Lector cristiano, me siento obligado a hacer un serio llamado a tu corazón y a tu conciencia, en presencia de Aquel a quien tú y yo somos responsables, y quien conoce plenamente nuestros corazones y caminos. No pretendo juzgarte, ni hablarte odiosamente. Tampoco deseo escribir con un espíritu de amargura o queja. Solo deseo despertar tu limpio entendimiento, despertar la fuerza de tu nueva naturaleza, exhortarte y animarte a un celo más sincero y a una fiel devoción en el servicio de Cristo.
El tiempo actual es profundamente solemne. El día de la misericordia de Dios está llegando rápidamente a su fin. El día de la ira se acerca. Las ruedas del gobierno divino avanzan con una rapidez que realmente subyugan al alma. Los problemas de la humanidad están llegando a un punto álgido. Se acerca una terrible crisis. Las almas inmortales se precipitan por la superficie de la corriente del tiempo hacia el ilimitado océano de la eternidad. En una palabra, el fin de todas las cosas está cerca. "Se han acercado aquellos días, y el cumplimiento de toda visión" (Ez. 12:23).
Ahora, querido lector, viendo que estas cosas son así, preguntémonos unos a otros, ¿hasta qué punto nos afectan estas cosas? ¿Qué estamos haciendo ante la escena que nos rodea? ¿Cómo estamos cumpliendo nuestra cuádruple responsabilidad, a saber, nuestra responsabilidad con Dios; nuestra responsabilidad para con la iglesia; nuestra responsabilidad para con los pecadores perdidos; y nuestra responsabilidad para con nuestras propias almas? Esta es una pregunta solemne. Llevémosla a la presencia de Dios, y allí examinémosla en toda su magnitud. ¿Estamos realmente haciendo todo lo que podemos hacer para el avance de la causa de Cristo, la prosperidad de su iglesia, el progreso de su evangelio? Te confieso cándidamente, amigo mío, que me temo que no estamos haciendo un uso correcto de toda la gracia, la luz y el conocimiento que nuestro Dios nos ha impartido abundantemente en su gracia. Me temo que no estamos comerciando fiel y diligentemente con nuestros talentos, ni negociando hasta el regreso del Maestro. A menudo se me ocurre que las personas con mucho menos conocimiento, con mucha menos profesión, son mucho más prácticas, más fructíferas en buenas obras, más honradas en la conversión de almas preciosas, más usadas por Dios. ¿Por qué sucede esto? ¿Estamos tu y yo lo suficientemente vaciados de nosotros mismos, lo suficientemente consagrados a la oración? ¿Poseemos realmente un ojo sencillo?
Tal vez respondas: «Oh, no vale la pena estar ocupados con nosotros mismos, nuestros caminos o nuestras obras». Sí; pero si nuestros caminos y nuestras obras no son lo que deberían ser, debemos ocuparnos de ellos, debemos juzgarlos. El Señor, por medio de su profeta Hageo, exhortó a los judíos de antaño a «meditar bien sobre sus caminos» (véase Hag. 1:5); y el Señor Jesús les dijo a cada una de las siete iglesias: "Yo conozco tus obras" (véase Ap. 2 y 3). Corremos el gran peligro de descansar satisfechos con nuestro conocimiento, nuestros principios, nuestra posición, mientras que, al mismo tiempo, caminamos en un espíritu carnal, mundano, autoindulgente y descuidado. Ciertamente, el final de tal condición será terrible. Meditemos en estas cosas. Que la amonestación apostólica caiga, con poder divino, sobre nuestros corazones: "Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo" (2 Juan 1:8).
C. H. Mackintosh
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