





Traducción bíblica utilizada: NBLA
“Así que les digo un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Pues la trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados.” (1 Corintios 15:51–52)
El Nuevo Testamento nos revela algunos secretos verdaderamente interesantes. Se trata de secretos revelados que definitivamente debemos conocer. ¿Por qué? ¡Porque son verdades cristianas fundamentales!
Cada vez que el Nuevo Testamento habla de un “misterio”, se refiere a algo desconocido en tiempos del Antiguo Testamento; algo que Dios aún no había revelado.
Los creyentes del Antiguo Testamento sabían que algún día habría una resurrección. Job mismo escribió al respecto (véase Job 19:25-26). Pero había algo que no sabían: que un día habría personas que irían al cielo sin pasar por la muerte. Dios no les había dicho esto. ¡El arrebatamiento seguía siendo un secreto en tiempos del Antiguo Testamento!
La verdad del arrebatamiento está dirigida más al corazón que a la mente. Es un misterio precioso que debemos atesorar; un misterio que, si lo atesoramos en nuestro corazón, nos mantendrá separados de este mundo –evitando que seamos conformados a él– y evitará que seamos negligentes en relación con el pecado.
En aquella época, lo único que se sabía era que el Mesías vendría para reinar como Rey y establecer su reino de justicia y paz. Así lo escribió Zacarías: “Vendrá el Señor mi Dios, y todos los santos con él... sus pies se posarán aquel día en el monte de los Olivos” (Zac. 14:5, 4).
Sin embargo, no se sabía cómo los creyentes serían llevados al cielo con Cristo antes de que vengan con él a esta tierra. Ese misterio fue revelado solamente a través del apóstol Pablo en el Nuevo Testamento. Por eso él escribió: “Así que les digo un misterio: no todos dormiremos[a], pero todos seremos transformados” (1 Co. 15:51).
Para estar con Cristo en el cielo, tanto los creyentes que estén dormidos como nosotros, los que estemos vivos en ese momento, debemos ser transformados. Todos necesitamos un cuerpo resucitado para entrar en la gloria de Dios, ¡porque “a carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Co. 15:50)!
El apóstol Pablo revela una verdad inmensa en este misterio: la obra redentora del Señor Jesús es tan completa y poderosa que, para los creyentes, la muerte ya no es una consecuencia inevitable de la caída del hombre. ¡La muerte es un enemigo derrotado! Una prueba de ello es que toda una generación de creyentes será llevada al cielo sin morir. “Los que estemos vivos” (1 Ts. 4:17) nunca entraremos en contacto con la muerte debido a la venida del Señor.
La transformación de los creyentes sucederá en un instante, “en un abrir y cerrar de ojos”. Será un evento repentino, invisible para el mundo. Inmediatamente después de la transformación de nuestros cuerpos, el Señor nos llevará a la casa de su Padre (véase 1 Ts. 4:17; Jn. 14:3).
Esto será muy distinto a su venida con los creyentes en gloria, cuando seremos manifestados juntamente con él (véase Col. 3:4). Con respecto a su venida con los suyos, el libro de Apocalipsis dice: “Él viene con las nubes, y todo ojo lo verá” (Ap. 1:7). Y Jesucristo mismo dijo al respecto: “Porque así como el relámpago sale del oriente y resplandece hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:27).
En resumen, el hecho de que la venida del Señor tenga dos fases era un misterio. Primero, vendrá por los suyos para tomarlos a sí mismo: este es el arrebatamiento. Más adelante, él regresará del cielo con todos los creyentes para establecer su reino en la tierra: esta es su manifestación pública.
La Escritura distingue claramente entre estas dos fases de su venida. Consideremos algunos puntos que lo aclaran:
Primero, el Señor vendrá por nosotros para tomarnos a sí mismo, es decir, para llevarnos a donde él está (véase Jn. 14:3), así él podrá venir más adelante con nosotros para reinar sobre la tierra (véase 1 Ts. 3:13; Ap. 5:10).
El arrebatamiento es un misterio que no fue revelado en el Antiguo Testamento (véase 1 Co. 15:51). En cambio, la manifestación del Hijo del Hombre ya había sido anunciada en varios pasajes del Antiguo Testamento (véase Dn. 7:13; Zac. 14:5; Jud. 14; etc.).
El arrebatamiento está relacionado con el cielo. Así como Cristo ascendió de la tierra, nosotros también la dejaremos. Ascenderemos “en las nubes al encuentro del Señor en el aire” (1 Ts. 4:17). Él nos llevará a la casa del Padre (véase Jn. 14:3). Su manifestación, en cambio, se relaciona con el reino de Dios en la tierra, pues cuando aparezca con nosotros en gloria (véase Col. 3:4), sus pies se posarán sobre el Monte de los Olivos (véase Zac. 14:4-5).
En el arrebatamiento, el Señor vendrá como el Esposo a buscar a su esposa, la Iglesia, para presentarla a sí mismo, “una iglesia gloriosa”, sin “mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef. 5:27). Luego, tras las bodas del Cordero (véase Ap. 19:7), él vendrá como Juez para traer juicio sobre sus enemigos (véase Ap. 19:14-16; 2 Ts. 1:7-8; Mt. 25:31).
Los creyentes vivos en el momento del arrebatamiento forman parte de la Iglesia, la Esposa del Cordero. Por eso, el Espíritu y la esposa dicen: “Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap. 22:20). La manifestación, en cambio, se relaciona con Israel. Por eso, cuando el Hijo del hombre venga, todas las tribus de la tierra “harán lamentación por él” (Ap. 1:7 comp. Mt. 24:30).
En el arrebatamiento, el Señor vendrá por la Iglesia como Salvador. Él vendrá para librarla de la ira venidera, esto es, el tiempo de la Tribulación (véase 1 Ts. 1:10; Ap. 3:10; Fil. 3:20). En su manifestación, él vendrá como libertador de Israel, para salvar al remanente judío que haya sobrevivido a los ataques de sus enemigos (véase Is. 31:4-5).
En el arrebatamiento, Él sacará de este mundo a los creyentes y dejará a los incrédulos (véase Jn. 14:2-3; Mt. 25:10). En su manifestación, los impíos serán sacados de este mundo para juicio, mientras que los creyentes quedarán en la tierra para entrar en la bendición del reino milenial (véase Mt. 13:41-43; 25:41).
En cuanto al arrebatamiento, no hay señales previas; no hay eventos que se tengan que cumplir antes de que suceda. Puede ocurrir en cualquier momento. El Señor presenta su venida por nosotros como una esperanza permanente, así que debemos esperar que el arrebatamiento suceda en cualquier momento (véase Jn. 14:3; Ap. 3:11; 22:7, 12, 20). En cambio, antes de su manifestación en poder y gloria, deben ocurrir ciertos acontecimientos específicos (véase 2 Ts. 2:3-8; Mt. 24:29-30).
En resumen, el arrebatamiento está relacionado con la misericordia (véase Jud. 21), el consuelo (véase 1 Ts. 4:16-18), la salvación (véase 1 Ts. 5:9), la gracia soberana y la casa del Padre (véase Jn. 14:3). Todos los creyentes participarán de este evento por igual. La manifestación del Señor, en cambio, se relaciona principalmente con nuestra responsabilidad, gobierno y recompensa. En este evento, se revelará al mundo lo que Cristo ha logrado hacer en nosotros y a través de nosotros durante nuestras vidas (véase 2 Ts. 1:10). ¡Las diferencias serán evidentes según nuestra fidelidad y dedicación personal!
Cuando aparezcamos con Cristo en gloria, se manifestará la recompensa que ya habremos recibido de él en el tribunal de Cristo (véase 2 Co. 5:10). También veremos la recompensa en forma de tareas que se nos asignarán en el Milenio (véase Lc. 19:17). Por esta razón, cuando se habla de la fidelidad en el servicio, esta se vincula más frecuentemente con la manifestación que con el arrebatamiento (véase 1 Ts. 2:19; 2 Ti. 4:8; 1 Jn. 2:28).
En este contexto, resulta especialmente interesante lo que Pablo escribió en Tito 2:13: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús”.
Como bien observó un comentarista bíblico:
Aquí se vinculan la venida del Señor y su manifestación, pues ambas son esperadas: no solo “la esperanza bienaventurada” de la venida de nuestro Señor para tomarnos consigo, sino también su “manifestación” posterior en gloria, cuando tome el lugar que le corresponde en la tierra como el “heredero de todas las cosas” y “Señor de todo”.
H. H. Snell
Traducido del libro «Maybe Today!» [¡Quizás hoy!] de editorial The Bereans
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