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UNA CONSECUENCIA PRÁCTICA DE LA UNIDAD DEL CUERPO

Autor: E .L.
Traducido de “El Mensajero Evangélico” Año 1934.

Todos los hijos de Dios que se han separado de los diversos sistemas de la cristiandad para obedecer al Señor según 2 Timoteo 2:19, y que mantienen el conjunto de las verdades de la Palabra de manera íntegra, forman el último testimonio del Señor antes de Su venida por Su Iglesia. Tienen el privilegio, como los primeros cristianos, de estar reunidos sobre el terreno de la unidad del cuerpo de Cristo, y de expresar esta unidad participando en el partimiento del pan alrededor de la Mesa del Señor. Pueden realizar con gozo la promesa del Señor hecha en Mateo 18:20, y gozar, en Su bienaventurada presencia, de la libre acción de Su Espíritu.


Separados así de la “iniquidad”, los portadores del testimonio son llamados, como los santos del comienzo, a “guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz”, realizando que hay “un cuerpo, y un Espíritu” (Ef. 4:1-4).


Entre las consecuencias prácticas de la unidad del cuerpo, hay una en la cual es necesario insistir: que los diversos miembros del cuerpo son dependientes los unos de los otros, y deben actuar en armonía en vista de la utilidad de todo el cuerpo. Esta dependencia proviene del hecho de que los creyentes, aunque son muchos, son “un cuerpo” en Cristo, y que todos son, individualmente, “miembros los unos de los otros” (Ro. 12:5). Es también la realización de lo que leemos en 1 Corintios 12:20-25: “Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros…pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros”.


Dios, entonces, “ordenó el cuerpo” de tal manera que los diferentes miembros sean dependientes los unos de los otros. Actuar en un espíritu de independencia no es otra cosa que la negación de la unidad del cuerpo. Tal espíritu genera exposición a consecuencias muy desastrosas que pueden conducir a la ruina de una asamblea local.


La independencia en el actuar proviene muy a menudo de una falta de humildad. Es comprensible que el apóstol insista tanto sobre esta cualidad, comenzando de este modo sus exhortaciones en la epístola a los Efesios: “Os exhorto pues, yo, preso en el Señor, a andar de una manera digna del llamamiento que habéis sido llamados, con toda humildad, y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos los unos a los otros en amor” (cap. 4:1-3).


La verdadera humildad consiste en no pensar en uno mismo, sino en apreciar lo que el Señor le ha dado a los demás: “Antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3,4).


Cuando hay hermanos que son reconocidos por su piedad y que han manifestado una devoción por el Señor y un interés por Su asamblea, entonces ellos pueden estar calificados, enseguida, para ocuparse con sabiduría y discernimiento de los asuntos de Su casa; “el que tiene, le será dado”, y “el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel “ (Mt. 25:29; Lc. 16:10). Es por eso que Jehová le dice a Josué, después de haberlo purificado de su iniquidad y de haberlo vestido con vestimentas sacerdotales: “Si anduvieres en mis caminos, y si guardares mi ordenanza también tu gobernarás mi casa, y también guardarás mis atrios” (Zac. 3:7).


Tales hermanos merecen la consideración de los santos (1 Ts. 5:12,13). Desconocer lo que ellos poseen de parte del Señor es también exponerse a menospreciar y rechazar las diversas operaciones del Espíritu Santo en el cuerpo, “porque a uno es dada por medio del Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu…a otro, discernimiento de espíritus…pero todas estas cosas las efectúa uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según su voluntad” (1 Co. 12:8-11). Dios también ha “puso…en la iglesia… los que ayudan, los que administran” (v. 28); hombres a los cuales debemos respeto y sumisión según las palabras del apóstol: “Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan” (1 Co 16:15,16).


También es necesario recordar que hay hombres maduros, que por la madurez, tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (He. 5:14). Es importante, entonces, para aquellos que son más jóvenes, el estar “sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad” (1 P. 5:5). Cuando un espíritu humilde reina en la asamblea, y no se actúa en independencia los unos de los otros, entonces jamás nos sentiremos humillados de pedirles consejo (en caso de ser necesario) a los hermanos más experimentados e inclinarnos delante de su juicio. Puede suceder que no hubiera ningún hombre sabio que pueda juzgar entre sus hermanos” en una asamblea local; este era el caso de los Corintios (1 Co. 6:5), pero hay recursos en la unidad del cuerpo, y siempre se prueba que una asamblea tiene un buen espíritu cuando, a sabiendas de la carencia de tales hermanos, realiza el llamado a hermanos espirituales de otras asambleas en los momentos de dificultades. Pero antes de recurrir a los hermanos de afuera, cuando las dificultades se producen, es necesario en primer lugar que la asamblea se ejercite y se humille profundamente del estado revelado por esas dificultades y de estar de este modo obligados a pedir que hermanos de otras localidades intervengan.


Si en semejante caso existe una verdadera humillación, los hermanos estarán felices de acoger, de parte del Señor, a aquellos que son llamados a intervenir y de aceptar su juicio. Este principio ya lo encontramos en el Antiguo Testamento (Dt. 17:8-13). “Cuando alguna cosa te fuere difícil en el juicio…entonces te levantarás y recurrirás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; y vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del juicio. Y harás según la sentencia que te indiquen…y el hombre que procediere con soberbia, no obedeciendo al sacerdote que está para ministrar allí delante de Jehová tu Dios, o al juez, el tal morirá; y quitarás el mal de en medio de Israel”.


Si es indispensable que los santos realicen la dependencia los unos a los otros y estén “sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef. 5:21), entonces también es útil recordar que una asamblea, representando a todo el cuerpo en su localidad, no debe actuar por si misma en un espíritu de independencia. Haciéndolo, negaría el principio de unidad del cuerpo y de la solidaridad universal de las asambleas.

Cuando una asamblea local, reunida sobre el terreno de la Palabra, recibe nuevas almas a la mesa del Señor, o cuando ejerce disciplina cuando se encuentra en presencia de hechos que necesitan de la exclusión, ella actúa bajo su propia responsabilidad hacia le Señor, pero sus actos tienen un alcance que se extiende a todas las asambleas.

Por lo tanto, es esencial que todo se haga en la presencia y en el temor del Señor, quien es la Cabeza de la Iglesia, con el fin de jamás imponer a otras asambleas una decisión que es condenable a la luz de la Palabra. También es importante que los hermanos que el Señor llama a ocuparse de las almas y a madurar las cosas antes de llevarlas a la asamblea, sean animados en un mismo espíritu de humildad y dependencia, guardándose mucho de considerar suficiente lo que ellos mismos ven. Cuando las cosas son maduradas de esta manera por los hermanos que tienen la confianza de los santos, pueden llevarlas delante de la asamblea con el fin de que la conciencia de todos se involucre y de este modo es la asamblea a la que le compete el asunto y quien tiene la responsabilidad de decidir.


Recordemos aquí lo que escribió el recordado hermano J. N. Darby con respecto a esto:


«Si hay algunos hermanos sabios que se ocupan habitualmente por el bien de las almas, verdaderos ancianos de parte de Dios, y que no lo son solo de oficio, sino según 1 Corintios 16:15-16, esto vale más que todos los hermanos» … «Una asamblea completa no puede informarse de los hechos y del carácter de los mismos: es necesario que dos o tres lo hagan. Una vez que todas las informaciones sean recogidas y el asunto haya sido pesado delante de Dios, entonces recién se comunica el resultado al cual se ha llegado, y entonces es la asamblea la que decide; si nadie dice nada, el asunto está decidido. Si un hermano delicado hace una objeción, o tuviera algo que comunicar, o tuvo conocimiento de alguna circunstancia más nítida que aclara el asunto, se puede atender o examinar el asunto más a fondo. Si esto no es más que una simple oposición, entonces la asamblea puede hacer juzgar fácilmente. Si hay alguno que se mantiene en el mal juzgado, él mismo llega a ser objeto de juicio. (2 Co. 10:6)» … «Lo mejor es que los hermanos considerados se informen, asegurándose de la aprobación de los hermanos más serios de la asamblea, y que luego, habiendo madurado el asunto, este sea llevado delante de la asamblea; y solamente si existe plena libertad de parte de todos los hermanos, y si hay lugar para hacer algunas observaciones. Si no se dice nada, entonces el asunto está terminado; si algún hermano serio tiene dificultades, entonces esperamos; si no es más que su malvado carácter carnal, entonces la asamblea juzga aquello y hace caso omiso; si ella no puede, entonces de lo que hay que ocuparse es del estado de la asamblea…Cuando los hermanos, informados sobre los hechos, han juzgado que es necesario suprimir el asunto, entonces no hay porque presentar a la asamblea la conclusión a la cual se ha llegado, y si no se dice nada, el asunto queda concluido…” (Fragmentos de cartas, Pág., 116-119).


Más arriba hablamos sobre un “hermano serio”, la cual es una cualidad esencial, por lo menos deseable en aquellos que intervienen en los asuntos de administración de la asamblea. Si, pues, un hermano delicado y piadoso comprobara alguna dificultad en presencia de una decisión de asamblea, esta se comprometería en un mal camino si no tiene en cuenta lo que este ha señalado, o si ella decide mientras él no está, sin inquirir sus pensamientos. Pero cuando una asamblea ha tratado un asunto local en el temor de Dios y en el nombre del Señor, teniendo en cuenta todas las comunicaciones o amonestaciones fraternales, el cielo reconoce y ratifica su acción según las palabras del Señor: “Todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt 18:18). Las otras asambleas, siendo solidarias según el principio de la unidad del cuerpo, valoran entonces su decisión., porque el acto de la asamblea local une a todas las otras asambleas. Por esta razón, es importantísimo que ella también considere las observaciones que podrían ser hechas por hermanos de otras asambleas. Ella negaría el principio de la unidad del cuerpo, si, por ejemplo, recibiera a la comunión a personas que en otras asambleas están atadas.


Una Asamblea que actúa con tal espíritu de independencia, no teniendo en cuenta las observaciones o decisiones de otras asambleas, abandonaría el terreno de la Palabra y no podría ser reconocida más en la comunión de las asambleas...Alguien ha escrito: «Aquel que dice, sea de boca o de hecho, que no ve lo que pasa en otra asamblea, ¡el tal es independiente!». Podríamos decir lo mismo de alguien que dice que lo que pasa en una asamblea local no es visto por las otras asambleas.


No podríamos terminar mejor este tema que citando algunos fragmentos de escritos del recordado hermano J. N. Darby:


«Debido a que la Iglesia es una, cada uno es libre de reclamar y comunicarse con aquellos que actúan, no pretendiendo una competencia para juzgar, rehusar o recibir…sino como un miembro que también actúa según su don. Pablo y sus compañeros lo han hecho…Puede…que se rehúse la disciplina de la asamblea; pero entonces rechazamos completamente la capacidad de esta asamblea de actuar en el nombre del Señor” (Carta a un hermano… Pág. 18).


«¿Significa entonces que un rebaño está atado de manos y pies si en otra asamblea se actuó precipitadamente? De ninguna manera, ¿por qué? Justamente debido a que se reconoce verdaderamente la unidad del cuerpo, y que por medio de la disciplina, los miembros de este cuerpo que se reúnen en otras localidades, se interesan en lo que pasa en cada lugar, y por lo tanto, tienen libertad de hacer fraternales reclamos, o sugerir algunos motivos escriturales; es decir, son capaces de manifestar cualquier actividad fraternal con respecto a ello. Si una asamblea es independiente, esto no se ve. Nadie tiene nada que ver ni hacer allí. Si estas cosas se hacen en la unidad del cuerpo, cada cristiano se interesará por lo que pasa allí. Puede suceder que no reconozcamos la disciplina de una asamblea; entonces la rechazamos como asamblea, y negamos la presencia de Jesús, quien da autoridad a sus actos, lo cual es muy grave, pero que puede suceder”… (¿Cuál es la unidad de la Iglesia? Pág. 10).


«Si bien una asamblea local en realidad subiste sobre su propia responsabilidad, y sus actos, si son de Dios, unen a las otras asambleas según la unidad del un solo cuerpo, aquello no destruye un hecho de gran importancia y que muchos parecen olvidar: la voz de los hermanos de otras localidades tiene tanta libertad de hacerse oír como la de los hermanos del lugar, buscando así discutir los asuntos de una reunión de santos, aunque no sean de la localidad de esta reunión.


De hecho, la oposición a aquello sería una solemne negación de la unidad del cuerpo de Cristo.


Más aún, la conciencia y el estado moral de una asamblea local puede ser tal que hubiera ignorancia, o bien una concepción muy imperfecta de lo que es debido a la gloria de Cristo.


Todo esto da una percepción tan débil que allí no puede haber mucho poder espiritual para discernir el bien y el mal. Y más aún, puede que en una asamblea, los prejuicios, la precipitación, o bien la disposición a ser influenciados por uno o muchos, puede confundir el juicio de la asamblea y hacer que ella de un paso en falso y cause un grave perjuicio a un hermano. Cuando es así, es una verdadera bendición que hombres espirituales y sabios de otras asambleas intervengan y busquen enderezar la conciencia de la asamblea; como también si lo hacen a petición de la asamblea o a petición de quienes están involucrados en la dificultad principal. En ese caso, su intervención, lejos de ser vista como una intromisión, debe ser acogida y reconocida en el nombre del Señor. Actuar de otra manera, sería aprobar, lisa y llanamente, la independencia y negar la unidad del cuerpo de Cristo…» … «Sin embargo, aquellos que vienen y actúan así, no deben actuar aparte del resto de la asamblea, sino según la conciencia de todos» (Disciplina y Unidad de acción).

Siempre es solemne que los hermanos de otras localidades intervengan en las dificultades locales cuando no son asuntos doctrinales. Pero cuando no se conoce suficientemente el fondo de las cosas y el estado de los corazones, se corre el riesgo de dejarse influenciar por uno de los partidos. Es por esto que es necesario llevar a cabo una gran dependencia del Señor, y no actuar «a parte del resto de la asamblea, sino según la conciencia de todos». Pero el motivo de estas líneas es colocar a los santos en guardia contra uno de los peligros que los amenaza en esto tiempos de debilidad: a saber, el espíritu de independencia, el cual es contrario al principio de la unidad del cuerpo. 

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