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QUE CADA UNO CONSIDERE CÓMO SOBRE-EDIFICA
(Traducción del Holandés)
«Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo»
(Hechos 9:31)
ESTAR EN PAZ
En primer lugar aquí no se trata de la paz con Dios, porque ella es la parte de todos los que creen en el Señor Jesús. Más bien es la paz de Dios y la paz entre nosotros.
Para poder conocer tal paz es necesario caminar, por así decir, guardando nuestra mano en la mano del Padre Dios nuestro. En todas las circunstancias, debemos poder decir: «Él hace bien todas las cosas». Es un Padre que jamás engaña. Si deseamos gozar de esa paz, es esencial que caminemos según la luz y que nada de nuestra vida tome el lugar entre nuestra alma y Dios. Entonces viviremos en paz entre nosotros, porque aquel que ama a Dios ama también a aquellos que son nacidos de Dios. Cuán agradable será para los ojos de Dios el ver a los hermanos habitando juntos en armonía. Luego podrá ser producido fruto.
Cuando esto es así, el Espíritu de Dios puede actuar libremente tanto en los individuos como en el conjunto. Todos crecerán en el conocimiento y en la gracia, y aprenderán a comprender mucho mejor los pensamientos y los consejos de Dios. Todos se someterán a la dirección y a la disciplina del espíritu Santo. Si un miembro sufre, todos los miembros verdaderamente sufrirán con él, y si un miembro se goza, todos se gozarán con él. Si alguno peca, todos estarán concientes de estar asociados con el mal y sentirán la necesidad absoluta de purificarse. El Espíritu de Dios manifestará inmediatamente todo pecado, bajo cualquier forma que se presente, y la asamblea no vacilará en confesarlo, en juzgarlo y en quitar el mal.
A este respecto, a menudo se comprueba una triste situación. Se puede tener la paz con Dios, pero la paz de Dios falta. Se va murmurando y quejándose, irritado por los caminos de Dios. No se acepta lo que Dios hace. Y la situación se agrava aún más cuando la paz entre los hermanos falta; o bien, puede ser que ella aun exista, pero su manifestación es muy débil. Los hermanos no se adhieren así como es la arena; se ponen a ver o imaginar cosas los unos de los otros; y prontamente no ven nada bueno en sus hermanos, y hablan de los demás. Y esto se extiende. A menudo, en una tal situación, hay muchas críticas con respecto a la enseñanza. No se puede gozar más en la verdad, aunque se continúe hablando del amor de Dios y del ejemplo del Señor Jesús.
No es raro que esto se acompañe de muchas obras, pero bajo esta apariencia, el primer amor, esta vida escondida de comunión con el Señor, ha sido abandonado. En un tal estado de cosas, el Señor dice: «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete».
SER EDIFICADO
¡Cómo son refrescados los corazones cuando se habla para la edificación! El Señor ha dado dones a la Asamblea y el Espíritu lo emplea como él lo desea. En las asambleas del comienzo ciertamente se esperaba al Señor, en una total dependencia. Aquel que hablaba lo hacía como oráculo de Dios. Se puede aún hoy día estar concientes así de su dependencia al Señor. Luego, todos esperarán tranquilamente y recibirán con reconocimiento lo que el Espíritu de Dios juzgará necesario darles; y todos serán edificados, consolados y exhortados.
¡Cuán edificados somos cuando el Señor nos es presentado en su amor y en su gracia!
¡Cuántos motivos tenemos de alabar su sabiduría y la fidelidad de Dios cuando las verdades de la Escritura son expuestas con simplicidad (sencillez) y claridad! ¡Qué beneficio para nuestros corazones cuando la Palabra es presentada, explicada y aplicada a nuestros corazones y a nuestras conciencias!
¡Cuánto podemos estar agradecidos cuando recibimos, de nuevo, el alimento necesario para seguir la carrera, a menudo por las palabras completamente sinceras de un hermano que camina con Dios en paz!
¿Pero qué sucede cuando la paz falta? No somos edificados, incluso aunque haya algo mejor. Se apega a un desarrollo bien presentado, a una exposición y elocución irreprochable. Luego pasamos en una crítica destructiva referente a puntos de naturaleza secundaria; y finalmente no se es edificado sino enojado (incomodado, irritado). En la casa la crítica continúa, teniendo como resultado un gran mal para la familia y todos son profundamente descontentos (insatisfechos).
Un hermano se turba cuando no espera en el Señor, sino que indica, por ejemplo, un cántico únicamente porque lo encuentra hermoso, o cuando se levanta en forma precipitada para hablar con el temor de que otro se le anticipe. Estas cosas entristecen al Espíritu Santo y llevan una deshonra sobre el nombre del Señor; ellas son la consecuencia de una falta en cuanto al primer punto: no paz y no edificación. Y en fin, la tercera cosa: el temor de Dios, incluso, puede faltar.
CAMINAR EN EL TEMOR DEL SEÑOR
Si la paz y la edificación faltan, nuestra vida espiritual práctica se resentirá. No habrá mas «temor». Leemos en 1ª Pedro 1: «si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación» El temor del Dios es el distintivo de la conversión. Nuestro caminar debería estar en armonía con la voluntad de Dios, lo llamamos nuestro Padre, y Él considera con atención el camino que sus hijos siguen. ¡Cuán hermoso es ver esto al comienzo de la Asamblea! Los creyentes caminaban en el temor del Señor.
Nuestro temor del Señor se expresa, y puede ser visto, en nuestra sumisión a sus mandamientos. Al comienzo todos caminaban en esta senda. Perseveraban en todas las cosas que el Señor Jesús les había mandado. (Mateo 28:20; Hechos 2: 42,46) Y cuando, en Hechos 5, un mal fue revelado «vino gran temor sobre toda la Iglesia».
Deberíamos nosotros también caminar en este temor. Aún hoy día, el Señor camina en medio de las siete lámparas de oro (Apocalipsis 1:13). Él es aquel «que escudriña la mente y el corazón» (Apocalipsis 2:23). Aún hoy día, es el Señor quien tiene en su mano la «plomada de albañil» (Amós 7:7) para aplicarla en el edificio de la Asamblea. El Señor encuentra su placer en los muros sólidos, edificados por un pueblo que teme a Dios (Nehemías 4:6,15), Pero destruye los muros que tienen brechas o que se desploman (Salmo 62:3; Isaías 30:13,14; Ezequiel 22:30).
CRECÍAN
El Señor da su bendición a aquellos que caminan en el temor de Dios. El multiplica y añade. (Hechos 2:47); tal es el caso aquí: Ellos crecían.
La predicación del evangelio es el medio por el cual la Asamblea es aumentada; pero es necesario que esta predicación proceda de personas que caminen en el temor del Señor. Primeramente los hechos, enseguida las palabras; primeramente la vida práctica, enseguida el testimonio. ¿Cómo sucede que en ciertas asambleas, a pesar de una gran actividad en la evangelización, sólo conozcan una existencia lánguida? ¿Será debido a una ausencia del temor de Dios?, y ¿Por qué el Señor quita los testimonios? Aunque no podemos siempre indicar cuál es la razón, esto debería conducirnos a reflexionar y a sondear nuestros corazones.
Puede que se haya pecado: de dureza, de una falta de contrición, de la tolerancia a un mal: estas cosas puede que no sean vistas de los hombres, pero no escapan a Aquel cuyos ojos son como llama de fuego (Apocalipsis 1:14). ¡Y bien! Deberíamos atenuarlo diciendo: “Las circunstancias son la causa. Ciertos hermanos se han alejado; otros se han ido a otra ciudad, en razón de su matrimonio o de su trabajo; otras han sido tomados por el Señor; los hijos son poco numerosos, etc.”
El Señor construye y quita según la conducta de los creyentes responsables: ¿Son fieles o negligentes? ¿Aprecian ellos las instrucciones y las verdades de Dios y las obedecen? o ¿las rehúsan y las menosprecian?
Ciertamente allí hay dos verdades muy serias: Por un lado la paz, la edificación, el temor de Dios y el crecimiento: y así donde los creyentes viven bajo al influencia del Consolador, el Espíritu Santo. Por el otro lado, al ausencia de paz, la obstinación, las peleas, las divisiones y el pecado.
Recordémos que somos responsables por el lugar que ocupamos, a fin de que no seamos juzgados, ni individualmente, ni colectivamente como asamblea. ¡Que nuestra vida sea siempre un perfume de olor agradable para Cristo!
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