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ORACIÓN: CONDICIONES Y MOTIVOS

DE LA RESPUESTA

Autor: Paul Fusier

Traducido de «El Mensajero Evangélico» Año 1967

La oración no es algo así como una firma en blanco por la cual el creyente puede servirse a su antojo con el fin de obtener cualquier cosa. Dios nos ama demasiado como para ser dispensador de todo lo que nuestros corazones naturales desean. Hay oraciones que Él nunca responde: a saber, cuándo un creyente pide algo que no le es provechoso. En tal caso Dios no responderá su oración, salvo que que Él encuentre bueno hacerlo para que hacerlo pasar por un camino por el cual, recogiendo el fruto de sus acciones, aprenda aquello (para sacar un buen fin) que le cuesta por su propia voluntad. Por ejemplo, tal fue el caso de Israel cuando pidió un rey (1 S. 8:5 al 22; Os. 13: 9 al 11). Pero aparte de tales circunstancias, si un creyente pide lo que piensa ser bueno cuando tal cosa le sería perjudicial, o inclusive aquello que solo es para satisfacer sus deseos carnales, Dios no le responderá, y Él lo hace por amor.

Muchos pasajes de las Escrituras nos muestran las condiciones que se deben cumplir para que nuestras oraciones sean contestadas, como también la razón o el motivo de la respuesta. En los versículos tan conocidos de Mateo 18 (v. 19 y 20), se trata de la oración de la asamblea (los “dos o tres” reunidos al nombre del Señor), pero también de la oración de dos creyentes: “dos de vosotros”. Esto es real para dos o para un número mayor. “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo…”, tal es la condición de la respuesta: para que ambos reciban respuesta es necesario que tengan un mismo pensamiento. ¿Un pensamiento personal y común para ambos? No. Este pensamiento debe ser el pensamiento del Señor, discernido por el Espíritu Santo. Conviene, entonces, para recibir respuesta, que aquellos que se dirigen a Dios lo hagan en la plena comunión del Espíritu. En una reunión de asamblea para la oración, un hermano puede muy bien “orar por el Espíritu Santo”, como nos exhorta Judas 20, sin que en la asamblea se haya expresado tal petición, esta comunión del Espíritu determina la respuesta: las peticiones pueden ser presentadas con respecto a ciertas dificultades o circunstancias particulares de la vida de asamblea, pero, sin embargo, puede que los hermanos o hermanas tengan un pensamiento manifiestamente diferente al del hermano que ora. Ya que, orando, él es la boca de la asamblea (Hch. 4:24: “Y ellos, alzaron unánimes la voz a Dios…”). Este hermano, aunque “orando por el Espíritu Santo”, y teniendo conciencia de tener el pensamiento del Señor, se sentirá frenado si sabe que no tiene la plena comunión del Espíritu en la asamblea sobre el asunto que tiene en su corazón pedir. Él no olvidará que no se trata de una oración individual a Dios: al orar en una reunión de asamblea él es el órgano (boca) de la asamblea, es la asamblea la que ora y no el hermano. De modo que, si está ejercitado a propósito de tal o cual problema, no puede hacer de este un un motivo de oración en una reunión de asamblea, pues sabe que no hay comunión del Espíritu sobre ello, y, por lo tanto, no estaría el “acuerdo” de Mateo 18:19 ni el “unánimes” de Hechos 4:24; el hermano deberá limitarse a orar por ello de forma personal y particular, e inclusive pudiera ser que orara con otros hermanos o hermanas con los cuales tuviera comunión del Espíritu. Pero, entonces, en tal caso se agregará otro asunto: que estas oraciones no agraven la falta de comunión en la asamblea, y que no ayuden a que se desarrolle un cierto «espíritu de partido», pues Dios, por el contrario, desea producir, Él mismo, la plena comunión del Espíritu que hasta entonces ha faltado. Reunirse con algunos hermanos, en las condiciones que hemos mencionado, o sea en la comunión del espíritu, demanda (deseamos señalarlo muy bien) mucha prudencia y sabiduría; es necesario ser conducidos verdaderamente por el Señor, actuar solo en vista del bien, siendo guardados de todo lo que pudiera ser susceptible a agravar un estado de cosas que no es según Dios.

Agregamos que el pasaje de Mateo 18 posee una base preciosa para la respuesta: la presencia del Señor en medio de aquellos que están reunidos para la oración. Comunión del Espíritu y la presencia del Señor, teniendo lo uno y lo otro con un corazón dispuesto a realizarlo de forma práctica, haremos que la promesa de Mateo 18 sea cierta en nosotros.

En este pasaje, ¿cuál es la razón de la respuesta? ¿Por qué Dios responde la oración? “…la cosa — el asunto que ellos pidieron —les será hecho a ellos por mi Padre que está en los cielos; ” (Mateo 18:19 Versión J.N: Darby). ¡A ellos! ¡Que aliento a realizar, por medio de “dos de vosotros”, con la presencia del Señor, esta comunión del Espíritu que nos permite pedir lo que nuestro Padre está feliz de concedernos! Solo el Espíritu Santo nos puede conducir a pedir aquello que es según el pensamiento de Dios. Posiblemente, la oración concierna a otras personas (y no solo a aquellas que oran), o por circunstancias por las cuales aquellos que se dirigen a Dios no están directamente involucrados, ¡pero que importa! Tal cosa les será hecha “a ellos”: es una respuesta a su fe (Mr. 2:5: “Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados”), es una recompensa concedida a un servicio precioso y útil entre todos.

Introduzcámonos más en el valor de tal promesa con el fin de que seamos conducidos a orar más, sea entre algunos o sea en la asamblea, en la comunión del Espíritu. ¡Que bendición gustaremos en el cumplimiento de tan precioso servicio y que bendición será derramada sobre la asamblea! ¡Cuántas dificultades podrían ser allanadas, cuántas situaciones, que nos parecían sin salida, se arreglarían! Será Dios interviniendo en respuesta a la oración y cumpliendo en los corazones y las conciencias el trabajo que solo Él puede hacer.

Lo que acabamos de escribir nos conduce a otro pasaje en donde también encontramos una condición para la respuesta, pues allí precisamente se trata de la oración dirigida a Dios ante las dificultades que aparentemente son insuperables: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt. 21:22). ¿Quién ordenará a una montaña: “Quítate y échate en el mar”, con la seguridad de ver ese cumplimiento? Luego, el Señor nos dice, como anteriormente lo dijo a sus discípulos: “si tuviereis fe, y no dudareis… será hecho”. Así como la higuera (vv. 19-21) es una figura de Israel en su responsabilidad de llevar fruto para Dios, pero que es incapaz de hacerlo a pesar de una bella apariencia religiosa (las hojas), la montaña también es un símbolo de este pueblo en su fuerte oposición a la predicación del evangelio a las naciones; solamente gracias a la oración de fe, el obstáculo pudo ser quitado, los discípulos hicieron entonces la experiencia del poder de Dios respondiendo a la fe. De la misma manera, el enemigo se esfuerza hoy en día, por una parte, trabando la difusión del evangelio, y por otra, turbando la paz entre los santos con el fin de empañar el testimonio confiado a los dos tres reunidos al nombre del Señor como expresión de la asamblea. ¡Que “montañas” a menudo tenemos en el camino! ¡Bendito sea Dios! No estamos sin recursos frente a todos los ataques y a todas las astucias del adversario; ¿no es la oración el principal recurso, y sin duda, el más eficaz? Pero para que la oración sea contestada, es necesario que tengamos la certeza que ella lo será: “Creyendo”. Podemos tener seguridad si lo que pedimos es según el pensamiento de Dios y es discernido por la fe: “Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho. “ (1 Jn. 5: 14,15).

La fe tiene la certeza de la respuesta porque ella sabe que lo que se ha pedido es conforme con lo que Dios desea hacer; puede que la respuesta no sea inmediata, pero ella será dada en “el momento oportuno” (He. 4:16. versión francesa J. N. Darby) y, de antemano, la fe ya posee lo que ha pedido, con gozo.

El motivo de la respuesta en este pasaje es el socorro que Dios desea conceder a los suyos para que puedan cumplir su servicio. Mantener el testimonio que tienen que dar a pesar de todas las dificultades que el enemigo coloca en el camino. ¡Qué podamos vivir una vida de fe de tal manera que tengamos el discernimiento espiritual para entrar en el conocimiento del pensamiento de Dios, a fin de que pidamos lo que es conforme a Su pensamiento!

Para tener ese discernimiento espiritual, es necesario vivir una vida de fe, una vida en dependencia del Señor y en la comunión con Él. Es la condición de la respuesta que nos da un tercer pasaje: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Jn. 14:13,14). Pedir “en el nombre del Señor” no se trata simplemente de usar aquella expresión al terminar una oración; no basta con pronunciar esas cuatro palabras para que efectivamente hayamos pedido “en Su nombre”. Puede que presentemos ciertas demandas que según nosotros las hemos pedido “en el nombre del Señor”, mientras que si efectuásemos una mayor dependencia del Señor, y si viviésemos en una comunión más estrecha con Él, entonces oraríamos de diferente manera. Tenemos un corazón en el cual cultivar esta comunión, junto con el conocimiento de su Persona, de Su corazón, de Sus pensamientos, lo cual nos permitirá pedir “en Su nombre”; de esta manera, y con seguridad, se cumplirá Su promesa; “Yo lo haré”.

Aquí, el motivo y la razón de la respuesta es de un carácter más elevado que en los pasajes precedentes: “para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Es el Hijo que actúa en el corazón de uno de sus rescatados, desarrollando así los afectos hacia Su Persona, de tal manera que aquel que es el objeto de ese trabajo de amor es conducido a una feliz comunión con Él, de manera que puede “pedir en su nombre” teniendo seguridad que recibirá una respuesta.

¡Qué gloria para el Hijo, y cuánto es glorificado el Padre en Él! Él desea, y puede, obrar de tal manera en seres como nosotros, criaturas tan débiles e inconsecuentes, tan susceptibles y prontos a ser arrastrados hacia otras cosas que no son Cristo. El Padre ha sido glorificado por la vida de Aquel que aquí en la tierra fue el Hombre perfecto; ¡Dios ha sido glorificado en el Hijo del Hombre, quien cumplió la obra de la cruz, y ahora el Padre es glorificado en el Hijo respondiendo a la oración hecha “en Su nombre” por uno de sus rescatados!

Un año ha llegado a su término, el cual ha estado marcado por el desarrollo de la bondad de Dios; tenemos muchos motivos por los cuales reconocer Su mano bondadosa y de expresar acciones de gracias: pero, por nuestro lado, ¿no hemos tenido numerosos temas de humillación si consideramos lo que ha sido nuestro andar individual como también nuestra vida de asamblea? Permanezcamos ejercitados, delante de Dios, con respecto a esto, sin que el desaliento nos gane. Las pruebas en el camino son muy grandes, pero nuestra miseria es más profunda, y, más necesidad tenemos de mirar a lo alto ¡Que nuestras tristezas y debilidades tengan al menos este resultado: conducirnos a orar más! Sin duda que una de las señales más características de los días actuales es nuestro poco celo en el servicio de la oración. En medio de tantas dificultades, de tantos sufrimientos, es chocante ver que a menudo son descuidadas las reuniones de asamblea para la oración. Me parece que apenas tenemos conciencia de nuestro bajo estado, o que, si tenemos más o menos discernimiento, tomamos partido como si las cosas no pudieran ser de otra manera. ¡Es probablemente uno de los cosas más angustiantes de los tiempos en el que vivimos, si no la más angustiante de todas!

¿Pero cómo nos librará Dios, si no tenemos el mismo sentimiento de nuestras necesidades, o si creemos que debemos resignarnos a un estado miserable? Por otra parte, sería particularmente doloroso pensar que nuestro nivel espiritual es tan bajo y tal estado nos satisface, y que en el fondo, por lo tanto, ¡no tenemos nada que pedir! Indudablemente, si los creyentes van a las reuniones de oración por pura obligación o un hermano nunca abre su boca o se limita a expresar “vanas repeticiones”, todo esto no tiene valor a los ojos de Dios. Lo que importa, es un real ejercicio con respecto a nuestro estado y a nuestras necesidades. ¡Dios permita que despertemos con respecto a esto! Ejercitarnos en esto nos conducirá a venir al lugar de reunión para gustar el privilegio de la oración en común, para exponer con simplicidad, fervor, fe y en la comunión del Espíritu, las necesidades realmente probadas, para clamar a Dios en el seno de la debilidad y del sufrimiento. Cuando pensamos en todas nuestras necesidades (¿podemos, igualmente, abarcarlas todas, son tan numerosas?), en tantos temas de tristeza, en nuestro estado de profunda ruina y en las trampas del adversario, ¿no deberíamos sentir la necesidad de orar muchísimo más?

¡Que podamos ser encaminados a orar mucho más, individual y colectivamente, por la Asamblea, por las asambleas locales, por nuestros hogares, por todos los santos, y, ante todo, por cada uno en particular! ¡Oremos de tal manera para que sean reunidas las condiciones de la respuesta (ya hemos recalcado que están estrechamente unidas entre si), alentados por los motivos por los cuales estas respuestas están garantizadas!

Si hay un deseo que podemos formular al principio del año que comienza es que este se caracterice, en cada uno de nosotros, por una actividad piadosa e inteligente en la oración, entonces, y solo entonces, sin lugar a dudas que será una año feliz y bendecido. ¡Que Dios nos conceda la gracia!

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