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SOBRE ABSTENERSE DE LA CENA DEL SEÑOR (EXTRACTO)

Autor: J. A. Von Poseck

Extracto traducido de "The Gospel and The Church"

…Con respecto al caso mencionado en Mateo 18 me gustaría presentar algunos pensamientos con respecto a un error (por decirlo gentilmente) que no es para nada poco frecuente. Me refiero al caso de un hermano que se abstiene de partir el pan, ya sea porque piensa que fue insultado o ha sido agraviado por alguien en la asamblea, o, lo que es aún peor, alimenta una aversión o sospecha contra aquella persona. Si se actúa de esta forma por la primera razón, entonces quien tal hace se constituye en acusador y juez de su propia causa, probando de esta manera cuán poco ha aprendido a conocerse y juzgarse a sí mismo (su orgullo y voluntad propia, y su propia ceguera lo engañan al punto de llegar a tal presunción), y cuán poco ha comprendido en su alma el verdadero carácter de la iglesia como el cuerpo de Cristo. Y no solamente eso, sino que al excluirse a sí mismo de la mesa del Señor, a causa de su «malvado» hermano, priva al Señor no solamente del tributo de adoración, alabanza y acción de gracias que Él merece durante el memorial de su amor, sino que también se priva a sí mismo de todas las preciosas bendiciones relacionadas con la mesa del Señor. ¡Qué necedad! Por no mencionar la triste condición de alma que genera tal posición.

«Pero», dirán algunos, «¿no es peor sentarse a la mesa del Señor, que es la expresión de la comunión cristiana, con un hermano que me ha agraviado; o contra quien tengo algo en mi corazón; o contra quien tengo serias sospechas?»

Mi respuesta a esto es simplemente esta: en los asuntos divinos, la Palabra de Dios, y no los sentimientos naturales, debe ser la pauta de nuestro comportamiento y nuestras acciones. En ningún caso la Escritura nos otorga las garantías para dar tales pasos de independencia. A quienes hacen así les debo decir: Si crees que tu hermano te ha agraviado, ¿por qué no, después de actuar conforme a Mateo 18, lo tienes por “gentil y publicano”?. Es decir, puedes rechazarle la diestra en señal de comunión, sin siquiera notar su presencia en la asamblea. En ninguna parte leemos que él debe ser excluido de la asamblea, ¡y mucho menos que tú debes ponerte bajo disciplina en su lugar!

En el segundo caso, es decir, cuando tienes algo en tu corazón contra un hermano, ¿por qué no actúas bajo el claro mandato del Señor en Mateo 5:23-24, y vas donde tu hermano para quitar de tu corazón lo que tienes contra él? En el pasaje citado, el Señor nos ordena que debemos ir a nuestro hermano, no solamente cuando tengo algo en contra de él, sino que “si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”. Sin duda alguna que debes ir a él si tienes algo en su contra, y reconciliarte con él. Pero, en lugar de eso, prefieres darle tu espalda al altar y alejarte junto con tu ofrenda de gratitud que le corresponde a Dios. ¡Qué ceguera hay en este pecado contra Dios y contra tu hermano!

 

En el tercer caso, este es, si te apartas de la mesa del Señor porque crees que tienes motivos para sospechar contra un hermano, ya sea porque notaste algo malo en su andar, o recibiste un mal informe de él, tu forma de actuar es aún más perversa y pecaminosa. Puede ser porque lo que oíste de su andar o el informe que recibiste es de tal naturaleza que debe estar sujeto a la disciplina de la asamblea, es decir, debe ser excluido de la asamblea, o incluso porque es algo menos urgente y solemne. Si es lo primero, entonces tu responsabilidad es dar a conocer a la iglesia estas cosas (si es algo de lo que tienes pruebas y es un hecho claro) para que el mal sea quitado de entre ellos. En lugar de esto, ya sea por temor a los hombres, o por motivos naturales de amor humano, amistad o relaciones familiares, terminas excluyéndote a ti mismo de la mesa y la iglesia, permitiendo que ambas partes se contaminen, ¡e imaginando que con esto lograrás pacificar tu conciencia y la mantendrás pura! ¡Qué deshonra! ¡Qué cobardía! ¡Qué pecado tan grave en contra de Dios; en contra de Cristo; y en contra de la iglesia!

 

Si, por un lado, la inconsistencia que has visto en el andar de un hermano no es tan serio como para que sea excluido, o incluso para que sea reprendido públicamente delante de toda la iglesia, ¿por qué, con el debido amor a tu hermano, no vas a él y tratas de eliminar la contaminación que notaste en él, lavándole sus pies conforme al ejemplo y mandato de nuestro bendito Señor y Maestro? (Jn 13:14)

¿Sospechas de tu hermano?  El amor “no piensa el mal” (1 Co. 13:5 RVA) ¿Desconfías de él? El amor “todo lo cree, todo lo espera” (v. 7). ¿O acaso tu confianza está basada en la información que recibiste de un hermano de confianza? Pregúntale si habló con el hermano del cual te dio esa información perjudicial, y si no lo hizo, ofrécete a acompañarlo inmediatamente a hablar con aquel cuyo carácter piadoso ha puesto en duda. Si no lo quiere hacer, repréndelo severamente, y quita inmediatamente de tu mente cualquier pensamiento sospechoso que tengas contra el acusado, pues no tienes derecho a cultivar siquiera una sombra de duda contra otro creyente, a menos que esté basado en hechos innegables y confirmado por testigos dignos de confianza. Pronunciar o divulgar tales suposiciones malvadas, o incluso simples expresiones despectivas, contra un hermano en la fe, que a veces puede realizarse aparentemente con inocencia, o de una forma media jocosa, no solamente es bajo e impío, sino que es realmente diabólico. En muchas reuniones, toda verdadera comunión, paz y bendición se ha visto paralizada y perturbada, pues el “acusador de los hermanos” ha logrado impregnar, en la atmósfera espiritual de tales asambleas, vagas y sospechosas desconfianzas, sospechas malvadas y dudas confusas, a tal punto que es casi imposible respirar en tal ambiente, logrando quebrantar a la reunión de creyentes.

 

Apartarse de la mesa del Señor por mera sospecha o desconfianza contra uno o algunos en la asamblea, solo revela que el supuesto mal, del cual tal separatista pretende limpiarse al excluirse a sí mismo, está encerrado dentro de él mismo. Por lo tanto, lo mejor es que parta por él mismo en lugar de sentarse en juicio contra su hermano y contra la asamblea separándose de ellos. Tal orgullo farisaico bajo el manto de «santa escrupulosidad» es lo más triste en un cristiano, lo cual, a su vez, demuestra la sutileza y el poder cegador de la carne en nosotros.

 

Resumamos lo que hemos dicho con una simple ilustración. Supongamos que uno de los hijos de una familia cree que tiene motivos para quejarse contra uno de sus hermanos, o cultiva una que otra causa de aversión hacia él. Su sentimiento crece tanto que toma la determinación de ausentarse de las comidas familiares. Al ausentarse de la mesa, la cual en sí misma expresa el lazo y la unión familiar, él no solamente le hace un desaire a sus hermanos y hermanas que usualmente están a la mesa, sino que, por sobre todo, desprecia flagrantemente a sus padres que presiden aquella mesa. Además, aquel hijo poco amable, con el fin de manifestar su desaprobación y disgusto contra su hermano, se expondría a sí mismo a la inanición (un procedimiento suicida), el cual no ayudaría en nada a sus propósitos. Pues uno no pensaría que aquel miembro separatista de la familia, que ha despreciado de tal manera la mesa paternal, vaya tan lejos en su audacia como para esperar que sus comidas le sean enviadas a su propio encarcelamiento (así como el obstinado miembro del cuerpo de Cristo, al separarse de la mesa del Señor, no puede esperar que las bendiciones de Dios que se vinculan con la mesa lo acompañen a su auto-exilio). Supongamos ahora que aquel hijo tan peculiar y antisocial, al ser reprendido por su padre debido a su conducta, alegue que la mesa paterna es la expresión de la comunión familiar, y que entonces no sería consistente ni honesto si se sentara allí con un miembro de la familia con el que sentía que no podía tener comunión. ¿Qué respuesta le daría el padre ante tal excusa? Él le diría: «Si tu hermano te ofendió o agravió, ¿Por qué no has ido a él para tratar de convencerlo de su error con un espíritu de mansedumbre y amor fraternal? Y si él no te hubiese escuchado a ti ni a tus hermanos y hermanas, me lo deberías haber dicho a mí, y yo lo habría amonestado, y si era necesario lo hubiera reprendido y corregido. Pero en lugar de seguir este único procedimiento adecuado ante tal situación, tú, hijo mío, preferiste tomar el asunto en tus propias manos y te constituiste en acusador y juez de tu propia causa. Tu forma de actuar no me parece consistente, independientemente de como quieras presentar tu causa, pero siento que te ha traicionado tu perverso corazón y conciencia, orgullo y voluntad propia. La mesa, a la cual le has dado la espalda, no es tuya, ni de tus hermanos, sino que es mía. Si continúas despreciando la mesa familiar y, de este modo, le faltas el respeto tanto a tus padres como a tus hermanos y hermanas, entonces no queda otra cosa para ti que irte de la casa y vayas a la pensión de este mundo y pruebas su comida».

 

Me alargué en este punto más de lo que pretendía, pero lo hice porque es algo que sucede muy a menudo, especialmente en pueblos pequeños y reuniones campestres, donde las relaciones personales son mucho más cercanas y, por lo tanto, más propensas a la fricción.

 

"El fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz." (Santiago 3:18)

Extracto de Carta (sobre abstenerse de partir el pan):

De J. N. Darby a F . G. Patterson

Ver en inglés aquí

«Mi querido hermano:

No tengo dudas acerca de las dos preguntas que me formula. Es claro que las personas no deben separarse a sí mismos de la Mesa si ellos reconocen que esa es la mesa del Señor. La declaración misma de esto da prueba de lo que digo: pues, si yo llevo a cabo tal acto, entonces me estoy separando de la unidad del cuerpo de Cristo y de la mesa del Señor. Además, quien tal hace está acarreando sobre sí mismo todo el juicio de la iglesia de Dios. Si alguien dice : 'no reconozco que esta es la mesa del Señor ni la comunión del cuerpo de Cristo', es obvio que la relación está rota ipso facto»

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