a orar sobre ellas. No menospreciamos el ministerio de otros, ya sea oral o impreso. Tal ministerio debe dirigirnos a la Escritura, y entonces el Espíritu nos revelará cosas maravillosas de Dios, de su amor y de su gracia.


Cuando, por medio de la meditación en la Palabra de Dios, hayamos extraído algo directamente de ella, entonces podremos utilizarlo con poder y frescura para bendecir a otros. Entonces el resto, que poseen el Espíritu, al igual que nosotros, percibirán fácilmente que lo que les damos es original, es decir, derivado directamente de la Escritura, y que hemos disfrutado nosotros mismos de parte de Dios. Esto, por supuesto, no es algo que hemos tomado prestado de otros.


Muchos cristianos llevan una vida fácil y superficial. Se contentan con un texto del calendario, unas líneas poéticas o un pasaje de algún libro dedicado a orientarlos diariamente. Sin embargo, esto puede ser, en gran medida, prestado, en el sentido de que es lo que otros han recogido, y no lo que ellos han recogido por sí mismos. Esto marca la diferencia. Quienes vivían del maná lo recogían diariamente por la mañana. Tenían que recogerlo por sí mismos, apropiárselo y vivir de él. Es igual con el cristiano: debe leer las Escrituras diariamente y obtener su alimento espiritual de esa fuente.


Y, si no es deseable tomar prestado de otros lo que leemos, etc., tampoco es deseable que nos enfrentemos al enemigo con una armadura prestada. David probó ir al encuentro con Goliat con la armadura de Saúl. Pero no pudo. Era una armadura prestada. Lo que para Saúl era adecuado y útil, para David fue un obstáculo engorroso. En lugar de equiparlo para la batalla, el pesado casco de bronce, la complicada cota de malla, la pesada espada, cosas que no había probado usar anteriormente, solo lo convertirían en un blanco fácil para Goliat. No es de extrañar que el joven pastor, al encontrarse en gran desventaja con un equipamiento prestado, le dijera a Saúl: "No puedo caminar con esto, pues no tengo experiencia" (1 S. 17:38-39).


El hecho es que, como guerreros, ninguno de nosotros puede ir a la batalla con algo que no ha probado. La experiencia que Dios da, como la que tuvo David cuando cuidaba las ovejas de su padre, es lo único que nos equipará para la victoria. David pudo matar a un león y a un oso por la fuerza que recibió de Dios. Nosotros también recibimos fuerza de parte Dios para enfrentarnos a las tentaciones, superar las dificultades, derrotar a los enemigos espirituales y triunfar en todo el camino de la fe. Una comunión en secreto con Dios es la única herramienta útil. Aprendemos de esta forma, en lo secreto, cuán frágiles somos en nosotros mismos, cuán fuerte es Dios; que su fuerza se perfecciona en nuestra debilidad; que su Nombre es una torre fuerte a la que podemos correr y estar seguros: todo esto es una armadura para el conflicto. Pero no es algo prestado, o de segunda mano; es algo que hemos experimentado por nosotros mismos; algo que hemos obtenido en la comunión secreta con Dios.


Los padres suelen armar a sus hijos como Saúl armó a David, pero eso no servirá. Cada uno debe valerse por sí mismo en el conflicto; y para triunfar, cada uno debe conocer a su Dios en lo secreto, recibiendo su ayuda tal como lo hizo David mientras estaba en este lugar secreto de entrenamiento. Sin esto, el testimonio público será un fracaso. Una madre le dijo una vez a su hijo que iba saldría de la casa para ganarse la vida: «Si pudiera darte mi experiencia en Dios, te la daría con gusto; pero debes obtener la tuya de parte de Dios, pues solo esto te servirá en el conflicto de la vida». Ciertamente, ella tenía razón.


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