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EL MEDIADOR

Autor: F. W. Grant

Predicación sostenida en Plainfield, N.J., 28 de Julio, 1882.

Éxodo 28:15-30

Queridos amigos, leí estos versículos no con la intención de realizar, de alguna manera, un bosquejo de todo lo que se nos presenta aquí, sino más bien para tomarlos como la llave de algunos pensamientos con respecto a nuestro bendito Señor, y con respecto a aquel carácter que es exclusivamente suyo:  Su carácter de Mediador. Él es el “un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Y esa palabra, "Mediador", significa: «aquel que está en el medio — entre dos». Cristo está, por un lado, con Dios, por Dios, y es Dios; y, por el otro, con el hombre, por el hombre, y es Hombre. Yo diría que lo que Él es, en su Persona, es fundamental para todo lo demás.

Amigos míos, cuán maravilloso es que en la presencia de Dios ahora haya un Hombre en favor nuestro, — ¡si, y sobre el trono del Padre! aunque está allí, por supuesto, porque Él es, en el más elevado y exclusivo sentido, el Hijo del Padre. De modo que Él es el Hijo unigénito en virtud de su deidad, como también es el Hijo primogénito en virtud de su humanidad — cabeza de una raza. Así que, el «tabernáculo de su humanidad» vemos (sin velo) la gloria de la Deidad. “Y el Verbo fue hecho carne, y habitó [“se tabernaculizo”] entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Así, lo que respondió a la gloria morando en el tabernáculo del Antiguo Testamento, fue la gloria del Hijo Eterno. Pero Israel ellos no la podía contemplar la gloria  del tabernáculo. En cambio, nosotros contemplamos la gloria de Cristo (de la cual la otra no fue sino sólo un tipo). ¿Y por qué? Porque está lleno de gracia y de verdad. “A Dios nadie jamás le ha visto: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer.” — “lo presentó”.

Ahora bien, en esta expresión: “lleno de gracia y de verdad”,  vemos resumidamente los dos principales pensamientos del pectoral. La “Verdad”, que es efecto de la luz, y Dios es luz. La luz es la que manifiesta, saca a relucir la verdad, es la verdad. Cristo, la luz del mundo, es la verdad que entró en él: todas las cosas obtienen su verdadero carácter de Él. La “Gracia,” si bien es lo que está en Dios, es hacia el hombre. Miremos, ahora, al pectoral. Era, como ustedes saben, lo que estaba en el corazón del sumo sacerdote cuando él entraba ante Dios. En el pectoral estaba el Urim y Tumim — que significan “luces y perfecciones”; y el Urim y Tumim debía estar sobre el sacerdote con el fin de que pudiera dar una respuesta de Dios.

En consecuencia, en el día del retorno de la cautividad, cuando el remanente que volvió encontró ciertos sacerdotes que no podían demostrar su genealogía, estos fueron quitados del sacerdocio, no porque su demanda estaba desaprobada, sino porque no podía ser probada. No había nadie para decidir la cuestión de que si ellos eran realmente sacerdotes, — una manera no reconocida de obtener una respuesta de Dios; y se les dijo que debían esperar hasta que hubiese un sacerdote con el Urim y Tumim. Dios puede levantar un profeta y enviar un mensaje por medio de él, como lo hizo en ese mismo momento por Hageo y Zacarías, pero no había una forma regular de acceso a Dios para obtener una respuesta tal como el caso la requería.

Ahora, yo quiero hablar particularmente de aquel Urim y Tumim. Como lo dije antes, el término significa “Luces y perfecciones”. Y ambas palabras son una sola: las “luces” son las “perfecciones”, — son dos formas para hablar de lo mismo.

“Dios es luz;” Él es “el Padre de las luces”. Es decir, todas las manifestaciones parciales de gloria, sean de la naturaleza que sean, vienen de Él. La luz es algo maravilloso; es algo en lo cual la naturaleza misma (ahora que tenemos la Palabra) nos habla claramente, y con una gran belleza. De acuerdo a las opiniones de los investigadores modernos, la luz es (como Dios es) una trinidad — una trinidad en unidad. Los llamados rayos primarios constituyen un rayo de color blanco, o incoloro: la luz. En primer lugar, hay una base muy evidente para la comparación por la Escritura.

Pero hay algo más, y algo aún más notable según mi opinión; y esto es: que el color por el cual se reviste todo en la naturaleza, viene de la luz misma — de las diferentes combinaciones de aquellos tres colores primarios; o, para expresarlo mejor, la exposición parcial mediante el objeto, de la luz misma. Para dejar en claro lo que quiero decir: Un objeto azul es aquel en el cual los rayos rojo y amarillo de la luz blanca son absorbidos, y solo el rayo azul, por lo tanto, es dejado y se puede ver. Por lo tanto, un objeto azul se deriva de la luz misma. Así es también con un objeto verde, allí sólo el rojo es absorbido, y el azul y amarillo combinado hacen el color verde. Una vez más, si el azul es absorbido, es un color anaranjado; si el amarillo, un púrpura; y así para todo el resto.

Ahora bien, ¡qué bello pensamiento! Y cuán cierto es que todas las cosas aquí en la tierra; toda obra de las manos de Dios es la manifestación, en mayor o menor medida, de algún atributo de Él. Aquellos colores son la gloria diversa de aquella única luz, los cuales se manifiestan con una belleza variada, aquel único rayo blanco que no podemos ver directamente con nuestros ojos. Sin embargo, aunque invisible, esos colores lo son todo, y al ser separados el uno del otro son puestos ante nuestra atención, para que así la clara belleza de cada uno sea vista.

Ahora bien, así es como Dios se deleita en revelarse y propagarse ante los ojos de sus criaturas. Como “la luz” misma, hemos podido, al menos, conocerlo en parte; pero como el “Padre de las luces,” como Él las muestra ante nosotros, lo aprendemos día a día.

Tomemos como ejemplo los evangelios, en los cuales el Hijo unigénito, quien en su plenitud “ningún hombre conoce, sino el Padre solamente”, nos es presentado de cuatro formas separadas y diferentes, para que, como Hijo de David, como Siervo, como Hijo del Hombre y como Hijo de Dios, seamos capaces de discernirlo mejor. De hecho, así es como los distintos libros de la Escritura dividen la verdad:  en partes claramente caracterizadas, pero muy poco comprendidas o aceptadas en el diseño de gracia de Dios en organizarlas de esa manera.

También es así con la Iglesia colectivamente, la “epístola [no epístolas] de Cristo”. Ningún hombre podría haber hecho «una epístola”, no existía un pergamino lo suficientemente amplio como para escribirla; sin embargo, cada una refleja, en su medida, alguna parte de la imagen divina, y vistas así, conforme a su carácter (o color), ayudan a manifestarlo a Él ante los ojos de los hombres. Por lo tanto, puedes encontrar en un hombre como Job una paciencia notable; en otro, una energía notable; pero muy pocas veces a uno que pueda mostrar, en igual medida, la paciencia y la energía. Por lo tanto, el hombre se caracteriza por alguna falta de equilibrio: una o más cosas desarrolladas más prominentemente, y lo cual, a menudo, significa un defecto en alguna otra cualidad; y, sin embargo, para nuestros ojos apagados, lo predominante se presenta de forma sorprendente.

Y es así, estimados amigos, que Dios muestra, en Sus diversos tratos con nosotros, Sus variados atributos; en alguno Su santidad brilla preeminentemente, en otro Su verdad, en otro Su amor, y así sucesivamente. Por lo tanto Él adapta Su grandeza a nuestra pequeñez, hablándonos en un lenguaje que seamos capaces de soportar, para que podamos llegar a conocerle más como Él desea que lo hagamos.

Unas cuantas palabras más sobre la luz. No es que yo quiera detenerme demasiado en esto; y sin embargo creo que no es en vano, especialmente en el día presente, el hablar de lo que la naturaleza nos presenta, donde la Escritura da la clave única y verdadera. Encontramos, si vamos al primer capítulo de Génesis, que la luz fue antes que el sol. Explicarlo desconcierta a los sabios; sin embargo, ya que lo natural es la figura de lo espiritual, debe haber sido así. Porque, ¿Qué es el sol? ¿No es una oscura masa de tierra que Dios ha vestido con la gloria de la luz, Su imagen? Ahora bien, eso es lo que Dios ha hecho en Cristo. Él ha vestido a la humanidad, en la persona del Señor Jesucristo, con la gloria de la deidad; y que es el Sol en el tipo escritural. Aquel “Sol de Justicia”, aún por levantarse sobre el mundo con salvación en Sus alas, es Cristo — Emanuel: humanidad vestida con la gloria de la Deidad — no más oscuridad.

Por lo tanto las “luces” en el pectoral son las “perfecciones,” las variadas perfecciones de Dios mismo. Aquellas piedras preciosas de muchos colores son luces cristalizadas — perfecciones inmutables. No se trata de una manifestación, por magnifica que sea. En el arcoíris, la señal de pacto de Dios con la nueva tierra, traído por medio del juicio, usted tiene lo que en esencia es de un carácter similar, pero es la manifestación de Dios en un acto. Todo el diverso despliegue de la gloria divina, creo yo —todo el espectro del color — anilla la tormenta del juicio divino en la cruz. “Ahora es el Hijo del Hombre glorificado, y Dios es glorificado en Él.” Pero por más que  Dios pueda ser mostrado así de una sola vez, es para todos loslos tiempos que Él es manifestado; porque Él es siempre el mismo, y eso es lo que está marcado aquí. Las piedras preciosas nunca pierden ni cambian su luz; y así es Dios, siempre es el “Padre de las luces,” siempre “sin mudanza, ni sombra de variación.”

Note ahora, donde aquellas piedras son encontradas. Ellas están sobre el pectoral. ¿Y dónde está el pectoral? Sobre el corazón del sumo sacerdote. Las piedras pesan sobre el corazón del sumo sacerdote de Israel. Ahora seguramente sabemos lo que eso significa, — que aquel que va a Dios por el hombre (y eso es lo que el sacerdote hace) debe ser aquel que tenga sobre su corazón, antes de ir y mientras va, todo lo que Dios mismo es. Solo Cristo puede ser, o fue, aquél; pero todo lo que Dios es, en todo variado atributo Suyo — todo color, por así decirlo, de la luz — está allí sobre Su corazón permanentemente; así que amados, Aquel que nunca puede olvidarse de ello, nunca pierde de vista lo que es debido a Dios en cualquier persona solitaria y en particular.

Pero incluso eso, tomado por sí mismo, no le calificaría para mediador. Debe haber algo más, y lo hay. El sacerdote mediador surge de la tribu de Leví — “unión,” — tercer hijo de Israel; porque solamente en resurrección (de lo cual aquel “tres” nos habla manifiestamente) Él puede “unirse” o llevar a otros a Dios. Él es personalmente en Sí mismo, ciertamente, un Leví —“unido”— unigénito y primogénito — Hombre para con Dios; pero en resurrección Él es el sacerdote levita parapara unirse como Mediador de otros. Él está perfectamente en corazón con el oficio; porque aquellas piedras preciosas tenían: “como grabaduras de sello” (“Ponme como un sello sobre tu corazón,” dice el esposo en el Cantar de los Cantares), son los nombres del pueblo de Dios, — aquí, por supuesto, los nombres de las doce tribus de Israel; para nosotros, el tipo de todo el pueblo de Dios. Aquellos doce nombres estaban grabados en las piedras preciosas, así que tendrías que quebrar las joyas en piezas para quitarlos. Allí permanecen, inmutables como las piedras mismas. En la luz de estas piedras preciosas se pueden leer los nombres. Ellos están identificados con el despliegue de las luces y perfecciones de Dios mismo; así que aquí está Aquel sobre cuyo corazón mora el pueblo de Dios, infaliblemente e inmutablemente conectado con el despliegue de la gloria de Dios. Estando como Él está por un lado para Dios, y por otro lado para el hombre, no es como si estas fuesen dos cosas separadas o separables de Él, mucho menos cosas que puedan estar en oposición la una de la otra; ellas son cosas vistas juntas, como los nombres escritos sobre las joyas del Urim y Tumim — típicamente, las perfecciones divinas.

Amados, esto es lo que el Señor Jesucristo es; así es como Él permanece ante Dios ahora, el Bendito que nunca puede olvidar lo que es apto a Dios, tampoco la necesidad de Su pueblo, tampoco la justicia que debe ser manifestada en la bendición misma. Si, para la bendición, ¡debe haber justicia! Y una vez más, gracias a Dios, que ahora por la justicia (tal es el valor de Su obra), ¡debe haber bendición! No hay discordia entonces, sino que todo lo contrario. La bendición del pueblo es la misma manera por la cual la gloria de Dios se va a mostrar. Dios les ocupa para ese mismo fin; no meramente para bendecirlos y conservar también esto, sino que para manifestarlo en bendecirles, “a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (LBLA).

Por lo tanto los nombres están sobre el pectoral, y el pectoral sobre el corazón del sumo sacerdote. ¡Cuán gloriosa la persona en quien todo esto está cumplido — en quien la Deidad y la humanidad se reúnen en uno! — ¡Emanuel! — en Su propia persona “Dios con nosotros.” Y, oh, queridos amigos, maravillosa como es la cruz, (seguramente, lo más maravilloso que pueda haber,) sin embargo, nos equivocaríamos en cuanto a Él si pensáramos en aquel cuerpo preparado Suyo como si fue solamente preparado para que Él pudiera ir a la cruz. No, Él lo ha tomado para mantenerlo por siempre; Él lo ha tomado como el equivalente a aquellas orejas horadadas del siervo Hebreo que significaban servicio perpetuo, cuando él podía haber salido libre. Piense en Aquel que miró hacia abajo, a nosotros, cuando todos nos habíamos descarriado de parte de Dios — “cada cual se apartó por su camino” — y, viendo como nos habíamos inquietado contra la voluntad de Dios, y estimado como esclavitud Su fácil yugo, Él mismo tomó ese camino de obediencia despreciado — tomó ese servicio que habíamos menospreciado tanto, — para nunca más abandonarlo, vino a ser el “Autor y Consumador de la fe,” “aprendió la obediencia” — Él, a quién todo se debe — ¡“por las cosas que padeció”!

Por ese camino de Su pasar no por medio de un mundo justo, ataviado como Adán lo fue, sino en uno tal como el pecado de Adán y nuestro pecado lo habían hecho, — un mundo para Él, amados amigos, tal  como apenas podemos tener una idea de él; sin embargo Él escogió tal mundo para desplegar en él, en medio de toda su miseria, cuan bendita es la voluntad del Padre.

Véale ministrando a un alma pobre y necesitada, como en el pozo de Sicar, donde hambriento y sediento Él mismo le ministró y quedó satisfecho. “Yo tengo una comida que comer,” le dice a sus discípulos, ya que le llevaron una comida que habían adquirido, — “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis.” Él está satisfecho. Su comida es, hacer la voluntad de Aquel que le envió, y finalizar Su obra. En hambre, en sed, en cansancio, en el más humilde servicio a una pobre pecadora, el Hijo del Hombre encuentra Su satisfacción, y se deleita en la voluntad del Padre. Y tal como Él fue, Él es, por muy diferentes que puedan ser Sus alrededores ahora. Él ha tomado este lugar implacablemente, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Si, si miro a Él, veo como es en Su misma persona que Dios y el hombre se han encontrado en un abrazo eterno imposible de romper. Compañero de Dios por una parte, como tal cuando         Él estaba en la cruz — “el Hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos;” y por otra parte, la cruz consumada, “ungido con óleo de alegría más que a Sus compañeros.”

Que preciosidad en la humanidad de Aquel del cual el apóstol puede decir: ¡“lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos.”!  Note como en estas palabras toda distancia es quitada, y Él viene, por así decirlo, continuamente más cerca de nosotros. Porque pueda que no esté visiblemente ante nuestros ojos absolutamente como para ser oído con los oídos, por lo que se añade: “visto con nuestros ojos.” Entonces, no es meramente una visión momentánea — le “hemos contemplado” — le hemos tenido ante nosotros fijamente y continuamente. Y aún más: le “palparon nuestras manos.” Y sin embargo este es Aquel que es Dios sobre todo, bendito para siempre; Aquel que “habita en luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.” Y esto es lo que le da su infinito valor a esa humanidad en la que Él se entrega a Sí mismo en nuestras manos y corazones, en toda la realidad bendita del amor inmutable.

Pero si Él es Dios con Dios y Dios para el hombre, Él es también hombre para Dios — hombre verdadero, perfecto, en quien la humanidad encuentra y llena su lugar destinado para siempre, — el pensamiento de Dios desde la eternidad. “Señor…¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” tiene su respuesta en Aquel hecho un poco menor que los ángeles; Su título propio para Sí mismo en la carta a Laodicea — “el principio de la creación de Dios.” Él es el Mediador.

Pero ahora veamos como esto funciona a través de Su obra. Hemos pensado en Él un poco en Su paso aquí abajo: ¿Qué fue Él en la cruz? Oh, queridos amigos, es allí que en efecto encontramos la tormenta misma del juicio de la cual he hablado, en la cual, después que ha pasado, vemos los rayos de muchos colores de la divina gloria. El arcoíris fue, como sabéis, el signo del pacto de Dios con el nuevo mundo levantado del diluvio; y este arco bendito de la promesa es la señal de Su pacto con la nueva creación por los siglos de los siglos. El pecado no perturbará más. Dios ha sido glorificado en cuanto a él, y siendo glorificado, Él tiene derecho absoluto sobre él. El derecho, no quiero decir de poner pecadores en el infierno: ese derecho, por supuesto, Él lo ha tenido siempre; sino el derecho en bondad, — derecho absoluto de mostrar Su gracia.

Pero ahora bien, ¿Qué fue la cruz, amados amigos? Seguramente la crisis en cual fue resumido todo el conflicto entre el bien y el mal, y la victoria de la bondad divina sobre el mal.

El pecado había venido al mundo, y Dios había sido deshonrado por él. ¿Cuál fue el obstáculo para la venida de Dios en la gracia? Este: que Él debía ser primero honrado donde había sido deshonrado, y acerca de lo que le había deshonrado. Él debe ser glorificado — es decir, Él se debe mostrar en su verdadero carácter: no es indiferente al pecado, y no es indiferente a la miseria que es resultado en un mundo de pecado. Él no debe fallar en el amor, ni en la justicia. En la obra que quita el pecado, la gloria de Dios debe ser desplegada, — es decir, toda la gloria de la bondad divina, para eso es Su gloria. La bondad se debe manifestar suprema sobre el mal, suprema como bondad. No es el poder el que debe obtener la victoria: el que podría poner al hombre en el inferno, pero no llevarlo al cielo. No es el poder, lo digo de nuevo, sino la bondad como tal.

Y en la cruz, donde es manifiesto, el poder está completamente por otro lado. Él “fue crucificado en debilidad.” Usted puede ver el poder del hombre, puede ver el poder del mundo, el poder del diablo, — todos ellos son manifestados completamente; y por el lado de Aquel que es dejado para sufrir allí, no hay señal de poder en lo absoluto. Allí está Él — sin resistencia, indefenso: los hombres pueden hacer lo que quieran con Aquel que los hizo. Él no se retirará, no ocultará su rostro de las injurias y esputos. Él ha tomado el lugar del siervo: “El hombre me ha adquirido desde mi juventud, “dice Él; e incluso a la muerte de esclavo se inclinará por el hombre. “¿Qué heridas son estas en tus manos? “Con ellas fui herido en casa de mis amigos.”

Y sin embargo, “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” ¿Y Él estuvo alguna vez de otro modo, que a favor de Su pueblo? Que todos los demás se vayan, ¿Qué es eso para ellos, si Dios está con ellos? Los hombres han estado en el fuego mismo y han preguntado, como uno lo hizo — el primer mártir en España, cuando suponiendo que se iba a retractar y lo soltaron por un momento, — ¿Envidiáis mi felicidad?

Cuán fácilmente, entonces, podría Él, el Príncipe de los mártires, haber atravesado el martirio, si solo fuera eso. Por mucho que sentía todo lo que el hombre estaba haciendo, y mostrándose a sí mismo el estar en todo lo que hacía, sin embargo en que perfecta tranquilidad podría atravesarlo todo si fuera solo la hora del hombre — “vuestra hora,” como le dijo a los Judíos,— sí, ¡o la de Satanás! Pero oh, queridos amigos, no fue eso solamente. Dios debía estar contra Él. Eso fue lo que le dio su verdadero carácter a la cruz; eso fue lo que distinguió la muerte del Señor de la muerte de cualquier hombre justo antes o después; y fue eso lo que inclusive dio a Su preciosa sangre el poder para santificarnos. No fue simplemente porque Él fue lo que fue, sino debido a que, siendo tal, Él tomo nuestro lugar, nuestra culpa, cargando nuestros pecados en Su propio cuerpo en el madero, Su alma también es hecha un sacrificio por el pecado. Esta era la doble sentencia del hombre — muerte y juicio; ambas partes de esto Él las tomó, muriendo fuera de la puerta, tipo de la profunda y más horrorosa realidad. — “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta.”

Pero, ¿Dónde estaba el poder en todo eso? Por todas partes en contra de Él. Esta no era una victoria que el poder podría obtener. El mal debe ser superado por lo bueno solamente. Él debe ser dejado para beber la copa del hombre, completa, hasta la última gota. Aquel del cual Dios había dado testimonio — “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia,” ahora clama, y no es escuchado. Aquel a quién habían visto transfigurado en el monte, más resplandeciente que el sol, ahora se encuentra con aquella gloria eclipsada en la más absoluta oscuridad. Pero la presión de toda aquella agonía sobre su alma no podía mostrar en respuesta sino perfecta sumisión, inquebrantable obediencia. Entre más presión, más manifiesta la perfección — la absoluta perfección de lo que era Suyo: bondad absoluta — “el Hijo del Hombre glorificado, y Dios glorificado en Él.”

Tal fue la cruz. Y por lo tanto, y solamente así, podían fluir, como ahora los conocemos, aquellos “ríos de aguas en tierra de sequedad” — sí, de la Roca misma, ahora herida, las corrientes de abundante gracia. No hubo ningún compromiso; nada había sido dado por vencido; Él había dado todo. La justicia había sido desplegada, no meramente conciliada. Veo a la cruz y veo en su plenitud lo que es la justicia de Dios. Justicia, santidad, amor, — todo lo que Dios es, ha sido desplegado y glorificado, y ahora Él puede ser el que Él quiere, Él puede ser clemente (NdT: gracioso, Aquel que muestra gracia).

Tal es el Mediador en Su obra hacia Dios y hacia el hombre. ¡Cómo las joyas brillan sobre el pectoral de oro! No vayamos a pensar que Dios demandó de Él este trabajo solamente. Dios no lo quiera. Él dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad,” — Aquel a quien consumió el celo por la casa del Padre, — Él reclamó la expiación, la reclamó y la hizo, ambas. Y ahora, como fruto de ello, Él ha subido a la presencia de Dios, para tomar allí Su lugar en Su presencia, sacerdote de resurrección y Mediador; no más en la tierra, porque “si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote,” sino “tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos.” Allí, queridos amigos, Él está ahora por nosotros, como nos regocijamos al saber.

Veamos ahora en esta verdad de Su sacerdocio, y de aquella otra forma de intercesión de la cual la Escritura habla — la de abogacía. El sacerdote es el intercesor por la debilidad; porque si usted ve en la epístola a los Hebreos, allí es negado que como tal Él tenga algo que ver con el pecado. Él está ahora “apartado de los pecadores.” Su obra de expiación tenía que ver con el pecado, y tan completa es la eficacia de esta que somos perfeccionados por la sangre preciosa que ha ido a la presencia de Dios por nosotros. “En esa voluntad,” dice el apóstol, hablando de aquella voluntad que Cristo vino a hacer, — “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre;” y una vez más, él dice, “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre [perpetuamente, o sin interrupción, lo que la palabra significa,] a los santificados.” Por tanto el sacerdote no tiene que ver con el pecado. Él tiene que ver con nosotros como aquellos que están aquí abajo en el desierto del mundo, los objetos necesitados de Su cuidado. Él es sacerdote por nuestra debilidad, — no debilidad pecaminosa, sino debilidad de la criatura, solamente en un lugar de constate prueba y exposición por lo que está en nosotros al peligro del pecado. “Teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios…acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

Por otro lado, “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” Notemos aquel carácter aquí: “Jesucristo el” — ¿Qué? ¿Aquel que nos amó? Eso está implicado en el mismo hecho de que Él es nuestro Abogado, nuestro Intercesor. No, es “Jesucristo el Justo.”  El mismo carácter mediador, usted ve, — las mismas piedras preciosas sobre Su pecho, pero también los nombres de Su pueblo — “la propiciación por nuestros pecados.” Aquí una vez más están las dos cosas — nunca se disocian, los que le hacen el Mediador.

La gente a veces pregunta, — y muchos que no lo preguntan lo tienen en sus mentes — ¿Por qué la necesidad de intercesión en absoluto? ¿Eso no implica una obra imperfecta? ¿o puede ser que Dios el Padre no está absolutamente por nosotros como lo está Dios el Hijo? Lejos sea uno u otro pensamiento. Pero, entonces, ¿Qué implica? Bueno, esto: que Él es el Mediador. Probado, y demostrado cuan plenamente confiables Sus manos sustentan la carga de todo. “Hijo sobre la casa de Dios,” el pueblo de Dios es puesto bajo Su cargo, para que, habiendo obrado expiación por ellos sobre la cruz, Él pueda trazar en poder viviente la completa salvación de ellos, como levantado ahora de entre los muertos. ¿Recuerda aquel maravilloso décimo séptimo capítulo de Juan? ¿Recuerda cómo allí donde el Señor nos da un ejemplo, por así decirlo, de Su obra intercesora arriba — ¿cuán constantemente Él habla de Su pueblo como de aquellos que el Padre les había dado? — “Tuyos eran y me los diste” — “yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste.” — “como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.” Ellos le son dados, puesto bajo Su mano y cuidado, a partir de Uno que tiene segura competencia para guiarlos. Toda la responsabilidad de su salvación descansa sobre Él, quien ha efectuado la obra de expiación y ha ido a los cielos, ángeles y potestades y poderes son hechos sujetos a Él.

Amados, Él es competente: Dios está satisfecho — ¡satisfecho! Porqué Él lo publicó en la cara del hombre, del mundo, del demonio, antes que Su obra fuese hecha, cuando Él acababa de prometerle que lo llevaría a cabo, como en el bautismo de Juan para aquel más profundo bautismo que iba a seguir, — Él abrió los cielos en testimonio de puro deleite en Él: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia.” ¿Y entonces qué? El Espíritu Santo precisamente vino sobre Él, el sello de aquella divina complacencia le llevó al desierto. ¿Por qué allí? “Para ser tentado por el diablo.” Dios dice: “Este es mi Hijo amado.” Le conozco; Puedo confiar en Él; Puedo hacer descansar toda Mi gloria de forma segura en Sus manos. Llévatelo; pruébalo; Haz lo que quieras con Él; y ve si Él no es digno de Mi delicia.

De este modo, Él va al desierto, (completo contraste con todo el entorno del primer hombre,) para ayunar cuarenta días; no como un Moisés o un Elías — para encontrarse con Dios, sino para que en debilidad, y con el hambre de aquellos cuarenta días, Él pueda encontrarse con el adversario del hombre, ser completamente probado. ¿Ha levantado alguna vez el Espíritu de Dios a otro para ser tentado en la más absoluta necesidad, en toda la realidad de la debilidad humana, por el diablo? Si, Dios puede confiar en Él. En una más profunda necesidad que eso, en una escena oscura, por lejos, — es más, la oscuridad en su apogeo, en esa horrible cruz, (el último paso en Su despojamiento,) Dios podía dejarlo allí en solitaria debilidad, con todos los consejos de Dios — todo lo que iba a ser la manifestación de Dios en Su propia creación para siempre, — todo Su amor y toda Su justicia, — toda la bendición del hombre, — todo, todo, descansando con todo su peso sobre Él; — Él puede hacerlo descansar allí, os digo, y apartar Su cabeza, y dejar todo a Él, satisfecho en que no habrá pérdida de una sola cosa confiada a Su cuidado.

Y ahora, ¿No llevará a cabo lo que ha empezado? ¿No salvará, como el Capitán de la salvación, perpetuamente (o llevará a través de, como es el significado,) a todos los que vienen a Dios por Él? Si, Él, como sacerdote resucitado, tendrá la responsabilidad del pueblo por el cual se compromete. Todo estará en Sus manos, y vendrá por medio de Él. Nuestro Sacerdote Mediador, no interpuesto entre nosotros y Dios, como si Él no nos hubiese llevado por Sí mismo a Dios; porque en ese sentido Él dice: “no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama.” No, no hemos de ir a Él para que Él pueda ir a Dios por nosotros, como si no pudiésemos ir a Él por nosotros mismos. Ese no es el sentido de Su intercesión; sino que implica Su carga de llevar a cabo el completo resultado de la obra bendita que Él fundó en la cruz. Lo que sea que está en cuestión aquí, Él es Aquel que está con el Padre, Él mismo es también Dios. Con el hombre, por otra parte,  junto a él también. Él es Aquel que como Sacerdote o Abogado va a Dios, o como Guardián de Su pueblo carga Él mismo con todas sus necesidades. Él puede tomar el lebrillo y la toalla para lavar los pies de Su pueblo, para que puedan tener parte con Él.

¡Y como, en ésta acción, aparece una vez más el carácter del Mediador! Él está yendo a Dios — Él va subiendo, apenas cumplida Su obra. Porque aunque como hecho ésta no había sido aún completada, Él puede, en conciencia de lo que Él es, ya puede contar con ella de este modo. Como Aquel, entonces, en cuyas manos todas las cosas son dadas, y quien viene de Dios y va a Dios, Él se levanta de la cena, y toma una toalla y se la ciñe. Las joyas están sobre Su pecho. Él no puede renunciar a lo que es debido a Dios, ni tenemos parte con Él excepto en que somos lavados de acuerdo a Su estimación.

Pero entonces, la marca, no es meramente “Si no estás limpio,” no puedes tener parte conmigo, sino, “Si no te lavare.” Por lo tanto, esta es la obra más necesaria que Él cumplirá por nosotros, agacharse para tomar la toalla y el lebrillo como en el amor del Siervo de nuestras necesidades. Pedro se puede resistir, pero Pedro, y todos, debemos inclinarnos. Su abrazo nos debe aferrar a Dios. Bendito sea Su nombre, si las piedras preciosas están sobre su pecho, los nombres de Su pueblo están grabados sobre las piedras preciosas.

Preguntémonos, ¿Nos sometemos a esta limpieza? No la mire, queridos amigos, como si fuera una cuestión de almas alejadas de Dios. No pensemos, si vamos, como podemos pensar, bastante bien, y nuestras conciencias no dan testimonio particularmente de nada contra nosotros — no pensemos que eso implica que no tenemos necesidad de esta limpieza. No es un asunto del que tenemos necesidad una o dos veces en toda la vida. Tenemos necesidad constante de estar en las manos de Aquel Bendito; no meramente el tomar la Palabra y juzgar por nosotros mismos lo que está mal, — juzgando esto o aquello, — sino de ponernos en Sus manos y decir: Señor, puede que incluso no sepa lo que está mal, pero vengo a Ti sin reservas, para poder aprender de Ti lo que es la limpieza, sin tomar en cuenta en lo absoluto mi pensamiento.

Ustedes pueden ver lo que esto implica, hermanos, — que implica una absoluta entrega en Sus manos; y usted, y yo, no estamos bien, no somos aptos de tener parte con Él, si hay con nosotros hasta esta noche una reserva, — si simplemente dijéramos: “Limpia esta mancha.” No es así. No se hará si no lo estamos mirando a Él, diciendo, más bien: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.”

¿Estamos, usted y yo, con el Señor Jesucristo sin reserva de esa manera? ¿Estamos listos que sea dicho, cualquiera sea el mal; pidiendo a Dios que lo descubra? No diciendo simplemente, repito: “No estoy consciente de nada particularmente malo.” ¿Estamos ejercitándonos de tener siempre una conciencia sin ofensa hacia Dios y hacia los hombres? ¿Somos conscientes de la falla de nuestro propio juicio, mirándole a Él, cuyos ojos son como llama de fuego, quien es puro de ojos como para contemplar iniquidad, y pidiéndole que vea bien si hay en nosotros algo que Él no puede tolerar?

Porque debemos ser limpiados de acuerdo a Su propia estimación, para que tengamos comunión con Él.

¡Oh, amados, cuan fácil para nuestros corazones es el deslizarse de esta comunión, tan bendita como es! Seamos celosos de nosotros mismos, y no tomemos por un corazón en comunión a un corazón en paz consigo mismo debido a que no está ejercitado.

Si nuestros pies están en Sus manos, entonces, gracias a Dios, Él toma la responsabilidad de que seamos limpiados. El lebrillo y la toalla son Suyos, junto con todas las cosas en los cielos y en la tierra. Deberemos tener parte con Él incluso ahora; — en el medio de un pobre, pobre mundo, podrido hasta la médula c

on pecado— bendita, satisfactoria parte con Él. ¿Quién de nosotros sacrificaría por alguna otra cosa lo que puede ser dado a nosotros?

Y ahora quiero llamar vuestra atención a esto antes de terminar, — de que, como he dicho, la comunicación regular con Dios en Israel era por medio del Urim y Tumim. Si ellos querían una respuesta de Dios sobre cierta cosa, un juicio del oráculo al respecto, era un sacerdote que tuviera el Urim y Tumim quien debía ir a Dios.

¿Cómo podemos aplicar esto ahora? Primero que todo, por supuesto, por Cristo nuestro gran Sumo Sacerdote, quien pasó a los cielos; pero como un principio para nosotros, y como uno importante, debemos aplicarlo de esta forma: Si buscamos y obtenemos una respuesta divina sobre cualquier cosa en la Iglesia aquí abajo, ¿Qué características tendrá para probar que es una respuesta divina? Bien, seguramente aquellas dos que implican el Urim y Tumim. Dios debe primero que todo tener Su lugar en ella. Debemos ver las piedras preciosas, las luces y perfecciones, enteras y juntas allí. Pero entonces a través de las piedras preciosas debemos también ver los nombres de Su pueblo. Amor, —amor divino— a Su pueblo debe caracterizarla, tanto como amor por Dios. Si, el apóstol pregunta como quien no ama a su hermano a quien no ha visto, puede de hecho amar a Dios a quien no ha visto.

Aquí están dos cosas que seguramente caracterizarán todo juicio divino — todo juicio del Sacerdote con Urim y Tumim. Si Dios es luz por un lado, Él es amor por el otro. Como participantes de la naturaleza divina, debemos ser hacedores de justicia por un lado; y por el otro, saber que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos. Si, como la luz y el amor son uno en Dios, por más que para nosotros estas sean dos, debemos estar seguros de esto: de que cualquier cosa que no es justicia no es amor, como cualquier cosa que no es amor, no es justicia.

Quizás hemos aprendido a decir, si una cosa no es justa, no es amor;  y es lo más verdadero y lo más importante: porque el verdadero amor por mi hermano no es indiferente al mal en él, y no lo puede ser. ¿Cómo puedo no notar lo que está arrastrando hacia abajo su alma, y deshonrando a Dios en él? Es imposible que el amor pueda actuar así. Llámelo buen sentimiento social, si quiere; ese es el amor de acuerdo a la idea del hombre: pero carece de cualidad divina — deja fuera a Dios. Pero déjelo fuera, y tendrá que dejar fuera todo. “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.” Esa es la prueba. La emoción está bien, pero la prueba no es la emoción. La obediencia es la prueba, y nada más.

No es amor por nuestro hermano si en el camino mostramos que no estamos guardando Sus mandamientos; pero por otro lado, no guardamos Sus mandamientos si no mostramos amor. No imaginemos que pueda haber justicia sin amor. Como digo, estas dos cosas son realmente, en lo profundo, una. Si Dios nos ha mostrado amor, es para que nosotros demostremos que es sino justicia. ¿Qué testigos somos, si no somos testigos de la gracia que hemos recibido? Seguramente, de nada tanto más somos los testigos. ¿No hay a veces un muy triste y serio error, de que ya que es gracia lo que estamos llamados a demostrar, que por lo tanto en cuanto a cantidad y calidad, por así decirlo, podemos complacernos a nosotros mismos al respecto? — ¡si, como si fuera algo extra que estamos haciendo al mostrarlo a todos! Ah, pero Dios exigirá de nosotros lo que Él ha estado mostrándonos. Manifestar la gracia no es una obra de supererogación.

Mire a este hombre. Él le debe a su amo una suma inmensa — diez mil talentos, que representan quizás £2,000,000, — y él está en la bancarrota: él ni siquiera puede hacer la compensación, él no tiene nada para pagar. Así es como el viene y cae a los pies de su amo, y le implora que le dé más tiempo para pagarle. Pero su amo es movido en misericordia, y hace aún más, — “le soltó y le perdonó la deuda.”

Ahora bien, note a este hombre perdonado. “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios”— una suma miserable comparativamente, cerca de £ 3: 2s: 6d, calculado en la misma proporción — “y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.” Entonces, en palabras y acciones de manera parecida a la de su amo, pensaría usted que debió haber sido tocado en el corazón, “Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.” ¿Podría imaginar un corazón tan duro? — “Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.” ¿Qué hizo el señor de ambos cuando oyó esto? “Siervo malvado”, dijo, “toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” Y su señor se enojó, y lo entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.

Amados, que lección para nosotros — que aquellos que han recibido la gracia les es sino justicia el mostrarla. No es, repito, un pequeño excedente — un poco más que obligación — algo que es muy bueno que hagamos, y si fallamos en ello, no se requerirá de nosotros. Es una obligación positiva y absoluta: Dios la requerirá de nosotros.

Y aunque sea en asuntos que conciernen directamente a Dios, y a pesar de que es verdad que no podemos perdonar deudas que son debidas a Dios, no debemos tomarlos como si Él puede tolerar en nosotros lo que Él mismo no practica — mera exigencia. Tampoco debemos olvidar, ya sea en lo relativo nuestro hermano o a nosotros mismos, que la gracia, y la gracia solamente, rompe el dominio del pecado. La ley es la fuerza del mismo. No desborden el equilibro en ambos lados, queridos amigos. Recuerden, el Sacerdote que tiene el Urim y Tumim solamente pueda dar la respuesta divina. En un juicio verdadero sobre cualquier cosa, Dios debe ser siempre primero, pero en una unión indisoluble con Su pueblo, ya que Él los mantiene unidos, bendito sea Su nombre, el verdadero Sumo Sacerdote, sobre quien está el pectoral del juicio; como Él los retendrá por siempre: Él, el Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.

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