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PIENSA EN TU FUTURO

William MacDonald

«Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: no tengo en ellos contentamiento» (Eclesiastés 12:1).

Una gran verdad a menudo influye en la carrera completa de un hombre. Por años puede estar viviendo de una forma rutinaria: luego, como por casualidad, se encuentra con una frase o un dicho inspirador, y desde aquel día nunca más vuelve a ser el mismo. El curso completo de su vida ha cambiado.

Así sucedió con Hudson Taylor. Revisando distraídamente la biblioteca de su padre, se encontró con la siguiente expresión: «LA OBRA CONSUMADA DE CRISTO». Aquella verdad le impactó; si Cristo había consumado la obra, entonces él nada tenía que hacer, sólo confiar en el Salvador. Su alma se inundó de luz y paz. Algunos años más tarde salió para llevar el Evangelio al interior de la China. Así sucedió con el Conde Zinzendorf. Encontrándose en Alemania, siendo todavía joven, cierto día se paró ante un cuadro de Cristo en la cruz. Debajo del cuadro estaban las siguientes palabras: « ¡He aquí, esto hice yo por ti!» Zinzendorf quedó extremadamente quebrantado por aquella verdad, y en seguida aceptó a Jesucristo como su Salvador. Pero al mirar nuevamente el cuadro, vio otras palabras escritas debajo: « ¿Qué has hecho tú por mí?» Nuevamente conmovido por esta pregunta escudriñadora, entregó su vida a Cristo, renunciando por amor a todo lo demás. Hoy su nombre se distingue en las crónicas del movimiento misionero moravo.

Así sucedió con Dwight L. Moody. Acababa de culminar una campaña evangelística en Inglaterra y se estaba despidiendo de Henry Varley, un distinguido predicador inglés. Cuando Varley le dijo, como reto de despedida: «Sr. Moody, el mundo todavía tiene que ver lo que Dios puede hacer con un hombre completamente dispuesto a hacer Su voluntad». Moody no pudo olvidar estas tremendas palabras; le perseguían. «Parecían estar escritas en las ondas del mar mientras navegaba a mi hogar, en las aceras de Nueva York, mientras caminaba sobre ellas y en el paisaje mientras viajaba en tren a Chicago». Aquellas palabras afectaron su vida posterior, y hoy la extensión y eficacia de sus obras hablan por sí mismas.

Otros cientos podrían contar la misma historia. Andaban sin cuidado por la vida, cuando de repente se encontraron con una de las grandes verdades fundamentales por las cuales el hombre vive. Ellos fueron asidos por la lógica o emoción de aquella verdad. Esto inflamó sus mentes y corazones, y nunca más pudieron ser los mismos. Inspirados por una gran visión, hicieron historia para Dios.

¡Esto puede suceder también con nosotros! La verdad es eterna y las mismas declaraciones profundas que revolucionaron la vida de otros, pueden librarnos de carreras mediocres y asegurarnos buen éxito hoy y por la eternidad.

 

¡Si tan sólo lo deseáramos! ¡Si estuviéramos dispuestos a estar lo suficientemente callados para escuchar! ¡Si deseáramos enfrentar estas verdades con honestidad y valentía! ¡Si quisiéramos considerarlas hasta llegar a sus conclusiones lógicas! ¡Si estuviéramos dispuestos a dar una respuesta razonable, a proceder de acuerdo con ella, a perseguirla con pasión!

¡Todo depende de ello! ¿Estamos dispuestos a seguir la gloriosa visión? Por lo tanto, antes de continuar leyendo, deberíamos responder a las siguientes preguntas ante la ¿Estoy dispuesto a dejar que el Señor me hable? ¿Le obedeceré sin condiciones? ¿Hay algo que no estaría dispuesto a dejar por Él? Cualquier intento de reflexionar seriamente sobre nuestra existencia aquí en la tierra debe tener en cuenta la alarmante realidad de que vivimos aquí sólo una vez. Entonces ¿no deberíamos empezar con esta punzante certeza: SÓLO UNA VIDA? El hecho de que esto fue una de las grandes fuerzas motivadoras en la vida del Señor Jesús se muestra por Sus palabras en Juan 9:4: Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.

«Entre tanto que el día dura». «La noche viene». «Sólo una vida». Si estas palabras pudieran ser como hierros candentes que marcaran con fuego sus huellas en nuestras almas, para que no las olvidáramos jamás. ¡Una vida! ¡Sólo una vida! ¡Cuán indeciblemente solemne! ¡Y debemos pensar en el valor de esa vida! ¿De cuánto valor es para mí? ¿Cuánto daría a cambio por ella? Obviamente ninguno de nosotros podría ponerle una etiqueta con un precio, por causa de su ilimitado valor para nosotros.

¡También debemos pensar en las posibilidades de la vida! ¡Cada niño que viene a este mundo puede ser un Juan o un Judas, un Pablo o un Pilato! Potenciales ilimitados para bien o para mal, para productividad o para inutilidad, para felicidad o para miseria. Cuando estas realidades nos prenden, nos damos cuenta que la vida es un bien sagrado que nos ha sido confiado, que no debemos desperdiciarla, sino que debe ser dedicada al mejor uso posible.

 

No es de hombres jugar;

La vida es breve y el pecado está aquí.

Nuestros años son el caer de una hoja leve, una lágrima que vertí.

No tenemos tiempo de desperdiciar las horas;

Todo va en serio en este mundo en que moras.

No muchas vidas, sólo una está en nuestro poder,

Sólo una, un intento ¡qué santa, esa sola vida debería ser, ese breve momento!

Día tras día repleta de bendito afán y labor,

Hora tras hora recogiendo rico botín al Creador.

Horatius Bonar

«¡No muchas vidas!» «¡Una, solamente una!» «¡Ese breve momento!» Esto nos recuerda una ilustración comúnmente usada por C. E. Tatham para ilustrar lo sagrado de esta única vida. A una niña, estando de compras con su madre, se le permitió comprar algunos dulces, después de haber comprado los víveres. Se paró ante el escaparate, mirando con atención el llamativo surtido en los diferentes recipientes de vidrio. Primero señaló un tarro y dijo: «Quiero uno de estos». Apenas el tendero fue a sacarlo, puso su atención en otra fuente, y expresó retractándose: «No, quiero uno de estos». Después de varias muestras de indecisión, su madre un tanto enfadada le reprendió diciendo: «Querida, apresúrate y decide de una vez». A esto la pequeña respondió con apremiante lógica: «Pero mamá, sólo tengo una moneda para gastar». «¡Sólo una moneda!» «¡Sólo una vida!» Asegúrate de gastarla sabiamente.

Necesitamos que nos lo recuerden constantemente. El Rey Jorge V de Gran Bretaña conservaba sobre su escritorio un lema con este propósito. Escrito por Stephen Grellet, un cuáquero americano del Siglo XIX, dice lo siguiente: «Pasaré por este mundo una sola vez. Por lo tanto, cualquier obra buena que pueda realizar o cualquier favor hacerlo ahora. No dejes que lo postergue ni que lo deje pasar, porque no volveré a transitar por este camino jamás.»

Y Avis B. Christiansen captó las solemnes implicaciones de la breve estancia sobre la tierra en uno de sus poemas:

 

Sólo una vida, Jesús, mi Señor y Rey, te puedo dar,

Sólo una lengua para alabarte y tu gracia cantar,

Sólo la devoción de un corazón: que a tu gloria sin par esté consagrado

Y a ti, oh Salvador del todo entregado.

Sólo esta hora es mía, que la use para ti, Señor,

que cada momento que pase sea de eterno valor;

Hay tantas almas sufriendo y muriendo,

muriendo a mi alrededor en vergüenza y pecado.

Ayúdame a contarles la redención que tú has obrado.

Sólo una vida para ofrecer, tómala Señor te pido,

Nada retengo ya, tu voluntad ahora sigo;

Tú que para este lodo entregaste todo,

Considera esta vida como tuya, mi Salvador amante,

Para que uses de ella cada instante.

Entonces enfrentémonos honradamente a esta primera gran verdad capaz de cambiar la vida, SÓLO UNA VIDA, y preguntémonos honestamente si nuestras actividades y ambiciones presentes son dignas, al examinarlas a la luz de esta verdad.

Si la sensata consideración de que sólo tenemos una vida viene envuelta con tan estremecedor valor, cuánto más la contemplación de su brevedad. El hecho de que tenemos una sola vida no despertaría el mismo sentido de urgencia si aquella vida durara un milenio, quinientos años o dos siglos. Pero cuando nos damos cuenta de que ninguno de nosotros vivirá en la tierra dentro de cien años, y la mayoría de nosotros no llegaremos ni aún a la mitad de ese tiempo, ¡quién no se conmoverá ante la brevedad de la vida! ¿Cuánto tiempo esperas vivir? El promedio de duración de la vida, contemplado en la Biblia es de setenta años (Sal. 90:10). Supón, por un momento, que vivirás ese tiempo. Primero debes descontar tu edad actual. Así sabrás el número de años que te quedan por vivir. Pero aún de esa cifra, debes restar el tiempo que invertirás durmiendo, trabajando en tu empleo secular, en obligaciones necesarias, en enfermedad e indisposición. Entonces, ¿cuánto tiempo disponible te queda para servir a Jesucristo sin trabas? La respuesta es: «¡No mucho!»

 

La Biblia agota el lenguaje de las expresiones de fugacidad para describir la corta duración de la vida. Moisés la compara con un sueño. David la describe como una sombra. Job la asemeja con la lanzadera de un tejedor. Santiago la considera como un vapor. Pedro la ve como la hierba que se seca. Va y viene rápida e implacablemente, y con ella sus brillantes oportunidades. El féretro, la carroza fúnebre y el cementerio escarnecen nuestra placentera actitud de una estancia permanente aquí. Ni un solo día sin hacernos recordar que «la cuna y el ataúd son hechos del mismo árbol».

Alguien podría alegar que un creyente no espera la muerte, sino la venida del Señor, pero esto apoya aún más lo que venimos diciendo, pues en ese caso la vida sobre la tierra sería más corta todavía de lo que suponemos. Porque mientras que algunos de nosotros podemos tener la normal expectativa de vivir varias décadas más, ninguno de nosotros puede saber si en una hora se oirá el clamor, la voz, la trompeta de Dios que señalará la venida del Señor. Los cambios políticos y el decaimiento moral se unen a la Palabra profética anunciando el apremio de Su aparición. ¿Qué significa todo esto? Simplemente que todo el que quiera vivir para Dios no tiene tiempo que perder. Que debe considerar cada minuto como un depósito sagrado. Que debe estimar el valor inmensurable de cada hora. Que debe prepararse cada día para el Tribunal de Cristo. Cada mañana una niña esclava le decía a Felipe de Macedonia, ¡Felipe, recuerda que tienes que morir!» Él vivía cada día a la luz de aquella ineludible realidad.

Cada mañana el Espíritu Santo nos recuerda por medio de la Biblia que también somos «como el barro que perece, nacidos para una vida muy breve». Nosotros también tenemos que vivir nuestras vidas a la luz de la eternidad.

Ayúdame a reconocer el valor de estas horas,

Ayúdame a ver la locura que es derrocharlas;
Ayúdame a confiar en Cristo que llevó mis penas,
y a rendirme a ti para vida o muerte.
Que en todos mis días seas Tú glorificado, Señor Jesús,

En todos mis caminos guíame
con tus propios ojos;
Úsame cuando y como quieras Señor Jesús
y entonces para mí el vivir o morir solo serás Tú

¿Cuáles son tus planes para hoy, para mañana y para los días que vendrán? ¿Y después, qué?

 

Si la brevedad del tiempo es una severa realidad cuánto más intransigente es la infinitud de la eternidad. Pocas palabras del idioma son tan difíciles de comprender como el sinónimo de «para siempre». Para sentir su evasión frustrante, sólo piensa en la época antes de la creación del mundo, luego retrocede al período antes de que los ángeles fuesen creados, retrocede a la época cuando sólo Dios existía. Remóntate aún más allá del principio. Retrocede y retrocede al comienzo sin comienzo. Retrocede más atrás, más atrás. Dios siempre estuvo allí. Él nunca tuvo principio. Después proyecta tu mente hacia el futuro, después de que esta tierra haya sido destruida, después de que el pecado haya desaparecido, después que el tiempo haya cesado.

Más y más adelante. Para siempre jamás. Sin fin. Sin fin. Luego, mientras tu mente parece ir más allá de sus cortos límites, recuerda que vas a vivir eternamente. ¡Para siempre jamás! ¡Una vida sin fin! ¡La eternidad! ¡Cuánto han tratado los hombres de entender su significado! Por ejemplo, Hendrik Van Loon, nos da esta clásica pero inadecuada ilustración: Allá en el Norte en la región llamada Svithjod, hay una roca. Tiene ciento sesenta kilómetros millas de altura, y ciento sesenta kilómetros de longitud. Una vez cada mil años viene un pajarito a esta roca para afilar su pico. Cuando la roca haya sido enteramente desgastada por esta forma de uso entonces habrá pasado sólo un día de la eternidad.

Rowland Dixon Edwards trató de presentarla así:

 

A bordo de un barco llevamos un dedal, le atamos unhilo, lo dejamos caer por el costado de la nave y sacamos un dedal lleno de agua salada extraída del océano. Esto puede representar el tiempo extraído del océano de la eternidad.

 

La eternidad es un océano sin orillas.

Es el tiempo sin final.

Es el momento inmediato siempre presente.

Es el tiempo de la vida de Dios.

 

Incluso las palabras parecen gemir bajo el peso de la idea exacta. Toma en cuenta la agobiante realidad de que esta vida es sólo un grano de arena en las orillas sin límites de la eternidad. Su carrera completa debe ser formulada a la luz de esta verdad. Debe vivir con la mira puesta en los valores eternos.

Se dice que la Catedral de Milán tiene tres puertas contiguas. Por encima de la primera hay esculpida una corona de rosas con la inscripción: «Todo lo que nos place existe tan sólo por un momento». Por encima de la tercera puerta hay tallada una cruz y las palabras: «Todo lo que nos aflige existe tan sólo por un momento». Luego, por encima de la puerta del centro se ve el recordatorio: «Lo único importante es lo eterno». Entonces, como cristianos, debemos asirnos de la realidad de la eternidad. Debemos enfrentarnos con su solemne realidad. Luego habrá un brillo singular en nuestros ojos y una singular determinación en nuestros corazones de que nuestros planes no terminarán en el tiempo. ¡Entonces los cristianos jóvenes que tratan honestamente de afrontar las cuestiones de la vida, deben reconocer que la juventud es la edad de oro! Es el período cuando la fortaleza del hombre es completa, sus sentidos son más agudos, y su entusiasmo es más pleno. En Jeremías 2:2 se expresa claramente que Dios tiene un especial amor por la juventud, «...me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada». ¡Hay algo especial con respecto a la juventud! Desde un punto de vista meramente natural, nosotros preferimos los gatitos juguetones a los ásperos gatos callejeros. El potro pastando atrae más la atención que la yegua quebrantada.

Y no importa donde vayas, siempre te llaman la atención los niños, y en el fondo desearías que ellos no tuvieran que hacerse mayores. Así también, en el campo espiritual. Dios tiene una especial consideración por la burbujeante voluntariedad de la juventud, por la efervescencia de su primer amor. Él ama la fuerza, el fervor y la osadía de los jóvenes. Él se acuerda de su incalculable devoción, de su apasionado discipulado, de su desprendimiento voluntario a lo demás para seguirle. «Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio».

La juventud es la etapa de la realización. «Virgilio llegó a la cima de los poetas latinos, Lutero guió a los ejércitos de la Reforma, y Newton ocupó el primer lugar entre los descubridores, todos ellos antes de llegar a los treinta años. Antes de los veintiocho, Herodoto ya había recitado sus nueve libros de historia ante los juegos Olímpicos, y Aníbal ya había puesto a España en sujeción bajo las armas de Cartago. A los veinticinco años, ¡Demóstenes fue los labios-de-oro de Grecia, y Cicerón la lengua-deplata de Roma!, a la misma edad Rafael fue invitado por Julio II para adornar, con sus pinturas inmortales, los paneles del Vaticano, y Galileo observaba todas las noches el cielo y las sendas de sus espacios brillantes en busca de estrellas aún sin descubrir. A la misma edad, Shakespeare llegó a la cima de los dramaturgos. A los veintidós años, Alejandro ya había derribado el Imperio Persa, y Napoleón y Washington ya eran generales realizados. A los veinte años, Platón era el amigo íntimo y seguidor de Sócrates, y a los diecisiete, Aristóteles era llamado ‘el cerebro de su escuela’. A los diecinueve años, Pascal era un gran matemático, y Bacón era muy joven cuando colocó las bases de su filosofía inductiva. A los veinticinco años, Jonatan Edwards y Jorge Whitefield eran unos de los primeros predicadores, y a los treinta años, Jesucristo pregonaba el Evangelio que revolucionaría el mundo». Por otro lado, la vejez, es la etapa cuando nuestras fuerzas más refinadas se han agotado. Las manos empiezan a temblar, y las piernas ceden por el peso del cuerpo. Tal vez con algunos dientes menos, y los ojos mirando a través de lentes bifocales. Los oídos requieren de ayuda electrónica, y el habla se vuelve débil y rasposa. Junto con la vejez viene el insomnio, la timidez, la pérdida del apetito y un debilitamiento general. La vejez es un tiempo fatigoso, cansado. Cuán apropiadas, entonces, son las palabras del predicador al decir: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: no tengo en ellos contentamiento »(Eclesiastés 12:1).

La juventud es la etapa perfecta para buscar a Dios, no sólo con respecto a la salvación, sino también en relación con el buen servicio para Su causa. ¡Si tan sólo los jóvenes cristianos pudieran darse cuenta de que ahora hay cosas que ellos pueden hacer, las cuales más tarde no podrán llevar a cabo! El testimonio de un joven tiene una influencia peculiar sobre otros de su misma edad. La gente del mundo es atraída por el ánimo viril y el fervor de los jóvenes, mientras que entre los mayores los consideran como fanatismo. Los jóvenes están dispuestos a correr riesgos, y a enfrentar el desafío de la lucha cristiana, puesto que con la vejez viene el recelo y el temor al conflicto.

Muchos creyentes planifican sus carreras con la vaga idea de vivir para Cristo quizás en el futuro, después de haber ganado dinero, cuando se hayan retirado de su empleo, en otras palabras, cuando sean viejos. Dios no quiere las sombras de una vida malgastada. Él desea lo mejor y lo quiere por completo. En el Antiguo Testamento, Él pedía sacrificios perfectos y completos. ¡Sus demandas no han cambiado! ¿Podemos ofrecerle de manera consciente aquello que está deteriorado, sin valor y desgastado? ¡No!, la razón exige de nosotros que le demos lo mejor de nuestra vida, y lo mejor de ella es nuestra juventud. Cristo quiere lo mejor. Él desde el principio de las edades demandó las primicias del rebaño, lo mejor del trigo; Y todavía, con la más apacible súplica, Él pide hoy de los Suyos, que pongan a Sus pies, sus más grandes esperanzas, sus más ricos talentos. Él nunca olvidará el servicio noble, el amor más humilde, Él sólo pide que le demos lo mejor que tenemos. Cristo nos da lo mejor. Él toma nuestros corazones y los llena con gloriosa hermosura, gozo y paz; Y en Su servicio mientras nos fortalecemos, las llamadas para realizar grandes hazañas aumentan. Los más ricos dones en la tierra o en el Cielo están escondidos en Cristo. Sólo en Jesús recibimos lo mejor que tenemos. ¿Y es demasiado dar lo mejor de nosotros?

Ay, amigos, recordemos cómo una vez nuestro Señor derramó Su alma por nosotros y en el pináculo de Su misteriosa humanidad dio Su preciosa vida en la cruz. El Señor de señores, por Quien los mundos fueron hechos. por medio de aflicción y lágrimas nos dio lo mejor que tenía. Fue este deseo, el de dar lo mejor de sí, lo que animó a Peter Fleming, quien murió a los veintisiete años como un mártir cristiano en el Ecuador el 8 de enero de 1956. La sagrada determinación de su alma fue entregar lo mejor de su vitalidad juvenil, talentos, amor y vida a Cristo. Su noble decisión está bien expresada en un himno de Thomas H. Gill que fue uno de sus favoritos:

En la plenitud de mi vigor
quiero ser fuerte para ti, Señor;
cuando mi alma rebose de alegría,
para ti ha de ser mi melodía.
Mi corazón al mundo no quiero dar
y luego de tu amor hablar.
No quiero, sintiendo mis fuerzas desaparecer
entonces tu servicio emprender.
No quisiera con celo airoso y veloz
llevar los recados del mundo atroz,
y luego arrastrarme hacia la cumbre celestial
con pies cansados y paso gradual.

 

No será para ti mi deseo más escaso,
la más pobre e inferior porción;
No serán para ti mis fuegos en su ocaso,
las cenizas de mi corazón.
Oh, escógeme en mis tiempos de oro,
participa en mis alegrías y canción;
para ti mi juventud, glorioso tesoro,
la plenitud de mi corazón.

Nada puede compensar la tragedia de una juventud desperdiciada. Por lo tanto, cada uno debe preguntarse «¿Cómo será la biografía de mis primeros años? ¿Será ésta una de indiferencia por las cosas de Dios, o el relato vehemente de una vida completamente entregada al Señor Jesucristo?» ¡Recuerda, tu biografía se está escribiendo hoy!

En una generación que diviniza a la educación, es importante que los jóvenes cristianos vigilantes conozcan aquellas grandes verdades que les servirán de señal en su búsqueda del conocimiento y que les capacitarán para asignar valores correctos a los diferentes tipos de aprendizaje. Primeramente, debemos reconocer que cuando lleguemos al cielo no tendremos un conocimiento perfecto. Sólo Dios lo sabe todo; la omnisciencia es un atributo únicamente suyo. Y nosotros nunca seremos Dios; nunca dejaremos de aprender. Una vez que nos demos cuenta de esto, afectará nuestra preparación para la eternidad.

Las Escrituras indican que en el cielo continuaremos el proceso de aprendizaje. En Efesios 2:7 por ejemplo, Pablo declara que en los siglos venideros Dios nos mostrará las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Si Dios nos estará revelando algo eternamente, entonces, obviamente estaremos aprendiendo continuamente. ¡Y debe ser así! El tema es tan inagotable que Dios no puede enseñarnos completamente todas sus glorias. Mientras que Satanás pudo mostrar a Jesús en un momento todo lo que el mundo ofrece, Dios expondrá para siempre las inescrutables riquezas de Cristo y nunca graduará a Sus discípulos. Será una perpetua exposición de maravilloso amor y estaremos sentados a Sus pies como estudiantes embelesados aprendiendo continuamente más y más. Hay uno o dos pasajes que parecen contradecir esto al parecer implicar que, en el cielo, tendremos un conocimiento perfecto. Por ejemplo, Juan declara en su primera epístola que seremos semejantes a Cristo. Sin embargo, esto no significa semejanza mental ni facial, sino mas bien semejanza moral. Seremos semejantes a Él en cuanto a que estaremos libres de la presencia del pecado para siempre. Luego Pablo indica en Primera de Corintios 13:12 que conoceremos como fuimos conocidos. Esto puede indicar que en el cielo reconoceremos a nuestros seres queridos, pero no puede significar que tendremos un completo conocimiento de todas las cosas, porque siempre seremos criaturas inferiores a nuestro Creador y con un conocimiento limitado.

Estableciéndose entonces que en el cielo seguiremos aprendiendo, debemos hacernos la siguiente pregunta: «¿qué conocimiento tendré en el momento que vaya al cielo?» Se supone que la respuesta es: «el conocimiento que tenías en el momento que dejaste la tierra.» Por supuesto, siempre habrá la posibilidad de aumentar ese conocimiento en las edades venideras, pero nuestra primera base de aprendizaje será aquella con la cual dejemos este planeta. Si esto es cierto, es tremendamente significativo. Nos hace comprender que neciamente podemos dedicar nuestras vidas a la adquisición de una buena educación terrenal que en el cielo será relativamente sin valor. La ambición de tu vida puede ser conocer, más que cualquier otra persona, de ciertos campos de la ciencia, literatura o política. Puedes lograr este objetivo. ¿Pero, de qué te servirá en el cielo? Aquellas grandes carreras de la vida parecen tremendamente superficiales cuando son vistas a la luz de la eternidad. En cambio, un conocimiento profundo de la Palabra de Dios es de eterno valor y significado. Todo lo que aprendamos aquí en cuanto a las Escrituras será una inversión para la eternidad, puesto que en el cielo también tendremos la Biblia. Jesús dijo: «El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán». Y el Salmista escribió: «Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos». Es decir, que cada versículo que memoricemos, cada capítulo que estudiemos, y todo lo que aprendamos de la Biblia será de provecho para la vida venidera. a noción de que en el cielo todos seremos iguales no es una noción bíblica. La Palabra de Dios enseña que habrá diferencias en las recompensas para los salvos, así como habrá también diferentes grados de castigo para los condenados.

Aunque en el cielo todos serán felices, algunos tendrán mayor capacidad de disfrutar de sus glorias que otros. De hecho, nuestra apreciación por el Señor Jesús estará de acuerdo al conocimiento que hayamos adquirido de Él a través de su Palabra. Las copas de todos estarán llenas, pero algunos tendrán copas más grandes que las de otros.

Ahora, naturalmente es necesario que cada uno de nosotros adquiera cierto conocimiento «mundanal» o «secular» con el fin de encontrar un empleo conveniente y para llevar a cabo las actividades necesarias de la vida. Por esta razón, algunos reciben una educación superior, y otros reciben una enseñanza aún más avanzada en campos especializados.

Pero es importante recordar que este tipo de educación no es lo primordial en la vida. Es simplemente un medio de progreso, una forma de ganarse el sustento, mientras mantenemos firme nuestra meta suprema: conocer a Cristo, y darlo a conocer. Inexcusable es la práctica de hacer de la educación el objetivo principal, viviendo sin hacer caso de la eterna Palabra de Dios. Aquel día revelará la necedad de tal camino.

 

Son pocos los hechos que tienen tal efecto profundo en la vida de una persona como aquellos que acabamos de tratar. Si en el cielo no vamos a tener un completo conocimiento de todas las cosas, entonces lo que aprendamos aquí es lo que llevaremos al cielo. Por lo tanto, debemos prepararnos ahora para la eternidad. Debemos evitar la posibilidad de dedicar nuestras vidas a formas de aprendizaje terrenal que no tendrán valor alguno en el cielo. Debemos dar a los grados superiores de educación el lugar que les corresponde, es decir, debemos considerarlos como instrumentos para servir al Señor aquí en una forma más efectiva. Debemos darle a la Palabra de Dios el énfasis legítimo en nuestras vidas adquiriendo un mejor conocimiento de su Autor y de su sagrado contenido. Sí, ¡en el cielo habrá progreso! ¡Nosotros continuaremos aprendiendo allá! ¡Y el gozo de aquel curso de instrucción dependerá de lo que estemos haciendo con la Biblia aquí, hoy!

¿Te causaría mucha impresión el saber que, en gran parte, tú determinas tu propio futuro? Tú serás en la vida lo que quieras ser realmente. Si deseas intensamente tener cierta carrera, probablemente lo conseguirás. Este es un secreto muy valioso que debe conocerse más ampliamente. Tú tienes la llave de tu propio mañana. Como recordarás, Dios apareció a Salomón una noche y le preguntó lo que deseaba. Salomón pidió sabiduría y conocimiento, y su petición fue concedida juntamente con riquezas, abundancia, honor, victoria y larga vida. De una manera similar, la pregunta se hace a toda persona, «pide lo que quieras que yo te dé». Y lo que pedimos es básicamente lo que obtenemos.

Se dice que Lord Roseberry tuvo tres grandes ambiciones en su juventud:

 

1. Ganar el Derby.

2. Casarse con la hija de un millonario.

3. Llegar a ser Primer Ministro.

 

La historia nos cuenta que logró sus tres objetivos.

Hace algunos años, en un lugar en Chicago, un joven se arrodilló junto a su cama y, clamando la promesa del Salmo 145:19 le dijo al Señor que deseaba fervientemente lo siguiente:

 

1. Poder memorizar grandes porciones de la Biblia.

2. Poder escribir folletos y distribuir gran cantidad de ellos.

3. Proporcionar folletos gratuitamente a obreros cristianos.

4. Predicar el evangelio y ministrar la Palabra de Dios.

5. Poder escribir artículos espirituales para la edificación de los creyentes.

 

Todos los que conocen a Tom Olson saben que él tiene un extraordinario talento para memorizar las Escrituras, que sus predicaciones del evangelio y sus enseñanzas de la Biblia han sido de bendición para muchos, que sus artículos son ampliamente leídos, y que sus tratados han sido los que probablemente más se hayan difundido. Es así con toda persona joven. «El futuro está como una hoja limpia ante ellos, listo para recibir lo que ellos decidan escribir sobre su página».

 

¡Y esto nos lleva al punto! Ten cuidado con lo que desees. Mucho depende de tu elección. Y hay una terrible finalidad con respecto a ello. Cuando el hierro líquido fluye del horno, puede ser introducido en cualquier molde, pero, rápidamente al enfriarse se endurece, y mantiene firmemente su forma, a pesar de los martillos. ¡Si los jóvenes pudieran ver las posibilidades de su juventud, y las consecuencias que dependen de su temprana elección, tan claramente como algún día lo verán, entonces habría menos mañanas desperdiciadas y menos ocasos tristes. Por cada uno que elige deliberadamente, hay probablemente tres que simplemente van a la deriva. Ellos se creen piezas de fortuna o suerte. Son fatalistas. Pero, aún con esto, ellos han hecho su elección, y esa elección es la de dejarse llevar por cualquier corriente y tomar lo que venga. Los jóvenes sensatos deben ser conscientes de su solemne posición y de lo invalorable de su elección. Deben darse cuenta que ellos pueden llegar a ser casi cualquier cosa que quieran. Luego deberían ser tremendamente cuidadosos con lo que eligen, para que ésa sea realmente una elección digna.

Si Dios te preguntara hoy, «¿Qué es lo que quieres en la vida?» ¿Qué le dirías? ¡Escucha con atención! ¡ÉL ESTÁ PREGUNTÁNDOTE!

 

¿Qué es una ambición digna para la vida? ¿Qué tipo de carrera resultará ser la más recompensadora cinco minutos después de nuestra muerte? ¿Cuál es la mejor forma de invertir nuestro tiempo, nuestros talentos, y nuestros bienes? ¿Estaremos de acuerdo en que el «hacerse rico» no es una meta conveniente para un cristiano?

1. En primer lugar, el Señor mismo lo prohíbe claramente (Mateo 6:19), y por lo tanto, es tan incorrecto como la inmoralidad y el homicidio.

2. En segundo lugar, la abundancia material es un gran impedimento en los asuntos espirituales (Marcos 10:23-24).

3. Las riquezas son engañosas (Marcos 4:19): parecen reales, pero se desvanecen rápida y repentinamente.

4. El Señor Jesús, nuestro ejemplo, fue un hombre pobre (2 Corintios 8:9). Él dijo constantemente que el siervo no es más que su señor (Mateo 10:24-25).

5. Las riquezas no pueden ser llevadas al cielo (2 Corintios 4:18).

6. Hay un verdadero problema moral en cuanto a cómo un cristiano puede seguir siendo rico cuando ve toda la pobreza y necesidad del mundo a su alrededor.

 

Hace algunos años, apareció el siguiente artículo en un periódico de Ontario: John Livingstone de Listowel fue en su muerte el hombre más rico en el Condado de Perth, Ontario. Sus propiedades estaban valoradas en $500.000. Además de esto, su vida estaba asegurada por $500.000. Él fue hermano de David Livingstone, el famoso misionero explorador escocés.

En los años de su juventud, en su hogar en Escocia, estos dos muchachos hicieron grandes elecciones para sus vidas. Juan dijo, «Me voy a Canadá para hacer fortuna». ¡Y lo hizo!

 

David entregó su vida al Salvador, el Señor Jesucristo, y la dedicó a la gran labor de penetrar en el África para ganar a sus habitantes con el Evangelio. Para la opinión del mundo, Juan fue un hombre sabio y David un necio. Pero el punto de vista mundanal es sumamente miope. Aun cuando Juan alcanzó éxito en los negocios y acumuló grandes riquezas, y David sepultó su vida en África y murió allí sobre sus rodillas en una cabaña solitaria, el resultado después de cincuenta o setenta y cinco años es que el nombre de Juan casi ha desaparecido de la tierra, mientras que el de David Livingstone es fragante donde sea que el Evangelio es conocido alrededor del mundo. Pero la búsqueda de las riquezas ¡no es la única gran tentación! Otra fuerte atracción del hombre es la prominencia personal. Los hombres desean ser alguien, alcanzar renombre, llegar a ser ilustres. Algunos buscan esta gloria en los negocios o en la profesión. Dan lo mejor de sí en estas áreas. Ellos adoran en el altar del comercio o la ciencia. Luchan incansablemente por el éxito en los campos que han elegido, mientras que la voz de Dios les dice: «¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques» (Jeremías 45:5).

Algunos buscan distinción en el campo del atletismo. Entrenan rigurosamente bajo la disciplina más rígida. Hacen sacrificios con el fin de alcanzar proezas. Luego en la carrera del certamen utilizan todos sus músculos para ganar el premio. Pero las Sagradas Escrituras declaran que Dios «no se complace en la agilidad del hombre» (Salmo 147:10). Él no es un devoto de los deportes, porque las ventajas del ejercicio corporal sólo son para esta vida, pero la piedad afecta la eternidad así como el tiempo (1 Timoteo 4:8). Otros buscan distinción especializándose en algún área del conocimiento, ya sea filosofía, historia, música, etc. Pero es una indecible tragedia ver a los cristianos gastando sus vidas en la preparación para convertirse en expertos en áreas de aprendizaje que en el cielo serán de poco o ningún valor.

Aun otros tienen la noble idea de ayudar a su prójimo, y se dedican a la política, al bienestar social o alguna forma de progreso comunitario. Debe decirse para mérito de ellos, que son los menos egoístas de todos aquellos mencionados, pero aun con todo, sus programas altruistas son deficientes. Porque para ayudar al hombre a resolver los tremendos problemas que enfrenta, tú debes cambiar su naturaleza. Ninguno de los proyectos visionarios de esta época pueden hacerlo. Sólo el Evangelio tiene la respuesta. La caridad más sincera es presentar al hombre al Señor Jesucristo. Y así podríamos seguir examinando las cosas ordinarias por las cuales el hombre vive, y las encontraríamos indignas de sus más grandes esfuerzos, porque en primer lugar son ineficaces, y en segundo lugar son temporales. Su valor está limitado sólo para esta vida. Nunca pueden completar la visión del cristiano que vive para dos mundos.

Ninguna vida ha hallado su verdadero significado si no ha tomado en cuenta los dos mundos. La vida presente y la venidera. ¿Es un mérito pensar en la otra vida cuando ya se es viejo? Me gustaría alcanzar a aquellos cuyas cabezas no están canosas, para hacerles reflexionar mientras haya tiempo, para redimir sus vidas de la incredulidad, la vileza, el egoísmo, la restricción y llevarlas a la fe, la justicia y la nobleza, para que consideren que ahora su vida pertenece a dos mundos. Dos mundos: el presente que es tan breve, y el otro que es eterno. ¿Qué nos esperará allá? Esa es la pregunta que convierte lo temporal y transitorio en una consecuencia eterna. Lo que he realizado ahora repercutirá en la eternidad. No podré afrontar el problema de la vida hasta que no me haya dado cuenta de esto.

William Kelly fue un destacado estudiante de la Biblia cuyo conocimiento y espiritualidad le hicieron realmente poderoso para Dios en Gran Bretaña a fines del siglo pasado (Ed. Siglo XIX). El Sr. Kelly ayudó a un joven familiar suyo a prepararse para ingresar en el Trinity College en Dublin y así llamó la atención de los profesores allí. Ellos insistieron en que tomara un empleo en la universidad para de esta forma hacerse conocido. Cuando el Sr. Kelly mostró una completa falta de entusiasmo, éstos se quedaron perplejos, y uno le preguntó exasperadamente, “Pero, Sr. Kelly, ¿acaso no le interesa ganar reputación en el mundo?’ A lo cual el Sr. Kelly respondió hábilmente, «¿Qué mundo, caballeros?»

Sí, ¡eso es! Al considerar nuestras aspiraciones en la vida, la gran pregunta es, «¿Qué mundo, caballeros?» ¿Puede mantenerse firme tu ambición si es examinada a la luz de esta realidad?

 

A fin de pensar en forma sensata con respecto al futuro, uno debe de tomar en cuenta tres grandes principios:

1. Nuestra obligación con Dios

2. Nuestro deber hacia nuestro prójimo.

3. Nuestras propias aspiraciones.

Ninguna vida que no asuma estas tres responsabilidades es una vida verdaderamente próspera.

 

¡Dios primero! Aun si fuera sólo nuestro Creador, merecería nuestra firme confianza y constante servicio. Pero el hecho de que el Gran Creador vino a ser nuestro Salvador. Es esto lo que nos deja sin excusa alguna. Cada uno de nosotros debe enfrentarse a estas verdades eternas:

1. Dios en Su gran misericordia envió a Su único Hijo para morir en mi lugar.

2. El Señor Jesús vino voluntariamente de la gloria del cielo a la inmundicia y vergüenza de este mundo por mí.

3. Él sufrió, derramó su sangre y murió para salvar mi alma.

4. Aquél que murió no fue sólo un hombre, sino el Mismo que creó el universo.

5. Él murió por mí siendo yo Su enemigo.

6. Los sufrimientos que Él pasó para pagar la pena de mis pecados fueron tan grandes que la mente humana no podrá entenderlos jamás.

7. Él me estimó lo suficiente como para comprarme con Su sangre en el mercado de esclavos del pecado.

8. Él murió para ser mi Rey, mi Señor, y mi Maestro.

Estas verdades pueden convertirse fácilmente en algo muy trivial para los cristianos. Pero cuando, raras veces, los destellos de su gloria inundan nuestras almas, quedamos completamente maravillados por ellas y sólo podemos exclamar:

Después de todo lo que Él ha hecho por mí,
después de todo lo que Él ha hecho por mí,
cómo no darle de lo mío lo mejor
y vivir del todo para Él
después de todo lo que Él ha hecho por mí.
 

Betty Daasvand

Si es verdad que Cristo me compró con Su sangre, entonces es obvio que mi vida ya no me pertenece más a mí, sino a Él. Así razonó el apóstol Pablo cuando escribió: «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego, todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5:14,15). ¡Por tanto, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Él!

 

C.T. Studd no pudo llegar a otra conclusión. «Yo sabía que Jesús murió por mí, pero nunca entendí que si Él murió por mí entonces mi vida no me pertenecía. Redención significa comprar nuevamente, de modo que si yo le pertenecía, entonces o bien tendría que ser un ladrón para retener lo que no era mío, o por el contrario tenía que entregarlo todo a Dios. Cuando reconocí que Jesucristo murió por mí, no fue difícil entregarle todo a Él».

Isaac Watts captó la lógica razonable de todo esto en la bien conocida, pero poco racticada composición de estas líneas: Si fuera mío todo el reino natural, ofrenda demasiado pequeña sería el amor divino, tan sin igual exige mi alma, mi vida, toda mi energía.

El Conde Zinzendorf dijo, «Pensé que no sería digno de mi Salvador si no le ofrecía lo que más amaba».

Y Pilkington de Uganda fue forzado a reconocer, «Si Él es Rey, Él tiene derecho sobre todo».

Hace años, cuando un misionero, T.E. Wilson, estaba hablando a nativos en Angola, le saltó a la vista en su audiencia un hombre alto y corpulento que tenía junto a sí a un muchacho muy atemorizado y tembloroso. Cada vez que el hombre se movía, el muchacho retrocedía con terror. Al finalizar el servicio, el predicador se enteró de que se trataba de un amo cruel con su esclavo. Inmediatamente empezó a realizar los trámites para comprar al muchacho. El dueño le puso un precio muy alto, y finalmente lo vendió cuando estuvo satisfecho con las condiciones. Cuando el cristiano se dirigía a casa con su compra, se dio cuenta de que el esclavo estaba tan atemorizado de él como lo estaba de su dueño anterior. Así que al llegar a casa, se sentó con el muchacho y le dijo, «Hijo, hoy te he comprado, y ahora me perteneces. Sin embargo, de hoy en adelante eres libre y puedes hacer lo que tú quieras. Puedes regresar a la jungla y vivir allí con tu gente, o puedes quedarte en mi casa y ser un miembro de mi familia».

Cuando el muchacho se dio cuenta de que el misionero era sincero en lo que decía, le miró con lágrimas en los ojos y dijo: «Sr. Wilson, yo seré su esclavo para siempre». ¿Qué otra respuesta razonable hubiera podido dar? Y por la misma razón, debemos decir, «Señor Jesús, seré tu esclavo para siempre. Mis manos, mis pies, mi voz y mi intelecto te pertenecen. Tú derramaste tu sangre y moriste por mí; por tanto yo viviré para ti». Las misericordias de Dios nos ponen en deuda con Él, todo lo que sea menos que la entrega completa de nuestras vidas, no sería razonable (Romanos 12:1-2). Pero luego tenemos una segunda obligación, la cual es hacia nuestro prójimo. El Cristianismo es esencialmente desinteresado. Trabaja bajo un profundo sentido de deuda «a griegos y no griegos, a sabios y a no sabios» (Romanos 1:14). Es estimulado por una pasión por las almas, y un misterioso sentido de compulsión que clama: «¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio» (1ª Corintios 9:16). Los jóvenes creyentes con celo no pueden hacer planes para sus vidas, sin tomar en cuenta las siguientes consideraciones:

1. El mundo de nuestro alrededor está pereciendo. Cien mil almas perecen al día, sin Cristo, una a una se van, en culpa y condena quedarán.

 

2. Un gozo incomparable aguarda en el cielo a los salvados, pero el indescriptible dolor del infierno será la porción eterna de aquellos que mueren sin Cristo. Cada cristiano debería sentarse en quietud por una hora y pensar en el infierno: su eternidad, sus remordimientos, sus tinieblas, su tormento. Debería pensar en sus familiares, amigos, vecinos, y en toda persona que pronto estará allá. Debería pensar lo suficientemente como para no vivir nunca más como un cristiano nominal, rutinario, complaciente.

 

3. Si el Evangelio no es verdadero, debe ser totalmente abandonado, pero si es verdadero, debe ser proclamado por todos los rincones de la tierra. Sería un crimen conocer un remedio para el cáncer y guardarlo egoístamente. Asimismo, sería un crimen conocer el remedio para las almas y no compartirlo. ¿Podríamos nosotros teniendo el alma encendida con sabiduría de la altura, podríamos nosotros a las almas en negrura, negarles la lámpara de vida?

 

4. Esta generación de la humanidad sólo puede ser alcanzada por esta generación de cristianos. Por lo tanto, nuestra obligación no puede ser transferida a otros.

 

5. Se nos pedirán cuentas por lo que hayamos hecho con la Gran Comisión (Mateo 28:19-20). ¿Nos atreveríamos a ir a la eternidad con nuestras vestiduras manchadas con la sangre de las almas?

 

6. Cada persona que encontramos es una posible piedra preciosa en la corona del Salvador. Por tanto, debemos amarlos, por Su causa. Debemos afrontar estas realidades en forma sincera y valiente, de otro modo, estaremos dando un rumbo equivocado a la vida. Finalmente, nuestros planes deben ser formulados con miras a nuestros propios intereses. A simple vista, esto parece ser inexcusablemente egoísta, pero no es así, porque Dios desea que tengamos lo mejor y espera que vivamos de tal forma que logremos lo que en Su amor ha planeado para nosotros.

¿Cómo puedo cumplir mis propias aspiraciones para esta vida y para la venidera? El joven cristiano debe examinar profundamente lo siguiente:

1. Es posible que tu alma se salve y que tu vida se pierda.

 

2. Esta vida no es un fin en sí, sino simplemente una inversión para la eternidad. «La vida es el período de entrenamiento para el tiempo cuando reinemos».

 

3. Es posible arreglar tu vida ahora de modo que sigas trabajando después de tu muerte. R. W. Borham dijo que «Es el deber de todo hombre proveerse de algún trabajo honesto que pueda desempeñar cuando esté descansando en su tumba».

 

4. ¡Un día estaremos ante el Tribunal de Cristo! ¿Qué es lo que valdrá para entonces? Sólo la vida que haya sido invertida en Dios.

 

5. Existe la terrible posibilidad de que aquel día nos encontremos con las manos vacías.

 

¿Con las manos vacías he de ir?

¿Sin haber servido ni un día en su mies?

¿Con mi Redentor me he de reunir sin poner ningún trofeo a sus pies?

¿Con las manos vacías he de ir? ¿Así he de encontrar a mi Salvador?

¿Ningún alma con la cual acudir?

¿Con las manos vacías he de ir?

C. C. Luther

 

6. Nada compensará la pérdida de Sus palabras «¡Bien hecho!» Ninguna pérdida se compara a la pérdida inaudita de haber estado ocupado en los propios asuntos y no haber visto a un alma buscando la verdad que pasaba por el mismo camino. Qué sería si al término del día, cuando las cosas se muestran más claras a la luz de la tarde, miráramos atrás y viéramos que el Señor que nos redimió se encontraba allí en aquel momento, buscando a alguien que le pudiera decir a esa alma, «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» y nosotros no estuvimos allí. Aún la reflexión de un momento revelará que nuestros mayores intereses para tiempo y eternidad, son mejor cumplidos cuando estamos en el centro de la voluntad de Dios.

Paremos entonces para examinar nuestras ambiciones y preguntémonos a nosotros mismos:

 

1. ¿Consideran mi obligación con Dios?

2. ¿Me descargan de mi deuda con la humanidad?

3. ¿Me son de máxima utilidad en esta vida y la venidera?

Si no cumplen con estos requisitos, entonces son aspiraciones sin valor y deben ser descartadas.

En el capítulo anterior hemos visto que todo creyente tiene un solemne compromiso con su Dios, con su prójimo y consigo mismo: con su Dios, por Su obra en la creación y redención; con su prójimo, porque sin Cristo perecerá eternamente; consigo mismo, porque un día comparecerá ante el Tribunal de Cristo y tendrá que dar cuentas de su vida completa. ¿Cómo, pues, puede un cristiano cumplir esta triple responsabilidad? Si sólo vive para sí, estará insatisfecho en esta vida y desdichado en la venidera. ¿Una vida egoísta servirá para sus propios intereses? Si vive para el bienestar general de su prójimo, sin incluir el Evangelio, no habrá logrado una ayuda verdadera, porque lo que el hombre necesita es a Cristo y sin Él perecerá para siempre. Pero si, en cambio, entrega por completo su vida al Señor, no puede errar, porque la persona que ama a Dios sobre todas las cosas, necesariamente ayudará a la humanidad por medio del Evangelio, y con ello servirá a sus propios intereses, tanto para su felicidad presente como para sus recompensas en el futuro.

El gran secreto de una vida cristiana de éxito, por lo tanto, está en rendir a Dios todo nuestro ser. Esto comienza con el sincero reconocimiento de que nosotros no sabemos lo que es lo mejor para nuestras vidas. Jeremías expresó bien esta actitud cuando dijo: «Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos» (Jeremías 10:23). Es apropiarse de una profunda convicción de que Dios tiene un «mejor plan» para nuestras vidas, que podemos tener «lo mejor» Suyo si con sinceridad lo deseamos, y que de no ser así sólo conoceremos Su «vicemejor» o un «mejor» más inferior todavía. Si creemos esto realmente, siendo seres racionales nos vemos forzados a cumplir con el gran compromiso de la vida, de rendir nuestras vidas a Él. Rendir significa entregar al Señor todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Significa dedicarle todos nuestros miembros, todo lo que tenemos y somos. Significa entregarle a Él incondicionalmente nuestra voluntad. Significa una entrega absoluta.

Betty Stam hizo el gran compromiso de su vida nueve años antes de morir como mártir. Ella escribió en su Biblia: Señor, renuncio a mis propios planes y propósitos, a todos mis deseos, esperanzas y ambiciones (ya sean del cuerpo o del alma), y acepto Tu voluntad para mi vida. Me doy entera: mi vida, toda yo, por completo a Ti, para ser tuya para siempre. Pongo a tu cuidado todas mis amistades. Todas las personas que amo han de tomar un segundo lugar en mi corazón. Lléname con tu Santo Espíritu. Realiza Tu voluntad por completo para mi vida cualquiera que sea el coste, ahora y para siempre. Para mí el vivir es Cristo.

Borden de Yale cumplió el gran compromiso de su vida unos años antes de morir de meningitis cerebral en Egipto, mientras se dirigía a China llevando el Evangelio: Señor Jesús, no quiero decidir yo sobre mi vida. Te pongo a Ti sobre el trono de mi corazón. Cámbiame, purifícame y úsame como Tú quieras. Tomo el pleno poder de Tu Espíritu Santo. Gracias, Señor. Y estos son sólo ecos de una Voz Mayor ( el Señor Jesús) que clamó en la quietud de un huerto de Oriente: «No se haga mi voluntad sino la Tuya». Así debe ser con toda alma que desea progresar en las cosas de Dios. Debe haber un momento en que la persona repudie su propia voluntad y se presente como sacrificio vivo a Dios diciendo:

Iré donde quieras que vaya;

Haré lo que quieras que haga;

Diré lo que quieras que diga;

Seré lo que quieras que sea.

Una vez realizada esta entrega incondicional debe ser repetida en la práctica diaria. El creyente debe mantenerse en un estado de sumisión. Debe recordar que es un esclavo que espera continuamente las órdenes de su amo. En cada aspecto de la vida debe reconocer el señorío de Cristo. ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Experimentará esa persona alguna transformación física? ¿Tendrá una crisis emocional sensacional? ¿Descenderá fuego del cielo en respuesta? En la mayoría de los casos, por lo menos, no habrá ningún signo o exhibición externa. Antes bien, habrá una apacible seguridad de fe en que Dios ha oído en los cielos y ha aceptado la ofrenda. Al igual que creemos que Él nos salva cuando venimos a Él como pecadores suplicantes, debemos también creer que Él nos acepta cuando venimos a Él como sacrificio vivo. Después puede presentarse el peligro de desanimarnos ambiente. La vida seguirá de forma rutinaria en cierto modo. Tal vez las tareas diarias nos parecerán monótonas o incluso triviales. Pero lo más grande es estar rendido, saber que el camino que sigues es justamente la senda trazada para ti. Mientras seas fiel en las pequeñas cosas, Dios será tu fiel guiador en las crisis. Te conducirá paso a paso. Llegarás a ser cada vez más consciente de las extrañas, pequeñas e inesperadas coincidencias de la vida. Te darás cuenta de que las cosas están «funcionando». Hallarás oportunidades que nunca hubieses logrado tener por ti mismo. Y aunque la dirección de Dios a veces pueda ser oscura en ciertos momentos, mirando atrás y considerando los años pasados de una vida consagrada, te darás cuenta de que el Señor te ha estado guiando y que para ti ha sido una carrera «encantadora».

Esto implicará una espera —larga, penosa espera— que es lo que peor llevamos. Pero es parte de nuestro entrenamiento necesario.

Siempre existirá el peligro de volver atrás, de reconsiderar, de abdicar y bajarnos del altar de sacrificio. Cierto cristiano colgó un lema en la pared de su comedor: «Señor, guárdame para Ti a cualquier costo». Pero un día fue allá y silenciosamente quitó el lema —el costo era demasiado alto. Debemos hacer del nuestro un sacrificio irrevocable, porque cualquiera que ponga su mano en el arado, y mira atrás, éste no es apto para el Reino de Dios (Lucas 9:62).

Pero sean cuales sean las experiencias de una vida entregada, nunca habrá pesar por haberse entregado. Borden habló de esta vida como de una vida «sin reserva, sin retirada, sin pesar». Es la vida que realmente vale la pena. Por tanto debemos hacer de esto algo práctico y personal.

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