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Sígueme tú

"Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú". (Juan 21:22)

El Evangelio según Juan es muy especial, nos muestra las grandezas del Hijo de Dios que vino a este mundo como "la luz" que "en medio de las tinieblas resplandece". Es muy precioso también por sus relatos no repetidos en otros evangelios. Así sucede con está pequeña porción que además cierra el Evangelio. Parece ser un llamado a cada uno de nosotros. Es como si el Señor nos dijera: «¿Viste mis glorias? ¿Creíste que soy el Hijo de Dios? Está bien. Ahora sígueme».

La grandeza de Cristo se destaca en cada parte de este Evangelio, el gran YO SOY vino a este mundo para salvar a los pecadores. Sin embargo, a pesar de toda la inmensidad de Su persona, Su obra y Sus glorias, rápidamente podemos ser tentados a mirar a un costado y preguntar: "¿Y qué de éste?". Rápidamente podemos eclipsar (en nuestro corazón claro está) la grandeza de Cristo con preguntas acerca de los demás. ¡Cuántas veces no hemos oído argumentos acerca de los demás para dejar de asistir a las reuniones de asamblea! No me gusta como habla tal; ese hermano no camina como dice la Palabra, no puedo caminar con el; y así sucesivamente de manera infinita. Sólo se trata de la misma pregunta que Pedro le hizo al Señor Jesús. Sin embargo, el Señor nos deja la llave, para llevar a la práctica las enseñanzas de este Evangelio, al final del mismo. Sígueme tú. ¡Qué diferentes serían nuestros testimonios personales y colectivos si cada uno de nosotros se dedicara a seguir al Señor sin mirar lo que hacen los demás. Tristemente la decadencia del pueblo de Dios reside en hablar mucho de los demás y poco de Cristo

Este libro comienza de la forma más inmensa posible: nos lleva a la eternidad, al avanzar vemos como Cristo se dedicó a llamar discípulos (cap. 1), a transformar sus penurias en gozo (cap. 2), a hacerlos renacer (cap. 3), a hacerlos adoradores (cap. 4), hacerlos caminar (cap. 5), a alimentarlos con Su Persona y con las palabras de gracia que salían de Su boca (cap. 6 y 7) y a hacerlos caminar en novedad de vida (cap. 11). Finalmente, lo vemos recibir y no dar (cap. 12) en la casa de Betania. ¿Y cómo termina? Con un llamado a seguirlo a Él y solamente a Él. Es como si la primera parte del Evangelio se encargara de mostrarnos como Él, desde la magnífica gloria, descendió para nutrirnos con todo lo necesario para que lo podamos seguir, hasta finalmente revelarnos al Padre (cap. 13-17). Los últimos capítulos (después de la resurrección) nos muestran a seguidores de Cristo siendo restaurados y siendo curados de su incredulidad. Y finalmente la conclusión de todo este trabajo de gracia que el Señor hizo es: Sígueme tú.

¡Qué podamos meditar en estas cosas y postrarnos a los pies del Señor para seguirlo día a día y así manifestar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable!

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