LA DISCIPLINA
John Nelson Darby
1. La disciplina y la unidad de la Asamblea
Diferentes maneras de disciplinas que no hay que confundir
Un privilegio del amor
La disciplina es algo serio, solemne. Deberíamos hablarlo y ejercerlo recordando lo que nosotros mismos somos. Si reflexiono que no soy más que un indigno y miserable pecador, salvado únicamente por gracia, y que permanezco delante de Dios sólo por la eficacia de la obra de Cristo, será evidente que el ejercicio de la disciplina me parecerá algo horroroso. ¡Que Dios pueda juzgar, por otro, no por mi !... Tal será mi primer pensamiento
Estando en medio de personas amadas por el Señor, las cuales yo mismo debo considerar y estimar como más excelentes que yo, estaré consciente de mis propias miserias y de mi nada delante de Dios, el solo pensamiento de ejercer la disciplina me parecerá extremadamente serio, a veces hasta abrumador para mi corazón. Una sola consideración podrá neutralizar este sentimiento de mi incapacidad: la posibilidad de ver la disciplina como un privilegio del amor.
El amor, realmente en actividad, no se inquieta por nada, si no del cumplimiento del objeto que tiene en vista. Ved al Señor Jesús. Jamás nada pudo impedir ni detener la acción del amor de la cual estaba pleno. Sí solo así pudiera aliviar el espíritu del sentimiento tan penoso de una posición completamente falsa: la del ejercicio de la disciplina sin amor.
En el momento en que me salgo del amor, la disciplina me parece monstruosa; y querer ejercerlo de otro modo sin un principio de amor, solo me revela un estado espiritual completamente malo.
No basta que la norma de conducta sea según la justicia; aun hace falta que sea puesta en práctica por el amor; — por el amor en actividad, para salvaguardar, aunque cueste, la bendición de la santidad en la Iglesia. No se trata en absoluto de tomar una posición de superioridad en la carne (vea Mateo 23:8-11). No nos conviene de ninguna manera poner la disciplina tomando el carácter del dueño. Y, aunque seamos empujados por el amor a mantener el orden, y estimulados por un santo y vigilante celo de velar los unos sobre los otros, debemos siempre recordarnos que después de todo, si nuestro hermano se pone en pie o si se cae, es para su propio Amo (Romanos 14: 4). Con respecto al individuo que es el objeto de disciplina, solo el amor debe ser nuestro móvil en el cumplimiento de este deber, que debe ser, en el fondo, sólo un servicio del amor.
Es como Señor y Amo, que el Señor Jesús ejerció la disciplina cuando tomó un látigo de pequeñas cuerdas para echar del templo a los profanadores (Mateo 21; Juan 2); pero revestía entonces, con anticipación, un carácter que tendrá cuando venga para ejecutar el juicio.
Se confunde comúnmente, entre los cristianos, dos o tres géneros de disciplina, que están llenos de consuelo que son un testimonio de la unión de los individuos con todo el cuerpo y con Dios.
En Inglaterra, mucho más que en otro lugar, un gran número de dificultades se une al asunto de la disciplina, a causa de ciertas maneras de actuar que ha tenido por resultado el considerar la disciplina como un acto puramente deliberativo y judicial. Personas se han asociado voluntariamente, lo que ha conducido a establecer reglas consideradas como esenciales para el prestigio del cuerpo formado en virtud de esta asociación voluntaria. Y, como se piensa de que cada uno debe garantizarse por si mismo, cada sociedad da, con este fin, sus reglamentos particulares. Pero, en la Iglesia, este principio está muy alejado de la verdad como el mundo lo es de la Iglesia, o la luz de las tinieblas.
No podemos admitir ningún principio de asociación voluntaria, ni alguna regla de invención humana, imaginada como medio preservador. Lo que conduce a la perdición eterna es voluntad del hombre. Es un principio completamente malo, alguna modificación que, además, puede hacerle sufrir. En las cosas de Dios, no hay ningún lugar para una acción voluntaria por parte del hombre; hay que actuar por el Espíritu Santo bajo la dependencia de Cristo. Tan pronto como un hombre obedece a su voluntad propia, está al servicio del Diablo y no de Cristo. Su acción tiene una multitud de consecuencias lastimosas, y produce un cúmulo de dificultades prácticas que no pueden ser sentidas por los de afuera. Si mantengo la idea de un tipo de proceso judicial que, como en una causa criminal, debe ser seguido en virtud de ciertas leyes, me encuentro totalmente aparte del terreno de la gracia; he confundido las cosas más opuestas.
Alcance Mateo 18:15-17
Aunque a menudo se cita con ocasión de la disciplina pública en general, el pasaje de Mateo 18:15-17, directamente no se relaciona a eso, es lo que me parece. En estos versículos, en cuestión, es un daño hecho por un hermano a otro hermano, y no se dice en ninguna manera que la Iglesia tuviera que excluir, en este caso, al culpable. Solo se dice: «tenle por gentil y publicano». Puede suceder enseguida que la Iglesia tuviera que considerarle también como tal; pero la disciplina no es contemplada aquí desde este punto de vista. Simplemente hay un: «tenle», etc.; es decir, que no tenga mas que hacer con él.
Lo repetimos. Este pasaje supone que un hermano ofendió a otro. Es un caso análogo en aquel que, bajo la ley, exigía el sacrificio por el delito que se habla en estos términos: cuando alguna persona pecare y cometiere un crimen contra Jehová, mintiendo a su prójimo en cuanto a la siega, etc. (1). La soberanía de la gracia está allí para perdonar, hasta setenta veces siete. Pero también está: « razonarás con tu prójimo », y no sufrirás de pecado en él (Levítico 19:17).
¿Si alguien me ofendió, que tengo que hacer? No recurriré ni a la disciplina del Padre, ni a la del Hijo sobre su propia Casa; pero, si actúo en amor hacia el que me perjudicó, iré y le diré: “hermano mío, pecaste contra mí”, etc. Ante todo, esta advertencia es necesaria porque es según la justicia. Hay que hacerlo, y el medio de hacerlo es sin salirse de la senda de la gracia. Si después de haber hecho este primer paso, mi hermano no quiere escucharme, tomo conmigo a una o dos personas, « Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.» Si este medio aun no sirve, debo entonces informar sobre esto a toda la asamblea; y, si el hermano que me ofendió se niega a escuchar a la asamblea, entonces « tenle », etc. Lo que este pasaje nos da, es una norma de conducta individual, y el resultado es una posición individual de un hermano enfrente de otro hermano. Puede que el asunto llegue hasta el punto que se necesite la disciplina de la Iglesia, pero no es siempre ni necesariamente así. Voy a mi hermano, esperando ganarlo trayéndolo al arrepentimiento, para volver a colocarlo en su relación normal de comunión conmigo y con Dios; porque, donde lo alcanza el amor fraternal, la comunión con Padre debe necesariamente haber sufrido. Si mi hermano es ganado, el asunto no va más lejos. Su falta debe ser olvidada. Jamás debo recordarlo. La Iglesia no sabrá nada sobre eso, ni nadie tampoco, con la sola excepción de nosotros dos. Si mi gestión fraternal fracasa, actuaré luego con el propósito y con el deseo de levantar a mi hermano, y de restablecerle en el gozo de la comunión con todos.
Solicitud paternal — Disciplina como privilegio individual según la gracia
En cuanto a la disciplina del Padre, es mucho más aun que un privilegio individual según la gracia. Dudo mucho que pueda implicar la solicitud de todo un cuerpo de cristianos; es más bien el ejercicio individual de esta solicitud. No veo que la Iglesia deba tomar el lugar del Padre. En un sentido, la idea de superioridad es justa, ya que hay diversidad de gracias, como hay diversidad de dones. Si tengo más santidad, debo ir y enderezar a mi hermano que cayó (Gálatas 6:1). Pero allí hay una acción individual en gracia, y no una disciplina de la Iglesia. Es muy importante comprenderlo bien y distinguir cuidadosamente estas cosas, con el fin de que si, por un lado, tal hermano está totalmente dispuesto a someterse a dos o tres testigos, por otra parte, que el poder individual no sea restringido en absoluto, sino que permanezca intacto y en su lugar. El Espíritu Santo debe tener toda su libertad. Podría suponer un caso dónde un individuo deba ir, y repetir varios, como Timoteo a quien el apóstol escribía: « redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina», etc. (2ª Timoteo 4:2) — He la disciplina, y sin embargo la Iglesia no tiene que ocuparse de eso. Es un acto individual.
Pero, en otras ocasiones, la Iglesia puede ser obligada a ejercer la disciplina, como fue en el caso de los corintios (1ª Corintios 5). Los Corintios no estaban en absoluto dispuestos a ejercer la disciplina, y Pablo insiste en la necesidad de que hay que hacerla. Pero hay, lo repito, lo que se puede llamar el ejercicio individual del poder del Espíritu sobre las almas de los otros, en el ministerio de gracia y de verdad; lo que no implica de ninguna manera la acción de la Iglesia. Es un error grave considerar que la disciplina de la Iglesia sea la única. Sería algo horroroso el ser obligado a traer toda especie de mal al conocimiento de todos. Ciertamente tal no es la tendencia, tal no es el efecto del amor; al contrario, el amor “cubre una multitud de pecados” Con amor en el corazón, si se ve a un hermano que peca de un pecado que no es en absoluto un pecado de muerte, vamos y oramos por él; y este pecado jamás puede salir a la luz, jamás hacerse un asunto de la cual la Iglesia tuviera que ocuparse.
Creo que jamás ha habido un caso de disciplina (*) donde la Iglesia sea la vergüenza de todo el cuerpo. También, escribiendo a los Corintios sobre un tema semejante, Pablo les dice: « ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? ». Estaban todos identificados con el mal que había sido cometido. Lo mismo, cuando una úlcera alcanza a uno de los miembros de un hombre, esto manifiesta el estado enfermizo de todo el cuerpo, de toda su constitución. Una asamblea cualquiera no podrá, ni jamás sabrá ejercer la disciplina, si no se ha identificado primeramente con el pecado del individuo. Si la Iglesia quiere actuar de otra manera, toma una forma judicial que no sabría tener el ministerio de la gracia de Cristo. Cristo todavía no se ha revestido totalmente de su carácter de juez. Tan pronto como la Iglesia viene y dice: “el qué es injusto todavía cometa la injusticia”, se ha alejado completamente de la posición que debe guardar. Ha olvidado completamente su carácter sacerdotal, durante la economía actual, es un carácter de gracia.
¿Cuál es el carácter de la disciplina paternal? ¿Cómo el padre lo ejerce? El principio de esta disciplina es su calidad de padre. No está en la misma posición que el hijo. Hay aquí algo superior en gracia y en sabiduría; ve a otro equivocarse, extraviarse; va y le dice: « Yo estaba en otro tiempo en vuestra posición, no actuéis de esta u otra manera». Son invitaciones, súplicas. Es un cuadro fiel de los escollos y peligros del camino, pero descritos con amor. En casos de endurecimiento, la reprensión puede encontrar también lugar. El padre puede tener mucha indulgencia debido a su debilidad y por inexperiencia, recordando que él mismo ha pasado por eso. Hágase siempre, en lo posible, siervo del otro, pero que el principio del padre sea mantenido: es un principio de superioridad individual, pero acompañada por la gracia. Ninguna consideración humana debe impedirme retener este privilegio del amor individual, que puede hacer decir: « hasta amándoles mucho, les ame poco ». El amor sale del Padre, que se traslada sobre mi hermano, y, por amor a él, no me permite dejarlo en el mal. Y no hablo de un caso de ofensa contra mí, sino de un caso de marcha o de conducta, en cuál falta a su carácter de hijo. Faltamos a este respecto, porque tememos que la pena y aburrimientos de una gestión así puedan proporcionarnos. Si veo a un santo extraviarse, tengo que procurar devolverlo por un medio o por otro. Es una oveja de Cristo. Debo tener en mi corazón el deseo de que marche fielmente. Puede ser que me diga, si le advierto: “Esto no le concierne, usted no tiene que ocuparse de mis asuntos”, o alguna palabra semejante; pero debo, si es necesario, ponerme a sus pies para sacarlo fuera de la trampa en la cual se encuentra, aun cuando por esto me tenga que exponer a sus reproches y a su reprobación. Esto requiere un espíritu de gracia, y bastante amor para que se procure tomar sobre su propia alma toda la carga de su hermano.
Disciplina de Cristo - Disciplina eclesiástica
Otro género de disciplina es la de Cristo en calidad de «Hijo sobre su casa» (Hebreos. 3:6). El caso de Judas tiene aquí una gran importancia. Si hay espiritualidad en el cuerpo, sucederá siempre que el mal no podrá durar allí. Es imposible que la hipocresía o alguna otra iniquidad, permanezca por mucho tiempo allí dónde hay espiritualidad. En el caso de Judas, es la gracia personal de Jesús que supera todo; y, para nosotros, siempre será así en nuestra medida y práctica. Era ante todo contra la gracia que el mal se manifestaba: « A quien yo diere el pan mojado, aquél es… » « Él, pues, que hubo tomado el bocado» (es la gracia perfecta de Jesús que se mostró en el momento en el que Judas ha sido manifestado, porque era contra Él que Judas pecaba), y “salió en seguida” (Juan 13:30).
La disciplina de Cristo no aplica sólo a quien se le manifiesta, jamás va más allá. Es por eso que vemos a los discípulos que se interrogan el uno al otro sobre lo que significaban las palabras de Jesús. Antes de que el pecado sea cometido, e no tocaba la conciencia de la asamblea. La disciplina del Padre se ejercita donde aun nada es manifestado, con respecto a un mal secreto, o que posiblemente será puesto en evidencia sólo mucho tiempo después. Si soy un hermano anciano, y veo a un hermano más joven en peligro, debo actuar con él según esta solicitud paternal, e ir a hablarle de su mal; pero esto es otra cosa que la disciplina de la Iglesia.
Tan pronto como ejerzo una disciplina paternal, se sobreentiende que yo mismo estoy en comunión con Dios, respecto al asunto, que sé discernir la causa del mal que existe en un hermano, que el por si mismo no sabe juzgarse, que no tiene la percepción que yo he alcanzado por mi experiencia espiritual, experiencia que me autoriza y que me empuja a actuar según un amor fiel hacia este hermano, aunque posiblemente no pueda explicar esto que hago a ningún ser humano.
Se ha llevado a muchos errores, por la confusión y la mezcla de estas tres cosas: la advertencia individual — la disciplina del Padre en una solicitud paternal — y la disciplina de Cristo « como Hijo sobre su casa, o la disciplina eclesiástica.
Disciplina preventiva — Necesidad de pastores
La disciplina esencialmente debe tener por objeto prevenir la excomunión o la exclusión de una persona. En los nueve décimos de los casos, solo disciplina individual debería tener curso.
Si se trata del ejercicio de la disciplina « del Hijo sobre su casa », la Iglesia solo debería emprenderlo con un espíritu de identificación con aquel que pecó, confesando el pecado como en común con todos, y humillándose de lo que el mal hubiera podido llegar a este punto. Luego esta disciplina no presentaría en absoluto el aspecto de un Tribunal de Justicia, sino más bien de una marchitez para el cuerpo. La espiritualidad purificaría la Iglesia de la hipocresía, de la mancha (3), de toda cosa inconveniente, sin tomar nunca los pasos de un tribunal. Nada debería sernos más odioso que el pensamiento, que, en la casa de Dios, un mal igual hubiera podido presentarse. Supongamos que, en una de nuestras casas, sucediera algún hecho ignominioso y deshonroso: ¿toda la casa no sería comprometida? ¿Alguno de los que componen la familia podría estar indiferente a este oprobio, y decir que esto no le concierne? Podría suceder que algún hijo pervertido deba ser echado fuera por el amor de los otros. Todos los esfuerzos para conducirlo hacia el bien han sido infructuosos. Es incorregible. Corrompe a la familia. No queda pues ningún otro partido que tomar que un partido extremo. Nos encontramos en la necesidad de decirle: “no puedo guardarte aquí. No debo soportar que ejerzas sobre los otros una funesta influencia en tus costumbres y en tus vicios” ¡Oh! ¿No habría allí una suerte de lágrimas, de duelo y de quebranto, de dolor y de vergüenza para toda la familia? Los otros hijos no les gustarían hablar de este sujeto. Sus amigos se abstendrían también por consideración, por sus penas. . Hasta no sería mencionado el nombre del culpable. Tal es el cuadro que debe efectuarse en la casa del Hijo. Debemos experimentar allí una gran repugnancia al pensar en rechazar a un miembro. ¡Qué vergüenza común, qué angustia, qué tristeza, este pensamiento no debe producirse! Nada es menos según Dios que un proceso judicial en la Iglesia.
Es verdad que la Iglesia está sumergida en un estado de debilidad y de corrupción; pero esto no debilita en absoluto lo que acabamos de decir. Al contrario, cuanto más mal hay en la Iglesia, más grande es la responsabilidad de los que tienen algún don pastoral; más afecto debe tener por los santos, y cuidarles con solicitud.
Me interesa muchísimo más, en mis oraciones, pedirle a Dios que de pastores a las asambleas de sus hijos. Por pastor, entiendo a un hombre que puede apoyar en su propio corazón todos los dolores, todas las inquietudes, todas las miserias y todos los pecados de su hermano, presentárselos a Dios, y traerlos cerca de Dios todo lo que proporcione la recuperación)y la liberación de esta alma, sin que sea necesario requerir la intervención de algún otro hermano.
Hay aún una cosa que hay que observar. El resultado del ejercicio de la disciplina puede ser la supresión. Pero cuando sucede tal acto colectivo de juicio, la disciplina cesa totalmente en el momento en que el que pecó es suprimido. « ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fueran, Dios juzgará. » (1ª Corintios 5:12).
Por el otro lado, no debo igualmente poner en tela de juicio si puedo sentarme con tal o tal persona que está dentro. Es una cosa verdaderamente extraordinaria que un hermano se priva de la comunión, a causa de la presencia de tal o cual hermano que no tiene buena opinión de él, o con aquel que, como se dice, no está cómodo. ¡Sí es así se excomulgará así mismo por un otro! « Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. » (1ª Corintios 10:17). Colocarme a un lado de la cena, es como si dijera que no soy un cristiano porque un otro ha marchado mal. Así no es que se debe actuar. Puede que tenga que hacer algún paso sobre este asunto, pero yo mismo no debo tener la locura de excomulgarme, en el temor de que un pecador se desliza en una asamblea de los hijos de Dios. Si el caso no se ve así, es la presunción de tomar sobre sí la disciplina de toda la casa, y juzgar no al individuo, sino que a toda asamblea.
El motivo de la disciplina es la restauracion.
Hasta su último acto, toda disciplina debe tener por objeto restaurar. El acto de suprimir o excomunión no es, hablando con propiedad, la disciplina, sino una manera de decir que la disciplina es ineficaz y que ha tenido un fin. Excluir, es decir: la Iglesia no puede hacer nada más por aquel.
En cuanto al asunto de unanimidad en los casos de disciplina eclesiástica, acordémonos que se trata del Hijo que ejerce Su disciplina sobre Su casa. En el caso de los Corintios, era la acción directa de Pablo sobre el cuerpo, en el poder apostólico — y no la acción de la Iglesia.
¡Como podemos concebir algo más horroroso que reclamar el derecho a ejercer la disciplina! Es transformar a la familia de Dios en un Tribunal de Justicia. Supongamos que un padre esté a punto de echar a la calle a un mal hijo, y que los otros hijos digan: “tenemos el derecho a ayudar a nuestro padre que echa a nuestro hermano de la casa”; ¿no sería algo horrible? El apóstol estuvo obligado a forzar a los Corintios que ejercieran la disciplina, cuando estuvieran dispuestos A hacerlo. . Pero les dice: « hay entre vosotros fornicación, ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? Los fuerza primero a reconocer que el pecado en cuestión es el suyo, tanto como el de este hombre; luego acaba diciéndoles: « Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros» La iglesia no está en estado de ejercer convenientemente la disciplina, si es que por mucho tiempo ella no reconoce que el pecado del individuo ha llegado a ser el pecado de la Iglesia.
He aquí lo que hay para aquellos que puedan creerse afectados: « A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman.» (1ª Timoteo 5:20). «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre,» etc. Pero, si el mal es de un carácter tal, que necesita la excomunión, la Iglesia debe efectuarlo, no como usando de un derecho, pero si como siendo forzada a actuar así. Los santos deben mostrar que están puros en este asunto. Este acto fuerza a aquellos que tienen la humillante necesidad de cumplirlo, a reconocer su estado miserable, a confesarlo y a tener vergüenza. Se alejan del hombre culpable e impenitente, el cual es dejado solo en la ignominia de su falta (ved 2ª Corintios 2 y 7).
Tal es la manera en la que el apóstol obligaba los corintios a ejercer la disciplina. La conciencia de toda la Iglesia ha sido forzada a la purificación en un asunto del cual era culpable como cuerpo. ¿Y cuál fue la pena que hubo para acabar en este resultado? He allí, lo pienso, lo que muestran estas palabras del apóstol: «Y al que vosotros perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo,
para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones» (2ª Corintios 2:10,11). El hecho, lo que el Diablo buscaba hacer, era esto: el apóstol había insistido en la excomunión (1ª Corintios 5:3-5), y la Iglesia le repugnaba hacerlo. El apóstol los obliga; entonces lo hacen de manera judicial, no inquietándose en restaurar el culpable (2ª Corintios 2:6, 7): « al que vosotros perdonáis »
La intención de Satanás era introducir el mal en medio de los hermanos, y hacerlos indiferentes; luego de empujarlos a erigir un tribunal para combatirlo; puede al fin producir así una ocasión y un tema de desacuerdo entre Pablo y la asamblea de los santos de Corinto. El apóstol se identifica con todo el cuerpo, primero obligándolos a purificarse; luego quiere que aquel que ha sido censurado sea restaurado por todos, de manera que hubiera una unidad perfecta entre él y ellos. El actúa con ellos; se asocia a todo esto; y así, les tiene con él, o sea que para la censura, o sea para la reinserción. Si la conciencia del cuerpo no ha sido conducida a sentir lo que el ha hecho purificándose a si misma por el acto de la excomunión, no sé ya que es lo bueno. Hace de los hermanos hipócritas.
La casa debe ser conservada pura. Los cuidados del Padre hacia su familia, y los cuidados del Hijo « sobre su casa» son dos cosas diferentes. El Hijo confía a los discípulos a la guardia del Padre santo (Juan 17). No es lo mismo que tener la casa en orden. En Juan 15, dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.». Pero, en el caso del Hijo actuando sobre su casa, no se trata de individuos; es la casa que debe ser guardada pura. «Si, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados» etc.
Hay pues estas tres tipos de disciplina:
1. La que es puramente fraternal: voy como una persona que ha sido ofendida; pero es necesario que actúe con gracia. 2. La que es paternal. Debe ser ejercida con ternura y misericordia. Debemos actuar como lo haría un buen padre hacia un niño que se extravía. 3. La del « Hijo sobre su propia casa», por la cual tenemos que actuar bajo la responsabilidad de conservar la pureza en la casa, de tal modo que los que están en la casa tengan la conciencia en armonía con la naturaleza de esta casa. En esta disciplina, no es solamente el individuo quien debe actuar; es la casa, la asamblea, la conciencia de la asamblea.
El efecto puede ser la restauración del individuo; pero, aunque esto sea una gracia preciosa, no es sin embargo el motivo esencial de la disciplina. Cuando ya se ha producido el retorno, hay algo además que la restauración de un individuo, está la responsabilidad de guardar la casa exenta de toda mancha. La conciencia de todos es afectada, y esto puede dar lugar a veces a mucho dolor.
Caracter Sacerdotal del ejercicio de la disciplina.
En cuanto a la naturaleza de todo esto, pienso que es en un espíritu sacerdotal que la disciplina debe ser cumplida. Los sacerdotes comían en el lugar santo la ofrenda por el pecado (literalmente: el pecado; Lev. 10). No pienso que un individuo cualquiera, o un cuerpo de cristianos cualquiera, pueda ejercer la disciplina a menos que se tenga la conciencia pura, y de haber sentido delante de Dios todo el poder del mal y del pecado, como si él mismo lo hubiera cometido. Entonces actúa como si él mismo experimenta la necesidad de purificarse. Está claro que todo esto se efectúa sólo para casos de pecados efectivos.
¿Cuál es el carácter de la posición ahora ocupada por Jesús? Es el servicio de sacerdote, y estamos asociados con Él. Si hubiera en la Iglesia más de esta intercesión sacerdotal, simbolizada por la acción de comer en el lugar santo la ofrenda por el pecado, no tendríamos la idea de una Iglesia erigida como un tribunal judicial.
. ¡Qué angustia y qué amargura, qué ansiedad y qué fuertes dolores no provoca a todos los miembros de una familia un acto vergonzoso cometido por uno de los hijos! ¿Y Cristo no se alimenta de la ofrenda por el pecado? ¿No siente la aflicción? ¿No se carga con eso? Es la cabeza de su cuerpo, la Iglesia; por consiguiente, ¿no se hiere y se aflige en uno de sus miembros? ¡Oh sí! El lo es.
Si estoy en la necesidad de enviarle a algún hermano que ha caído una amonestación individual, debo acordarme que seré capaz de hacer de una manera bendita, que mi alma se ha preparado tanto para eso por un servicio sacerdotal sobre el asunto, como si yo mismo hubiese estado en este pecado. ¿Que hace Cristo? Coloca el pecado en su corazón, e intercede delante de Dios para que su gracia venga y lo remedie. Lo mismo, el hijo de Dios coloca también el pecado de su hermano en su propio corazón en la presencia de Dios. Lo defiende con Dios el Padre, con el fin de que la herida hecha al cuerpo de Cristo, del cual es miembro, sea reparada.
Tal es, no lo dudo, el espíritu en el cual la disciplina debe ser hecha. Pero es en esto mismo que faltamos. No tenemos suficiente gracia para comer la ofrenda por el pecado.
Actuar según el pensamiento de Dios, aun en un tiempo de ruina.
Cuando es la asamblea como cuerpo que es llamada a actuar, aun hay algo más. Haría falta que la asamblea misma se humillara, hasta que ella misma fuera purificada. Tal es, a mi juicio, el poder de estas palabras del apóstol: «No debierais más bien haberos lamentado», etc.
No había bastante espiritualidad en Corinto para encargarse del pecado, y es como si el apóstol les dijera: “deberíais estar afligidos; deberíais haber tenido el corazón y espíritu quebrantados y humillados de que tal cosa sucediera ; deberíais tener en el corazón la pureza de la casa de Cristo” . (4)
Separar el puro del impuro es otro atributo del servicio sacerdotal. Los sacrificadores no debían beber vino ni sidra, con el fin de conservarse en un estado espiritual en armonía con los oficios del santuario, siendo así capaces tan de distinguir entre el puro y el manchado. Esta necesidad existe también para nosotros. Cuando estamos en relación con el mal, debe haber allí comunión de pensamientos y comunicación entre nosotros y Dios. Nuestro objeto debe ser el objeto de Dios. Su casa es el lugar, la escena donde se manifiesta el orden de Dios. Se le dice que debe tener señal de autoridad sobre su cabeza (una cubierta) « por causa de los ángeles» (1ª Corintios 11:10), y esto es porque el orden de Dios debe ser manifestado en la Iglesia. Nada que ofendiera a los ángeles debía ser tolerado en la casa de Dios. Todo está en una completa ruina. La gloria de la casa será plenamente manifestada cuando Jesús venga en su gloria, sólo lo será entonces. Pero debemos, por lo menos, desear que haya, en lo posible, por el poder del Espíritu Santo, una correspondencia entre su carácter actual y su condición futura.
Cuando Israel volvió de la cautividad, después de que Lo-Ammi hubiera sido pronunciado sobre ellos, después de que la gloria se alejó de la casa, y después de que la manifestación pública de la presencia de Dios en medio de ellos se fue de allí, Nehemías y Esdras procuraban al menos actuar según los pensamientos de Dios. Nuestra posición actual es la misma que la suya. Y tenemos, nosotros, algo que no tuvieron. Fuimos siempre un residuo. Comenzamos al fin. — y he aquí lo que hay para nosotros: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. » (Mateo 18:20). De manera que, aunque todo el sistema esté reducido a la nada, podría retenerme de ciertos principios invariables y benditos, de donde todo es derivado.
Es en la reunión de los « dos o tres » que Cristo unió no solamente su nombre, sino que también su disciplina, el poder de atar y de desatar. Todo proviene de allí. ¡Qué consuelo incomparable! El gran principio de la unidad permanece indiscutible, en el medio mismo de la caída.
Si abrimos el capítulo 20 del Evangelio de Juan, vemos que, cuando Jesús envió a sus discípulos, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos ». No es de ningún modo aquí el asunto del sistema de la Iglesia como cuerpo, sino que del poder del Espíritu Santo que produce un discernimiento espiritual en los discípulos, como siendo enviados por Cristo y actuando en nombre de Cristo. La disciplina debe ser el fruto del poder del Espíritu Santo. Lo que no resulta del poder del Espíritu Santo no es nada.
En principio, lo que era necesario sobre este tema ha sido dicho. Quiénes seamos, de hecho, un pequeño residuo, no cambia nada en el fondo. Ante todo, la disciplina debe ser considerada como es, no un proceso judicial, no un asunto de pecadores que juzgan a pecadores, sino, en la Casa de Dios, ministerio cumplido por la actividad del Espíritu Santo. La unanimidad, a este respecto, es una unanimidad (5) de conciencias despertadas sobre la necesidad de conservar la pureza en la Casa.
Es algo horroroso oír a pecadores hablar de juzgar a otro pecador; pero es una cosa bendita verlos ejercitados en sus conciencias con respecto al pecado que se introdujo en medio de ellos. Luego, tengo aun que remarcar, que la disciplina debe ser ejercida sólo en un espíritu de gracia. Al menos actuar en gracia, no debo nunca atreverme a actuar, porque no desearía atraer sobre mi mismo un juicio. « No juzguéis, para que no seáis juzgados.
Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido» (Mateo 7:1, 2). Si vamos para ejercer un juicio a otro, es un juicio que encontraremos para nosotros mismos.
Problema de la ausencia de pastores
En cuanto a la dificultad que hay donde se encuentran los santos, que se reúnen sin tener entre ellos dones de pastor, mi oración es que Dios produzca en medio de ellos a pastores. Pero creo que, por todas partes dónde los hermanos se reúnen y caminan juntos según los principios de una verdadera fraternidad, pueden ser tan felices como otros colocados en circunstancias diferentes, con tal que de guarden sinceramente su posición, y no se pongan en el espíritu de querer hacer iglesias.
Sin duda, si amo a las ovejas del Señor, su prosperidad la tendré en mi corazón; y, por consiguiente, oraré al Señor les dé pastores. Después de la comunión individual con Señor, no encuentro nada más dulce, de más bendición que los cuidados de un pastor que apacienta las ovejas del Señor, el rebaño del Señor; pero es el rebaño del Señor quien apacienta, y no el suyo propio. No veo en ninguna parte en la Palabra que sea la cuestión de un pastor y de su rebaño, si no es hablando de Jesús. Esto cambiaría totalmente el aspecto de las cosas.
Cuando un cristiano siente que el rebaño sobre el cual es llamado a velar es el rebaño del Señor, ¡qué pensamientos de responsabilidad, qué solicitud, qué celo, qué vigilancia este sentimiento no debe producir!
No veo algo mas dulce que esto: « ¿me amas? — Apacienta mis ovejas — Apacienta mis corderos.» No, no veo algo más precioso sobre la tierra que los cuidados de un pastor fiel, de un hombre que en amor se dispone a llevar la carga entera de las penas y de las inquietudes, las pruebas y las tentaciones de algún alma, y que sabe presentarle a Dios todas las cosas, y a ampararse con Él. Creo que tal ministerio produce las relaciones más felices y más benditas que puedan existir en este mundo. Pero no por esto nos vamos a imaginar que el « Príncipe de los pastores» no pueda ocuparse de sus ovejas, porque le falten pastores que lo hagan ¡Oh! Si los hermanos que se reúnen juntos se unen firmemente al Señor, si no pretenden ser lo que no son, podrán caminar sin peligro, aun cuando entre ellos no haya pastores, porque no dejarán, en esta posición, de tener los cuidados del Sumo Pastor. Abstengámonos de hacer responsable a Dios de nuestra pobreza, como si no pudiera ocuparse de nosotros. En el momento en que el poder del Espíritu es puesto a un lado, el poder de la carne es introducida.
NECESIDAD DE DISCIPLINA
Mancha y unidad
Es bueno señalar que hay dos principio que parecen estar en actuación hoy. Vivimos en un tiempo cuando todo es puesto en tela de juicio y donde se difunden principios de toda clase. Cualquier cosa que se presenta sea de cualquier naturaleza arruina la posición misma de los santos, la arruina como testimonio conciente e inteligente en medio de la cristiandad, y es inútil atraer sobre ellos la atención. Estos dos principios, son:
Primero, se niega que una asamblea cristiana sea obligada a mantener la pureza para ser reconocida como tal, o más bien, se niega que se contamine si admite el mal en su seno.
Y segundo, se niega la unidad del cuerpo en lo que concierne a la Iglesia sobre la tierra.
Habiendo oído afirmar tan a menudo, sea con respecto a las costumbres o sea con respecto a la doctrina, que una asamblea de cristianos no puede ser contaminada en absoluto por el mal que contiene, y que se debe dejar al Señor el cuidado de poner la mano sobre el mal y quitarlo, debo concluir que este principio generalmente es admitido. Lo que hasta ahora había sido alegado sólo en forma con argumentos individuales respecto al segundo principio más arriba mencionado, se encuentra ahora defendido en un tratado que espontáneamente me ha sido enviado (para mi edificación, supongo), y que lo voy a examinar. Ignoro quién es el autor, y discutiré rápidamente esos principios, porque es un tema digno de atención.
También me llegó un tratado sobre el primer punto; creo que yo conozco al autor, pero aquí me limito a discutir sus principios. He aquí ambos asuntos: 1. ¿Puede un cuerpo de cristianos ser contaminado por la tolerancia del mal por medio de costumbres o por medio de doctrina? 2. ¿Existe una unidad de la Iglesia de Dios sobre la tierra?
Aceptar la comunión con el mal.
Se ha sostenido públicamente que si la fornicación haya sido tolerada en un cuerpo de cristianos, no sería un motivo para separarse de eso. Otros ya han respondido. Por cierto la mejor respuesta era producir esta afirmación en plena luz. Decir que los cristianos deben separarse del mundo, que deben desprenderse del gran cuerpo de la Iglesia profesante a causa de la corrupción eclesiástica; afirmar luego que la comunidad a la cual se pertenece no se contamina en absoluto por una inmoralidad efectiva, y que los santos están obligados a reconocer sin embargo igual tal cuerpo de cristianos ; es una propuesta muy monstruosa, preferentemente otorgada con ideas eclesiásticas sobre la inalterable moralidad de Dios en el Evangelio, que se efectúa para sorprender a los cristianos que puedan caer en un estado parecido de tinieblas morales. Es un solemne testimonio de los estragos producidos por falsos principios. Naturalmente no tenemos nada que hacer con estas personas o su congregación, salvo lo que pide la caridad de Cristo. Nos ocupamos de principios: veamos donde éstos conducirían.
No le será permitido a quiénes forman parte de tal reunión cristiana romper con ella. Tendrán que aceptar la compañía del pecado, aceptando la desobediencia a esta regla del apóstol: « Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros. » Tendrán que permanecer en comunión constante con el mal, afirmando constantemente, la comunión de la luz y las tinieblas. en el acto más solemne del cristianismo. Pero eso no es todo. En estas reuniones, la asamblea de un lugar recibe, así como lo hacían las iglesias de las cuales se habla en la Escritura, las que están en comunión en otra, y, se actúa regularmente así, sobre base de cartas de recomendación. Suponed que el fornicario, o alguno de aquellos que han mantenido que tienen derecho de quedarse en la asamblea (otra manera de tolerar mal), sea recomendado, o venga de la asamblea en cuestión, como estando en comunión. Si se le recibe con el propósito deliberado en su asamblea local, será preciso naturalmente que se de, desde luego que depende de ella, el mismo derecho de los de afuera. Esta persona es recibida entonces, y así el pecado deliberado se hace parte de la mayoría de la reunión de
Si se lo recibe con el propósito deliberado en su asamblea local, naturalmente hará falta que se le dé, para que esto dependa de ella, el mismo derecho de afuera. Esta persona entonces es recibida en otro lugar, y así la maldad deliberada de la mayoría de la reunión de donde forma parte, o si deseáis de toda la reunión, obliga a cada asamblea cristiana — si la Iglesia de Dios estuviera en orden , no diríamos a cada asamblea de Dios en el mundo — a poner su sello en comunión con el pecado y el mal, a declarar que el pecado puede ser admitido libremente en la mesa del Señor, y que Cristo y Belial se ponen de acuerdo perfectamente en conjunto. En caso contrario, queda sólo romper con esta congregación o iglesia, es decir en negarle absolutamente el carácter de iglesia. Entonces, si las asambleas deben actuar de este modo, los individuos de la congregación contaminada, que tienen alguna conciencia, lo deben hacer también.
La asamblea local representa al cuerpo de Cristo.
El Establecimiento nacional (anglicano) incomparablemente vale más que esto. No pretende tener la disciplina; cada uno es piadoso por su propia cuenta; mientras que aquí, se sanciona en principio el pecado y la comunión con el pecado a la Mesa del Señor. Se acepta perfectamente que no puede ser tolerado, pero se declara, por otra parte, que si es tolerado con una intención deliberada, cada uno debe someterse: la congregación no es contaminada en absoluto, y los pecadores desobedientes tienen el derecho de forzar a toda la Iglesia de Dios que acepta el pecado, si no en principio, por lo menos en la práctica, y renegar así sus principios. Es la Iglesia de Dios afirmando como tal, en virtud de su privilegio y de su título especial, los derechos del pecado contra Cristo. Por medio de principios, yo no sabría concebir que cosa es peor. Y simplemente no son las costumbres de una clase particular de cristianos, que llevan a esto. El orden escritural de la Iglesia de Dios, tal, como nos es mostrado en las Escrituras, implica la sanción del pecado si esta teoría es verdadera.
Nadie puede negar que los santos pasaban de un asamblea a otra, y que si se pertenecía a una, eran recibidos en las otras. . No era en absoluto una organización de iglesias, tales como un Presbiterianismo o un Episcopalismo (los nombro aquí sólo para darme a entender), pero era un reconocimiento pleno de las iglesias como expresiones de la unidad del cuerpo de Cristo. Vemos a los santos por lo tanto de una asamblea, ser recibidos como tales en otro, y esto en virtud de las cartas de recomendación. Cada asamblea era reconocida como representante, en su localidad, como el cuerpo de Cristo, los que formaban parte debían de ser recibidos como miembros de este cuerpo por las otras asambleas. Cada asamblea local era responsable de mantener en su seno el orden y la piedad que convienen a la asamblea de Dios, y se debía contar con ella para esto. Esto no es discutir la competencia de la asamblea local, sino reconocerla, que al recibir a una persona porque forma parte. Si no la recibo, niego así ahí que esta asamblea sea un testigo conveniente de la unidad del cuerpo de Cristo.
Entonces, precisamente es el lugar que el Espíritu de Dios le da a la asamblea local de Corinto: muy lejos de negar la unidad en un solo cuerpo de todos los santos que están sobre la tierra, reconoce a la asamblea local como la que representa el cuerpo, en su medida « Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. » Si pues reconozco que la asamblea local de Corinto, o de otro lugar, ocupa esta posición, debo recibir, como miembro del cuerpo de Cristo, a cualquiera que le pertenece, y no supondré que pueda ser miembro de otra cosa, lo que la Escritura no lo admite tampoco. También, cuando el apóstol dice « Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular», y todos s nosotros somos «un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan», estoy soy obligado a reconocer a la asamblea como representando el cuerpo, y los que participan en este solo pan como miembros del cuerpo. Si no lo hago, caigo en un principio de asociación voluntaria, que se da a si misma. Las reglas las hace, y hace lo que ella desea.
¿Debo entonces mantener como representando la unidad del cuerpo, y actuando por el Espíritu con la autoridad del Señor, a una asamblea que sanciona el pecado y declara que no está contaminada en absoluto? Por otra parte, suponed que una asamblea, la de Corinto, por ejemplo, hubiera suprimido al malo, y que otra asamblea lo reciba, esta última niega por esto mismo, que la primera hubiera actuado en el carácter de una asamblea de Dios, representando al cuerpo de Cristo; niega la acción del Espíritu Santo en la asamblea, o que lo que ha sido atado en la tierra ha sido atado en el cielo.
Es un sofisma puro suponer que, porque no se reconoce el sistema de iglesias organizadas en un cuerpo, no se reconoce tampoco la responsabilidad de cada asamblea con respecto al Señor, o su capacidad para actuar por el Espíritu Santo en los asuntos de la Iglesia de Dios. Si una persona suprimida en Corinto, era recibida en Efeso, o bien la asamblea de Efeso negaba la acción del Espíritu Santo en Corinto, o rechazaba la acción negaba con esto la autoridad del Espíritu Santo y de Cristo; es decir que las asambleas eran reconocidas porque cada una de ellas, en su localidad, actuaba bajo la dependencia del Señor y por el Espíritu Santo. Sin duda podían fallar; Corinto hubiera fallado sin la intervención del Espíritu por medio del apóstol; pero hablo del principio escriturario, y de lo que tenemos que esperar en una asamblea. La asamblea es reconocida porque actúa por el Espíritu Santo bajo la autoridad del Señor
Autoridad de la asamblea (dos o tres reunidos al Nombre del Señor)
Estando este punto aclarado (y la primera epístola a los Corintios me parece no dejar sombra de duda sobre esto), paso a otro — la responsabilidad que resulta para los cristianos que componen la asamblea. Deben actuar para Cristo por el Espíritu. Santo « Quitad, a ese perverso de entre vosotros». Es a la asamblea que Pablo encarga esto. Igualmente en los casos de culpa hecha a alguien, delante de la asamblea el asunto es finalmente llevado, y es respecto a ella que se habla hablado de “dentro” y de la “afuera”. En otros términos, encuentro que el cuerpo es responsable como competente. El Señor que conocía toda la historia futura de su Iglesia, cuando hablaba del ejercicio de la disciplina y de la acogida favorable de las oraciones extendió esto en su gracia a una reunión de dos o tres reunidos en su nombre,. cuando hablaba del ejercicio de la disciplina y de la acogida favorable de las oraciones. Cuando dos o tres están reunidos en su nombre, está allí en medio de ellos. Así, suponiendo plenamente que todos los santos de una localidad son quienes constituyen la asamblea de esta localidad; si no quieren unirse, la responsabilidad se encuentra, lo mismo que la presencia del Señor, con los que lo hacen. Sus actos tienen Su autoridad, si realmente son hechos en Su nombre: es decir que otra asamblea debe reconocer a esta asamblea y sus actos, o negar su conexión con Señor. No quiero decir que si la asamblea se equivocó en algún caso particular, no se puedan hacerle amonestaciones, comprometerla en volver sobre su decisión; pero, en el curso regular de las cosas, una asamblea reconoce la acción de la otra, conforme a la promesa de la presencia del Señor, porque reconoce en la otra la acción del Señor, la acción de su propio Señor en ella, y es la asamblea del Señor. No es en absoluto una iglesia voluntaria, es una asamblea de Dios según la Escritura. No reconozco, aunque pueda reconocer a los santos que lo componen, si la asamblea no está reunida sobre aquella base, y no reconoce la unidad del cuerpo, el poder y la presencia del Espíritu Santo y la presencia de Jesús, como reunida en Su nombre solamente,. En el caso opuesto, valoro reconocerla.
(1) Todo hombre que actuaba en contra de los mandamientos de Dios, o que hacía aquello que no debía ser hecho, cometía un pecado; y esto exigía el sacrificio por el pecado. Pero aquí, se trataba de delitos contra los individuos, de daños hechos al prójimo, por abusos de confianza y cosas semejantes; y, para estas culpas, hacía falta un sacrificio por el pecado. Leer los siete primeros versículos del capítulo 7 de Levítico.
(2) Me parece que la palabra de "malo" da bien la medida de los objetos de disciplina pública. Es algo que contradice públicamente el carácter de Cristo.
(3) Comparar Deut. 17:7, 12, 13, pasajes a los cuales el apóstol se refiere, 1ª Corintios 5:12, 13; compare 2ª Corintios: 7 11. Ellos mismos eran, y era la gloria de Dios que estaba en tela de juicio.
(4) Un principio muy importante en la práctica se presenta aquí. Si espiritualmente el estado general del cuerpo no es superior al estado individual en el cual el pecado ha sido cometido, el cuerpo está inutilizable de ejercer la disciplina con respecto a aquel pecado. Debería, pero no lo puede, porque, no habrá tomado, en nombre de Cristo, la conciencia de lo que se ha cometido. Cristo no estará en esa acción. Si mi cuerpo está en mal estado, una enfermedad local no se curará sin un mejoramiento general de mi salud. En este caso, el estado moral del cuerpo se manifiesta en el individuo, y el cuerpo no puede curarlo. Hace falta en consecuencia, que todo el cuerpo se coloque con el mismo, y confiese el pecado como suyo, no de manera sacerdotal solamente, sino que como siendo realmente culpable; y qué, por su propia humillación, se libre de este pecado como de suyo propio, poniendo a un lado no obstante al pecador hasta que se arrepienta; Porque no se debe guardar el pecado.
(5) En cuanto a la unanimidad, es evidente que se debe buscarla: pero la regla del Apóstol es vengarse de la desobediencia, cuando la obediencia fuera cumplida; es decir, que por la operación de su gracia, el Espíritu Santo ha separado a los que se sometían a sus enseñanzas, aquellos que no se ordenaran serían ellos mismos el objeto de la disciplina que el ejercía. Es evidente que si alguien apoya un pecado escandaloso, esto no debe impedir el ejercicio de la disciplina; sino que esto puede dar lugar para que aquel que actúe asi llegue también a ser objeto de ésta. Podrían suceder reclamaciones serias de un hermano fiel detengan la disciplina, y de lugar a una búsqueda más profunda de la voluntad de Dios.