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ACCIÓN EN LA ASAMBLEA

Paul Fusier

La enseñanza de la  Escritura es lo más clara posible sobre este punto, y podría parecer excesivo recordar que el privilegio de la acción  en la asamblea  es concedida solo a los hermanos varones. Los  pasajes que puedan prestarse para divergencias de interpretación son por lo tanto desconocidos por una parte de la cristiandad, que no solamente acepta el ministerio de las hermanas sino aun que se gloría  de lo que considera como una gloriosa evolución; citemos estos pasajes: «vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar…porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación» — «La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio». Un corazón fiel, sumiso a la Escritura, no lo pone en duda, solo obedece. Agregamos que un creyente que desea conformarse a las enseñanzas de la Palabra no sabría encontrarse en una reunión que recibiera el ministerio de mujeres, el comprende que  su lugar no está allí.

Los hermanos, solo ellos, tienen entonces el privilegio, la libertad de acción. Pero este privilegio, como otros muchos privilegios, conlleva responsabilidades; la libertad de la acción está lejos de ser sin límites. Actuar en la asamblea, en la presencia del Señor, es algo muy serio; ¿a veces no corremos el peligro de perderlo de vista? Solo puede ser realizado según el pensamiento de Dios  en la dependencia del Espíritu Santo: una acción que no tuviera al Espíritu Santo como fuente de verdad debería ser excluida, porque no tiene ningún lugar en la asamblea. Siempre es con mucho temor que un hermano debería considerar abrir la boca en una reunión y sería mejor que se abstuviera  si no tiene el  sentimiento de actuar bajo la dirección del Espíritu.

El motivo de toda acción, 1ª Corintios 14 nos lo enseña, es la edificación de la asamblea. Solo el Espíritu de Dios puede dar lo que es propio para edificar, lo que puede responder a las necesidades de los santos, a las necesidades del momento como también a las necesidades permanentes. Entonces si la acción ejercida  por un hermano de manera habitual, no edifica a la asamblea, bien se puede pensar que no es el Espíritu Santo que lo dirige y, en consecuencia, conviene detenerlo.

Es un deber de amor hacia ese hermano, hacia la asamblea, hacia el Señor. Uno de nuestros conductores ha escrito: “Si alguno habla en la asamblea y habitualmente su acción no edifica, creo que es necesario detenerlo. No he podido nunca comprender  que la asamblea de Dios pueda ser el único lugar donde la carne sea libre para actuar sin que sea reprimida; es una locura pensar que deba ser así. Deseo que la mas completa libertad sea dada al Espíritu, y ninguna a la carne”  (J.N.D.).  Es necesario intervenir en caso que se genere esto porque no solamente la asamblea no recibe ninguna edificación sino aun sufre de una acción que no es espiritual.  Esta intervención debe ser siempre hecha en el amor, con dulzura, de tal manera que no traiga ningún problema y que al contrario sea útil y provechosa para aquel que  ha sido objetado. Por un lado, es necesario no dejar a la asamblea en el sufrimiento; por el otro, conviene actuar con sabiduría y discernimiento, buscando el bien de aquel donde la acción no edifica.

Ciertamente que todo ejercicio es difícil de realizar, pero hay uno que particularmente lo es:  el ejercicio inicial, la indicación de un cántico, oración, lectura de la Palabra, para que un hermano comience la reunión. Muy por el contrario, algunos la consideran la mas fácil: porque como no ha habido nadie que lo haya precedido, piensan que no hay ningún peligro para apartarse de la corriente del Espíritu. Es olvidar que, la hora «llega», la reunión comienza en el silencio: el seno de la asamblea recibe al Espíritu Santo que actúa, obrando en los corazones, y la primera acción ejercida debe estar en acuerdo con la corriente de pensamientos así producida, y que solo el Espíritu Santo nos hará discernir. De tal manera que la primera acción del Espíritu puede muy bien no ser espiritual, lo que tiene graves consecuencias porque esto puede a veces torcer los corazones de la reunión—Señalemos aquí un punto de cierta importancia: una acción es ejercida, otras siguen de acuerdo con la primera, lo susceptible es dejar creer que esta haya sido una verdadera dirección del Espíritu en el desarrollo de la reunión, aunque esto no haya sido así. En efecto, el espíritu humano es perfectamente capaz de encontrar algunas frases, o aun cánticos, o bien ciertos pasajes de la Palabra relacionados con una idea expresada, de tal manera que el conjunto  aparezca coordinado;  pero que no ha sido  conducido y dirigido por el Espíritu de Dios.

Un hermano espiritual discernirá  mas o menos rápido que esta coordinación no es  el fruto de una acción del Espíritu, no aprobará ni la unción ni el poder, y la acción que podrá ejercer constituirá entonces una suerte de ruptura, lo que algunos interpretarán como una interrupción de la corriente del Espíritu y mientras que en efecto ella  tendrá por efecto reestablecerla, o establecerla.

Que un hermano proponga un cántico al comienzo de la reunión de edificación, otro  que espera  un poco mas para presentar la Palabra y que pueda  ser que tenga ante el un mensaje para dar, con una nítida dirección del Espíritu, receloso de si mismo y temiendo ser menospreciado por lo que  debía decir, o bien se callará o continuará en la corriente de pensamientos introducidos por el cántico, y la reunión podrá ser en gran parte una perdida si el cántico propuesto no era  el fruto de una acción espiritual.

El hecho es aun mas marcado cuando un hermano está de paso en otra asamblea donde tiene a cargo una reunión, sea que haya sido convocada especialmente, sea que la responsabilidad de una reunión habitual le haya sido entregada : un cántico indicado fuera del pensamiento del Espíritu arriesga confundir al siervo, impidiéndole puede ser, si su espiritualidad está débil, presentar lo que tenía que dar para la edificación de la asamblea. Notemos por otra parte que cuando se trata de una reunión a cargo de un hermano es conveniente dejarle que el escoja el primer cántico— todo esto sin perder de vista que un hermano llamado a presentar la Palabra será a veces más feliz de tener una indicación, que le será dada por el cántico propuesto, si se está bajo la dirección del Espíritu Santo. ¡Que  en todas las cosas sea el Espíritu que nos conduzca!

Si insistimos sobre este punto, es en razón igualmente de su importancia. Repitámoslo: no es una acción muy difícil de hacer, solo que necesita mas discernimiento y de espiritualidad, que un ejercicio inicial. ¡Y si todo ejercicio pide dependencia, temor y temblor,  cuanto mas esta!  Si hay un momento en la reunión donde,  muy particularmente, no debería haber ni prisa ni precipitación, es  al comienzo de la reunión.  Si verdaderamente algún hermano no tiene una dirección espiritual muy nítida, un momento de espera y de oración —silenciosa o expresada— ¡cuan  preferible es, igualmente si  llegara  a ser prolongada!

Uno de los pensamientos dominantes presentados por el apóstol en los capítulos 10 al 14 de la primera epístola a los Corintios es la unidad.  Lo mismo  que la cena del Señor celebrada en su mesa. La presencia de los dones del Espíritu están en relación con la unidad del cuerpo y cada creyente es responsable a este respecto de emplear los dones que le han sido entregados,  es exactamente lo mismo en cuanto a su participación a la cena. No cumplimos, prácticamente, la unidad del cuerpo cuando un miembro no toma su lugar que le ha sido asignado por el Espíritu Santo. Es indispensable que los miembros  del cuerpo guarden su función, cada uno colocando la fuerza en su fuente y recibiendo del Espíritu Santo las direcciones necesarias.

Si esto es así, estaremos guardados de acciones precipitadas o desviadas, susceptibles de producir un cierto malestar mucho más que la edificación de los santos. Que ninguno de los hermanos pierda de vista su propia responsabilidad para toda acción que deba ejercerse, «y los demás juzguen» ( 1ª Corintios 14:29). Si un hermano habla en la asamblea  y que, de manera habitual, su acción no aporta ninguna edificación, aquellos que lo dejan actuar son responsables de este estado de cosas tanto como él, aunque  las responsabilidades no sean las mismas de una parte y de otra. La dificultad para intervenir, realmente muy cierta, no debe ser considerada como susceptible  para justificar o excusar la  no-intervención. Allí, como en todas las cosas, la oración permanece como nuestro gran recurso: podemos estar seguros de que Dios sabrá dar la sabiduría necesaria y las palabras que convienen, que sabrá también inclinar el corazón de aquel en la cual la acción pesa sobre la asamblea para edificarla, de manera que estará dispuesto a recibir la palabra de exhortación y advertencia . ¡Dios es más grande que todos,  a veces lo olvidamos!

¡Cuan necesario es desear que en la asamblea cada uno permanezca en su lugar y cumpla el servicio que se le ha dado, sin sobrepasar su medida y sin quitarle también! ¡Que bendición si el Espíritu Santo puede siempre actuar sin nada que le contriste, sirviéndose de instrumentos preparados que podría así emplear para la edificación de la asamblea! Para que esto sea así, conviene en efecto, primeramente, que los hermanos —  y las hermanas igualmente, pero los hermanos en particular puedan ser responsables de la acción —sean nutridos de Cristo. Una vida individual caracterizada por la piedad, el temor de Dios, el apego al Señor, tendrá felices repercusiones en la vida y las reuniones de la asamblea. Si la Palabra ha sido leída con oraciones, meditada, estudiada, habrá en las reuniones instrumentos a disposición del Espíritu Santo.

Mientras que muy a menudo nuestras vidas espirituales están ocupadas y llenas sobretodo de todas las cosas de aquí abajo, de manera que vemos en la reunión una condición tal que el Espíritu Santo no puede servirse de nosotros — hablamos aquí de hermanos, que se entienda bien. ¡Vemos a veces el corazón vacío, o lleno de cosas terrenales, o esperamos a uno o dos hermanos que tienen la costumbre de actuar!

Comprendemos así porque la reunión de asamblea según 1ª Corintios 14 es difícil de realizar: nuestras almas están a menudo muy poco alimentadas de Cristo, de la Palabra, de tal manera que muy poco numerosos son los instrumentos  por los cuales el Espíritu Santo puede servirse para una acción útil y provechosa.

Insistimos sobre este punto con el riesgo de repetirlo: la realización práctica de la presencia del Espíritu Santo y su libre acción en medio de ella son indispensables en la vida de la asamblea y condicionan su prosperidad. El desconocimiento de esta verdad deja el campo libre a la acción de la carne y pone deshonra sobre el nombre del Señor, Cabeza del  cuerpo, de la Asamblea. Todo debería ser cumplido en la dependencia y  poder del Espíritu Santo;  el mínimo servicio en la asamblea, la menor función en el Cuerpo de Cristo, una lectura, una acción de gracias, una oración, todo debería ser el resultado de la sola actividad del Espíritu. Esta acción del Espíritu Santo, sin nada en nosotros que la estorbe,  nos guardará de toda impaciencia, de toda precipitación;  y nos conducirá a esperar en el Señor, no impidiendo a nadie el actuar y no rehusando abrir la boca si somos conducidos a hacerlo. Debe haber siempre una plena libertad en la reunión., pero la única verdadera libertad es del Espíritu; una cierta  molestia existe a veces y  es muy lamentable, sin embargo  mayor que la insolencia del que se pone por delante porque  tiene  la posibilidad de expresarse y no porque el Señor le ha dado lo que es a propósito para la edificación de la asamblea. ¡Nos será muy provechoso no olvidar jamás lo que el apóstol Pedro ha escrito en su primera epístola: « Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios»! (4:11). Alguno puede emitir pensamientos muy justos, conformes a la Escritura, y sin embargo dar otra cosa que lo que Dios desearía colocar delante de la asamblea  en ese momento. Si un hermano no está plenamente seguro que lo que desea presentar es bueno  y conveniente para la asamblea en el momento presente, es preferible que  espere.

Hay pues un doble peligro: por una parte, guardar silencio cuando lo que se tienen  «cinco palabras» para la edificación de la asamblea; por otra parte, estar siempre dispuestos a ponerse por delante sin tener la seguridad de ser conducidos por el Espíritu Santo y  entonces que sean los hermanos, llamados «a juzgar» (1ª Corintios 14:29), tienen, ellos, el sentimiento que la acción ejercida no es espiritual. ¡Que Dios nos tenga cerca de Él, desconfiando de nosotros mismos y dependiendo de Su Espíritu, a fin de que en la asamblea podamos evitar lo uno y lo otro de estos dos obstáculos, siendo capaces de ejercer una acción  beneficiosa que llevará edificación y bendición!

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