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Foto del escritorW. Kelly

Un espíritu perdonador


El Señor hizo un llamado contundente a la gracia práctica en la oración que él le enseño a sus discípulos: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". Sin embargo, no se limitó simplemente a enseñarles a orar así, sino que también enfatizó la relevancia de esto.

"Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas".


Existe una gran confusión en la cristiandad acerca del perdón de los de pecados, lo que oscurece en gran medida el verdadero impacto de las palabras solemnes del Señor. Muchos tienen una comprensión difusa de la redención eterna y temen creer en la eficacia plena y perdurable de la obra de Cristo. Como consecuencia, tales personas despojan de su poder al evangelio de Dios. No están en mejor situación que un judío que presentaba su ofrenda, confesaba su pecado y se alejaba tranquilo porque había sido perdonado. Al igual que el judío tenía que ofrecer sacrificios frecuentemente, el cristiano mal instruido siente la necesidad de ser purificado repetidamente con la sangre de Cristo, a pesar de que se dice claramente que esta fue derramada una sola vez y para siempre.


¡Qué ceguera (si no suponemos algo más) al testimonio de Hebreos 10! El sacrificio perfecto de Cristo ha hecho cesar lo imperfecto. Los creyentes, una vez purificados, no tienen más conciencia de pecados. A diferencia de los sacrificios levíticos que se repetían anualmente, el cristiano ha recibido la remisión de los pecados. Cristo vino a quitar lo temporal y establecer lo eterno. Por lo tanto, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, dando testimonio triunfante de que los sacrificios imperfectos han cesado, y desde entonces espera el momento en que sus enemigos, que lo rechazan a él y a su obra, sean puestos por estrado de sus pies. Por otro lado, el Espíritu Santo da testimonio al cristiano de que Dios ya no se acuerda más de sus pecados y transgresiones. Cuando hay remisión de pecados, ya no es necesaria una ofrenda por el pecado, ya que todo los tipos y figuras se han cumplido en Cristo.


Ahora bien, si la fe falla es porque la Palabra de Dios no es recibida como la autoridad divina y definitiva, privando a las almas de la paz y el gozo en la fe, limitando la consagración total a Dios, pues no se valora el hecho de que hemos sido comprados a un precio tan alto e incalculable. Esta incredulidad se ve alimentada por la confusión entre cosas que difieren entre sí, como el pasaje de Mateo 6:14-15 con la plena redención, la cual descansa únicamente en la obra de Cristo en la cruz. Esto además se ve acrecentado por el hecho de que instituciones cristianas, como el bautismo y la cena del Señor, se han convertido en medios para la salvación, siendo consideradas como intrínsecamente salvíficas y no figurativas; y aún más cuando se ha establecido una clase clerical con el derecho divino de ejecutar estas instituciones con el debido efecto sobre los laicos: ¡una ficción que ha superado las más altas pretensiones del sacerdocio judío, y que niegan fundamentalmente el evangelio!


Por lo tanto, durante el sermón del monte, el Señor no hace referencia alguna a la redención que iba a consumar en la cruz, pero sí enfatiza la importancia de que sus discípulos cultiven un espíritu de gracia. A diferencia de los judíos que no podían acercarse a Dios debido a la Ley, generando temor incluso en el mediador que ofrecía los sacrificios, los cristianos viven y prosperan en un ambiente de gracia. Aunque la justicia juega un papel relevante, la gracia es la que reina.


¿Qué fue lo que atrajo al Señor Jesús de Juan el Bautista? ¿Qué hizo que, a pesar de estar rodeado por un ambiente legalista, florecieran y dieran fruto figuras como Pedro, Juan, Jacobo y un ejército entero de mártires y testigos? ¿Qué fue lo que transformó el duro corazón de Pablo, convirtiéndolo en un testigo apasionado de Jesucristo y este crucificado? ¿Cómo se logró transformar a una raza orgullosa, autosuficiente y rebelde en hombres pobres de espíritu, sufrientes, mansos, hambrientos y sedientes de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, perseguidos por causa de la justicia e incluso por amor al nombre de Jesús, a quien tanto la nación como el sumo sacerdote juzgaron como merecedor de la crucifixión, cumpliendo así la Ley, los salmos y los profetas?


La gracia y la verdad dieron vida a los discípulos, y con el poder de la resurrección de Cristo, proporcionaron una redención completa, duradera e ininterrumpida, asegurada solamente por Su sangre. Sin embargo, el pecado interrumpe la comunión con nuestro Dios y Padre, y hace necesaria la abogacía de Cristo para limpiar nuestros pies sucios, los cuales son lavados por el agua de su Palabra (véase Jn. 13). Aunque la sangre de Cristo conserva intacta su virtud expiatoria, la Palabra es aplicada por el Espíritu según el oficio de Cristo en el cielo, llevando a quien ha pecado al arrepentimiento en polvo y ceniza. Necesitamos ambas cosas, el "agua" y la "sangre"; no podemos prescindir del agua de principio a fin, así como la sangre nos ha limpiado una vez y para siempre. Ignorar o (aún peor) negar esta doble provisión de gracia socava la redención y confunde la verdad de Dios.


En el pasaje que tenemos delante nuestro, el Señor señala que un espíritu que no perdona es inaceptable para nuestro Padre en relación con su gobierno diario hacia sus hijos. No debemos extrañarnos que esto sea así, pues se trata de un retroceso de la gracia a la Ley; de Cristo al miserable ‘yo’. Por lo tanto, al igual que en la oración, él nos insta a mostrar gracia hacia aquellos que pueden ofendernos, incluso de manera dolorosa, y a amar. A este amor, él añade una fiel y fuerte advertencia: si perdonamos a otros, también seremos perdonados por nuestro Padre celestial. Pero si no perdonamos, tampoco seremos perdonados.


Aquellos que albergan resentimientos y constantemente recuerdan ofensas (a menudo exageradas e incluso imaginarias), deben tener cuidado. Si eres un cristiano, estás incumpliendo totalmente este deber característico de Cristo y estás mostrando un carácter alejado al de nuestro Señor. ¿Es necesario mencionar que eres tan infeliz como implacable? ¿Acaso tu espíritu altivo no se ve afectado ante la degradante declaración de que tu Padre celestial no perdonará tus ofensas? No te tomes a la ligera este estado de resentimiento y orgullo, y no causes más tristeza al Espíritu Santo de Dios, con el cual has sido sellado. No permitas que el sol se ponga sobre tu enojo, ni des lugar al diablo en tu vida (véase Ef. 4:26-27).


Traducido de "The Bible Treasury", Vol. Nbr. 5, p. 100-102

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