¿POR QUÉ Y COMO OS REUNÍS?
“El Mensajero Evangélico” año 1955
«En cualquier lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre, vendré a ti y te bendeciré»
(Éxodo 20:24).
«Mirad cuan bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía...porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna»
(Salmo 133: 1,3).
En estos pasajes la bendición está unida a un lugar, lugar escogido por Dios (en todo lugar donde yo colocare...) esta bendición se experimenta allí, buena y agradable, por los hermanos que habitan unidos. Este principio divino del lugar se encuentra en toda la Escritura. En Mateo 18:20, la presencia del Señor es prometida a los que se reúnen a Su nombre; en Juan 20:19, ella es efectiva en el lugar donde los discípulos están reunidos: «Vino Jesús, y se puso en medio de ellos». ¡Que gozo para sus discípulos! ¿Qué puede haber más hermoso que el estar allí dónde el Señor se encuentra, de rodearle ya aquí en la tierra, a Él, Jefe de la Asamblea (Iglesia), nuestro esposo?
El libro de los Hechos comienza con una escena muy conmovedora: el Señor Jesús está en medio de Sus discípulos. Les habla de las «cosas que conciernen al reino de Dios». Les enseña. Les habla de la promesa del Padre concerniente al Espíritu Santo que recibirían dentro de pocos días en Jerusalén; los discípulos le hacían preguntas, la comunión era realizada. Después de revelarles el poder por el cual serían revestidos (Lucas 24:49), les muestra la misión que tendrán en adelante (Hechos 1:8). Están todos reunidos allí alrededor de Jesús, y aún reunidos, asistirán esta escena única: Cristo elevado de la tierra ante sus propios ojos y recibido por una nube. Un discípulo que hubiera estado ausente habría sufrido una pérdida irreparable. Si descuidamos una reunión donde Jesús está presente, otra pena es la que le damos, perdemos una parte de la bendición que no se repetirá nunca más. Puede ser que los estímulos, consuelos, o la enseñanza respondan justamente a un problema que me atormenta y estos hayan sido dados en esta reunión...y no he estado allí para recibirlos. ¡Que pérdida! ¿No habríais deseado ser uno de sus discípulos presentes, para estar con Él, para escucharlo hablar? No está mas en la tierra sino que nos promete entonces Su presencia en la reunión de los Suyos. Solo la fe puede apoderarse de esta promesa: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Juan 20:29). Si se anunciara que la semana próxima el Señor Jesús estará en vuestra ciudad o en vuestra comuna, ¿no os prepararíais, — vosotros y vuestras familias, — con mucho cuidado para encontraros previstos con Aquel que llamáis Señor?—Si se os dijera: la semana pasada el Señor estuvo entre nosotros, ¿no habéis podido venir? ¡Que momentos inolvidables, que alientos, que respuestas a nuestras necesidades!— ¿Cuál sería vuestra reacción? Ahora bien la marcha del cristiano no es mas por vista sino por la fe (2ª Corintios 5:7) y por la fe el Señor estuvo realmente la semana pasada, y estará la semana próxima. ¿Puede ser entonces que no os gozáis del Señor en las reuniones de la asamblea? ¿No es la fe, la fe de su presencia, la que hace falta?
El Señor entonces abandona esta tierra (Hechos 1:9), los discípulos están solos en medio de un mundo donde han sufrido con horror la maldad. Ellos necesitan encontrarse juntos para hablar de los acontecimientos extraordinarios que acaban de tener, concerniente a su Señor y para poder orar juntos (Hechos 1:13, 14). Con las mujeres, perseveraban en la oración. ¡Que temas de acciones de gracias, que necesidades que expresar! El mundo en el cual vivimos es el mismo que aquel en el cual nuestro Señor Jesucristo ha vencido, sin embargo Satanás está siempre como jefe. El mundo de hoy día es el mismo que, en el extremo de su odio, ha dado muerte no hace mucho al Santo y al Justo. No lo olvidemos, queridos hermanos y hermanas, con el fin de que tal mundo no tenga atractivo para nuestros corazones. Tiene que llegar a ser para nosotros «una tierra árida, alterada, sin agua» y naturalmente siempre tendremos sed: «mi alma tiene sed de Ti» (Salmo 63:1). El deseo ardiente se hará sentir en el alma regenerada por estar siempre ante su Salvador, en el lugar donde su presencia está prometida. «Mi alma desea y aún anhela ardientemente los atrios de Jehová» (Salmo 84:2), «a tu nombre y a tu memoria es el deseo del alma» (Isaías 26:8). ¿Nos gozamos con el pensamiento de estar juntos alrededor de Cristo?
Los creyentes están de nuevo «juntos reunidos en un mismo lugar» el día de Pentecostés (Hechos 2) y reciben el Espíritu Santo. Se está maravillado ante el poder con el cual el Espíritu Santo obra entonces: «En ese día fueron agregados como tres mil almas» (Hechos 2:41). Pero señalemos lo que sigue, porque nos parece encontrar la llave de nuestra extrema debilidad, y también la razón de la fuerza de los creyentes en esta época. «Y perseveraban en la doctrina y en la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones» (v. 42). La doctrina y la comunión de los apóstoles nos sugieren la reunión de edificación, que puede por otra parte revestir diferentes formas como el «estudio» común o una conversación. En la reunión de adoración, el culto, se asocia el partimiento del pan. La reunión de oración a la vez completa y condiciona estos diferentes encuentros dados por el Señor, encuentros de los cuales conversaremos en las siguientes líneas.
1. LA REUNION DE ESTUDIO Y CONVERSACION
Se puede encontrar una ilustración en la escena donde Jesús esta en el templo en medio de los doctores de la ley (Lucas 2:46,47); Pero Él está sentado, escucha, interroga, da respuestas. Para nosotros se trata de una reunión de hermanos entre hermanos y hermanas, sentados, que examinan las Escrituras, buscando aprender y comprender. Si no hay nada que aportar, se puede aprender escuchando y haciendo preguntas. Donde no es propio hablar en esta reunión ejerciendo los dones. Se hace en común lo que el Señor nos ha comunicado en la lectura de la Palabra por medio del Espíritu Santo, Particularmente habiendo meditado el tema antes. En ocasión de estas conversaciones, se pueden abordar puntos de doctrinas a menudo descuidados en las reuniones de edificación. No se trata pues de recitar lo que hemos leído de un estudio bíblico antes de la reunión, sino de ser dependientes del Espíritu Santo, para no dar sino lo que se es capaz de responder a las necesidades de la asamblea, y desde luego edificar (1ª Corintios 14:26).
2. LA REUNION DE CULTO Y EL PARTIMIENTO DEL PAN.
Es el momento donde la adoración se eleva hacia Dios. La Asamblea se postra ante Dios por lo que Él es en Sí mismo, por lo que ha hecho por ella. Ella recuerda a Cristo, Su obra, ella bendice. Dios busca adoradores, no espera ya más sacrificios de animales, sino de una ofrenda espiritual, «en Espíritu y en verdad». El Espíritu Santo es el poder que produce en nosotros «sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo» (1ª Pedro 2:5).
El tema del culto es Cristo. Si El no llena nuestras vidas, si no le conocemos íntimamente, nos encontraremos con mucha dificultad al hablarle de Él al Padre.
1) ¿Cómo rendir culto? Preparación para el culto.
En el Antiguo Testamento, y en particular la lectura del Levítico, nos hace descubrir el pensamiento de Dios concerniente a la adoración. El ejemplo a menudo citado en Deuteronomio 26 es igualmente instructivo. Primero era necesario haber entrado al país, poseerlo y habitarlo: solamente ser parte del pueblo, es decir tener la vida nueva, sino también realizar nuestra posición en Cristo (Efesios 2:6 y Colosenses 3:1-3). Estando en la posición de sentados en los lugares celestiales en Cristo, debemos buscar continuamente las cosas que son de lo alto, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Enseguida, es necesario recolectar los primeros frutos de la tierra dada por Jehová, y colocarlas en una canasta. Es un trabajo de preparación para el culto lo que se pide: de la vigilancia para reconocer el momento preciso de su madurez, un esfuerzo para buscarlos y recolectarlos, del cuidado para no estropear luego la cosecha colocándolos en una canasta. Un culto se prepara por los cuidados aportados en todos los detalles de nuestra vida.
¿Cómo nos preparamos para el culto? ¿Está nuestra vida en comunión con Cristo, enteramente consagrada cada día, en un juicio constante de si, o solamente por una oración justo antes de la hora de la reunión para confesar las faltas cometidas en la semana?
María ungió los pies de Jesús con un perfume de nardo puro de gran precio. A Judas que criticándola, el señor, tomando el mismo su defensa, dice «Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto» (Juan 12:3-8). María amaba a Jesús, había aprendido a conocerle escuchándolo hablar y en las circunstancias difíciles que ella había atravesado (Lucas 10:39; Juan 11:32). Ella había colocado aparte este perfume de gran precio para Él. Ahora, discerniendo que el instante era favorable, ella lo ofrece a Jesús. Preciosa imagen de un corazón presto al momento para adorar como conviene.
En Levítico 23, están descritos los días solemnes de Jehová, que eran fiestas fijadas para el pueblo para acercarse a Dios. Un pensamiento es proporcionado en esta preparación. En el versículo 14 leemos: « Estatuto perpetuo es por vuestras edades en donde quiera que habitéis». De generación en generación, en las casas, se debía pensar en estas santas convocaciones con el fin de prepararse. Es en nuestros hogares que nos preparamos para el culto. Toda la familia se encuentra unida por la oración, por los cánticos, la lectura de la Palabra de Dios, ella descubre así hacedlo bien, tañendo con júbilo. » (Salmo 33:1-3) día a día, las maravillas del país donde Cristo es todo. Ella se regocija y adora.
Los hijos de Coré del Salmo 45 habían preparado algo para Jehová: «Rebosa mi corazón palabra buena, dirijo al Rey mi canto; mi lengua es pluma de escribiente muy ligero» (Salmo 45:1). Cuando nos reunimos es lo que hemos o recolectado o compuesto, vamos «al lugar que Jehová, tu Dios, habrá escogido para hacer habitar allí su nombre» (Deuteronomio 26:2). Allí, en la presencia del Señor y en su habitación, adoramos. «Alegraos, oh justos en Jehová, en los íntegros es hermosa la alabanza. Aclamad a Jehová con arpa; Cantadle con salterio y decacordio: Cantadle un cántico nuevo; hacedlo bien, tañendo con júbilo» (Salmo 33:1-3). ¿Es hecha nuestra alabanza con una sola cuerda, en la tristeza y la indiferencia ocasionando un sonido monótono, sin sabor para Dios, o al contrario, mejor que la alabanza de Israel, es la de nuestros corazones, como un concierto, cuando se eleva a Él?
El culto puede ser celebrado sin la cena (A. G. «Asamblea del Dios vivo» página 78), pero la Cena del Señor no puede ser celebrada sin adoración, como lo dice un cántico: «¡La copa y este pan que tu mano nos brinda, de gracia pura y digna. Es prenda cierta y fiel...En su mudo lenguaje, dicen en sus edades! Al salvo por la cruz Tu amor ¡oh Jesús!»
No encontramos instrucciones particulares concernientes al desarrollo del culto, sino aquellas que «son en Espíritu y en verdad». Nuestros corazones, bien a menudo podrían, sin darse cuenta, dar cabida en su celebración a ritos o hábitos bien alejados de la dirección del Espíritu Santo. La distribución de la cena no da la señal del fin de un culto sino que se sitúa en un momento de intensa adoración que debería empujar nuestros corazones a hacer subir hacia Dios una alabanza aun más viva.
2) Obstáculos en la presentación del culto
Pueden haber obstáculos para la presentación del culto. Dios espera la alabanza de nuestro corazón. ¿No debería dirigirnos a veces el reproche hecho a Israel?: «Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí» (Isaías 29:13).
a.- El pecado. Si no hemos confesado los pecados cometidos en el curso de nuestra marcha cristiana, si estamos «impuros», no podremos adorar. Probémonos nosotros mismos ante Dios, con el fin de poder adorar (1ª Corintios 11:28).
b.- La propia voluntad. Si, como lo hicieron Nadab y Abiu, pecamos ofreciendo fuego extraño (Levítico 10:1), esto no será una adoración «en verdad», es decir en una dependencia completa de la Palabra y una obediencia absoluta a Aquel que es la verdad (Juan 4:24, 17:17).
Las tradiciones o los hábitos podrán estorbar la acción del Espíritu santo; la alabanza sufrirá.
c.- La mundanalidad. Si somos cristianos mundanos, carnales, no podremos «rendir culto por el Espíritu.» (Filipenses 3.3).
d.- Estar ocupados de nosotros mismos.
—Si estamos cansados, fatigados, alejados del camino, no nos miremos a nosotros, a las débiles fuerzas que nos quedan, depositemos nuestras cargas en Él y pensemos solamente en Aquel que desea llevarlas.
—Si al contrario estamos llenos de nosotros mismos, un poco como los discípulos disputando entre ellos de quien sería el mayor (Lucas 22:24), y pensando que podemos hacer de bien, la persona del Señor nos es velada.
—Si estamos ocupados en otra medida en el servicio que realmente hemos recibido del Señor, si tratamos sin cesar por cumplir, olvidando a Aquel que nos lo ha dado, es decir, el servicio; no podremos tomar el tiempo para sentarnos a sus pies para derramar un perfume de alto precio para Él. No estemos «distraídos» por mucho servicio. (Lucas 10:40-42).
e.- Los conflictos entre hermanos. Si la comunión entre hermanos y hermanas no es realizada—si hay disputas, si en la asamblea los hermanos no se aman, se critican, si hay amarguras—nuestros pensamientos no estarán plenamente ocupados del Señor Jesús, El Espíritu santo será contristado y no podremos adorar como conviene (Efesios 4:30-32).
f.- La indiferencia. Puede ser que ante las señales de la muerte de nuestro Señor Jesucristo nos quedemos indiferentes. «Yo os he amado, dice Jehová, y vosotros decís: ¿En que nos has amado?» (Malaquías 1:2). «¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor» (Lamentaciones 1:12). Para el israelita que no estaba de viaje, y estaba puro, es decir no habiendo pecado, pero que se abstenía de celebrar la Pascua sin un motivo importante, la Palabra declara: «esta persona será cortada de entre su pueblo; por cuanto no ofreció a su tiempo la ofrenda de Jehová: el tal hombre llevará su pecado. (Números 9:13). La indiferencia era un pecado, una ofensa a Jehová. Ciertamente, no estamos bajo la ley, pero ¿no sería grave el privar a nuestro Padre de la alabanza que Él espera de aquellos que Él ha buscado para ser sus adoradores?
Numerosos obstáculos turban nuestra adoración. Humillémonos de una tal estado de cosas, y podremos con un mismo corazón celebrar a nuestro Dios, nuestro Padre.
3. LA REUNION DE ORACION.
La asamblea reunida se dirige a Dios para dar gracias y para expresar sus necesidades por medio de oraciones, súplicas e intercesiones. Consideremos algunos caracteres que le conciernen.
3.1.- Un común acuerdo.
El hermano que ora es la voz de la asamblea. El expresa las necesidades de la asamblea. Esto necesita de un acuerdo. El cumplimiento depende: «Yo os digo que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18:19).
Al comienzo del libro de los Hechos los creyentes eran de «un corazón y un alma» (Hechos 4:32), perseveraban unánimes en la oración (Hechos 1:14; 2:46; 4:24).
¿Realizamos este acuerdo en nuestras reuniones de oración? Puede ser que haya temas o problemas en que no tenemos el mismo sentimiento. Oremos para que el Señor nos revele Su pensamiento, pero no provoquemos a nuestros hermanos orando en la asamblea por un tema donde sabemos pertinentemente que no están de acuerdo; los hermanos no podrían decir amén, y desde luego la oración no podría ser concedida. Por lo tanto ciertas necesidades que tenemos muy en el corazón no pueden ser expresadas en alta voz en las reuniones de oración. Se harán en lo secreto.
3.2.- Perseverancia, insistencia
Los primeros cristianos perseveraban en la oración (Hechos 1:14; 2:42). Desgraciadamente, nuestras reuniones de oración son a menudo abandonadas, sin embargo ellas están unidas directamente a la promesa del Señor: «donde dos o tres están reunidos a mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mateo 18:20). ¿El Señor ha prometido su presencia solamente en las reuniones del Día del Señor? ¿Será que no tenemos ningún tema de agradecimiento? , ¿Que no tenemos nada que pedir por lo que abandonamos las reuniones de oración? ¿No será nuestro corazón entibiado por esto? (Apocalipsis 3:15-17). En Filipos, se tenía por costumbre orar junto al río, «Nos sentamos al borde del río, donde sé tenia la costumbre de orar» (Hechos 16:13).
Si hay malos hábitos, tradiciones que pueden instalarse entre nosotros, también hay buenos hábitos, como el de asistir habitualmente a las reuniones de oración. Una asamblea en buen estado espiritual esta caracterizada por la presencia de un gran número posible de hermanos y hermanas a esta reunión. Esto se nos ha sido dicho muy a menudo y muchas veces escrito, no olvidemos que la fuerza esta en la oración.
3.3.- La precisión, la inoportunidad.
Otro carácter nos hace falta a veces. Está escrito: «si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho» (Mateo 18:19), La necesidad está allí, muy precisa, no se trata de una oración general, vaga, larga, sino de un tema que ejerce la asamblea. Un ejemplo se encuentra en Hechos 12:5. Pedro estaba en prisión, «la asamblea hacía sin cesar oración a Dios por él».
3.4.- La fe, la confianza de la fe
Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo lo recibiréis» (mateo 21:22). «Clamaron a Dios en la guerra, y él oyó sus oraciones, porque habían puesto su confianza en Él» (1 Crónicas 5:20. Versión francesa J.N.D)
Para poder orar, es necesario tener conciencia de las necesidades. Las discerniremos estando en una vida de comunión con el Padre y con el Hijo. Las experimentaremos de una manera tal que nuestras oraciones serán apremiantes, vivas, cada hermano presentando un aspecto de las necesidades. Perseveraremos en un común acuerdo, colocando toda nuestra confianza en el Señor. ¡Qué maravillas nos hará contemplar, que temas de acciones de gracias!
Estaremos con Él por toda la eternidad. En su gran amor, ya en la tierra nos convoca a estos preciosos encuentros, para estar con Él. Allí está comunicada la bendición de Dios. En el capítulo a los Hebreos, Dios mismo nos habla con mucho mas fuerza cuando vemos que aquel día se acerca. «no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre» (Hebreos 10:25)