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UNA CARTA SOBRE LAS REUNIONES DE ORACIÓN 

Traducido de “El Mensajero Evangélico”  1927

A. B.

Queridos hermanos,

 

No deseo presentarles una meditación, sino algunos simples pensamientos tocantes a nuestras reuniones de oración. Mi motivo es exhortar a los hermanos a la oración, y yo también tomo mi parte en esta exhortación, pues siento mi debilidad sobre este asunto y pido a Dios la bendición para mí y para todos nosotros.

La verdad es que no llevamos a cabo la libertad que Dios nos da cuando nos reunimos para la oración. Constato que algunos hermanos solamente, y siempre los mismos, participan. Me parece que los demás hermanos solo se unen con su amen. Ciertamente esto no debería ser así. ¿Porqué todas esas bocas cerradas? ¿Será  causa de la timidez? ¿O puede ser que se deja a algunos hermanos que son más vistos en su acción en la asamblea? ¿Puede ser que este silencio provenga del temor de ser criticados por nuestros hermanos? ¡Triste razón, en verdad! Ningún motivo es valido. Se me dice que todos los hermanos no pueden tomar parte en la oración porque la reunión se alargaría indefinidamente. ¿Sería malo entonces que una u otra vez fuesen tan numerosas que la hora de reunión fuese sobrepasada?
 
Por otra parte, ¡y por desgracia!, muy a menudo sucede que, por falta de comunión, un hermano expone lo que sería mas bien un discurso más que una oración, y en ese caso, tenemos que preguntarnos si el hermano en cuestión tiene idea de lo que es una oración a Dios. Evitemos entonces esas oraciones extensas que son hechas más por la carne que por el Espíritu. Tal estado de cosas jamás dará por resultado el alentar a los jóvenes hermanos que están entre nosotros a orar en la asamblea. En lugar de imitar al hermano que ha orado ante ellos, estos jóvenes hermanos guardan silencio; si, por el contrario, la reunión se llevase a cabo con oraciones numerosas pero prolongada una media hora más, tal resultado sería de gran bendición para la asamblea y para todos los que allí están.

La conclusión que desearía sacar de las reflexiones hechas mas arriba es la siguiente: todo hermano allí presente, entre los que están de rodillas para orar, debería levantarse sin haber participado, pero además, si alguien se sintiese retenido por razones carnales y soberanamente censurables, como por ejemplo el no saber expresarse, pregunto: ¿Es que el Espíritu Santo no sabe expresarse? Pregunto aún a esos hermanos: ¿no saben expresarse cuando oran en familia? Entonces no olvidemos que cuando estamos de rodillas ante nuestro Dios y Padre somos convencidos que podemos y debemos abrir la boca con toda libertad delante de Él.

Volvamos a lo que hemos dicho al comienzo de esta carta. Creemos poder afirmar que es la timidez que, muy a menudo, cierra nuestras bocas. Al final de la reunión, cuando nos retiramos, nos entrega la prueba. No estamos contentos, cuando habiendo pasado por nuestro corazón y en nuestro espíritu la necesidad de orar, hemos guardado silencio no exponiéndoselo al Señor. Recurro a aquellos que parece que esto les sucede frecuentemente. Nos falta, entonces, vencer esta timidez, ¿pero el Señor no nos da, Él mismo, el medio y el motivo? "El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos" (Romanos 8:26-27). Citemos también Hebreos 4:14-16: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin  pecado”. ¿No deben tales pasajes llenarnos de confianza y vencer todo el temor de nuestros corazones? 
 
Nuestras asambleas sufren de muchos males, como por ejemplo el espíritu de partido, que por sus frutos nos hacen llevar duelo y nos cubre de vergüenza; esto se disiparía rápidamente, y la reunión de los fieles conocería muy bien el gozo, la paz, y el frescor de la asamblea como al principio en Los Hechos, si estimáramos mejor el valor de las reuniones de oración y si nuestros corazones estuvieran siempre mas ejercitados cuando acudimos a ellas. 

Si alguna exhortación tiene lugar en una reunión de oración, la meditación no debe ser nunca el propósito. El motivo de nuestra reunión es la oración.

Quedemos de rodillas, inclusive si es necesario atravesar largos silencios, pues estos últimos son provechosos. El Señor puede hacer su obra en el silencio. No dejemos de permanecer de rodillas para orar. Allí está nuestra fuerza, nuestro amparo, y el Señor derramará el gozo y la paz para cada uno en particular y para la asamblea. Se nos dice en Los Hechos: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos“ (Hechos 1:14) ¡Esta escena nos es muy hermosa para caracterizar lo que es una reunión de oración! ¡Cómo se dirige a nuestros corazones esta porción: "perseveraban unánimes“!


Luego, queridos hermanos, queridas hermanas, jóvenes y ancianos, tengamos en el corazón nuestras reuniones de oración y no faltemos a ellas. Seamos de la línea de personas que perseveraban unánimes en la oración, y cuanto más cuando el Señor está pronto a venir para levantar a sus santos con Él

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