RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE ANTE DIOS
Traducido de “El Mensajero Evangélico” Febrero 1994
1. Identidad personal y responsabilidad
Cada ser humano es una persona específica y responsable que no puede transmitir su identidad, ni compartirla con otro. Todo hombre es responsable por si mismo. Como está escrito “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Ro. 14:12). Esta individualidad aparece desde el nacimiento, y enseguida se asume de por vida, y prosigue hasta la eternidad; ella es indestructible en si misma.
Esta no cambia con el nuevo nacimiento. Mi estado es transformado por el “despojamiento del viejo hombre” y se ha “revestido del nuevo hombre”, pero mi responsabilidad nunca es puesta de lado. El “yo (1)”, que pertenecía anteriormente al mundo y servía al pecado, ha sido conducido a conocer la gracia de Dios y el amor de Cristo, a fin de caminar “en novedad de vida” en este mundo. Este “yo” será, un día, manifestado delante del tribunal de Cristo y, allí en ese momento al venir a la memoria el tiempo vivido sobre la tierra, comprenderá el significado de la gracia divina y gozará de la gloriosa y eterna presencia del Señor.
El creyente no se compone — como se podría supone — de dos personalidades que se suceden: del “viejo hombre” totalmente pecador y luego del “nuevo hombre” enteramente sin pecado. Si tal fuera el caso, no podría ser nunca un tema para nosotros la purificación del pecado, puesto que el “viejo hombre” ha sido crucificado con Cristo, entonces está “muerto”, y que el “nuevo hombre” no puede pecar de ningún modo. Por consecuencia, no hay dos personas en el creyente, la una pecadora y la otra sin pecado, sino más bien una sola persona responsable con dos naturalezas. diferentes: la una, nacida de la carne, es carne; y la otra, nacida del Espíritu, es espíritu.
(1) A menudo utilizamos el término “yo” para hablar de la vieja naturaleza; aquí se trata simplemente de la persona (Ro. 7:20). Pero es cierto que la postura de mi persona es una manifestación de mi vieja naturaleza, es el egoísmo (2 Ti. 3:2, Sofonías 2:15).
2. El “viejo hombre”
El “viejo hombre” — expresión mencionada en tres párrafos en la Palabra: Romanos 6,6; Efesios 4,22; Colosenses 3,9 — me caracteriza en el estado donde yo estaba antes de mi nuevo nacimiento, en la posición del primer Adán, de pecador responsable, que ha encontrado su juicio y su fin en la muerte de Cristo sobre la cruz. Se llama el “viejo hombre” porque pertenece al pasado y que, según los consejos de Dios, la responsabilidad de haber sido pecador ya no existe mas: “ las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hecha nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo “ (2ª Corintios 5:17,18). La cruz de Cristo ha puesto fin a mi antiguo estado, aunque efectivamente no esté muerto más que por la fe.
Escojo ahora por la fe mi identificación con Cristo, y constato, en su muerte, mi propia muerte como pecador responsable. Conozco el valor de la muerte de Cristo ante Dios por mí, y poseo en consecuencia no solamente la paz con Dios, sino al mismo tiempo la fuerza moral de vencer que me da mi identificación con Cristo en su muerte.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe... “ escribe Pablo a los Gálatas (Gál. 2:20). Cuando el pecado se presenta en mí. Me encuentro con esta palabra: “ los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? “ y “ sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Romanos 6:1 y 6). Si por lo tanto sucede que yo peco, no tengo el derecho de colocar mi pecado a cuenta del “viejo hombre” Debo con seriedad y franqueza imputármelo a mi mismo, al “yo” responsable, y confesarlo. “ Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad ” (1ª Juan 1:9). No estamos obligados a pecar, el apóstol Pablo así lo señala en Colosenses 3:9 y 10: “ habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó…”. Pero ¿qué es el “ nuevo hombre”?
3. El "nuevo hombre”
El “nuevo hombre” es la vida de Cristo en nosotros, en una nueva existencia que vivimos en la fe del Hijo de Dios. Cristo no nos ha rescatado de nuestro antiguo estado y de sus consecuencias: muerto y juzgado; en Él, llegamos también a ser una nueva creación, de manera que somos capaces de gozar de la gloria de Dios y entrar allí. “ El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). Tal es el maravilloso don que hoy en día Dios le presenta a todo pecador arrepentido y creyente. “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro ” (Romanos 6:23).
El creyente está en posesión de esta vida recibida de Dios en el Cristo resucitado y glorificado, de ahora en adelante es una “ nueva criatura ” (2ª Corintios 5:17) que, no debe simplemente caminar como un hombre de la vieja creación porque ha sido revestido “ del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. “ (Efesios 4:24), en el presente justificado, y reconciliado, pero según el modelo de Cristo.
En tanto que “ muerto con Cristo”, soy capaz de hacer morir mis miembros que están en la tierra. En otros términos: puedo inscribir la sentencia de muerte sobre todo lo que es incompatible con la cruz y la muerte de Cristo, y abandonarlo recordando que esta ha sido la causa de la ira de Dios que viene sobre los desobedientes. (Colosenses 3:5-7). Por otra parte, como estoy “resucitado con Cristo”, tal como un hombre nuevo donde la vida está escondida con Cristo en Dios, luego estoy en condición de pensar en las cosas que son de lo alto, de manifestar los bellos caracteres del nuevo hombre y, conformemente a mi nueva responsabilidad, de llevar en este mundo fruto para Dios.
4. La responsabilidad de llevar fruto
El Señor se lo decía a los discípulos, como hoy en día a todos aquellos que Dios ha dejado aquí abajo después de su conversión: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca ” (Juan 15:16). La conformidad a nuestras vidas con esta responsabilidad será manifestada ante el tribunal de Cristo y encontrará su recompensa (comp. 2ª Corintios 5:10). Luego se realizará esta declaración del apóstol en 1ª Corintios 4:5: “ Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” El Señor, que sondea la mente y los corazones, según sus obras (Apoc. 2:23). Nos aclara aun en el último capitulo de la Biblia: “ He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. ” (Apoc. 22:12).
5. La recompensa del fruto
Se puede admirar esta gracia que conceder el merito de la obra que actúa en nosotros: ella recompensará esta obra al mismo tiempo que mostrará que no hizo caso de nuestras faltas. Por lo tanto no olvidemos que la palabra contempla esta recompensa como consecuencia de la fidelidad y no como un acto de misericordia y de gracia (aunque todo se funda sobre la gracia).
Con el fin de estimular a los creyentes de Corinto para que realizaran una mayor fidelidad hacia Dios y una separación mas nítida con el mundo, el apóstol Pablo les habla de una corona incorruptible ( en contraste con la corona corruptible que podían ganar en la arena), y les anima a correr para obtenerla (1ª Corintios 9:24,25). Y mas tarde, cuando está a punto de salir de esta tierra donde había servido a Cristo con fidelidad, puede decir: “ Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (aparición) ” (2 Timoteo 4:8).
Pablo llama también a los Filipenses “ corona mía ” porque les había conducida a Dios, y los Tesalonicenses la “ corona de que me gloríe… delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida “ (Filipenses 4:1; 1ª Tes. 2:19).
Pedro exhorta a los ancianos que pastoreen el rebaño de Dios que estaba con ellos, a vigilarlos, no por imposición, sino voluntariamente, no para dominar sobre sus herencias, sino a ser modelos del rebaño. Y agrega: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria". (1 Pedro 5:2-4).
En Santiago 1:12, la corona de la vida está prometida al hombre que soporta la tentación. Esta misma promesa se encuentra en el mensaje dirigido por el Señor a la asamblea de Esmirna, que pasaba por una gran tribulación: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10), aparentemente una recompensa particular por una fidelidad probada hasta la muerte.
Solamente durante nuestro peregrinaje aquí que podemos llevar fruto que permanece y adquirir coronas para la eternidad. Somos advertidos que “ El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará ” (2 Corintios 9:6). Aquellos que a causa del invierno no trabajan, no tendrán nada y mendigarán en el tiempo de la cosecha. “El perezoso no ara a causa del invierno; Pedirá, pues, en la siega, y no hallará” (Prov. 20:4) Deberíamos entonces ser cuidadosos para aprovechar el tiempo presente, esas horas que pasan tan rápidamente, para guardar “ atesorando para sí buen fundamento para lo por venir” (1 Timoteo 6:19).
6. La recompensa no es nuestra motivación
La recompensa prometida no debería ser nunca el móvil de nuestra devoción y de nuestros esfuerzos para el Señor- Esto sería no comprender cual es el tipo de relación que tenemos con nuestro Dios y Padre. Aspirar a una recompensa, es cometer la falta que Santiago y Juan hicieron cuando deseaba una buen lugar en le reino. Las “coronas”, "la remuneración”, están colocadas ante nosotros para alentarnos en las dificultades d el camino. El verdadero móvil, es el amor, no la recompensa.
Ha sido así con el Señor, “ el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, “ (Heb.12:2)- Igualmente Moisés “ teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón ” (Heb. 11:26). El pensamiento de la recompensa lo alentaba a perseverar; pero el móvil, lo que lo hacía actuar, era las preocupación por sus hermanos. He aquí la enseñanza de la Escritura: la recompensa es un a liento, no una motivación.
7. Diversidad de recompensas futuras según la comunión actual de cada uno
Todo es gracia y, en ese punto de vista, no existe diferencia entre los creyentes. Del momento que creímos, todos poseemos la vida eterna (Juan 5:24), todos somos llamados a los mismos goces, a las mismas glorias futuras y todos somos predestinados a estar conformes a la imagen del Hijo de Dios. Su nombre estará sobre todas las frentes (Ap. 22:4). El Señor se regocijará de de lo que hecho por todos nosotros: sus muy amados, sus hermanos, su cuerpo, su Esposa, los coherederos de su trono y lo co-partícipes de su gloria durante la eternidad. La gloria futura debe ser revelada a todos nosotros (Ro.:18); cada uno será portador de esta gloria y constituirá un elemento de la plenitud de Aquel que lo llena todo en todos. Todos los creyentes gozarán de una felicidad sin reserva.
Sin embargo, la medida de nuestro gozo será ciertamente diferente, todos no recibirán las mismas coronas. Y por otra parte, la fidelidad personal hacia le Señor acarrea desde ahora recompensas particulares. Que nos sea concedido experimentar la dulzura, en esos momentos pasados solos con el Señor. Cuando se revela personalmente al corazón que batalla por Él. En esa intimidad que nos hace probar nuestra unión con Aquel que ha sido rechazado aquí, conoceremos una felicidad mucho mayor que marcharemos más fielmente.
8. El maná escondido
Esta comunión con el Señor, donde cada uno puede gozar aquí y que difiere la una de la otra, será realizada plenamente en lo alto por la felicidad particular de aquel que será el objeto. Entre los goces y las glorias prometidas en Apocalipsis 2 y 3 (árbol de vida, corona de vida, estrella de la mañana, andar con Jesús en vestiduras blancas, columna del templo de Dios, sentados con el sobre su trono), encontraremos la promesa: “ Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17).
En el desierto, el pueblo de Israel estaba obligado a recoger diariamente el mana para alimentarse. Además hacía falta, según el mandamiento de Jehová, conservar delante de Dios un cántaro de oro, lleno con este maná, un maná escondido, a fin de que los hijos de Israel, cuando estuvieran en el país de Canaán, pudieran siempre recordarse de cual había sido su alimento en el desierto. En la gloria igualmente, cada vencedor individualmente recibirá de este “maná escondido”, en recuerdo del maná que lo habrá refrescado en su camino en la tierra, es decir en recuerdo de lo que el Señor ha sido para el, como hombre abatido y sufriente. Esta bendición corresponderá al gozo que Dios ha probado en Cristo, antiguamente abatido pero ahora sentado a su diestra. Privilegio inestimable, el creyente lo comparte con Él. Luego este gozo será un tanto más elevado de lo que seremos alimentados por Cristo durante nuestra vida en la tierra, siendo identificados con Él en su abatimiento y sus sufrimientos de parte de los hombres. ¿No es una recompensa gloriosa para nuestra débil fidelidad? Alguna dulzura que pueda ser el gozo común de creyentes, sabemos por lo tanto que los goces y los sufrimientos de la marcha aquí, es una comunión con Jesús, una ocupación de su persona, que son absolutamente personales. Y esto que es imperfecto y parcial en la tierra será perfecto en la gloria.
Asi, cada vencedor recibirá una “piedrecita blanca”, señal del favor divino. En las elecciones antiguas., la “piedrecita blanca” era una señal de aprobación escondida y secreta. — Y esta “ piedrecita blanca” lleva un nombre, que el amor del Señor me da a mi, su discípulo indigno, un nombre que nadie conoce, sino yo solo…
Yo que anteriormente servía al pecado, llevaré Su imagen, le seré semejante, también en mi ser interior como en mi cuerpo. “ seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es ” (1ª Juan 3:2).
¡Que esto nos estimule poderosamente para realizar ahora una marcha que le sea agradable!