Traducción bíblica utilizada: NBLA
Al hablar de "disciplina", nos referimos al ejercicio general de cuidado en el gobierno de la casa de Dios, una responsabilidad que él ha encomendado a su pueblo. Esto abarca diversas formas en las que se puede manifestar, desde las expresiones más simples de interés fraternal y consejo hasta la corrección y reprensión más públicas en la iglesia, así como la exclusión final –aunque a veces necesaria– de la comunión de los santos. Con el propósito de facilitar la comprensión, agruparemos todo esto bajo diferentes encabezados.
El propósito de este artículo no es discutir acerca de la disciplina en general, sino determinar sus verdaderos límites bíblicos.
1. Cuidado fraternal general
Cuando nuestro Señor restauró a Pedro, su oveja descarriada, él redirigió, por así decirlo, la expresión de la devoción de Pedro. Esa devoción que Pedro había demostrado hacia Él, ahora debía dirigirla al amor hacia Sus corderos y ovejas. De manera similar, el buen samaritano, al encontrar y atender al hombre que había caído en manos de los ladrones, él lo llevó a una posada y se hizo cargo de su cuidado. La salvación es el bendito comienzo de una obra que ha de continuar hasta su culminación en la venida del Señor. Esta obra abarca instrucción, cuidado y corrección en el poder del Espíritu Santo, ministrado por Él a través de los diversos miembros del cuerpo de Cristo, para que "los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros".
Podemos afirmar que el primer ejercicio de este cuidado consiste en proporcionar el alimento adecuado, como sugieren las palabras de nuestro Señor: "Apacienta mis corderos" (Jn. 21:15). Esto se extiende a la implementación de las salvaguardas del amor, expresadas en la frase "Pastorea mis ovejas" (Jn. 21:16). Y para que no se piense que este es el único ejercicio necesario para el bienestar de las ovejas, nuestro Señor vuelve a la sencillez del primer “Apacienta mis ovejas” en su última respuesta a Pedro (Jn. 21:17).
Naturalmente, alimentar ocupa el primer lugar. Cuando un alma pasa de muerte a vida, la prioridad es asegurarse de que sea edificada con "la leche pura de la palabra" (1 P. 2:2), garantizando así su crecimiento. ¡Qué privilegio extraordinario se nos concede al ejercer este cuidado por los amados corderos y ovejas del rebaño de Cristo! No podemos anhelar un honor más elevado que ministrar "alimento a su tiempo" a la familia del Señor –un ministerio centrado en la obra y la persona de nuestro Señor Jesús. Es un servicio en el que todos pueden participar, mientras que aquellos con dones especiales de enseñanza pueden regocijarse al cumplir su ministerio.
En las iglesias del pueblo de Dios, debemos recordar siempre que este cuidado espiritual es la necesidad primordial. Sin él, es prácticamente imposible ejercer disciplina, incluso en sus formas más simples. Si los creyentes no son alimentados adecuadamente, se vuelven tan anémicos espiritualmente que se tornan hipersensibles a la más mínima amonestación o reprensión fraternal. Están, en efecto, demasiado débiles para experimentar la bendición del servicio descrito en Juan 13: "Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros" (v. 14). Asegurémonos, pues, de que haya un flujo constante y abundante de la leche pura de la Palabra, a través de un ministerio adaptado a las diversas necesidades de los santos. Así, serán edificados en su santísima fe, nutridos en las palabras de fe, y crecerán en el verdadero conocimiento de Dios.
Sin embargo, pasemos ahora de este tema al que ocupa gran parte de nuestros corazones:
2. Ejercer el cuidado y supervisión fraternal
El creyente joven se enfrenta a peligros especiales en tres frentes: la carne en su interior, el mundo que lo rodea y Satanás, quien constantemente busca usar la carne y el mundo para seducir el alma y alejarla de la sencillez en Cristo. Los instintos naturales del amor nos impulsan a cuidar y velar por los corderos del rebaño. De hecho, estos han sido confiados a nuestro cuidado, y cabe preguntarse si una de las razones por las que no se suman más personas a las congregaciones de los santos reunidos al nombre del Señor es la falta de ese amor de cuidado y supervisión.
El primer elemento de este cuidado se nos sugiere en la idea de la vigilancia:
"Ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta" (He. 13:17). Todo pastor cuida de sus ovejas; no hacerlo abriría la puerta al ataque del lobo. Se requiere atención incluso en asuntos aparentemente simples, como la asistencia regular de los santos a las reuniones, su conducta personal, sus asociaciones y otros aspectos similares. Reconocemos de inmediato que nos encontramos en un terreno delicado, lo cual sugiere la necesidad de establecer límites a esta forma de cuidado.
Aunque debemos estar atentos, no debemos ser suspicaces. Una supervisión amorosa y llena de gracia difiere enormemente de un espíritu inquieto, entrometido y curioso. No debemos sospechar la existencia del mal sin fundamento sólido. Incluso en el trato fraternal aquí sugerido, debemos evitar atribuir motivos incorrectos o sospechar de lo que no se ha manifestado claramente.
Para ser explícitos, si un joven creyente se ausenta frecuentemente de las reuniones, no sería prudente ni justo asumir que la causa es falta de interés. En su lugar, abordemos el asunto con un espíritu de confianza y con el amor que no imputa el mal. En vez de hacer preguntas indiscretas, sería más apropiado mantener el contacto con la persona cuya conducta nos preocupa y buscar ganar su confianza. Esto ilustra el espíritu en el que debe ejercerse todo cuidado fraternal. No ahondaremos más en el tema, excepto para recordar a nuestro lector que tendemos a oscilar entre dos extremos: la indiferencia por un lado, o la intromisión indebida por el otro. No tenemos derecho a entrometernos a menos que la persona a quien buscamos ayudar nos lo solicite primero.
3. El lavamiento de pies
Esto nos lleva a considerar un aspecto más positivo para corregir fallos o debilidades evidentes, ilustrado por la figura de Juan 13. Mientras que la Ley ordenaba: "Ciertamente podrás reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él" (Lv. 19:17). Bajo la gracia, esta tarea se convierte en una expresión de amor verdadero en acción. Tristemente, con demasiada frecuencia nos ocupamos de las faltas ajenas sin ejercitarnos personalmente, hablando de ellos en lugar de hacerlo con ellos. Lejos de brindar ayuda, corremos el riesgo de alejarlos si descubren que hablamos a sus espaldas.
El simple valor del amor irá al hermano que está en falta, habiendo buscado primero la mente del Señor en oración por él y por nosotros mismos. Luego, en el espíritu de Gálatas 6, "Hermanos , aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre" (v. 1).
Cuando hemos ganado la confianza de nuestro hermano; él no creerá que estamos intentando humillarlo o exaltarnos a nosotros mismos. Debemos presentar sencillamente la Palabra de Dios, aplicándola a la situación: ya sea a su conducta, sus asociaciones o lo que corresponda. Nuestro único objetivo es su restauración; y con toda la gracia y el anhelo de un corazón en comunión con Cristo, buscamos pastorear Sus amadas ovejas. Sin duda, esta es una labor tan bendita como delicada, que requiere nada menos que la gracia de nuestro Señor para llevarla a cabo correctamente. Esto es lo que él sugiere al decir: "Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros".
Aquí también existen límites claros para el ejercicio adecuado de esta responsabilidad. Como se mencionó anteriormente, no debemos sospechar injustificadamente ni acusar sin fundamento a nuestro hermano de un mal que no se ha manifestado como tal. Por ejemplo, pueden haberse formado amistades y asociaciones potencialmente perjudiciales. Sin embargo, no debemos ir más allá de los hechos conocidos. Puede que se haya visto a un hermano joven caminando y relacionándose con jóvenes impíos, lo cual nos preocupa seriamente. No obstante, no estaríamos justificados en acusar al hermano de haber ido con ellos al teatro o actividades similares. El límite es claro: tratamos solo con lo que sabemos, señalando los posibles peligros implicados, pero teniendo cuidado de no exceder los hechos concretos que conocemos.
A menudo, cuando se trata a un alma con amor fraternal y tierna confianza, aunque no se mencione toda la extensión de su declive espiritual, el corazón será examinado y el juicio propio se llevará a cabo. En cambio, si expresamos nuestras sospechas y lo acusamos de algo de lo que realmente no es culpable, se resentirá de inmediato y podría usar esto como excusa para continuar en el camino equivocado.
4. No juntarse con el que anda desordenadamente
Pasamos ahora del ejercicio del cuidado privado y la supervisión fraternal a lo que es propiamente la disciplina por parte de la iglesia. Mientras el mal sea de tal naturaleza que haya esperanza de recuperación, y el nombre del Señor no esté siendo comprometido, nuestros esfuerzos privados para restaurar a un hermano errante deben continuar. De hecho, cuando ya no nos sentimos capaces de decirle nada, podemos mostrar nuestra preocupación alejándonos de la asociación activa con él: "Si alguien no obedece nuestra enseñanza en esta carta, señalen al tal y no se asocien con él, para que se avergüence. Sin embargo, no lo tengan por enemigo, sino amonéstenlo como a un hermano" (2 Ts. 3:14-15). A veces, ignorar silenciosamente, de una manera tan sutil que nuestro hermano es el único que se da cuenta de ello, puede ser más efectivo que persistir en la amonestación verbal a la que hace oídos sordos, especialmente cuando tal alejamiento va acompañado de muestras de evidente tristeza, junto con manifestaciones de atento amor cuando la ocasión lo permita. Nuestro bendito Señor dio el bocado más selecto del plato al pobre desgraciado que Él sabía que planeaba traicionarlo. Ciertamente, si hubiera habido una partícula de ternura en el duro corazón de Judas, él habría cedido ante tal amor.
Cuando uno se ha visto obligado a adoptar tal actitud hacia un hermano, debemos tener el cuidado de que sea de carácter privado. Nada hiere tanto el orgullo, especialmente en alguien que ya está alejado de Dios en su alma, como ser expuesto a la vergüenza pública.
Continúa en segunda parte...
Traducido de www.stempublishing.com
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