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¿CUÁLES SON LAS CARACTERÍSTICAS DE UN SERVICIO FIEL?

Autor: J.N Darby

Original en Francés: Quels sont les CARACTÈRES d’un SERVICE FIDÈLE ?

Traducido desde www.blibliquest.net

“De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Marcos 14:9)

Amados, puede que alguno de entre vosotros sea tentado a preguntarse porqué el Señor dice esto, y pueda que apenas se pueda comprender la relación que existe entre lo hecho por esta mujer y la predicación del Evangelio en el mundo. Pienso que lo comprenderemos si recordamos cuál es el motivo final de Dios en enviar a nosotros el testimonio de su gracia. Conocemos el resultado inmediato por la conciencia despertada al sentimiento de sus necesidades. La cruz de Cristo nos es presentada para hacer frente al juicio de Dios sobre el pecado, y tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Ro. 5:1). 

Cuantas cosas habría que decir de la manera en que se logra poseer como algo actual el favor de Dios...; del gozo de la esperanza que, con anticipación, gozamos de la gloria de Dios, y con el que nos fortalecemos de las pruebas del camino; y también, del gozo que tenemos en las pruebas debido a que hacemos la preciosa experiencia de que Dios se encuentra allí, Él es la corona de nuestro gozo (Ro. 5:1, 2, 11).

En el Evangelio no sólo vemos el estado del cual hemos sido sacados, sino también la posición a la que hemos sido introducidos. Nuestros corazones encuentran su descanso en la casa del Padre, en donde somos hechos aceptos "en el Amado”. Es allí de donde esperamos la revelación del misterio del amor divino. Existen propósitos de Dios con respecto a la gloria y al gozo de Cristo, propósitos escondidos por toda la eternidad a las otras generaciones, pero que nos han sido revelados ahora, y que conciernen, a nosotros que hemos sido dados a Cristo para ser su Iglesia, su cuerpo y su esposa.

¡Qué revelaciones preciosas del amor de Dios, mis amados! Y, sin embargo, el fin de Dios para comunicarnos todo esto va más allá. Desea hacernos conocer a Cristo como Aquel en quien encuentra su placer. ¡Qué gracia aquella que, no sólo nos salvó del infierno, sino que nos hizo partícipes del mismo gozo que Dios tiene! Porque el Señor Jesús es el objeto eterno de Su gozo. Nunca, sin que hubiésemos conocido plenamente la salvación, nuestros corazones habrían podido comprender estas cosas. Pero ahora que esta salvación nos pertenece en Cristo (y aunque jamás podremos apreciarlo en su totalidad), Dios desea que apreciemos a Cristo como Él lo hace; quiere hacernos comprender su valor y su excelencia, a fin de que, haciendo total caso omiso de nosotros mismos y de todo el resto, podamos adorar y servir Cristo, contemplándolo. Entonces, el Evangelio perfectamente habrá cumplido el fin para el cual ha sido dado. 

Es lo que encontramos en el Apocalipsis. Cuando vemos a los rescatados de toda tribu, lengua, pueblo, y nación alrededor del trono (Ap. 5), ¿cuál es el objeto que atrae sus miradas? Un “Cordero como inmolado”. Todos los corazones están ocupados por Él, las coronas son colocadas a sus pies, y todas las voces entonan sus alabanzas. Solo Jesús absorbe sus pensamientos durante toda la eternidad. 

¿Qué eran ellos en otro tiempo? ¿Quiénes éramos nosotros? Muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1); ajenos de la vida de Dios (Ef. 4:18); sin Cristo, sin esperanza (Ef. 2:12). Pero ahora, “hemos sido hechos cercanos” por la sangre de Aquel que ha sido inmolado (Ef. 2:13), iniciados en las profundidades de los secretos de Dios y en sus pensamientos sobre las perfecciones de su Hijo. Así, han conocido, amado y apreciado a su muy Amado, encontrando en Él el gozo por excelencia, el cielo mismo. Pecadores sobre la tierra han sido llevados a la comunión de pensamientos con Dios en el cielo. ¿Quién, en el cielo, podría entonar como ellos: “Digno eres”, repetido, por así decirlo, por ángeles y por todo el universo en un cántico eterno? Habrá en el cielo una rica y gloriosa monotonía, un nombre repetido para siempre: ¡Jesús, Jesús, Jesús! 

Luego, amados, vemos cual es el fin y el deseo de Dios con respecto al Evangelio. ¿Tenemos devoción por el Señor cuando lo predicamos? ¿Es nuestro objetivo el dar a conocer al Señor Jesús con todo aquello que encanta y atrae de su Persona adorable? ¿Es nuestro motivo presentarlo de tal modo que pueda ser reconocido como el “Señalado entre diez mil”?; ¿Cómo Aquel que es “todo Él codiciable”? (Cnt 5:10, 16) ¿Es el motivo de nuestro servicio? Su gloria, su belleza y su gracia atractiva al corazón, ¿está todo esto constantemente ante de nuestros ojos?

Tal parece ser el vínculo de pensamientos con el Espíritu del Señor, en el momento en que se efectúa esta cena. Jesús se encuentra allí, Él, el Hijo, quien el Padre ama desde la eternidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Lo vemos allí, en medio de los hombres, sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, en Betania. Allí está el "despreciado y desechado entre los hombres", y no ven ninguna apariencia en Él para desearlo (Is. 53:3, 2). Los principales sacerdotes y los escribas buscaban el momento preciso para atraparlo astutamente y matarlo. ¡Tal fue el juicio del hombre hacía Cristo! ¡Qué golpe para el corazón de Dios! Él había dicho: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Pero nosotros (sí, todos nosotros formamos parte de esto) escondimos de Él nuestros rostros: Fue despreciado y no le tuvimos ninguna estima (Is. 53:3). El pecado y la incredulidad cegaron nuestros ojos y nos impidieron reconocerlo.

Mientras los hombres conspiraban en Su contra, por lo menos había alguien en esta casa que, en alguna medida, captó el pensamiento de Dios con respecto a Cristo. Todo el resto se regocijaba de estar sentado a la mesa con Él. Estaban felices (y con razón) de estar cerca de Él, pero había alguien que, por sus pensamientos, estaba por encima del resto. María, porque estaba, como se nos dice en el Evangelio según Juan, ocupada de Jesús, y, al hacer así, no tenía otro objetivo que Él . La enseñanza que había recibido anteriormente la había conducido a esto. María, se nos dice, estaba sentada a los pies de Jesús, escuchando su Palabra, mientras que su hermana estaba totalmente ocupada de su servicio (Lc. 10:39). María había escogido “la buena parte, la cual no le será quitada". Ella estaba ocupada de Él. Estando en la tierra, ella bebió de la fuente del gozo celestial: Jesús, quién desde ya, era su todo. 

La escuela de María estuvo a los pies de Jesús, allí ella aprendió a conocerlo más íntimamente. Su única lección aprendida fue Jesús, en su debido valor. Sus ojos se abrieron a su incomparable belleza; era tanto que, por así decirlo, estaba muerta a los demás. En medio de la escena que la rodea, sólo le interesa Jesús, y sólo Él absorbe sus pensamientos. Olvida a los invitados y la cena, en una palabra, sólo ve a Aquel a quien adora. Al mirarlo parece decir: «Lo amo sólo a Él». Sus palabras no eran capaces de expresar el sentimiento del valor del Señor; también se ve que, con una inteligencia dada por Dios, quiebra el precioso vaso de alabastro, lleno de perfume, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Y así, en el mudo lenguaje de un corazón demasiado pleno como para expresarse, da a Aquel que es digno, todo lo que ella tiene, pues Él es lo más precioso sobre la tierra. Ella entra en los pensamientos de Dios. ¡Qué valor reviste este acto para el corazón de Cristo! Aunque el resto de los allí presentes no comprendiesen lo sucedido, el Señor le da su debido valor.

Está en la naturaleza del hombre el querer ser conocido y comprendido. Este deseo también lo vemos en Cristo, según la perfección de su humanidad. En las ciudades donde hizo la mayor parte de sus milagros durante su ministerio sobre la tierra, no hubo arrepentimiento. Él dijo: ”Nadie conoce al Hijo, sino el Padre (Mt. 11:27). Incomprendido, desconocido de los hombres, reposó con gozo en este pensamiento: «Mi Padre me conoce».

Pero encontramos aquí a una mujer que, enseñada por Dios, parece haber escogido una de estas perfecciones en las cuales el Padre encuentra sus delicias. María comenzaba a entrar en Sus pensamientos con respecto al Hijo de su amor. Ella lo aprendió en secreto, en comunión con el Señor. Fue capaz de entrar en esos pensamientos, y ella no poseía ninguna palabra humana capaz de expresar el valor de esta bendita Persona.


Para dar libre curso a los sentimientos que llenaban su corazón, ella derrama este perfume sobre Su cabeza. Así es como lo adora y sirve. ¿No se gozó Dios de ver como esta débil mujer apreciaba de tal manera al Señor? Su voluntad es que todos honren al Hijo como honran al Padre (Jn. 5:23). Este el resultado que Él espera de la predicación del Evangelio.

Por desgracia, ¿no sucede a menudo que un gran despliegue de celo, ardor y actividad, surge de otra fuente que no es la de un corazón que ama a Cristo? Era lo que le faltaba a Marta. Parecía ocuparse de Jesús y afanarse en servirle. Pero a los ojos del Señor, el servicio tiene valor sólo en la medida en que el corazón mismo lo tiene a Él como su objeto primordial. Marta "se preocupaba con muchos quehaceres” (Lc. 10:40). Ponía a Jesús en el último lugar. De esta manera, a ella le gustaba consentir más en aquello que absorbía su corazón; Jesús deseaba que ella se gozara en Él. María entró en este pensamiento; sentía lo que el Señor deseaba ante todo, que era su corazón, y se lo da. Marta quería distraer a María, pero ésta quiere permanecer a los pies de Jesús, escuchar a Aquel en quien encuentra su placer; y Jesús pone su sello de aprobación a esta elección: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada“ (Lc. 10:42).

 

¿Amados, en estos días de copiosa actividad, no debemos preguntarnos, en la presencia de Dios, hasta que punto nuestros corazones están con Él en tal actividad? ¿A menudo no somos (y por nuestro propio servicio) arrastrados lejos de la posición en donde debiéramos permanecer, es decir, a los pies de Jesús? ¿No éste el secreto de nuestra falta de fuerza y de nuestras constantes debilidades?

Si el Señor Jesús no ha sido el motivo primordial de nuestras acciones, o de la palabras que hemos dicho, entonces todo aquello perdió valor a Sus ojos. Entonces, preguntémonos si estamos ocupados de Él. Podemos movernos mucho y actuar hacia todos los sentidos en cuanto al servicio, pero sin que el corazón esté completamente consagrado. Lo que le gusta a Él es un corazón que esté totalmente consagrado a Él. Cristo no se contenta con tener tan sólo una parte de nosotros, lo quiere todo. Si consintió en derramar su sangre para rescatarnos y adquirirnos para Él, con todo lo indignos que somos, ¿le negaremos la totalidad de nuestro corazón? María quería pertenecerle solamente a Él. Si Jesús llena el corazón de Dios, ¿no es digno de llenar el nuestro? Cristo es el centro de los pensamientos de Dios. Cuando Él es nuestro centro, todo está bien. Tal era el caso de Pablo, Cristo era el objeto de su corazón: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21 y 3:8).

Al hablar así, ¿estoy reprobando el servicio? Claro que no, pero procuro solamente darle su debido lugar, de modo que sea agradable al Señor. Un corazón que tiene, al igual que Dios, a Cristo por objeto, posee la fuente y el poder del servicio; verdaderamente está en comunión con los pensamientos de Dios, cuando las palabras del Maestro resuenan en sus oídos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). ¿Es posible que alguno de nosotros no tenga ni un poco de comunión con Dios como para no procurar ganar almas para Cristo? Trabajemos, amados, mientras es de día; la noche viene, y durante ella nadie puede trabajar. Pero todo servicio tiene su trampa. Tengamos cuidado para que al hablar de Él a otros, nuestros propios corazones no estén fríos e insensibles a su amor. Cuando Cristo no tiene el primer lugar en nuestros afectos, y no juzgamos esto, confesándolo, con el fin que la comunión pueda ser restablecida, nuestro corazón, consciente de este estado, se lanza con un ardor sin tregua en la actividad del servicio, y esto sólo mantiene distancia, tapando la efectiva condición de nuestra alma. Hasta el celo mostrado por Marta para recibir al Señor era una trampa para ella. María, ocupada solo de Él, excluyendo otro interés, pudo, cuando el tiempo llegó, prestarle al Señor el servicio más excelente que jamás se le hubiera dado sobre la tierra.

¿Y qué es lo que lo hizo tan agradable a los ojos del Señor? Fue ofrecido por un corazón que estaba totalmente consagrado a Él; y lo mínimo que se hace teniéndolo a Él por objeto, es agradable a Sus ojos, sea sólo un vaso de agua dado en Su nombre a uno de sus discípulos. Amados, pronto llegará el día solemne en que todo lo que pareciera que hacemos para Cristo será probado. Y, entonces, todo servicio será apreciado según el lugar que el Señor habrá ocupado en los afectos y en los pensamientos de su siervo. 

Esto fue lo que le proporcionó a María la aprobación del Señor, sin embargo, Marta carecía de esto. El corazón de María estaba lleno de Cristo y su servicio era la expresión de esto, tomando así el carácter de adoración. He aquí lo que caracteriza siempre el verdadero servicio. María sabía hacer lo que Él deseaba en el tiempo deseado, también el Señor pronunció sobre ella estas palabras de aprobación: “Ésta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura“ (Mr. 14:8).

Pero para que el corazón esté tan libre para ocuparse únicamente de Cristo, hace falta que todo problema de pecado sea absolutamente y completamente resuelto. La cruz de Cristo lo hace, porque allí el creyente allí no sólo ve sus pecados quitados, sino que a él mismo juzgado para siempre. La cruz es el fin de todo: lo que soy es juzgado, condenado y crucificado con Cristo, y sepultado: ”Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro. 8:1). Si por largo tiempo no nos apoderamos plenamente de la obra consumada de Cristo, el «yo» ocupará nuestros pensamientos: Querremos perfeccionarlo, mejorarlo o eliminarlo. Por lo tanto, no hay que asombrarse cuando el corazón esté impotente para elevar los pensamientos de Dios con respecto a Cristo.

Los que han ido más allá del simple descanso de la conciencia con respecto al pecado, han visto el fin del «yo» en la cruz; se regocijan al pensar que la vida, la justicia y el favor de Dios le pertenecen en el Cristo resucitado. ¡Qué descubrimiento tan precioso cuando, por primera vez, comprendemos que todo esto fue por nosotros! Entonces podemos cantar:

«Jesús es nuestro Supremo Amigo
¡Oh, qué amor!»

Lázaro debía experimentar algo de esta felicidad, y lo hizo cuando estuvo a la mesa con Jesús. Es como la esposa en el Cantar de los Cantares, cuando dice: “Mi Amado es mío, y yo suya”. Se consuela así en su ausencia. “Hasta que apunte el día, y huyan las sombras,” (Cnt. 2:16, 17). Observe este primer pensamiento: “Es mío ”. Sus más preciosos intereses están en Cristo; sin embargo, es ella quien viene en primer lugar. ¿No sucede muchas veces entre nosotros, amados, de ir hasta ahí y no más lejos? Estamos contentos y felices de que estamos en Cristo, y así no progresamos, según el pensamiento de Dios, en el conocimiento de lo que Cristo es en si mismo.

Pero prosigamos, y veremos este progreso realizarse. Más lejos, en efecto, aquella que hablaba así puede poner en primer lugar los intereses de su Amado: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío” (Cnt. 6:3). Su primer pensamiento se basa en que Él la posee, aunque en su corazón todavía piensa en lo que ella posee. Vemos, aún mas adelante, que se olvida de ella y sólo piensa en el amor que experimenta. Se sumerge en Su amor; y añade algo a la declaración: “Yo soy de mi amado", y lo dice sólo para volver a hacer notar de que conoce Sus pensamientos, y añade: “Y conmigo tiene Su contentamiento. (Cnt. 7:10). ¡Qué precioso es poder perdernos en el descubrimiento maravilloso de lo que somos para Él!


Pero María se eleva aun más alto en el conocimiento del Señor Jesús. ¿Y nosotros, estaremos satisfechos con un grado inferior al que ella alcanzó antes de nosotros? Se trata de conocer el lugar que nos ha dado en Su corazón, pero esto debe servir para introducirnos más profundamente en el conocimiento de Aquel que tanto nos amó y nos ama.

Veo lo mismo en la experiencia hecha por la esposa en los Cantares de Salomón. Cuando se le pregunta (5:9):”¿Qué es tu amado más que otro amado?”, ella responde: “Mi Amado es...señalado entre diez mil”. Luego, ella no se dedica a hablar de las bendiciones que recibió de Él, ni de Su interés por ella, sino de todos sus diversos atractivos, y acaba con estas palabras: "Todo Él codiciable.” 

Así pues, amados, avancemos en el conocimiento del Señor y de su perfección incomparable, hasta que podamos decir, no como habiéndolo aprendido de alguien más, sino porque lo sabemos personalmente: El "Señalado entre diez mil”. Hemos sido atraídos hacia Él, porque, conociéndole en toda la perfección de Su Persona adorable, podemos tener comunión con el Padre, quien encuentra su reposo, su gozo y sus delicias en el Hijo de Su amor.

El caso de la viuda pobre

 

La Escritura menciona otra circunstancia digna de mencionar, en la cual un alma entra en el pensamiento de Dios y recibe del Señor el sello de su aprobación. La antigua dispensación estaba por desaparecer, pero antes que la nueva fuese introducida, Jerusalén y el templo seguían siendo el centro de los pensamientos de Dios. Es lo que sabía muy bien la pobre viuda de la cual hablo; quien, para socorrer a las necesidades de la casa de Dios, echó de su indigencia dos blancas en el tesoro; y era "todo lo que tenía, todo su sustento” (Mr. 12:44).

 

¡Como deleita verla entrar así en los pensamientos de Dios, despreocupándose de sus propios intereses! Sin preocuparse de su pobreza, dio todo lo que tenía para la obra de Dios. 

Este acto fue agradable a los ojos del Señor, quien hizo que sus discípulos le prestaran atención a esta mujer, porque a Sus ojos había puesto en el tesoro más que todos los que habían puesto allí (Mr. 12:43). Preguntémonos: ¿cuál es, ahora, el objeto de los pensamientos de Dios? Lo sabemos, pues nos hizo saber el misterio de Su voluntad. Es la gloria de Cristo en Su cuerpo, que es la Iglesia, para Cristo llegase a ser “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef. 1:23)

Si, entonces, tal es el consejo actual de Dios para la gloria y gozo del Señor Jesús, preguntémonos si Él realmente ocupa su debido lugar en nuestros corazones y en nuestro servicio. ¿Estamos dispuestos a entrar nosotros mismos, y todo lo que poseemos, en la senda del cumplimiento de este pensamiento de Dios? Para aquel que lo ha comprendido, llegará a ser el motivo de su servicio. El mundo se complace en lo que ocurre con el bienestar del hombre y considera al resto como algo sin valor. Pero lo que regocija el corazón de Dios, es lo que tiene como objeto la gloria de Cristo. Eso es lo único que tiene valor a Sus ojos. ¿Su aprobación no nos es suficiente? El que se contenta solo con Él, está además en condiciones de despreciar la desaprobación y la alabanza del mundo. Amados, estemos en guardia contra los halagos del mundo. Esto último es más peligroso que su desprecio. Sabemos a quién tenemos que agradar. ¡Qué estas palabras: “Echó todo lo que tenía”, puedan ser aplicadas a nosotros y que sean suficientes!

”Para mí el vivir es Cristo”. ¡Qué Cristo sea el objeto qué ordene nuestra vida en el poder del Espíritu de Dios! No hay descanso si el corazón está dividido entre Cristo y el yo, el mundo, los amigos o, inclusive, nuestros hermanos. Aquel que es de Cristo y sólo Cristo es su objeto, el tal conoce los goces de Dios.


¡Que podamos, oh amados, ser vistos, como María, a los pies del Maestro! ¡Que podamos escuchar la voz de Jesús tal como aun se oye en su Palabra! Y si estamos ocupados por Él, el Espíritu de Dios se complacerá en desarrollar siempre más, delante de nosotros, todas las riquezas de su amor. Es su trabajo y su gozo tomar las cosas de Cristo y mostrárnoslas, para que así nuestros corazones sean completa y únicamente de Él. «Por desgracia», dirá alguien, «aún no he comprendido cuán precioso es Cristo, mi corazón es frío en presencia de su amor e insensible a su gracia». ¡No se detenga en eso! Su corazón jamás se podrá calentar con su propia frialdad. Sólo os enfriaréis más. Seréis calentados sólo acercándoos a la fuente del calor. ¡Oh, amados! ¿No es, para nosotros, el amor de Cristo la fuente de toda luz y calor? Acercaos a Su corazón, ese es el lugar que otorga bendición, y el que debéis aceptar con gozo. Reposad vuestra cabeza en su pecho. Posiblemente responderéis muy débilmente a Su amor, pero su amor no se mide como el nuestro. No cambia; la medida de su amor para cada uno de nosotros es el amor del Padre hacia Él. ¿Juan no se llamaba así mismo el discípulo a quién Jesús amaba? Sí, pero esto quería decir que, por la fe, tomaba el lugar que Jesús le había dado a los otros tanto como a él; es el lugar que Él desea que toméis, como si Su amor no perteneciera a nadie más que a usted. Necesariamente tal amor debe fundir el corazón más frío que lo acepta por la fe. Entonces, naturalmente, Cristo será lo primero en nuestros pensamientos y el objeto que absorberá a todos. Así sufe con María; y es por eso que su servicio era tan agradable a los ojos de Jesús. Tenía su fuente en un corazón que estaba totalmente ocupado por Él, y que conocía la excelencia de Su persona. La naturaleza del resultado que Dios tiene en vista, al proclamar el Evangelio, María lo produjo: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mr. 14:9). Pronto lo veremos cara a cara; entonces conoceremos como hemos sido conocidos. No habrá nada que pueda desviar nuestros afectos de Él. No habrá más trabas en nuestro servicio, pues en aquel momento, lo que es el objeto de Dios, será solo objeto de todos los corazones.


¡Quiera el Señor que, desde ahora, sea así en cada uno de nosotros!

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