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"BUSCARÉ TU BIEN"

Autor: P. Fuzier

Traducido de «Je rechercherai ton bien»

Salmo 122:9

¡Qué alegría para el corazón del salmista (y en un futuro para el remanente de Judá) el simple hecho de pensar en ir a “la casa del Señor” (LBLA)! ¿Manifestamos este mismo gozo cuando nos vamos a congregamos? Además, ¿arden nuestros corazones al pensar en el solo hecho de encontrarnos allí con el Señor para gozar de su presencia? Sin duda alguna, este gozo a veces puede tender a nublarse si la asamblea, en lugar de ser como “una ciudad que está bien unida entre sí” (v. 3), está marcada por la desunión; debilitada por discordias o disensiones; desgarrada a veces por la tristeza. Incluso puede que el corazón se entristezca, o tiemble, cuando ya no se puede gozar de la comunión en el seno de una asamblea a causa del dolor y el sufrimiento. Es tan así que la paz de la asamblea condiciona el gozo que podemos saborear. Esto nos hace comprender por qué, en este magnífico salmo, David insista en la paz: “Pedid por la paz de Jerusalén… Sea la paz dentro de tus muros… La paz sea contigo “(vv. 6-8).

La paz de la asamblea, condición de su prosperidad     

La paz de la asamblea está vinculada a la prosperidad individual y colectiva (vv. 6-7). La paz, la prosperidad espiritual y el gozo, unidos estrechamente, dependen de la puesta en práctica de ciertos caracteres vistos en este salmo y que deben considerarse esenciales para la vida de una asamblea: la asamblea tiene “puertas” y “muros” (vv. 2, 7) y “sillas del juicio” (v. 5); es un “palacio”, la “casa del Señor”, y debe ser verdaderamente «una ciudad bien unida» (v. 7, 9, 3).

Con cuánto temor y cuidado debemos vigilar las “puertas” con el fin de que el mal, cualquiera sea su carácter, no penetre dentro, pues si esto sucede, no se podrá gozar la paz que es según Dios; con qué ánimo conviene mantener intactos los “muros” de separación, pensando con amor en todos los hijos de Dios dispersos en las denominaciones de la cristiandad; qué cuidado debemos tener, en   las responsabilidades que incumben a la asamblea, al ejercer la autoridad de parte del Señor, en la realización práctica de su presencia y en la dependencia por la oración (véase Mateo 18:18-20); con qué piedad y agradecida admiración es necesario guardar la plena conciencia de la grandeza y la belleza de la asamblea, “la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo  3:15) , siendo ella un organismo santo y vivo en medio de un mundo caracterizado por el pecado y la muerte, un campo en el que debe brillar algo de la gloria divina (ver Salmo 29:9); con qué respeto debemos estar en “la casa de Dios”; con qué diligencia debemos “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3), de tal manera que se vea en la práctica que la asamblea está edificada “como una ciudad que está bien unida entre sí”. ¡Debemos guardar y mantener todo esto si queremos disfrutar de un gozo real en una asamblea en paz y prosperidad espiritual! Cuando no podemos gozarnos libremente en la asamblea, y cuando la paz se ve perturbada, examinemos primero si alguno de los puntos mencionados anteriormente está faltando, lo cual hace necesario que confesemos nuestras faltas y nos juzguemos. Empecemos con esto, con rectitud de corazón, y estaremos en el único camino correcto que conduce a la paz y al gozo renovado.

Buscar el “bien” de la asamblea

 

David termina este salmo con esta expresión: “Buscaré tu bien”. Si tuviéramos constantemente una mayor conciencia de lo que es la asamblea, ¿no trataríamos de buscar con más celo y fidelidad su “bien”? Si cada hermano y hermana buscara verdaderamente el bien de la asamblea, entonces habría paz y bienestar en medio de ella, y nuestros corazones se llenarían de gozo tan solo con pensar en ir a “la casa del Señor”, ¡cuánto más al mismo lugar donde se encuentra su presencia! Preguntémonos: ¿buscamos siempre y en todas las cosas el bien de la asamblea? ¿Hablamos y actuamos constantemente en vistas de su “bien”?

 

En esta «búsqueda» hay dos cosas aspectos, algo que no debemos hacer y algo que debemos hacer: por un lado, no debemos decir ni hacer nada que pudiese perjudicar a la asamblea. Debemos, a toda costa, poner atención a nuestras palabras, a nuestras diversas actividades y a todo lo que pueda perturbar la paz y perjudicar el bienestar de la asamblea. ¿Quién puede dimensionar el mal causado a una asamblea debido palabras desconsideradas, reflexiones que no deberían haberse pronunciado o cosas que nunca deberían haberse hecho? Que Dios nos permita comprender y medir el daño que estas cosas pueden causar en la asamblea, y que nos ejercite profundamente con respecto a ello, juzgando el pasado si tenemos que hacerlo y, pensando en el futuro, velando por nosotros mismos.

 

Pero también está el otro aspecto, aquello que debemos hacer. Para “buscar el bien” de la asamblea, cada uno de nosotros debe, por sobre todas las cosas, orar mucho por ella. ¿Quién podrá decir que no tiene la capacidad para hacerlo? ¿Lo hacemos diligentemente? ¡Para orar en favor de la asamblea, con inteligencia y perseverancia, es necesario “amarla”! Una bendición particular (la prosperidad espiritual) le es asegurada a quien ama a la asamblea y pide por su paz. Si bien la oración es el servicio más importante, el cual puede y debe llevarse a cabo por cada hermano y hermana sin excepciones, hay otros servicios que son indispensables para la prosperidad y el gozo de la asamblea. Es importante que cada uno tenga el discernimiento de su lugar en el cuerpo y cumpla el servicio que le corresponde, algo necesario para el desarrollo armonioso del conjunto. Ninguno de los miembros del cuerpo es inútil, cada uno tiene su propia función. Un miembro que no funciona se inmoviliza y termina por atrofiarse, generando que todo el cuerpo sufra. ¡Qué responsabilidad, pues, para quien se caracteriza por una total inactividad! Aquel creyente que se contenta con no hacer nada, ¿realmente cree que “busca el bien” de la asamblea? ¿no se da cuenta que más bien pueda perjudicarla cuando solo se limita con asistir a las reuniones con regularidad, llegando allí solo para recibir algo sin aportarle nada sino él mismo?

Recursos a nuestra disposición

 

¡Cuán importante es, para el bien de la asamblea, que cada uno se alimente regular y diariamente de la Palabra, encontrando en ella el alimento necesario para su vida y desarrollo espiritual! Que nadie piense que basta simplemente con el alimento y aliento recibido por el ministerio público de la Palabra en la asamblea, por útil y valioso que este sea. Es igualmente necesaria una lectura personal del Libro Santo. Conviene apropiarse de este alimento y luego asimilarlo, de modo que se convierta en parte de nosotros mismos, asegurando de esta manera el desarrollo del hombre interior, tal como el alimento físico produce en nuestros cuerpos el crecimiento natural del hombre exterior. Es imposible que un hijo de Dios que lee la Palabra “viva y eficaz” con oración no obtenga para su alma algún fruto y enriquecimiento espiritual. Cada creyente podrá, alimentado, formado y preparado, ser un instrumento que el Espíritu Santo podrá utilizar, en el momento oportuno, para indicar un himno, orar, dar gracias, leer una porción de las Escrituras o añadir quizás “cinco palabras” (1 Corintios 14:19) que edifiquen a toda la asamblea, si es el Espíritu de Dios quien las da.           

 

Frecuentemente este ejercicio personal brilla por su ausencia, quizás porque en lugar de amar a la asamblea como deberíamos amarla, ¡el corazón está ocupado con otras cosas! Tal vez también porque, teniendo un sentimiento de incapacidad, se subestima el valor de los recursos que Dios pone a nuestra disposición: su Palabra, la oración y la acción del Espíritu Santo, lo cual contribuye a producir o mantener el estado de debilidad de la asamblea. Esto nos lleva a esperar sólo en algunos, a apoyarnos en tal o cual don; entonces, al menos en parte, se pierde el verdadero carácter de la asamblea, se ven de esta manera hermanos que tienen la costumbre de actuar y otros que se han acostumbrado a guardar silencio. Y también está el caso, quizás más frecuente de lo que se cree, de una asamblea que, al no tener en medio de ella ningún hermano dotado particularmente para presentar la Palabra de Dios, solamente sostiene reuniones de edificación cuando recibe la visita de algún hermano capacitado, el cual recibe toda la responsabilidad de sacar adelante la reunión. ¿No es ignorancia en la práctica de lo que es la asamblea y de los recursos que disponemos? Esto es mucho más grave de lo que pensamos. En efecto, el Señor podría decir a los hermanos: «¿No os basta mi presencia en medio de vosotros, la Palabra viva y operante y la acción del Espíritu? ¿Es necesario, para reunirse con vistas a la edificación, el ejercicio de un don? No crean la mentira de que, si se reúnen sin la presencia de un don particular, no van a ser capaces de gozar de mi presencia, leer una o más porciones de la Escritura, experimentar el sabor de la Palabra y su poderosa unción del Espíritu en los corazones y en las conciencias. ¿Pueden darse cuenta del inmenso valor de los recursos que, sea cual sea la situación, están a vuestra disposición, a disposición de una fe viva, y que traen grandes y generosas bendiciones?» Ahora preguntamos: ¿Conocemos las verdades de la Escritura relativas a la asamblea, a las reuniones de la asamblea? ¿son para nosotros algo más que palabras? ¿son para nosotros una realidad viva?

Si fuéramos lo suficientemente sencillos como para esperar totalmente en el Señor y en las direcciones del Espíritu; si cada uno fuese realmente alimentado por la Palabra divina y por Cristo mismo, entonces saborearíamos las bendiciones y los preciosos momentos de aliento que podemos experimentar en una reunión de asamblea, ya sea que exista o no el ejercicio de un don especial. ¿Qué es una asamblea próspera? No necesariamente aquella cuyo número aumenta, sino aquella en la que cada hermano y hermana se alimenta de la Palabra en su vida personal y en la asamblea, y en el que todos son ejercitados delante del Señor acerca de las necesidades de la asamblea, orando por ella, pidiendo por su bien y su paz. Habrá entonces un crecimiento, un enriquecimiento individual y colectivo: en los afectos, en el poder y en el testimonio. ¡Qué nuestros corazones deseen y busquen realmente la prosperidad de la asamblea!

Diversas responsabilidades

Tenemos responsabilidades con las generaciones que nos siguen y observan. ¡Procuremos no solamente hablarles de cómo debe ser una reunión de asamblea, sino que también mostrémosles en la práctica lo que son! ¡Hagamos que sean plenamente conscientes de lo que es la presencia del Señor en medio de los dos o tres reunidos a su nombre, de qué se trata la fuerza y autoridad de la Palabra para edificación (ver Hechos 20:32) y la acción del Espíritu en la asamblea! Deseamos trabajar mucho para que los jóvenes en las asambleas tengan interés por las cosas divinas, pero debemos actuar en el temor del Señor, siendo dependientes y sencillos, algo que se pierde tan a menudo entre nosotros, solo así podremos ser realmente útiles para quienes vienen después de nosotros en el camino del testimonio y que mañana estarán en la brecha, si todavía quedan días para la Iglesia aquí en la tierra. No basta hacerles oír y conducirlos a ciertas verdades; es necesario, también, y sobre todo, vivir las verdades profesadas, ¡qué sean vistas en acción! ¡La enseñanza por los hechos, por las acciones, es de un valor incomparablemente superior a cualquier otro!

Las hermanas                       

No olvidemos también que las hermanas tienen su propia responsabilidad en esto: alimentadas del verdadero alimento del alma, habiendo gozado individualmente de la comunión con el Señor, orando por la asamblea, pidiendo por su bien y por su paz, participando en la reunión (y muchas de ellas lo hacen, sin duda alguna) con silenciosas intercesiones en sus corazones, clamando al Señor para que responda a las necesidades individuales y de toda la asamblea, dirigiendo y sosteniendo el instrumento que Él encuentra conveniente utilizar para ello. ¡Qué bendición habría entonces! El nivel espiritual de la asamblea se elevaría, se fortalecería, tendría un mayor discernimiento y, llegado el momento, haría frente a los ataques de Adversario, al que tomamos en cuenta con tanta frecuencia, porque no realizamos lo que realmente debe caracterizar a la asamblea; pues no sabemos, con suficiente celo, buscar “su bien”.

Velar por el alimento de la grey

Cada hermano y hermana, como hemos visto, tiene su propia responsabilidad en la asamblea, pero hay hermanos a los que el Señor ha conferido una posición particular de responsabilidad. En el lenguaje simbólico del Apocalipsis, estos hermanos, en una asamblea local, son designados por la expresión “al ángel de la iglesia en…” (Apocalipsis 2 y 3). Un hermano que se adueña por sí mismo de tal lugar no podría ser útil en la asamblea, y asumiría delante de Dios una gravísima responsabilidad: tendrá que tratar con Él según la misma posición que quiso asumir, aunque no esté calificado para ocuparlo. Es el Espíritu Santo quien “establece” a los sobreveedores (véase Hechos 20:28) y cada uno de ellos es responsable de cuidar primero de sí mismo y luego de todo el rebaño. Este servicio es tanto o más importante, pues nuestro “adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”, tratando de apoderarse de una oveja del rebaño, por lo tanto, ¡cuán necesario es vigilar y cuidar de la oveja de la “grey de Dios” (ver 1 Pedro  5:2-3, 8). Proveer el alimento del rebaño es una responsabilidad que incumbe principalmente a los ancianos, a los sobreveedores (véase Hechos. 20:28; 1 Pedro. 5:2), pero ¿no deben tener cuidado, precisamente con el fin de alimentar al rebaño, de que se lleve a cabo lo que debe caracterizar la vida y las reuniones de asamblea? Un anciano en el ejercicio de su cargo, y un pastor en el cumplimiento de su ministerio, son responsables de guiar a las ovejas de la grey y llevarlas a vivir más cerca del Señor, para que se alimenten cada día de la Palabra, de tal manera que los privilegios de la reunión sean saboreados, y así cada uno funcione en su debido lugar, aportando algo para el bien de todos, ejerciendo los dones sin perjudicar nunca el verdadero carácter de la asamblea. Si hay errores en cuanto a esto en las reuniones de la asamblea, entonces el Señor le pedirá cuentas en primer lugar a los hermanos especialmente responsables ante Él por este estado: “Tengo contra ti… “está escrito al “ángel de la iglesia en… “. ¡Que ellos, en particular, con plena conciencia de sus privilegios y responsabilidades, «busquen el bien de la asamblea»! ¡Y que Dios nos conceda a cada uno, hermanos y hermanas, amar a la asamblea, orar por su paz y prosperidad, y buscar su propio bien!

Pedid por la paz de Jerusalén;

Sean prosperados los que te aman.

Sea la paz dentro de tus muros,

Y el descanso dentro de tus palacios.

Por amor de mis hermanos y mis compañeros

Diré yo: La paz sea contigo.

Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios

Buscaré tu bien. (Salmo 122:6-9)

Según P. Fuzier («Messager évangélique» - año 1966 p. 141-149)

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