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PIENSA EN TU FUTURO

William MacDonald

(continuación)

Cada uno debe hacerse las siguientes preguntas de forma valiente y honesta, ante la presencia de Dios.

 

¿Alguna vez realizaste el gran compromiso de la vida? ¿Estás todavía luchando contra Dios, tratando de guardar para ti una vida que en realidad le pertenece a Él? ¿Hay sacrificio demasiado grande como para no hacerlo por el Salvador que murió por ti?

 

¿Hay algún lugar a donde aún no estés dispuesto a ir? ¿Temes que Dios te pudiera llamar a algún ámbito de servicio que tú consideres por debajo de tu dignidad? ¿Estás dispuesto —ahora mismo— a entregar tu vida a Jesucristo sin reservas? ¿TE ATREVES ACASO A NO HACERLO?

Siempre que se toca el tema de la sumisión a Cristo, inevitablemente habrá alguien que se defenderá objetando, « ¿Pero tengo que vivir de algo, no es así?» ¿Cómo podría estar alguien más patéticamente confundido? Esta declaración implica que:

1. Tenemos que vivir de algo venga lo que venga.

 

2. Aquellos que dedican sus vidas a Cristo de alguna forma automáticamente tendrían que entrar al servicio a tiempo completo y no trabajar más para su propio sustento.

 

3. Hay una mayor posibilidad de pasar hambre cuando uno se rinde a Dios, que cuando uno no lo hace y tiene un «buen trabajo». Este es un razonamiento erróneo, porque, en primer lugar nosotros no tenemos que vivir de algo. Los esclavos del Señor Jesús no eligen la forma o el tiempo de su partida. Sólo es importante vivir en la medida que Él lo desea. Hasta ese momento, nosotros somos inmortales. Es falaz, en segundo lugar, porque cada creyente debería estar en el servicio a tiempo completo. Para algunos, la oficina es un campo misionero, para otros, la cocina. Algunos predican a los nativos de África, otros en los Estados Unidos. Finalmente, es falaz, porque se olvida de que aquellos que dan prioridad máxima a los intereses de Cristo en sus vidas tienen garantía plena de que sus necesidades esenciales han de ser satisfechas. «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).

Pero a fin de que nuestros pensamientos se despejen en todo este tema, quizá deberíamos considerar brevemente la importancia de una ocupación en la vida de un creyente.

1. En primer lugar, está dentro del plan general de Dios que todo hombre debería ganar su sustento por medio del trabajo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan (Génesis 3:19). Seis días trabajarás (Éxodo 20:9).Os ordenamos esto: si alguno no quiere trabajar, tampoco coma (2 Tesalonicenses 3:10). El trabajo duro no es una desgracia. Es más bien una bendición de Dios para el hombre.

 

2. El cristiano debería buscar la dirección del Señor en cuanto a qué ocupación o profesión dedicarse. Él debería esperar una dirección tan clara en esto como si estuviera eligiendo su campo misionero.

 

3. En este sentido, un trabajo ordinario no es menos exaltado que el trabajo evangelístico en regiones lejanas. La cosa más importante es saber que Dios ha sido el que ha guiado la selección del determinado trabajo. Sin embargo, no se puede estar plenamente seguro de esto, si no estamos genuinamente rendidos a la voluntad del Señor y por lo tanto, dispuestos a ir a dondequiera que Él envíe.

 

4. La distinción, que es común en nuestros días, entre trabajo «secular» y trabajo «sagrado» no es bíblica. Todo trabajo es sagrado si es hecho para la gloria de Dios. Sobre esto G. Campbell Morgan escribió: «La frase ‘tarea ordinaria’ debería ser eliminada de cada vida. Jesús nos enseñó que todo trabajo es santo, si el trabajador también lo es. No con ánimo de controversia, sino como una protesta contra un concepto equivocado de la vida humana, les digo que ningún hombre tiene derecho alguno, simplemente porque predique o desarrolle ciertas funciones, de hablar de sí mismo como de un hombre con ‘ordenación sagrada.’ El hombre que sale a trabajar mañana tras mañana con su caja de herramientas al hombro, si es un hombre santo, sin duda tiene derecho a tal distinción, y si aquel hombre entra a la carpintería y corta un tronco, la sierra es un utensilio del santuario de Dios, y un sacerdote el hombre que la usó. Todo servicio es un servicio sagrado. Yo quiero que el lector lleve consigo este concepto del trabajo para Cristo cada día de la semana entrante, detrás del mostrador y en la oficina, y para las amadas hermanas diré que en casa también».

 

5. En la búsqueda de la dirección del Señor con respecto a una carrera, el creyente debería recordar que Dios normalmente usa al hombre en el campo en el cual se encuentran sus talentos naturales. Por supuesto, esta no es regla sin excepciones, pero al menos establece un patrón de conducta.

 

6. Obviamente, el Señor no guiará al creyente hacia una empresa cuestionable o moralmente dudosa, y ningún creyente debería adherirse a un trabajo si éste significa compromiso con prácticas mundanas o que perjudique su testimonio.

 

7. Lo más importante para recordar es que el trabajo no es lo principal en la vida. Es meramente un medio para un fin. La observación de Carey merece la fama que ha recibido. Cuando le preguntaron a qué se dedicaba en esta vida, respondió, «Mi negocio es predicar el Evangelio; arreglo zapatos para pagar los gastos». Se cuenta una historia similar con respecto a John Wanamaker, fundador de los almacenes que llevan su nombre. Cuando se le preguntó cómo un hombre tan ocupado como él hallaba tiempo para hacer el trabajo de la Escuela Dominical, dijo, «¡Es que, la Escuela Dominical es mi trabajo! Todas las demás cosas son sólo eso —cosas. Hace cincuenta y cinco años que decidí que la promesa de Dios era cierta para mí, «Buscad primeramente el reino de Dios, y Su justicia; y todas estas cosas os serán añadidas». ¡Esto es lo importante que debemos tener en mente! Los intereses del Señor primero; lo demás es secundario. El peligro se levanta cuando el trabajo asume una proporción desmedida. Como el camello que se mete dentro de la carpa, una ocupación con frecuencia echa fuera al legítimo Propietario. Quita al hombre de asistir a las reuniones de la iglesia local. Demanda cada vez más de su tiempo. Interrumpe su servicio cristiano hasta el punto de hacer al creyente relativamente inefectivo. El resultado usual es que el creyente es «despojado» de los derechos de su nuevo nacimiento. Como Jowett dijera, él no llega a ser nada más que «un pequeño empleado en una empresa pasajera». Al «abrazar lo subordinado» se pierde lo central de esta vida.

 

8. Cuando decimos que el trabajo es secundario, no queremos decir que debería ser desarrollado con descuido o desinterés. Por el contrario, debería ser un asunto de testimonio cristiano hacerlo correcta y conscientemente, bien hecho -como para el Señor. Por cada hora pagada, el hijo de Dios debería dar a su jefe sesenta minutos de trabajo dedicado. No usará el tiempo de su jefe para testificar a otros; ya que sabe que esto debería ser hecho a expensas suyas, es decir, en su propio tiempo. Con frecuencia es algo difícil para un cristiano saber exactamente donde terminan los deberes para con su empresario y donde empiezan los del Señor. No hay muchos que sean capaces de mantener un balance correcto. Pero una cosa es cierta: si un hombre realmente honra a Dios en tal aspecto, Dios le honrará a él y no permitirá que éste mendigue pan, aunque un cambio de empleo podría a veces ser necesario.

 

9. Aquello que debemos evitar es gastar la vida haciendo lo que un incrédulo podría hacer tan bien como podríamos hacerlo nosotros. El Señor Jesús dijo, «Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios» (Lucas 9:60). Cualquiera puede enterrar a un muerto, pero sólo los labios de los redimidos pueden testificar la gracia salvadora de Cristo. Es en ese sentido que debemos ser indispensables.

 

10. En ningún momento debiéramos desear hacer por lucro sucio lo que no haríamos por Jesucristo. Nunca debiéramos sacrificar por una corporación aquello que hemos rechazado dar a la iglesia.

 

11. Casi siempre cuando un hombre desarrolla fielmente sus obligaciones y sirve a Dios con humildad, el Señor ensancha su esfera de servicio. Tal vez su tiempo está más ocupado en la obra del Señor y se da cuenta de que sus necesidades diarias, no obstante, son suplidas de la misma manera. O tal vez recibe el claro e inconfundible llamado de Dios para dedicarse a tiempo completo al evangelismo o la enseñanza en su país o en el extranjero. En tales casos, cuando el Señor ha guiado con claridad, el cristiano puede ir adelante sin tener que preocuparse por sus necesidades temporales. Cuando Dios llama, también provee, o, como Hudson Taylor dijo, «La obra de Dios hecha a la manera de Dios, nunca carecerá de las provisiones de Dios».

 

12. En una época en que el mundo glorifica el éxito en los negocios y profesiones, es bueno que los cristianos puedan considerar tales logros con cierta indiferencia. Servir a Cristo en un área de no mucha importancia es mejor que ser el jefe de un imperio público lucrativo. Y ser un basurero en la voluntad de Dios es mejor que ser el Presidente de la nación fuera de Su voluntad. Éstas, entonces, son consideraciones que el joven cristiano debería meditar al reflexionar sobre su carrera. Debería estar completamente seguro de que Dios le ha guiado a un empleo en particular, y de que no le ha escogido simplemente a manera de escape para no rendirse incondicionalmente a su Señor y Maestro. Cuando las demandas de Cristo apremian a los hombres, por lo general hay una tendencia a excusarse, buscar escapatorias y poner pretextos. Ya hemos considerado una de estas evasivas: «¿Tengo que vivir, no es así?» Ahora miraremos brevemente otras formas de decir «no» al llamado del Salvador. Una excusa muy común es esta: «¡Debo pensar en mi futuro!»

Hace algunos años un joven de un estado del Este estaba profundamente interesado en dedicar su vida al Señor en una forma especial de servicio. Era consciente de la profunda lucha interior y de la gran sensación de urgencia. Ante la alternativa de aceptar esta senda de servicio o seguir manteniendo una posición espléndida en el mundo de los negocios, consultó con dos creyentes maduros que eran ambos prominentes en la vida profesional. Le aconsejaron que no dejara su trabajo advirtiéndole: «Recuerda, Roberto, ¡tienes que pensar en tu futuro!» Así que conservó su posición bien pagada, pero ¿pensó realmente en su futuro? Luego hay otros que dicen: «Pero ¡alguien tiene que quedarse en casa!» La gente que habla así parece mostrar una profunda preocupación por aquellos que están en el frente por Cristo, pero muy a menudo su actitud es una mera tapadera para su propia falta de interés de arriesgarse a la posibilidad de ser llamados para tal trabajo. Es cierto que Dios usa a algunos aquí para sostener a aquellos que han salido lejos para difundir el Evangelio, sanos, vitales, fuertes y talentosos están quedándose aquí en «casa» mientras que sus frágiles y tímidas hermanas salen como pioneras a áreas peligrosas y malas para la salud.

Puede ser que otros razonen alegando que sus talentos o su educación podrían ser usados mejor en otros campos que en «la obra cristiana»; por eso dudan en rendirse de todo corazón al Señor temiendo que Él quizá los llame a un servicio «por debajo de su nivel». La respuesta a esto es fácil: no está en nosotros la facultad de decir dónde pueden ser mejor usadas nuestras habilidades. Y más aún, es deshonrar a Dios pensar que cualquier cosa que nosotros tuviéramos sería demasiado buena para Él. No tenemos nada que no hayamos recibido de Él. Y mientras que la educación y los talentos están bien en su lugar, el mejor lugar para ellos es a los pies horadados del Señor Jesucristo. El Apóstol Pablo fue una eminencia intelectual, un trabajador prodigioso, un hábil genio. Pero reflexionando sobre estas cosas que significan tanto para los sabios de este mundo, escribió: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Filipenses 3:7-8).

Luego hay todavía otros que, enfrentados con el hecho de que entregarse completamente a Cristo es algo de lo más racional, dicen, «Pero soy demasiado viejo». Simplemente me gustaría preguntar a estos desertores espirituales, «¿Acaso eres demasiado viejo para obedecer?»

Otra excusa son las «responsabilidades en casa». ¡Los padres, o esposa e hijos! ¿Sería lógico que Dios nos haya dado estos familiares amados como motivo para no presentarnos nosotros mismos a Él? ¿Frustraría de este modo Sus propios propósitos y nuestros intereses? No, Dios nunca guiaría a un creyente consagrado a descuidar las responsabilidades de su hogar. Pero nuestra primera responsabilidad es rendirnos a Él, y amarle más que a «padre y madre, y mujer, e hijos, y hermanos y hermanas», y aún más que nuestra propia vida (Lucas 14:26).

Algunas almas sinceras vacilan en hacer una entrega absoluta, porque piensan que no tienen una capacidad suficiente. ¡Pero para consagrarse no es necesario estar bien capacitado! Cristo trabaja sumamente bien con vasos vacíos. Además, en casi todo verdadero llamado a la obra del Señor parece haber cierta medida de reserva humana, de modo que esta actitud en sí no es desfavorable. Finalmente, cada miembro del cuerpo de Cristo tiene algún don, y a fin de encontrar su verdadera función debe reconocer a Jesús como Señor.

Tal vez la excusa más patética de todas sea esta: «Dios en realidad no quiere que yo deje todo por Él; Él sólo quiere saber que estoy dispuesto». Imagina un batallón de soldados cerca del frente. Cuando se da la orden de avanzar, los soldados van a sus trincheras, limpiando sus fusiles y comentando, «El general no quiere realmente que nosotros avancemos; sólo quiere saber si estamos dispuestos». Ninguna batalla podría ganarse de esta forma, y solamente se escribiría la historia de la derrota.

Todas estas son excusas que el hombre usa para no entregarse a Cristo. Son excusas, no razones. No hay razón para no contraer el gran compromiso con el Salvador. Al decirte Él una vez más, «¡Hijo mío (Hija mía), dame tu corazón!» ¿Qué le ofrecerás? ¿Una excusa? ¿O tu ser entero?

Si el Señor Jesucristo es digno de algo, ¡Él es digno de todo! Si Él murió por nosotros, ¡entonces nosotros deberíamos morir por Él! Si Él entregó su cuerpo por nosotros, ¡entonces nosotros deberíamos darle nuestros cuerpos a Él!

El cristiano verdadero en realidad es un fanático. Es el objeto del escarnio y reproche. No marcha al compás con el mundo, no está adaptado a su ambiente. En el momento que él se convierte en un «chico normal» ha perdido su verdadero carácter. El creyente ideal vive con una pasión. Su corazón está ardiendo por Cristo. Es como el Conde Zinzendorf que dijo: «Tengo una pasión: es Él, sólo Él». Todo lo demás es secundario.

Los hombres de Dios consideran que ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Él. Su dinero, su tiempo, sus mismas vidas están a Su disposición y se gozan de que sea así.

Como Robert Arthington ellos dicen: «Con gozo haría del suelo mi cama, de un cajón mi silla y de otro mi mesa, antes que los hombres perezcan por falta del conocimiento de Cristo». Sus discípulos en cierto sentido son desnaturalizados.

Van en contra de sus instintos naturales. Se desligan de las ataduras de una vida ordinaria. Por el amor a Cristo ceden lo que otros consideran derechos inherentes. Sus seguidores son esclavos, no se atreven a mandar, simplemente obedecen. Un cristiano consagrado es un peregrino y extranjero, andando por terrenos desconocidos, testificando fielmente a quienes se encuentran allí, pero sin adoptar nada de su carácter. Es un hombre sin el afán de hacer amigos, sin la esperanza o el deseo de tener bienes terrenales, sin el temor a las pérdidas materiales, sin preocupación por la vida, sin el temor a la muerte; sin rango, país o condición; un hombre con un pensamiento: el Evangelio de Cristo; un hombre con un propósito: la gloria de Dios; un loco, y contento de ser considerado como tal por amor de Cristo.

Entusiasta, fanático, charlatán o cualquier otro sobrenombre raro que el mundo pueda elegir para identificarlo. Pero aún sigue sin estar descrito. Cuando le llaman negociante, cabeza de familia, o ciudadano, hombre de dinero, hombre de mundo, hombre de conocimientos o incluso hombre de sentido común entonces ha perdido su verdadero carácter. Tienen que testificar o morir y aunque tuvieran que morir, hablarían. No tienen descanso, sino que recorren con prisa tierra y mar, montes y desiertos sin caminos. Claman en alta voz y no excusan, y no serán impedidos. En las prisiones levantan sus voces, en las tempestades de los océanos no se están callados. Ante concilios horribles y reyes exaltados dan testimonio de la verdad. Nada excepto la muerte puede reprimir sus voces y en los instantes precisos de la muerte, antes que la llama y el humo sofocante haya apagado el órgano del alma, ellos hablan, oran, testifican, confiesan, imploran, batallan y finalmente bendicen a la gente cruel. Esta es la clase de hombres y mujeres que el Señor Jesús está buscando hoy. No busca multitudes desorientadas, sin rumbo ni objetivo, sino que está buscando hombres y mujeres individuales cuya alianza inmortal nacerá del hecho de haber reconocido que Él quiere aquellos que están dispuestos a seguir la senda de la auto negación que Él pisó antes que ellos.

Desea hombres como Rowland Hill cuyas palabras «fluían ardientes de su corazón». Hombres como Chalmers que fue notable por su «increíble fervor». Quiere hombres como Henry Martyn quien dijo: «Ahora déjenme consumirme para Dios».

Muchos jóvenes hoy en día están dispuestos a dar los mejores años de sus vidas a los negocios. Están preparados a morir por su patria. Viajarán alrededor del mundo por un buen sueldo. Trabajarán día y noche por un partido político.

Para llegar a ser músicos, herirán sus dedos casi hasta los huesos. Para llegar a ser sacerdotes o monjas tomarán un solemne voto prometiendo no casarse. Para llegar a ser actores aprenderán de memoria largos y difíciles papeles.

Para entrar en ciertas profesiones estudiarán durante diez años enteros.

¿Qué estarás tú dispuesto a hacer para el Señor Jesucristo? Que no sea sólo una parte o la mitad de tu corazón ¿no le darás TODO?

«La educación, el gran abracadabra y fraude de todos los tiempos pretende prepararnos para vivir, y se prescribe como la panacea universal para todos los males, desde la delincuencia juvenil hasta el envejecimiento prematuro. En su mayor parte sólo sirve para incrementar la estupidez, inflar la arrogancia, promover la incredulidad y dejar a los que le están sujetos a merced de lava cerebros que tienen la prensa, radio y televisión a su disposición». de «Jesus Rediscovered», por Malcom Muggeridge.

Con demasiada frecuencia los jóvenes criados en hogares cristianos son formados para el mundo en lugar de hacerlo para el Salvador; para el infierno más que para el cielo. Pregunta hoy a unos padres cristianos corrientes con qué propósito están formando a sus hijos. Muchos de ellos contestarán: «Para que tengan un buen empleo», o: «Para que sean independientes económicamente», o bien: «Para que puedan mantener una familia y vivir con cierta comodidad». Puede que cambien las palabras, pero la respuesta es esencialmente la misma: Queremos que nuestros jóvenes prosperen. No queremos que se queden atrás en el prestigio económico. Tenemos un «modelo» de lo que es deseable para nuestros hijos, y ejercemos sobre ellos todo tipo de presiones para conformarlos al molde.

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