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Crecimiento Espiritual (Parte II)


Este es un pequeño resumen de las reuniones para jóvenes realizadas en Valparaíso, Chile, el día 31 de Agosto de 2019.

Etapa inicial

En Juan 12:24 leemos que era necesario que el grano de trigo cayera en la tierra y muriese, para que así llevase mucho fruto. Si bien esto nos habla del Señor Jesús, el cuál debía morir para poder llevar mucho fruto (nosotros) para Dios, también expresa de buena manera el pensamiento anterior. Era necesario que Cristo muriera para terminar con el pecado en la carne (Ro. 8:3) y, en resurrección, llevar mucho fruto. Es de esta manera que, cuando hablamos de una semilla, decimos que esta debe morir. Y lo mismo sucede con el creyente y el comienzo de su crecimiento espiritual. El patrón de este progreso es Cristo mismo. Jamás debemos pensar que creceremos según otro patrón que no sea la divina Persona de Jesús (2 Co. 3:18), de manera que para comenzar a crecer (tal como la semilla germina bajo tierra), primero debemos morir (Ro. 6:11). Morir significa renunciar al yo con sus deseos, voluntades, derechos y orgullo. Morir significa comprender que yo, tal como soy, con el pecado que mora en mí (esto es, la carne), he sido crucificado juntamente con Cristo (Gá 2:20) y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; que la única gloria del cristiano se halla en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gá 6:14). Morir significa entender que Dios ya concluyó la prueba del viejo hombre y lo halló falto, partícipe de una naturaleza incurable, una mala hierba que está condenada a la pudrición (corrupción); mis deseos, orgullos y justicias son frutos de una naturaleza podrida que no puede producir nada bueno para Dios.


La comprensión de esto se logra en lo secreto, en la comunión íntima con Dios. Así como la semilla está escondida bajo tierra y no rompe la superficie hasta días después de su "muerte", el creyente debe aprender a conocerse y odiarse a sí mismo en su naturaleza caída, y comenzar a enraizarse en la relación secreta con el Dador de su nueva vida. Para Pablo ese tiempo fueron 3 años, para Moisés 40, para José 2 años, etc... Cada uno tiene su tiempo en el cual Dios lo prepara "más allá del desierto" (Ex. 3), para luego comenzar a mostrar sus verdes hojas a la luz de quienes lo rodean. Es siempre una emoción para mí, cada año cuando hacemos nuestra huerta, el poder ver una semilla manifestarse como planta al quebrantar el terrones de tierra. Para eso pasaron varios días; días de riego y cuidado, parecía que no había fruto, pero el Dios creador estaba germinando y haciendo crecer esa planta en lo secreto, para luego comenzar a crecer hacia arriba. Y, un día al fin, uno podrá comer de los frutos de esa obra natural y divina. Lo mismo sucede en la vida espiritual, Dios prepara en lo secreto y en la comunión íntima a los que le temen (Sal. 25:14), les deja echar raíces y los alimenta del agua (su Palabra) mientras ilumina sobre ellos la luz de su propia gloria en la faz de Jesucristo, hasta el día en el cual ese verde retoño fructífero (Gn. 49:22) se dejará ver. Sin embargo, las raíces siempre permanecerán bajo tierra, y seguirán siendo el fundamento del cual el árbol se alimentará, de la misma manera, siempre debemos permanecer en comunión secreta con nuestro Señor, y entre más crezcamos espiritualmente (más grandes nuestras raíces), más terreno ocuparemos, más comunión con el Señor. Se dice que en algunos árboles, sus raíces son tan grandes como su misma copa, lo cual nos enseña que, un hombre o mujer espiritual crece exteriormente en virtud de su crecimiento secreto con Dios. Su expresión pública debe estar en directa relación con sus momentos íntimos, «bajo tierra», en comunión con el Señor Jesucristo. Si no pasamos tiempo a solas con el Señor Jesús, con su Palabra abierta, y esperando recibir de Él las expresiones de su amor, dirección y alegría, entonces nuestra exposición pública será floja y sin fruto.


Es esto lo que Pablo enseña a los Colosenses. Leemos en el capítulo 2:6-7: "Por tanto, de la manera que han recibido a Cristo Jesús el Señor, así anden en él, firmemente arraigados y sobreedificados en él, y confirmados por la fe así como han sido enseñados, abundando en acciones de gracias". La palabra arraigados tiene que ver con la palabra "raíz". De manera que, para poder hacer frente a los embates de este mundo, es esencial que nuestras raíces se forjen fuertes en la comunión del Señor, en donde podremos aferrarnos al hecho de que, posicionalmente, estamos completos en Él.


Claves para la etapa inicial del crecimiento


  • Someterse al señorío de Cristo, lo cual nos llevará a considerarnos muertos al pecado y al mundo.

  • Recibir los elementos básicos para el crecimiento:

  • Agua: la Palabra de Dios.

  • Luz: Dejar que a luz de Su presencia resplandezca sobre nosotros.

  • Para un crecimiento correcto, buscar el consejo y ayuda de un hermano/hermana con sabiduría que discipule mi vida espiritual (tutor)

Esto nos llevará a crecer "en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" (2 P. 3:18). ¿Qué significa realmente esto?


Crecer en la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo


Entre más tiempo pasemos a solas con nuestro Señor y Salvador, más apreciaremos los alcances de su gracia hacia nosotros. Entre más tiempo pasemos a solas con Él, más conoceremos de su amor y nuestra pecaminosidad; más aprenderemos de su bondad y nuestra indignidad; más comprenderemos cuánto nos perdonó y cuánto hicimos nosotros para merecer todo lo contrario. Ejemplos de esto tenemos en las escrituras. En Lucas 5, Simón Pedro estaba pescado junto con sus colegas pescadores. Luego de toda una noche de duro trabajo, no habían logrado pescar nada. Fue allí cuando el Señor les dijo que echaran sus redes para pescar, y Simón, con incredulidad, obedeció al mandato. Lo que vino después fue un despliegue del poder de Dios manifestado en la Persona de su Hijo, y la humillación de un corazón que se reconoció como pecador ante Su presencia: "Simón Pedro, al verlo, cayó de rodillas ante Jesús exclamando: —¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!" (Lc. 5:8). A lo que el Divino Maestro le respondió: "No temas" (v. 9), y ellos, al ver esto, "lo dejaron todo y lo siguieron" (v. 11). ¡Qué resultados tan preciosos! Simón Pedro, y los que estaban con él, quedaron abrumados ante la grandeza de Aquel que estaba ante ellos; Pedro se vio a sí mismo como un pecador indigno de tan divina Persona; pero Aquel que vino a perdonar, le dijo: ¡No temas!. ¡Qué bondad! ¡Qué gracia! Solo a sus pies aprenderemos cuán grande es Él, cuán inmenso su poder y amor, y cuán indignos eramos cuándo Él quiso detenerse en este mundo para morir por nuestros pecados en la cruz del Calvario. Entre más tiempo estemos a solas con Él, aprendiendo de Él y de nosotros en Su Palabra. Más creceremos en la comprensión de cuán grande fue y es su gracia para con nosotros (Ef. 2:4-10). Ahora bien, Pedro no se graduó en ese momento de la escuela de su Maestro, tuvo que llorar en muchas otras ocasiones y seguir "creciendo en la gracia". Bien sabemos esto.


Crecer en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo


Conocer y aprender mucho de alguien no me faculta para decir que yo conozco a esa persona. Tomemos por ejemplo a un líder en las cosas de este mundo. Puedo leer todas sus biografías, autorizadas y no autorizadas; puedo ver todos los documentales disponibles en internet acerca de Él, su vida privada, su vida pública, etc...; incluso puedo ir a eventos donde esta persona habla públicamente y donde hace sus apariciones. Sin embargo, si alguien me pregunta si conozco a esa persona, solo podré decir que lo he visto, que he leído de él, pero jamás podré decir realmente que lo conozco personalmente. Puedo leer toda la Biblia; puedo ir a reuniones cristianas donde se habla de Jesús de Nazaret; incluso puedo haberme bautizado en su nombre; pero si no paso tiempo a solas con Él, no puedo realmente decir que lo conozco. Conocer a alguien significa saber qué es lo que le gusta, qué es lo que desea hacer o qué desea ver en mí; significa conocer sus sentimientos y donde está. Eso solo se logra cuándo pasamos tiempo en oración con el Señor Jesús y leemos su palabra con acción de gracias y oración. Es algo similar a lo que dijo Job: "De oídas había oído de ti, pero ahora mis ojos te ven". ¡Oh! ¡Cuántas veces sucede lo mismo con nosotros y con buenos cristianos! ¡Hablamos mucho de Él, pero no pasamos tiempo con Él! Conocerlo implica saber qué es lo que el desea que yo haga, qué le desagrada, qué le agrada, cuál es su voluntad, querer agradarlo y desagradarme a mí mismo.


Mucho más puede ser dicho de este versículo, pero para los efectos de este estudio. Solamente nos remitiremos a lo que ya hemos dicho.


Continuará en una segunda parte.

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